Hace 107 años, en 1915, la población asiria en Turquía fue víctima de un genocidio que resultó en la muerte de 250 000 personas que profesaban la fe cristiana y negaron convertirse al islamismo. A pesar de haber sido una cruel matanza que ocasionó la destrucción de cientos de aldeas y la dispersión de los asirios sobrevivientes hacia otras naciones, este macabro suceso se ha visto eclipsado por el no menos aterrador genocidio armenio, que también tuvo lugar en Turquía y dejó cerca de dos millones de muertos en esa misma fecha.
Sayfo, que traduce “espada” en arameo, fue el nombre que se le dio a este despiadado suceso, el cual no ha contado con el mismo reconocimiento internacional que obtuvo el genocidio armenio. Durante años, personas e instituciones han levantado su voz para invitar a partidos políticos, organizaciones humanitarias, civiles y eclesiásticas a volver su mirada a la masacre que supuso que, por poco, la población asiria, uno de los focos de expansión del cristianismo en los primeros siglos, fuese exterminada.
Por ello, y con el fin de honrar la memoria de los mártires asirios y armenios por igual, solo hasta el pasado mes de septiembre el Concilio Mundial de Iglesias, en su Asamblea Decimoprimera, señaló que: “Aunque tuvieron lugar en el mismo contexto histórico y político, estos eventos se entienden como distintos y separados del genocidio armenio”. De esta manera, confirmaron la distinción entre ambos sangrientos sucesos.
Asirios y el inicio del cristianismo
Esta población se ubicaba en el norte de Mesopotamia, en la provincia romana de Siria, a donde fueron a dar muchos creyentes dispersos en el primer siglo por causa de la persecución desatada tras la lapidación de Esteban, relatada en el libro de Hechos de los Apóstoles. Se asentaron especialmente en Antioquía, la capital de la provincia que es de gran importancia para la historia de la iglesia por ser el lugar donde por primera vez se llamó “cristianos” a los discípulos de Jesús y porque desde allí partieron los viajes misioneros del apóstol Pablo.
La tradición asegura que el apóstol Pedro fue el primer obispo de esta comunidad de creyentes, por haber residido en Antioquía durante un largo tiempo, luego de salir de Jerusalén y antes de trasladarse a Roma, con el objetivo de consolidar su organización.
La iglesia tuvo un gran crecimiento en esta región, convirtiéndose en uno de los epicentros del cristianismo. De hecho, todas las iglesias que menciona Apocalipsis estaban ubicadas en este territorio, que hoy conocemos como Turquía. Con el pasar de los años, aquí se produjo un valioso y amplio conjunto de material teológico, conformado, entre otras cosas, por extensos libros de oraciones y composiciones de himnos destacados entre los creyentes de la época.
Siglos después, tras los distintos concilios y varias controversias doctrinales, la iglesia de Roma y Antioquía siguieron caminos diferentes, contribuyendo a que se consolidara la llamada Iglesia Ortodoxa Siríaca, la cual se continuó expandiendo por el territorio, instituyendo cientos de iglesias y monasterios. Sin embargo, desde el surgimiento del islam en el siglo VII, esta comunidad de cristianos, conformada por asirios, armenios y griegos, empezó a ser víctima constante de persecución por parte de los turcos y kurdos.
En numerosas ocasiones, obispos, sacerdotes, diáconos y creyentes fueron cruelmente asesinados. Un ejemplo de ello fue la masacre que inició en octubre de 1895 y terminó en abril del año siguiente, cuando musulmanes arrasaron con gran parte de la población aramea, acabando indiscriminadamente con los cristianos, justificándose en su pretensión de fundar un nuevo estado político.
Con el paso del tiempo, los turcos crecieron en disgusto y repudio hacia la comunidad cristiana de este territorio, especialmente los arameos, no solo porque temían que fundaran un nuevo estado, sino también por ellos haberle denunciado ante la Unión Europea debido a las atrocidades de las cuales fueron víctimas. En 1915, ejecutaron su cruel venganza, con el objetivo de exterminar la cultura armenia, llevándose por delante también a los asirios y griegos.
Relatos de la cruel masacre de Sayfo
A comienzos de la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano, que hoy se conoce como Turquía, estaba bajo el dominio del partido político denominado Jóvenes Turcos, el cual aniquiló brutalmente a gran parte de la población asiria, bajo el falso argumento de que respaldaban las fuerzas militares de Rusia, su principal enemigo en ese momento, y, apoyándose en el islam como instrumento político para alcanzar la homogeneidad étnica, se propusieron acabar con todo aquel que profesara una religión diferente.
En 1915, las fuerzas especiales del Imperio otomano, junto con los paramilitares kurdos, se adentraron al territorio de la Alta Mesopotamia, donde se encontraban provincias asirias conformadas por iglesias y familias ortodoxas. Obispos, sacerdotes y monjes fueron su primer objetivo. A algunos de ellos les fueron amputados despiadadamente manos y pies, para luego degollarlos. Según relatos de los crímenes, las tropas turcas tomaron desprevenida a la provincia de Diyarbakir, convocaron a los miembros del consejo del pueblo y a todos los hombres cabeza de hogar para meterlos en un barco que los llevó por el río Tigris; allí, después de quitarles todas sus pertenencias, los asesinaron, arrojando sus cuerpos al agua. Algunos dijeron que el río se tiñó por completo de rojo con la sangre de los mártires.
Parte del remanente que quedó del exterminio fue refugiado por iraníes, sin embargo, los turcos les exigieron la entrega de los cristianos sobrevivientes, a quienes lanzaron en fosas que les obligaron a cavar para ellos mismos, donde murieron de hambre, sed o por enfermedad. Las mujeres y niñas que quedaron con vida fueron atrozmente violadas o forzadas a convertirse al Islam.
Los cien mil asirios que vivían en la montaña de Hakkari tuvieron que abandonar el territorio para evitar ser acribillados. Decenas de miles murieron ese verano y otoño de 1915, mientras huían para unirse a las fuerzas rusas de Irán. Durante el exilio, la mitad de la población fue asesinada o falleció por las condiciones deplorables en que se encontraban.
Sin compasión alguna, niños eran arrebatados de los brazos de sus madres y abandonados a una muerte segura, los heridos eran desamparados bajo el inclemente sol, y muchas más torturas y horrendas formas de morir se describen en los pocos documentos compilados para rememorar las vidas de los asirios que fueron fieles a sus creencias hasta la hora suprema.
El poeta Gallo Shabo honra su recuerdo y fidelidad al evangelio al decir: “Miles de mártires fueron expuestos a la miseria y el terror, sus cuerpos hechos pedazos; pero ni aun así denunciaron el nombre de Jesucristo”.
Tanto fue el impacto de esta matanza que, con el primer censo realizado al finalizar la Primera Guerra Mundial, se pudo evidenciar que alrededor del 75% de los asirios fueron aniquilados. Estudios más recientes aseguran que, del año 1900 hasta la fecha, los cristianos pasaron de ser el 20% de la población de Turquía, a menos del 1%.
Esfuerzos por levantar al genocidio asirio del olvido
Junto con la vida de miles de asirios, su recuerdo fue sepultado en el olvido. Décadas después de la catástrofe, las naciones involucradas y vecinas no atendieron el clamor por justicia que hicieron testigos de lo ocurrido.
En la Conferencia de la Paz de París, llevada a cabo en 1919 a finales de la Primera Guerra Mundial, el arzobispo Ignacio Abraham I Barsoum fue uno de los que buscó llamar la atención sobre los hechos. Según el reporte que presentó ante los países participantes, fueron víctimas del genocidio 7 obispos, 155 sacerdotes y monjes; resultaron destruidas 336 aldeas y quedaron en ruinas 160 iglesias y monasterios. Además, el arzobispo propuso un plan para asegurar la autonomía y la seguridad de los asirios expatriados, que incluía una compensación económica por las vidas y propiedades perdidas. No obstante, otros eran los intereses de los estados, por lo que su propósito fue fallido.
Pasados los años, los asirios dispersados se asentaron en distintas naciones, como Australia, Suiza y Francia. En este último, un número considerable de asirios logró organizarse, específicamente en el municipio de Sarcelles, que se convirtió en una parte representativa de esta comunidad. A raíz de ello, se dio a conocer su historia y fue honrada con un memorial del genocidio inaugurado en 2005, 90 años después de los oscuros sucesos.
“Es una doble pena. Ser víctima de un genocidio es lo peor que le puede pasar a alguien. Pero nunca referirse a este genocidio y olvidar sus víctimas, lo hace aún peor”. Así se expresó el alcalde de Sarcelles, François Pupponi, en la presentación del memorial.
Gracias a los esfuerzos que los descendientes de los mártires han realizado por dar a conocer al mundo lo ocurrido y la labor de extranjeros que se han dolido por el olvido en que quedaron las víctimas, algunos países han reconocido la aniquilación de miles de asirios como un genocidio, entre estos, Estados Unidos, Suiza, Bélgica y Ucrania, los cuales construyeron monumentos para honrar su vida y legado.
A pesar de todo lo logrado, el gobierno de Turquía no ha reconocido su responsabilidad en esta barbarie; no acepta que sea llamado genocidio y nunca ha ofrecido reparación a sus víctimas. Lo máximo que ha llegado a aceptar es que en 1915 murieron miles de personas y otras fueron expulsadas de sus tierras en medio de una denominada “limpieza étnica”.
¿Cómo se encuentra la iglesia en Turquía un siglo después del genocidio?
A pesar de haber transcurrido más de cien años del genocidio, los cristianos en estos territorios continúan siendo perseguidos. Por este motivo, en la Minuta de la Décimo Primera Asamblea del Concilio Mundial de Iglesias no solo se hizo un llamado a aceptar la realidad histórica, sino también a dar especial atención al persistente y latente peligro de muerte bajo el que comunidades de creyentes se encuentran por negarse a convertirse al islamismo.
De manera especial, portavoces de Sayfo continúan demandando un reconocimiento del genocidio, no porque esperen recuperar lo perdido, sino por la población restante que carga aún las heridas de esta tragedia, provocando un recelo hacia los turcos y kurdos por parte de los ancianos que tienen los más vívidos recuerdos del exterminio. Tal como lo expresó el arzobispo Joseph Bali, no se trata de una reconciliación entre los pueblos, pues ya no están presentes los perpetuadores de los asesinatos; el propósito de rememorar a Sayfo es el perdón, pues, como aseveró, “no hay un verdadero perdón si lo mantenemos escondido”.
Además de los lamentables recuerdos, la sangrienta masacre a su paso arrasó con la fuerte comunidad de creyentes que se consolidó en siglos pasados, dejando en su lugar un panorama desolador para el cristianismo. Desde que el islam surgió como instrumento para satisfacer los intereses nacionalistas del gobierno, ejerciendo dominio en el territorio y erradicando cualquier otra religión, Turquía, que en un pasado fue cuna del cristianismo, hoy cuenta con la población más pequeña de cristianos en todo el mundo.
Se estima que, de los 80 millones de personas que conforman la población, el 96% profesa el islam. El porcentaje restante se identifica con la Iglesia Ortodoxa Griega, la Iglesia Apostólica Armenia y otros, que no alcanzan a sumar ni siquiera el 1%, con el protestantismo. Además, el ministerio de Puertas Abiertas, en su reporte del 2022, asegura que Turquía se encuentra en el puesto 42 de la lista de países con mayor persecución, lo cual irónicamente resulta ser esperanzador si se compara con el informe anterior, donde ocupó el puesto 25.
El remanente de cristianos que conserva se debe, en gran medida, a misioneros que se han encargado de llevar nuevamente el evangelio a uno de los primeros lugares en que fue predicado, Turquía, con la esperanza de ver crecer la comunidad de creyentes. Algunos han obtenido resultados favorables, contando con la oportunidad de predicar las buenas nuevas a pesar de los obstáculos; pero otros han sido obligados a abandonar el país por causa de la persecución del gobierno.
Rememorar el genocidio asirio es una oportunidad para honrar a las víctimas, y a su vez, para atraer las miradas de toda la cristiandad al desierto espiritual en que quedó sumida Turquía tras la cruel matanza. Más allá de esperar el reconocimiento de la barbarie por parte de la comunidad internacional, la expectativa de Sayfo es motivar a la iglesia de occidente a socorrer estas tierras bañadas por la sangre de mártires, que claman al cielo por no quedar en el olvido y porque esta nación pueda ser de nuevo prolífica en frutos del evangelio.
Ministerios como Preciosa Sangre, Reach Turkey Missions y Operación Movilización trabajan en territorio turco para avivar la llama del cristianismo. Siguiendo de cerca su labor, es posible mantenerse al tanto de las necesidades de los misioneros en el lugar y los avances que logran tener.
Las formas de ayudar a que sea propagado el evangelio en esta nación son muchas: se puede iniciar con incluir la labor evangelística en las oraciones diarias, ser de bendición al donar o contribuir para el sostenimiento de misioneros, o incluso, yendo directamente a ser parte de los obreros que trabajan en la abundante mies. Tal vez, con el apoyo de los creyentes de occidente, a pesar de la persecución y opresión, en Turquía se dé el avivamiento que gozó la iglesia de los primeros siglos.
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