Este domingo 28 de mayo, Turquía eligió al que será su próximo presidente durante los siguientes cinco años. Ante la victoria de Recep Tayyip Erdoğan, todo parece indicar que el país se dirige de nuevo a la consolidación de un régimen de derecha islamista que pondrá en peligro las libertades más esenciales de ciudadanos, incluyendo la libertad de religión.
Esta coyuntura política implica graves riesgos para las asociaciones evangelísticas e iglesias del país, las cuales podrían verse enfrentadas a una persecución mucho más aguda que la que han experimentado en el pasado. Actualmente, los cristianos representan aproximadamente el 4.7% de la población del país (según registros oficiales) y de acuerdo a Puertas Abiertas, Turquía ocupa el puesto 41 en la Lista Mundial de Vigilancia de las Naciones en las que es más difícil ser cristiano. Para Puertas Abiertas, las razones detrás de la persecución a los cristianos en Turquía son la opresión islámica y el nacionalismo religioso, factores que se encuentran estrechamente relacionados con el ascenso de los partidos de ultraderecha.
El ascenso de la ultraderecha islamista en Turquía
Mientras que Europa ya lleva bastante tiempo sopesando la preocupación por el ascenso de los líderes y las formaciones políticas de derechistas- como el movimiento Alternativa para Alemania -AfD, de fuerte inspiración nacionalista, al que algunos críticos califican de neonazi, o como la Agrupación Nacional de Francia (antiguo Frente Nacional) de Marine Le Pen, en las fronteras del continente las cosas no son mucho mejores.
Sin embargo, las formaciones nacionalistas y de derecha siguen siendo casos aislados en Europa, con la notable excepción de Italia en donde la derechista Giorgia Meloni logró ganar las elecciones en 2022 con un discurso antiinmigración, fuertemente nacionalista y euro-escéptico. Este no es el caso de Turquía, tal y como informa el diario El País de España en una reciente reseña sobre el proceso electoral turco. En el país, que todavía sigue siendo la sede de honor del cristianismo ortodoxo bizantino, hasta cinco partidos derechistas lograron buenos resultados en las elecciones del 14 de mayo. De hecho estos partidos marcarán la agenda y tendrán un rol decisivo en la formación del próximo gobierno.
Tanto el presidente, Recep Tayyip Erdogan, como el líder de la oposición, llevan años explotando los discursos convencionales de extrema derecha. A lo largo del mundo la extrema derecha se ha caracterizado por discursos que defienden fuertemente la identidad local frente a la identidad extranjera, se oponen a la inmigración y son fuertemente favorables a las religiones establecidas y que son consideradas como parte de la identidad nacional. Estas actitudes pueden fácilmente traducirse en políticas que atentan contra la libertad religiosa, impulsan la violencia contra los inmigrantes y la persecución por razones de identidad étnica o racial.
En el caso de Turquía, un ejemplo notable es el grupo político Hüda Par (“Partido de Dios”). Esta agrupación es heredera del grupo armado fundamentalista de origen libanés Hezbolá y a pesar de su extremismo ha obtenido cuatro escaños en el parlamento al presentarse como parte de la lista del Partido Justicia y Desarrollo de Erdogan. Así mismo, el Partido del Nuevo Bienestar (YRP), que también es aliado de Erdogan, alcanzó gran popularidad en Turquía durante la pandemia por su oposición a las vacunas. Ahora, el Partido del Nuevo Bienestar se ha ganado el apoyo popular al pedir que se prohíban las asociaciones LGTBI y que se eliminen las leyes que protegen a las mujeres de la violencia machista. Gracias a este discurso, logró hacerse con cinco escaños en el parlamento, pero en algunas provincias el apoyo que recibió fue mucho más significativo que a nivel nacional, logrando hasta el 8 y el 10% de los votos. Otro movimiento que ha mostrado un ascenso espectacular en Turquía es el Ülkücü (idealistas), el cual ha logrado hacerse con al menos el 25% de los votos en las elecciones legislativas, alcanzando más de 90 de los 600 escaños del parlamento.
¿Qué inclinó la balanza en las elecciones?
Sinan Oğan', fue el líder político que obtuvo la tercera votación más alta en la primera vuelta, justo por detrás del opositor Kılıçdaroğlu y del presidente Erdogan. De acuerdo a los analistas de política internacional, Oğan' fue el “kingmaker” o gran elector al sumar sus votos y su influencia a uno de los dos candidatos que pasaron a la segunda ronda. Oğan' se presentó por una coalición de tres partidos denominada Alianza Ancestral y que ha sido calificada como “abiertamente xenófoba”. La posibilidad de que Oğan' fuera quien determinaba el resultado de las elecciones de este 28 de mayo llevó al principal líder opositor y candidato en firme para la segunda ronda, Kılıçdaroğlu, a dejar a un lado la moderación política y a adoptar un discurso polarizante y ultranacionalista que buscaba atraer el voto de Oğan' y sus seguidores. Sin embargo, parece que esta estrategia no funcionó.
Erdogan y su apuesta por una Turquía islámica
En el caso del presidente Erdogan, quien obtuvo el 49.5% de los votos en primero vuelta, y que finalmente fue reelegido como presidente con más de 52% de los votos, la respuesta a los desafíos del país es clara y se resume a una sola palabra: Islam.
Mientras que en la primera vuelta Kılıçdaroğlu obtuvo un 44.9% de los votos y Sinan Ogan un 5%, tal parece que solo el vuelco directo desde las filas de Oğan' a Kılıçdaroğlu hubiera podido darle la victoria al líder opositor. Pero sucedió lo que era más probable, la reelección de Erdogan.
Para muchos podría ser sorprendente que con una economía en crisis (Erdogan ha continuado con políticas que han exacerbado la inflación y la devaluación de la lira), acusaciones de corrupción y el mal manejo de la crisis humanitaria tras el terremoto del 6 de febrero de 2023, el actual líder del país tuviera un buen desempeño en las elecciones. Sin embargo, ninguno de los factores mencionados ha detenido a cerca de la mitad de los turcos que se acercaron a las urnas para darle su voto de confianza.
Este escenario sin lugar a dudas es desconcertante y nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son las razones por las que Erdogan ha tenido tanto éxito como líder político a pesar de su fracaso como administrador del país?
Erdogan se presenta a sí mismo como un salvador musulmán, alguien dispuesto a mantener a Turquía como una nación islámica. El presidente ha prometido implementar la agenda islámica y ha insistido en que el Islam es tanto una religión como una filosofía de gobierno. De hecho, si volvemos a los orígenes del Islam, podemos ver como, históricamente, esta religión ha sido además de un conjunto de prácticas de piedad y de creencias espirituales, una forma de gobierno. Desde su origen en Medina y La Meca hasta su expansión en el Norte de África y España, el Islam (que en árabe significa sumisión a Dios) enfatizó la sumisión a Dios - entendido como el Alá revelado en el Corán- en todos los aspectos de la vida, incluyendo la política, la economía las artes y la cultura. Por lo tanto, no es de extrañar que extremistas islámicos como Osama Bin Laden y Abu Bakr al-Baghdadi, que proclamó el califato en Siria en el 2014, sean al mismo tiempo líderes políticos y religiosos. En este sentido, Erdogan está en lo cierto al afirmar que el Islam tiene connotaciones políticas. Sin embargo, también es necesario que nos preguntemos cuáles serán las consecuencias de un Islam político en la Turquía del siglo XXI, país que cuenta con una minoría cristiana que lucha por sobrevivir y continuar la obra evangelizadora.
Erdogan ha animado a su base política apelando al Islam conservador. Esta base está compuesta principalmente por dos grandes grupos: los islamistas de la Hermandad Musulmana y los Nacionalistas Turcos. Por medio de su discurso islámico conservador, Erdogan ha podido criticar a su adversario político, Kemal Kılıçdaroğlu, de quien dice alejaría a Turquía del Islam. En una nación en la que el Islam conforma la mayoría de la población y en la que la identidad religiosa se ve amenazada por el avance de la modernidad y los cambios culturales, la defensa de los valores tradicionales se ha convertido en una preocupación especial para amplios sectores del electorado. El éxito de Erdogan radica precisamente en que ha sabido explotar los miedos y esperanzas de estos sectores de la población que se ven confrontados por la influencia occidental y la modernidad y que al mismo tiempo anhelan un regreso a la seguridad aparente de los valores tradicionales.
Turquía, una nación en la que el Islam político lucha contra la secularización y la modernidad
Para Erdogan, Turquía es básicamente una nación islámica. Sin embargo, el país no nació como una entidad política tradicional, en la que lo religioso se mezclaba con lo político. Fue Mustafá Kemal Atatürk, un mariscal de campo que participó en la Primera Guerra Mundial, el padre de la nación turca, quien quiso hacer del país una nación laica, democrática y moderna. Para este fin, Atatürk impulsó una serie de reformas de gran alcance que incluían aspectos como la inclusión de las mujeres en la fuerza laboral, la adopción del alfabeto latino, el impulso de las artes en las escuelas, el cierre de las escuelas religiosas, la abolición de la sharia o ley islámica, la adopción del calendario gregoriano, la laicidad del estado, el establecimiento del domingo como día de descanso y el fin de la poligamia. Este proceso ha sido resentido por amplios sectores de la sociedad que aún sueñan con el regreso a un modo de vida regido por los “valores tradicionales”, tal y como sucedía cuando el impero otomano gobernaba y el Islam era la religión oficial.
Un elemento destacado en el proceso de secularización de Turquía fue la conversión de la mezquita Hagia Sophia (antigua iglesia cristiana bizantina construida bajo el gobierno del Emperador Justiniano) en un museo en 1931. Las tensiones sociales entre el secularismo y la re-islamización del país hicieron que finalmente Hagia Sophia volviera a ser una mezquita en el 2020, siendo Erdogan presidente del país.
Y mientras muchos vieron el legado de Atatürk como el de un secularismo extremo, afín a los valores occidentales y del que muchos turcos quieren deshacerse, tras la primavera árabe de los años 2010, un fuertemente sentimiento islamista se apoderó de la región. En Egipto la Hermandad Musulmana se hizo con el poder bajo el liderazgo de Muhammad Morsi y en Siria, el califato islámico de ISIS logró convertirse en el gobierno de facto durante años. Ahora, tras las victorias de Al Assad en Siria y de Abdel Fatah Al Sisi en Egipto (ambos impulsores de gobiernos laicos), Turquía se ha consolidado como un centro de batalla abierto entre la secularización y la islamización. Es esta batalla cultural y social la que Erdogan está usando para afianzarse en el poder a pesar de los malos manejos económicos y la corrupción de la que se le acusa.
El Islam como un arma política en la batalla electoral
El discurso islamista de Erdogan es evidente en muchos frentes, uno de los más notorios ha sido la oposición a los proponentes de la causa LGTBI. El presidente turco ha dicho que su antiguo rival en las elecciones, Kemal Kılıçdaroğlu, apoyaba los derechos de los LGTBI y ha insistido en que el país debe alejarse de la influencia corruptora de Occidente.
Pero el apoyo de Erdogan al Islam no es irrestricto, pues tiene un fuerte componente sectario que lo hace potencialmente peligroso. Erdogan ha enfatizado su apoyo al Islam suní, en contraste con su ex contrincante Kılıçdaroğlu, quien es Alauita, grupo que conforma una sub-rama del Islam chiíta. En Turquía, el 72% de la población práctica el Islam sunita, mientras que el 25% es alauita, y hay una pequeña comunidad bektashi, que practica el Islam sufí. En este sentido, parece que Erdogan estuvo dispuesto a perder el voto de los alauitas con tal de ganar el apoyo de la mayoría suní del país.
Dada la gestión que Erdogan ha hecho en la nación (apenas se conoció la noticia de su probable reelección el lunes 15 de mayo, la lira se hundió a su punto más bajo en la historia en relación al dólar estadounidense), todo indica que el presidente no pudo jugar con la carta económica como discurso electoral. Por esto, sin importar si Erdogan es un musulmán convencido o no, su única estrategia ganadora en el discurso electoral y punto de apoyo para mantenerse en el poder a largo plazo, fue defender la identidad islámica suní de la mayoría de la población. Pero esto no privó a Erdogan de hacer promesas populistas que tienen en cuenta lo económico: antes de las elecciones del 14 de mayo, prometió elevar el monto de las pensiones y los salarios con el fin de compensar el impacto de las alzas en las facturas de la energía que se han producido tras la guerra en Ucrania.
Todos estos elementos nos indican que Erdogan utiliza constantemente al Islam como una estrategia en su juego político, más allá de que él mismo sea un creyente. Él sabe que está apelando a sus votantes conservadores y ultraderechistas y que su gobierno representa un Islam político autoritario que está dispuesto a impulsar la religión como sistema de gobierno. Por otra parte, aunque al final de su campaña Kılıçdaroğlu había apelado también a los votantes más conservadores, antes de pasar a la segunda vuelta había hecho una campaña amplia en favor de los valores democráticos y los principios seculares. Si Kılıçdaroğlu lograba capturar el voto de las generaciones más jóvenes, defensoras de los principios seculares y democráticos, y ganar las elecciones, esto hubiera supuesto un giro importante para la política en Turquía.
El sueño del califato, una idea peligrosa que amenaza aún más la libertad religiosa
Por medio de una retórica imbuida de fuerte nacionalismo y la idea de una superioridad religiosa, el presidente turco está intentando llamar la atención de toda una generación que sueña con restaurar lo que ven como la “era dorada del Islam”, bajo el califato. Desde 1517 hasta 1922, el Imperio otomano (la entidad política que precedió a la Turquía moderna) estuvo constituido como un califato y bajo esta forma de gobierno logró conquistar grandes regiones del Norte de África, el sureste de Europa y el Medio Oriente. Erdogan frecuentemente les recuerda a los turcos que bajo el Imperio otomano gobernaban un amplio territorio y aplicaban allí los valores islámicos. Pero esta perspectiva no se asemeja mucho a lo que dice la historia. De acuerdo a A. S. Ibrahim, en el portal World, los gobernantes otomanos estaban lejos de ser religiosos, incluso por lo que cuentan sus propias fuentes. Claro que esto no le importa mucho a Erdogan, en la medida en que la noción de un califato islámico es fuertemente valorada por los musulmanes conservadores. Para estos últimos, Erdogan es un guerrero musulmán, un conquistador y un vencedor del mismo modo que lo fuera Mehmed II.
Claramente hoy no es posible comparar a los ciudadanos turcos modernos con los guerreros otomanos que conquistaron Constantinopla en el siglo XV, pero esto no implica que para un sector político poderoso y que cuenta con las herramientas del estado a su disposición, la Turquía moderna e islamizada de Erdogan no deba someterse a las identidades culturales y religiosas distintas al Islam, incluyendo al cristianismo, a ejemplo de los antiguos conquistadores.
Al contemplar la idea del califato y los prospectos de un renacimiento del mismo en Turquía, es importante recordar que bajo el dominio otomano los cristianos que vivían en esta región del mundo eran considerados ciudadanos de segunda clase y se les exigía pagar un impuesto especial. A pesar de que los cristianos fueron tolerados, en comparación con la intolerancia y las guerras de religión vistas en Europa, durante el siglo XIX, las políticas pan-islámicas hicieron que muchos cristianos se sintieran alineados. Más adelante, el genocidio de los cristianos armenios (pertenecientes a la Iglesia Apostólica Armenia) durante la Primera Guerra Mundial recordaría que el Islam político implica serias amenazas para la convivencia y la paz que no pueden ser pasadas por alto. Hasta el día de hoy, el gobierno de Turquía niega que la muerte de más de dos millones de personas entre 1915 y 1923 a causa de las políticas otomanas de deportación forzosa haya constituido un genocidio.
Para muchos turcos, ampliamente alienados por un patriotismo con tintes islámicos, parece que elegir a un salvador del Islam era más importante que frenar la inflación galopante y reimpulsar la economía del país. Los electores incluso le perdonaron a Erdogan los malos manejos de la crisis humanitaria que tuvo lugar tras el terremoto de febrero y la corrupción que hoy amenaza seriamente la estabilidad política del país. El perdón le es concedido en la medida en que pueda agitar el sueño de la restauración de un califato islámico, incluso si este solo es un discurso imaginado que puede lanzarse una y otra vez.
¿Qué podría depararle a los cristianos un nuevo mandato de Erdogan?
Con una población de apenas un 4.7%, otros registros indican que la población cristiana podría ser inferior al 1% del total de la población turca, los cristianos permanecen como una minoría altamente vulnerable dentro del país.
El estado turco es oficialmente laico, pero esto no siempre se cumple en la práctica. Además, aunque Turquía es parte de la OTAN y aspira a ser parte de la Unión Europea, la relación amigable con Occidente ha estado marcada por graves tensiones. En las actuales circunstancias geopolíticas ya no es tan fácil que Estados Unidos o la Unión Europea influencien la agenda interna de Turquía a favor de los valores liberales y la libertad religiosa. Erdogan también ha manifestado actitudes ambiguas frente a las recientes guerras de Siria y Ucrania. Al mismo tiempo, el presidente turco parece estar desmarcándose cada vez más de Occidente y alineándose con Rusia, un país que ha sido reconocido por promover un estilo de gobierno autocrático y en el que la libertad de religión también se ha visto seriamente comprometida. Si Erdogan es un representante del estilo de gobierno autocrático que encarnan personajes como Xi Jinping en China y Vladimir Putin en Rusia, podemos estar seguros de que el respeto por la libertad religiosa y los derechos de los cristianos no serán una de sus prioridades.
Aunque es posible asegurar que al menos ante las cámaras Erdogan mantendrá una actitud diplomática, esto no asegura que los cristianos turcos estén protegidos frente a las actitudes hostiles que puedan provenir por parte de los nacionalistas islámicos. La guerra en Ucrania aún no tiene una resolución, y una victoria de Ucrania frente a Rusia podría dar un nuevo impulso a la agenda geopolítica de Estados Unidos y de la Unión Europea en la región. En un contexto de mayor fuerza occidental en la zona, Erdogan tendría que comprometerse más con sus aliados de la OTAN y asegurar que las libertades religiosas y civiles sean respetadas en casa. Precisamente antes de la guerra en Ucrania, y tras la destrucción de varias iglesias dañadas en el noreste de Siria por parte de los islamistas radicales, Erdogan se comprometió con la Casa Blanca a proteger mejor a los cristianos del país y le aseguró al entonces presidente Donald Trump que Turquía restauraría las iglesias dañadas. Pero en la práctica este compromiso parece estar cumpliéndose solo de forma limitada, y cada vez menos debido al resurgimiento de un fuerte nacionalismo religioso.
El pronóstico que podamos dar sobre el futuro de los cristianos en Turquía depende en gran medida del trato histórico que las autoridades turcas y algunos sectores de la población han dado a los creyentes en Cristo en tiempos recientes. Dado que Erdogan ha radicalizado su discurso y ha gobernado durante al menos dos décadas el país (como primer ministro y como presidente), resulta más o menos fácil estimar las circunstancias probables que enfrentarán los cristianos en Turquía durante los próximos cinco años.
De acuerdo a Puertas Abiertas, en Turquía los cristianos han experimentado una “presión increíble” del cada vez más fuerte nacionalismo religioso. Todavía es “técnicamente posible” que un musulmán turco se convierta en cristiano, pero las consecuencias de esto generalmente son una fuerte presión por parte de las comunidades y familias que reclaman que el converso vuelva al Islam. Si una mujer o una niña se convierte al cristianismo, es considerado como una gran vergüenza para su familia. La única forma segura en que los cristianos conversos pueden seguir adelante en este país es llevando una doble vida y escondiendo su nueva fe completamente. Los ciudadanos comunes que llevan a cabo este tipo de persecución y hostigamiento a los creyentes son precisamente el tipo de votantes a los que apeló Erdogan. Una victoria suya significa que este tipo de acciones y actitudes no solamente continuarán sino que además podrían intensificarse.
Además de las actitudes de intolerancia religiosa por parte de ciudadanos musulmanes comunes, también es importante señalar el importante rol de apoyo del estado a la religión. Turquía es miembro fundador de la Organización para la Cooperación Islámica (anteriormente conocida como la Organización de la Conferencia Islámica) y también es la sede de algunas organizaciones islámicas prominentes como la Conferencia Islámica del Foro de la Juventud para el Diálogo y la Cooperación (con sede en Estambul), El Centro de Investigación de la Historia, el Arte y la Cultura Islámica, y el Centro de los Países Islámicos para el Entrenamiento e Investigación Social, Económica y Estadística.
Por otra parte, en 2021 el Departamento de Estado de los Estados Unidos señaló que hasta la fecha el gobierno continúa brindando financiación pública a las escuelas privadas, públicas y religiosas que enseñen el Islam. Pero el gobierno no provee financiación para las escuelas de las minorías religiosas, excepto para pagar los salarios de los docentes que dictan cursos en turco, como literatura turca. De esta manera, las minorías religiosas han financiado todas sus escuelas y gastos por medio de donaciones y se encuentran en una franca desventaja frente a la propagación del Islam.
En una situación como la actual, en la que se prevé que la persecución contra la minoría cristiana turca podría continuar o intensificarse, los cristianos del mundo entero están llamados a responder con ayuda solidaria, acompañamiento y oración a todos los que sufren a causa de la intolerancia religiosa. El testimonio de Cristo, aún en medio de un entorno de hostilidad, también debe animar a los cristianos del mundo entero que sienten que el mensaje evangélico es rechazado para que puedan reconocer los espacios de encuentro y de gracia común que hoy permiten que el cristianismo influir positivamente en la cultura y las “sociedades libres”.
Con información de World, CNN, El País de España, Departamento de Estado de los Estados Unidos y Puertas Abiertas.
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