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Me encanta dar clases sobre una amplia gama de temas históricos. Si me ponen a dar lecciones sobre la Guerra Fría y el surgimiento del conservadurismo político a estudiantes universitarios de Historia de Estados Unidos, estoy en mi lugar de felicidad académica. Si entro a mi clase de historia universal, me verán entusiasmado explicando cómo la colonización ha transformado el mundo entero.
Pero enseñar historia de la Iglesia es diferente. Mientras traigo algunos supuestos básicos (y estándares de investigación) a cualquier estudio histórico, aprender e instruir sobre este tema es una empresa profundamente teológica.
He aquí 13 principios de por qué es crucial estudiar la historia de la Iglesia.
1. Recordar es vital.
A lo largo de la Escritura, recordar correctamente es fundamental para la fidelidad. Ya en el Edén, Eva escucha a la serpiente, sucumbiendo a interpretaciones erróneas del pasado y de la revelación de Dios en particular.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, Dios llama a su pueblo a recordar y volver a contar sus misericordiosos actos de salvación. Sin embargo, Israel olvida, fracasa y se desvía una y otra vez. El Nuevo Testamento también es claro: los acontecimientos históricos son el núcleo de la buena nueva.
Nuestra misión es volver a contar esa historia y llamar a las naciones a arrepentirse y creer en Cristo. Incluso el desarrollo de la doctrina posapostólica implicaba historia. Los padres y concilios de la Iglesia primitiva tuvieron que determinar, por ejemplo, qué significaba afirmar con seguridad histórica que Jesús era tanto Dios como hombre.
2. El Creador soberano también es el Señor soberano.
Una doctrina sólida de la providencia divina nos recuerda que la historia humana es un lienzo gigante en el que vemos a Dios pintar su plan soberano. La historia no es cíclica en ningún sentido marxiano, más bien todo conduce a un gran resumen en Cristo.
3. La historia encaja en el drama divino de la creación, la caída y la redención.
Durante dos milenios, el pueblo de Dios ha dado testimonio de las verdades de su poder y señorío, de la centralidad de su obra salvadora en Cristo y de la esperanza ofrecida gratuitamente en el evangelio. Desde Pentecostés, Dios ha venido demostrando esta gran historia de redención en lugares reales poblados por personas reales: en la Iglesia.
Como puestos de avanzada visibles del reino de Cristo, las congregaciones son el lugar donde esa gran historia ―una metanarrativa que las gobierna a todas, por así decirlo― se enfrenta y choca continuamente con los relatos de este mundo y de la presente era del mal. La historia de la Iglesia cuenta los relatos de esa confrontación, en toda su belleza y desorden.
[Puedes ver: ¿Por qué estudiamos la historia de la Iglesia?]
4. La meticulosa providencia de Dios no debe hacernos presumir de su misteriosa providencia.
Los historiadores deben tener cuidado de no atribuir casualmente motivos divinos donde Dios no los ha revelado claramente. Por las Escrituras entendemos sus propósitos últimos de redención y su promesa de edificar su Iglesia. Sin embargo, a menudo carecemos de una explicación humana de por qué sus planes siguen un curso determinado. Debemos estar dispuestos a reconocer la naturaleza misteriosa de la providencia y guardar silencio allí donde Dios calla.
5. Dios tiene propósitos únicos para su Iglesia.
La Iglesia es históricamente única. Dios entra en un pacto particular con este nuevo pueblo, a través de la obra salvadora de su Hijo, y le hace promesas reveladas en las Escrituras. Su historia trata de cómo Dios ha guardado, purificado, castigado y fortalecido a su pueblo inmerecedor.
6. El desarrollo teológico no se produce en el vacío.
Comprender las circunstancias históricas que rodean la formulación doctrinal debería hacernos mejores teólogos. En última instancia, me preocupa mucho más que mis alumnos sean hábiles teólogos que historiadores (¡aunque creo que pueden ser ambas cosas!).
7. La verdad importa.
A veces, la historia de la Iglesia nos recuerda los fallos y defectos de muchos de nuestros antepasados, incluso de nuestros héroes. Un reto para cualquier generación de cristianos es no encubrir o excusar estos fallos (por ejemplo, los bautistas del sur y la raza; Jonathan Edwards y la esclavitud; la complicidad de Juan Calvino en la muerte de Miguel Serveto, etc.).
Enfrentarse a tales verrugas con honestidad histórica no es sólo un deber académico, sino que también da gloria a Dios. Y nos recuerda que la perseverancia de la Iglesia nunca ha dependido de ningún ser humano. Todos somos demasiado frágiles e imperfectos. La Iglesia de Jesucristo es establecida, promovida y custodiada por el Rey mismo.
8. Una doctrina bíblica de la depravación nos convierte en escépticos sanos.
En esta línea, [el historiador] George Marsden señala que “las historias más convincentes serán las que retraten a sus protagonistas con defectos y virtudes”. La doctrina bíblica de la depravación no sólo nos proporciona un escepticismo apropiado, sino también la humildad necesaria para reconocer que carecemos de certeza autoritativa sobre lo que ocurrió en el pasado. Esta doctrina debería advertirnos contra la tentación de la hagiografía, llamándonos en cambio a decir la verdad de forma crítica sobre quienes nos han precedido.
9. La historia de la Iglesia es nuestra historia corporativa.
No importa tu nacionalidad, etnia, raza o estatus socioeconómico, si estás en Cristo la historia de la iglesia es la de tu verdadera comunidad y parentela. Esta creencia es contraria a la forma en que a menudo nos entendemos a nosotros mismos. Mis hermanos y hermanas del siglo XVI, por ejemplo, componen mi familia espiritual. Aunque separados por el tiempo, compartimos un mismo Señor, una misma fe y un mismo bautismo (Ef. 4:5). El vínculo que tenemos en Cristo es más real y duradero que la conexión que tenemos con nuestros parientes en la carne.
10. Debemos tratar a nuestros propios hermanos y hermanas con gracia y verdad.
Se requiere humildad y empatía. Antes de juzgar con demasiada facilidad los motivos, los prejuicios o las intenciones, debemos preguntarnos qué haríamos nosotros en el lugar de los demás. La honestidad nos obliga a hablar claro cuando generaciones anteriores de cristianos se han equivocado (por ejemplo, antisemitismo, persecución de minorías religiosas, esclavitud, supremacía blanca, etc.). Pero también debería hacernos hablar con caridad y empatía, reconociendo que no somos muy diferentes a ellos.
11. La historia de la Iglesia es global.
“Si el pueblo de Dios procede de todas las tribus y naciones”, escribe Mark Noll, “entonces una historia del pueblo de Dios debería intentar abarcar a todas las tribus y naciones”. Los acontecimientos de la Iglesia no pueden limitarse a los pueblos occidentales o de habla inglesa. Uno de los más grandes relatos de los últimos 50 años es la expansión del cristianismo por el Sur Global. Este ha marcado el retorno de la fe a regiones que habían sido alcanzadas con el evangelio en el primer milenio.
12. La erudición histórica siempre será revisionista y evolutiva.
Sí, la verdad es objetiva, real y conocible. Esta convicción se basa en el carácter y la naturaleza de un Dios que se revela a sí mismo y dice la verdad. Pero entendemos que nuestro conocimiento nunca es pleno y siempre está nublado. Debido a nuestra finitud y caída, siempre necesitaremos dar nuevos pasos hacia la verdad. Esta búsqueda requiere trabajo duro, investigación original y un espíritu humilde.
13. La imago dei nos recuerda que debemos escuchar a los actores históricos más allá de las élites y los privilegiados.
No todos los actores o grupos tendrán la misma relevancia histórica, pero deberíamos ser cautelosos a la hora de descartar a los que a primera vista puedan parecer insignificantes. También deberíamos estar ávidos por permitir que los actores históricos hablen por sí mismos, y no a través de grupos o poderes mediadores.
La Iglesia de Jesucristo sigue siendo, como siempre, un pueblo llamado a la fidelidad en este tiempo, mientras espera el regreso de Cristo y la consumación de su reinado en el siglo venidero. La historia de la Iglesia forma parte de esa labor de recordar y anticipar, de vivir entre los tiempos. Decimos la verdad sobre el pasado, damos gracias por la gracia de Dios y nos arrepentimos del pecado y del fracaso. Pero lo hacemos con los ojos de la fe y la esperanza evangélica.
Redacción BITE
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Matthew J. Hall en The Gospel Coalition.
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