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Hoy, William Tyndale es mayormente reconocido como el más importante traductor de la Biblia al inglés. Su vida, breve pero intensa, estuvo marcada por una sola pasión: que el pueblo común pudiera leer la Escritura. Sus dones intelectuales y vida disciplinada podrían haberle llevado a un largo y exitoso camino en la Iglesia católica. Sin embargo, tomó la peculiar decisión de enseñarles a hombres y mujeres ingleses a leer sus propias biblias.
Como señaló Philip Schaff, “Mientras los humanistas volvieron a los antiguos clásicos y revivían el espíritu del paganismo griego y romano, los reformadores volvieron a la Sagrada Escritura en los idiomas originales y revivieron el espíritu del cristianismo apostólico”. Esa fue la senda que eligió Tyndale, y de la que nunca se apartó.
La Biblia en el idioma de la gente
William Tyndale nació en Gloucester, Inglaterra, en 1494 y comenzó sus estudios en Oxford en 1510, para luego mudarse a Cambridge. Allí no solo adquirió una sólida formación académica, sino que se convirtió en un erudito excepcional: se decía que dominaba ocho idiomas —hebreo, griego, latín, italiano, español, inglés, alemán y francés— con la misma fluidez con la que hablaba su lengua materna. Poseía una insuperable habilidad para trabajar con sonidos, ritmos y sentidos del inglés, lo que más adelante le permitiría crear una traducción con resonancia literaria y espiritual.
Fue a partir de 1521 que se embarcó en el gran proyecto de traducir la Biblia al inglés, labor a la que dedicó el resto de su vida. Siempre había demostrado una gran pasión por la Escritura, pero ¿qué lo motivó a emprender esta tarea?

Poco antes, al leer la edición griega del Nuevo Testamento de Erasmo de Rotterdam, había descubierto la doctrina de la justificación por la fe y quería que todos sus compatriotas la conocieran; tenía la convicción de que la fe salvadora requiere que la verdad sea conocida, y para ello es necesario que la Palabra esté en el idioma del pueblo. ¿Qué mejor manera de compartirles el mensaje del Evangelio que poniendo una versión inglesa de las Sagradas Escrituras en sus manos? Además, Tyndale creía que la santificación de los creyentes no podía darse sin la Palabra.

Por tales razones, en 1523, le solicitó al obispo de Londres permiso y fondos para iniciar la traducción del Nuevo Testamento. Este le negó su pedido y, al tocar otras puertas, se convenció de que el proyecto no sería bienvenido en ninguna parte de Inglaterra.

Una niebla sobre Inglaterra
Para Tyndale era evidente que la nación se sofocaba bajo una niebla espiritual; ni siquiera los líderes de la Iglesia católica conocían las verdades más básicas del Evangelio. ¿Cómo podían, entonces, enseñar al pueblo? En ellos vio un reflejo de lo que Jesús había dicho sobre los fariseos: “son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mt 15:14), así que se dio cuenta de que una niebla espiritual se cernía sobre Inglaterra y la estaba sofocando.
No exageraba: se decía que, aunque había unos veinte mil sacerdotes en Inglaterra, muchos no eran capaces de traducir ni una simple línea del Padre Nuestro. Los clérigos estaban hundidos en una ciénaga de superstición religiosa y el conocimiento de la verdad casi había desaparecido. Las únicas Escrituras en inglés eran unas pocas copias manuscritas por John Wycliffe, quien las había traducido de la Vulgata latina a fines del siglo XIV. Los lolardos, seguidores de Wycliffe, se habían atrevido a distribuirlas en secreto, pero la sola posesión de esos libros prohibidos podía llevar al sufrimiento o a la muerte.

En 1401, el Parlamento aprobó la ley De haeretico comburendo, que legalizaba la quema de herejes en la hoguera. Y en 1408, el arzobispo de Canterbury, Thomas Arundell, redactó las Constituciones de Oxford, prohibiendo cualquier traducción de la Biblia al inglés sin autorización episcopal. El crimen no era solo traducir, sino incluso enseñar la Escritura en inglés. En 1519, siete lolardos fueron quemados por enseñar el Padre Nuestro a sus hijos en su lengua materna.
Mientras tanto, en el continente, los fuegos de la Reforma ardían con fuerza en Wittenberg y Zúrich. Hacia 1520, los académicos de Oxford y Cambridge ya leían y discutían las obras de Lutero, y el Novum Instrumentum de Erasmo de 1516, con el texto griego y su traducción latina, se convirtió en un recurso decisivo para quienes dominaban esas lenguas. Sin embargo, aquel tesoro resultaba inútil para el hombre común, que no sabía griego ni latín. Tyndale comprendió que el clamor de “sola Scriptura” no bastaba si el pueblo no podía leer la Escritura. La verdad debía hacerse legible en inglés.

De Wittenberg a Colonia y Worms
En busca de un ambiente más favorable, viajó a las urbes libres de Europa: Hamburgo, Wittenberg, Colonia y, finalmente, la ciudad luterana de Worms. No eligió estas ciudades al azar: eran centros de la Reforma y de la imprenta, lugares donde era posible revisar el texto y organizar el arriesgado contrabando hacia Inglaterra.
En 1525, en Colonia, concluyó la primera versión inglesa del texto neotestamentario a partir del griego. Pronto organizó la impresión y el arriesgado contrabando de ejemplares hacia Inglaterra, pero el proyecto fue interrumpido de manera violenta por una incursión en la imprenta. Un hombre menos resuelto habría tomado aquello como “señal” de que aquella empresa no era la voluntad de Dios, pero no Tyndale. Abandonando toda precaución, huyó rápidamente hacia el sur, rumbo a Worms, para escapar del arresto.

Worms era un lugar idóneo. No solo contaba con varias imprentas, buen acceso al papel y la ventaja de estar situada sobre el Rin —que conectaba directamente con el mar y con los puertos hacia Inglaterra—, sino que además era una ciudad donde el influjo de Lutero había transformado la antigua lealtad católica en convicciones protestantes. Allí, la Palabra de Dios había triunfado sobre la tradición, y la imprenta se convertía en aliada de la Reforma.
Al llegar, Tyndale encontró un colaborador clave: Peter Schoeffer, uno de los principales impresores de la ciudad, hijo del socio de Gutenberg en Mainz. La edición de Worms fue diferente a la de Colonia. En lugar de un formato grande, se imprimió en octavo: pequeño, barato, fácil de ocultar y de transportar. Sin portada ni prólogo, con ilustraciones sencillas aunque con el estilo gótico propio de la época, con marcas de agua en el papel y el nombre de Tyndale ausente para mantener su anonimato, la edición fue diseñada para que circulara clandestinamente. El libro cabía en un bolsillo y era posible enviar varias copias a Inglaterra escondiéndolas fácilmente en fardos de algodón.

El arte de traducir
El erudito literario David Daniell definió la traducción de Tyndale con estas palabras:
…es la obra triunfante de un erudito en griego que conocía bien ese idioma; de un hábil traductor que podía apoyarse en el latín de la Vulgata y de Erasmo, y en el alemán, para conseguir la ayuda necesaria; pero sobre todo es la obra de un escritor en inglés que había resuelto ser claro, sin importar cuán arduo pudiera resultar este trabajo.
Ese fue el genio de Tyndale: escoger palabras cortas, claras y cotidianas, propias del habla común, en lugar de tecnicismos oscuros. Traducía para el labrador más que para el profesor. Cuidaba el ritmo de las frases, evitaba sobrecargar al lector y escribía con la intención de que el texto fluyera ante los ojos y penetrara en el corazón. Más aún, veía la traducción como un medio pastoral. No solo buscaba instruir la mente, sino conmover el alma. En la nota final de la edición de Worms, proclamó el Evangelio:
Te exhorto, lector, a que seas diligente, y vengas con una mente pura, y como dice la Escritura, con ojos sinceros, a las palabras de salud y vida eterna, mediante las cuales, si nos arrepentimos y creemos en ellas, volvemos a nacer, somos creados de nuevo, y disfrutamos de los frutos de la sangre de Cristo.
Sin embargo, la reacción de las autoridades fue de abierta hostilidad. El rey Enrique VIII, el cardenal Wolsey y Thomas Moro, entre otros, estaban furiosos. Algunos incluso compraron copias de la traducción con el objetivo de retirarlas de circulación y así tratar de silenciar a Tyndale. Irónicamente, podría decirse que terminaron financiando su trabajo de forma tardía.

Mientras tanto, Tyndale se mudó a Amberes, una ciudad cosmopolita y mercantil, donde estaba relativamente libre de los agentes ingleses y del control del Sacro Imperio Romano Germánico —que seguía siendo católico—. Allí, con la ayuda de amigos, se las arregló para evadir a las autoridades durante nueve años, revisar su Nuevo Testamento y comenzar a traducir el Antiguo.
Buenas obras, traición y llamas
Tyndale también se entregó metódicamente a las buenas obras porque, como él mismo dijo: “Mi parte no debe estar en Cristo si mi corazón no es seguirle y vivir de acuerdo con lo que enseñó”. Los lunes visitaba a otros refugiados religiosos de Inglaterra. Los sábados recorría las calles de Amberes, buscando ministrar a los pobres. Los domingos cenaba en las casas de los mercaderes, leyendo las Escrituras antes y después de la cena. El resto de la semana se dedicaba a escribir folletos, libros y a avanzar en la traducción bíblica.
No sabemos quién planificó y financió la trama que acabó con la vida de Tyndale, pero sí sabemos que la llevó a cabo Henry Phillips. Este hombre, quien pretendía ser su amigo cercano, se había convertido en su invitado a la mesa, y pronto fue uno de los pocos privilegiados en ver sus libros y documentos. En mayo de 1535, Phillips engañó a Tyndale al llevarlo lejos de la seguridad de su alojamiento y entregarlo a las autoridades católicas. Tyndale fue llevado inmediatamente al Castillo de Vilvorde, la gran prisión estatal de los Países Bajos, y fue acusado de herejía.

Los juicios por herejía en los Países Bajos estaban en manos de comisionados especiales del Sacro Imperio Romano. Le llevó meses a la ley seguir su curso. Durante este tiempo, Tyndale tuvo muchas horas para reflexionar. Finalmente, a principios de agosto de 1536, fue condenado como un hereje, degradado del sacerdocio, y entregado a las autoridades seculares para su castigo.
El 6 de octubre de ese mismo año, después de que los funcionarios locales tomaran sus asientos, Tyndale fue llevado a la cruz en el centro de la plaza de un pueblo cercano a Bruselas y se le dio la oportunidad de retractarse. Se negó, así que le dieron un momento para orar. El historiador inglés John Foxe dijo que gritó así: “¡Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra!”
Luego fue atado a la viga, y tanto una cadena de hierro como una cuerda se colocaron alrededor de su cuello. Se agregó pólvora al ramaje seco y a los troncos. A la señal de un funcionario local, el verdugo, de pie detrás de Tyndale, apretó rápidamente la soga, estrangulándolo. Entonces un funcionario tomó una antorcha encendida y se la dio al verdugo, quien prendió fuego a la madera.

Legado
De esta manera fue como el “padre de la Biblia en inglés” encendió una llama para disipar la oscuridad espiritual de Inglaterra. Casi un siglo después, cuando los traductores de la King James Version debatieron cómo traducir los idiomas originales, ocho de cada diez veces siguieron lo que Tyndale había escrito. Se estima que el 90% de la KJV y el 75% de la Revised Standard Version provienen de su trabajo.
Más allá de su legado literario y lingüístico, su vida recuerda que la Palabra de Dios no llega a la gente sin costo. Tyndale vivió y murió con una convicción: “la pérdida de la tierra y la vida estimaré liviana” con tal de lograr que sus compatriotas tuvieran acceso a la Escritura.
Referencias y bibliografía
History of the Christian Church, Vol. VII (1907) de Philip Schaff. Nueva York: Charles Scribner’s Sons, p. xx.
History of the Reformation of the Sixteenth Century (1846) de Jean Henri Merle D’Aubigné. Londres: Blackie and Son, p. xx.
Actes and Monuments (1563) de John Foxe. Londres: John Day, p. xx.
William Tyndale: A Biography (1994) de David Daniell. New Haven: Yale University Press, p. xx.
Book of Fire: William Tyndale, Thomas More, and the Bloody Birth of the English Bible (2003) de Brian Moynahan. Nueva York: Back Bay Books, p. xx.
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