¿En torno a qué giró el conflicto que estalló a partir de las 95 Tesis?
La Reforma protestante no surgió como un movimiento centrado en el enfrentamiento con la autoridad eclesiástica, sino como una búsqueda apasionada por recuperar la esencia del evangelio. En el corazón de este proceso, Martín Lutero transitó un camino marcado por profundas inquietudes espirituales y debates teológicos que lo llevaron a redescubrir la justificación por la fe.
Lutero pasó de cuestionar la venta de indulgencias a desafiar las bases mismas de la teología escolástica y la autoridad de la Iglesia medieval, afirmando la centralidad de la Escritura y colocando a Dios, no a la iglesia, como el único soberano en la salvación. A través de un recorrido por sus primeras tesis y su desarrollo teológico, veremos cómo Lutero rescató una fe profundamente bíblica en medio de un contexto dominado por tradiciones humanas y racionalismo teológico.

¿Cuál fue el centro de la Reforma?
Un indicio de que el conflicto religioso-teológico que estalla a partir de las 95 Tesis no gira en torno a la interpretación y la autoridad bíblica es el hecho de que Lutero no apela a la Biblia en los primeros años del conflicto. En las 95 Tesis expresa la convicción de que la predicación y venta de las indulgencias que se está realizando en aquel momento no puede tener la aprobación del papa en Roma. Si el papa supiera de las barbaridades que se afirman en torno a estas indulgencias, dice Lutero, cancelaría su venta de inmediato.
Cuando la iglesia romana responde a las Tesis, a través de Silvestre Prierias, con un Diálogo sobre la autoridad del papa, el asunto cambia. En este tratado se afirma que las indulgencias se venden con la autoridad del papa y que esa autoridad es incuestionable. Con este acercamiento Prierias representa la posición adoptada por el papado en Roma frente a los cuestionamientos del conciliarismo (doctrina teológica que sostiene que un concilio general de la Iglesia tiene mayor autoridad que el papa).
Los diálogos de Lutero con el cardenal Cayetano en 1518 y la disputación de Leipzig con Juan Eck en 1519 llevan a Lutero a reconocer que aun los concilios de la iglesia pueden equivocarse y que es necesario recurrir a la Escritura misma para resolver dudas en cuanto a la doctrina y práctica de la iglesia. Como dice Lutero de sí mismo: él es un hombre que avanza al escribir y enseñar.

Las biografías de Lutero han enfatizado, correctamente, su propia búsqueda para alcanzar la paz con Dios como algo fundamental para entender su (re-)descubrimiento de la gracia de Dios, tal como se presenta en las Epístolas paulinas. El relato autobiográfico que el mismo Lutero ha dejado en el Prefacio al primer tomo de los escritos latinos, publicado en 1545, relaciona el descubrimiento de la “justificación por la fe” con su estudio de la Epístola a los Romanos, una epístola que estaba exponiendo en Wittenberg entre 1515 y 1516. Allí presenta su encuentro con la teología de Pablo como la respuesta a su búsqueda por la paz con Dios.
La experiencia no se ha de mirar solo como una experiencia de conversión personal, sino más bien como una conversión teológica, con una dimensión tanto personal como pastoral. En Lutero la experiencia y la teología están entrelazadas de manera inseparable.

El encuentro de Lutero con la justificación por fe
En 1517 las implicaciones de su peregrinaje teológico se cristalizan en dos series de Tesis. Las 97 Tesis de septiembre de 1517 y las famosas 95 Tesis de octubre de 1517. En ambos casos se trata de tesis que Lutero, como decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Wittenberg, elabora para que un estudiante las defienda en disputación pública. Las 95 Tesis sobre las indulgencias profundizan en las implicaciones teológicas y pastorales de la promulgación y venta de indulgencias papales que se están realizando en ese momento, mientras que las 97 Tesis se presentan como una Disputación en contra de la teología escolástica. Estas Tesis sobre la teología escolástica mencionan por nombre solo a Duns Escoto y Guillermo de Ocam, con sus seguidores Pierre d’Ailly (nombrado sencillamente como “el cardenal”) y Gabriel Biel, pero el título abarca a todos los teólogos escolásticos.
El propósito de Lutero, que se expresa claramente en el epílogo, no es decir nada en contra de la iglesia o de los maestros de la iglesia. Su ataque se dirige contra la influencia de Aristóteles en la teología: “Prácticamente toda la Ética de Aristóteles es el peor enemigo de la gracia. Eso en contra de los escolásticos” (tesis 41). Lutero quiere rescatar a Agustín (a quien menciona desde la primera tesis) y su concepto de la gracia. Tilda a los escolásticos de “pelagianos” porque afirman que la voluntad del hombre natural es libre para escoger entre bien y mal, y es capaz de atenerse a los mandamientos (tesis 5 y 6). La inclinación de la voluntad, según Lutero, es cautiva (tesis 5). El hombre caído es ese árbol malo que solo puede producir frutos malos (tesis 4, una referencia a Mt 7:17ss). Sin la gracia de Dios, la voluntad produce un acto perverso y malo (tesis 7).

Ozment analiza los conceptos en cuanto a la salvación, tanto de Tomás como de sus críticos, Escoto y Ocam, y concluye que sí dejan la puerta abierta para un semipelagianismo que le reconoce cierta importancia a la capacidad moral natural del ser humano. Para Lutero tales esquemas teológicos implican deshacer toda la crítica que Agustín le hizo a Pelagio y sus seguidores. El debate posterior de Lutero con Erasmo en torno al libre albedrío ya está planteado en estas tesis: el ser humano no tiene libre albedrío, su voluntad es cautiva y no puede hacer nada bueno, sino por la gracia de Dios. El ser humano no se justifica delante de Dios por hacer lo mejor que pueda, con la “gracia infusa” que recibe por medio de los sacramentos de la iglesia. Más bien, como Lutero lo dice en su comentario del Salmo 51:4ss, “El hombre justo es aquel que se acusa y se condena y se juzga a sí mismo. Este es el que justifica a Dios”. Aquel que reconoce su pecado, por este reconocimiento justifica a Dios y es justificado:
Incluso la fe y la gracia, por medio de las cuales somos justificados hoy, no podrían de por sí justificarnos si no fuera por el pacto de Dios. Es por eso que somos salvos: Él estableció un testamento y un pacto con nosotros que todo aquel que creyera y se bautizara sería salvo. Pero en este pacto, Dios es siempre verdadero y fiel, y cumple lo que prometió. Por tanto es cierto que delante de Él, nosotros siempre estamos en pecado, para que Él sea el que justifique en Su pacto y testamento que estableció.

Es evidente que la comprensión de la justificación que se manifiesta en esta exposición (de 1513) concuerda muy bien con la comprensión que Lutero mismo dice haber encontrado en su estudio —a partir de 1515— en Romanos. Lutero introduce una simetría paradójica donde el justo es aquel que se sabe pecador, y es justificado aquel que justifica (declara justo) a Dios en Su juicio sobre el pecador.
Las 97 Tesis son una crítica fuerte de Escoto y Ocam, pero, como cosa curiosa, la doctrina de Lutero en cuanto a la gracia y la justificación por la fe se fundamenta precisamente en la crítica que Escoto y Ocam le habían hecho al escolasticismo de Tomás. Ellos habían cuestionado el optimismo racional implícito de un escolasticismo que procura encerrar a Dios y Su acción salvadora dentro de estructuras lógicas y racionales. Anticipando a Lutero, Escoto cuestiona el lugar que Tomás le da al mérito en el ser humano para merecer la salvación. Según Escoto, Dios no está obligado a concederle la gracia a nadie; y esta gracia de Dios no está ligada, necesariamente, a la iglesia y sus sacramentos. Escoto enfatiza la absoluta soberanía de Dios, por medio de la cual escoge a quienes habrán de ser salvos, así como escoge los medios por los que se realizará tal salvación. Los sacramentos son eficaces porque Dios, en Su pacto, así lo determinó.
Al igual que Duns Escoto, Ocam defiende la libertad de Dios (no está bajo obligación) frente a Su creación, con una enseñanza procedente de Agustín: Ocam afirma que la salvación nunca puede depender de las cualidades dentro del alma humana. La salvación depende más bien de la confiabilidad de la voluntad divina, es decir, depende de que Dios cumpla o no Su palabra. Pactos, palabras y promesas son la conexión entre el alma y Dios respecto a la salvación. Sin embargo, Ocam termina con un concepto pelagiano que hace que la voluntad de Dios dependa de las buenas obras y sugiere que la gente puede conseguir la gracia necesaria para la salvación. Es por eso que Lutero (siguiendo a otro nominalista, Gregorio de Rimini) critica el pelagianismo de Ocam, un pelagianismo que Lutero detecta también en Escoto.

Una teología antigua que desafió la época
En su persona y en su teología, Lutero ha procesado los debates teológicos de los siglos anteriores, los siglos que le siguieron al auge del escolasticismo en el siglo XIII. Siguiendo a Escoto, afirma la soberanía absoluta de Dios, en el sentido de que Dios no está atado a la iglesia ni a los medios de gracia que ella ofrece. Al igual que Ocam, afirma que la relación con Dios se fundamenta y se centra en los pactos que Dios ha establecido libremente. Esto quiere decir que la salvación del ser humano depende de las palabras y promesas de Dios. Junto a Escoto y Ocam cuestiona el optimismo racionalista —la fe en la razón— de Tomás y de otros, quienes pensaban reducir la teología a la dialéctica, una dialéctica que no se limita a usar la lógica y las categorías aristotélicas en sus argumentos y raciocinios, sino que incorpora elementos de la filosofía y ética de Aristóteles en la teología cristiana. Lutero mismo había dictado clase sobre Aristóteles y no descarta del todo la dialéctica aristotélica, pero insiste en limitar su uso dentro de la teología. Según Lutero, la razón humana no tiene competencia en asuntos teológicos, porque, según él, la lógica solo sirve allí donde se habla del conocimiento, no donde se habla de la fe.
En la polémica en torno a la doctrina de la salvación, Lutero vuelve a Agustín y su concepto del ser humano, del pecado, de la caída y de la gracia. Sin embargo, es evidente que Lutero va más allá de Agustín en el tema de la justificación. Para Agustín la justificación se refiere al proceso de “ser hecho justo”, mientras que para Lutero, la justificación trata de que Dios declara justa a la persona que reconoce su pecado y quien, al reconocer su pecado, “justifica” a Dios en cuanto al juicio que Dios pronuncia sobre su pecado. Es justificado aquel que confía en las promesas de Dios, como dice Lutero en su relato autobiográfico: “por el Evangelio se revela la justicia de Dios, la justicia ‘pasiva’, mediante la cual Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: El justo vive por la fe”. En ese relato Lutero dice haber encontrado un texto de Agustín que habla de la justicia “con la cual Dios nos viste al justificarnos”. Cuando Lutero dice que encontró esto “inesperadamente”, indica que no es la forma común de Agustín hablar de la justificación.
Ozment muestra que esta nueva orientación teológica de Lutero no solo va en contra de las tendencias semipelagianas inherentes en la soteriología de Tomás y de Ocam, sino también en contra del eje central del misticismo de la época. La observación es importante, por cuanto no han faltado intentos por ubicar a Lutero dentro de alguna de las corrientes místicas de su tiempo. La traducción, por parte de Lutero, de la obra mística Teología alemana en 1518, parece dar pie para tales intentos.

De hecho, la afirmación de Lutero de que el matrimonio místico del alma con Cristo se da por fe, resulta profundamente ofensiva dentro del contexto teológico, porque el axioma fundamental de la “espiritualidad” medieval es que el alma se acerca a Dios en la medida que se asemeje a Dios: solo el alma que ha sido purificada por amor puede alcanzar la unión con Dios. En cambio Lutero, desde su exposición de los Salmos, es decir, a partir de 1513, se distancia de esta perspectiva. Encuentra en los Salmos que el creyente se aferra exclusivamente a la Palabra de Dios y Su promesa de salvación. Lo que lo acerca a la persona a Dios es su reconocimiento y confesión de pecado:
El que resulta más hermoso a los ojos de Dios es el más feo, y viceversa, el que es más feo es el más hermoso (…). El más atractivo a los ojos de Dios no es aquel que está convencido de su propia humildad, sino aquel que se mira a sí mismo como el más vil y depravado.
Lo que motiva a Lutero y lo que impulsa luego el conflicto con Roma es un esquema soteriológico, un concepto en cuanto a la salvación, radicalmente distinto a las opiniones escolásticas medievales. De ahí que el conflicto en cuanto a las indulgencias resulta tan importante, porque toca el meollo del asunto. Las indulgencias son parte integral del sacramento de la penitencia; la predicación y venta de dichas indulgencias giran alrededor de la inseguridad de la salvación. El atractivo de las indulgencias para la gente común, no versada en sutilezas teológicas, radica en la posibilidad de asegurar la salvación por medio de ellas.
Lutero afirma que el cristiano puede confiar en las promesas de Dios y tener seguridad de la salvación. Es una comprensión de la salvación que —más allá de la polémica en torno a las indulgencias— pone en tela de juicio la teología escolástica y los medios de gracia de la iglesia medieval. Que conste que, para Lutero, no se trata de ninguna innovación teológica y por eso apela a los Padres de la Iglesia, especialmente a Agustín, para mostrar que los innovadores son los escolásticos.

La Biblia en el centro
Lo dicho hasta ahora muestra hasta qué punto los diferentes hilos de la experiencia y de la teología de Lutero colocan la Biblia en el centro. Según el propio testimonio de Lutero, es el estudio de la Biblia y el descubrimiento allí de la justicia de Dios por la fe, que logran calmar las tormentas y luchas interiores que no se habían calmado con ninguna de las prácticas, disciplinas y medios de gracia que la iglesia medieval había puesto a su disposición. A pesar de su crítica del pelagianismo de Ocam y sus seguidores, Lutero es un teólogo en la línea nominalista; afirma, con Ocam, que el alma se conecta con Dios por medio de pactos, palabras y promesas. Ya que el registro de esos pactos, palabras y promesas es la Biblia, ella ocupa necesariamente un lugar primordial en la base de la confianza del creyente.
Siguiendo a Duns Escoto y a Ocam, Lutero rechaza el optimismo racionalista de la dialéctica al servicio de la teología. No se llega a conocer a Dios por medio de la razón ni de la lógica, sino a través de Su Palabra revelada. En asuntos teológicos, no es la razón, sino la fe que sirve, y la fe se aferra a la revelación de Dios. Frente al optimismo racionalista Lutero afirma un “optimismo exegético”: las Escrituras son suficientemente claras, “perspicuas”, para que cualquier lector pueda encontrar allí lo necesario para la salvación.
Por lo demás, el conflicto con Roma es lo que lleva a Lutero inexorablemente a la apelación a la Escritura como máxima autoridad, por encima de papas y concilios. Hacia fines de la Edad Media surgió un conflicto por la llamada Cautividad Babilónica y el Gran Cisma de Occidente —el cautiverio de los papas de Aviñón y luego la pluralidad de papas—. El Cisma se resuelve en el Concilio de Constanza, pero ahora el movimiento conciliar afirma que la autoridad de los concilios está por encima del papado. El Concilio de Basilea que se reúne a partir de 1431 es el máximo exponente de este concepto, pero, a fin de cuentas, el papado gana esta lucha por el poder. Incluso, en la bula Execrabilis de 1460, se condena como errónea y abominable cualquier apelación a un concilio por encima del papa en Roma.
Un teólogo como Gersón ya toma conciencia de las implicaciones que la pugna por la autoridad tiene para la interpretación bíblica. Lutero se da cuenta, entre 1517 y 1519, que ni la apelación a la tradición, ni la apelación a un concilio resuelve el conflicto con Roma. Ocam ya había afirmado que aun los concilios pueden equivocarse. Aun así, la historia de estos concilios aporta un dato importante para la autocomprensión de Lutero en medio del conflicto con Roma.

Un detalle significativo de la crisis que llevó a la convocación del Concilio de Constanza (1414-1418) es que se les reconoció más autoridad e importancia a los teólogos (especialmente a Juan Gersón y Pierre d’Ailly) que a los juristas del Derecho Canónico. Es notable que Lutero entiende su papel en el conflicto con Roma a través de su concepción de lo que es un profesor de Sagrada Escritura. Como dice Pauck, el descubrimiento de la gracia de Dios en la justificación por la fe le dio a Lutero el sentido de misión que le hacía falta como profesor de teología bíblica.
Pelikan muestra que para Lutero el título de Doctor in Biblia, que recibe en 1512, encierra su sentido de vocación y misión. Si se le pregunta: “¿Por qué atacas públicamente al papa y a otros, en vez de preservar la paz?”, Lutero contesta: “Tengo la comisión y la carga como predicador y doctor, de asegurar que nadie es engañado”. Esta respuesta obviamente no contesta del todo la pregunta, ya que un predicador ha de limitarse a su propia parroquia: “¿Por qué, a través de tus libros, enseñas en todo el mundo, cuando eres solo predicador en Wittenberg?” Lutero contesta:
Jamás quise hacerlo, ni quiero hacerlo ahora. Estaba obligado e impulsado a esta posición en primer lugar cuando me correspondió llegar a ser Doctor de Sagrada Escritura contra mi voluntad. Luego, como doctor en una universidad general y libre, comencé a hacer, por orden del papa y del emperador, aquello que un doctor de esos jura hacer, eso es exponer las Escrituras para todo el mundo y enseñar a todos. Una vez en esta posición, he tenido que seguir en ella, y no puedo renunciar a ella ni dejarla todavía con buena conciencia.
Este artículo ha sido adaptado del libro Reflexiones en torno a la historia de la exégesis, escrito por Theo G. Donner. El texto corresponde a un apartado del capítulo 10, titulado “La Reforma protestante y la exégesis”. Puedes adquirir este libro a través de Poiema Publicaciones.
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