Después de varias horas de camino, las Fuerzas Armadas del Ecuador y el misionero Frank Drown encontraron destruída y abandonada la avioneta amarilla de Nate Saint, en un lugar denominado Palm Beach, una pequeña playa del río Curaray. A pocos metros de distancia, identificaron el cuerpo de su dueño, que había sido atravesado por una lanza huaorani.
Años atrás, su pasión por Cristo, su afición por los aviones y su deseo por alcanzar a los perdidos llevaron a Nate Saint a tomar la inalterable decisión de viajar al Ecuador y compartir las Buenas Noticias de salvación a los indígenas de la Amazonía, a pesar de la alta probabilidad de perder su vida en el intento. Pero, antes de entrar en detalle respecto al ocaso de su vida, que se dio hace casi 70 años, queremos viajar al 30 de agosto de 1923 en Huntingdon, Pennsylvania.
En aquel otoño, Nathaniel Saint, el séptimo de ocho hijos, vio la luz de este mundo. Junto a sus hermanos, fue educado por sus padres con base en las Escrituras, lo cual moldeó una profunda devoción en él y un fuerte deseo de obedecer a Dios y de servir a otros. Esto no solo determinó el rumbo de su vida, sino que terminó impactando la historia de las misiones y el cristianismo para siempre.
Esta es la biografía de Nate Saint, uno de los cinco obreros que en su intento de llevarle la Buena Noticia a una tribu indígena, se convirtió en mártir.
Una esperanza eterna y el deseo de surcar los cielos
La casa de los Saint estaba repleta de risas, juegos y proyectos que procuraban no solo entretener sino educar a todos sus integrantes. Su padre, un artista que trabajaba con vidrio, construyó una montaña rusa en el patio trasero de su casa. Sus hermanos diseñaron una sala de descanso en el techo y Nate construyó un velero de dos metros. Él tenía una curiosidad innata que incluso lo llevó a desarmar el motor de un carro y a volverlo a armar para entender su funcionamiento.
Una de las personas más influyentes en su vida fue su hermano Sam, quien sirvió durante la Segunda Guerra Mundial como piloto de combate. Por medio de sus historias, explicaciones técnicas e influencia, Sam despertó en el pequeño Nate el interés por la aviación: a los siete años, voló por primera vez y, tres años después, durante un vuelo, su hermano le permitió controlar la aeronave. Su fascinación creció y desde ese momento supo que quería surcar los cielos por el resto de su vida.
En su autobiografía, Nate escribió que a los diez años se unió a una pandilla, pero, gracias a muchas oraciones y a la cuidadosa enseñanza de su padre, un día cayó al lado de su cama con la convicción de que era un pecador condenado. Esa noche, temeroso de morir, Nathaniel nació de nuevo al confiar en Cristo como su Señor y Salvador. Sin embargo, no fue sino hasta dos años después que compartió su decisión por Cristo con algunas personas y Dios mismo lo fue apartando de las malas amistades.
A diferencia de Roger Youderian, su compañero de misión y muerte, Nate no destacó como mejor estudiante de su clase. Sin embargo, durante sus años de secundaria, el Espíritu Santo alimentó en él un profundo deseo de leer y amar las Escrituras. En su autobiografía afirmó que pudo compartir el evangelio con uno de sus compañeros y Dios le dió la dicha de atestiguar su conversión.
En su último año de secundaria, Nate trabajó seis días a la semana en una fábrica de soldaduras; dedicaba seis horas diarias a aquella labor y terminó dejando sus estudios por algunas semanas. Pero luego los retomó en la jornada de la noche de la Lincoln Preparatory School, en Philadelphia, donde encontró su vocación por la aviación y la mecánica. Como no tenía fondos para la universidad, decidió aplicar para convertirse en aprendiz de aviación en American Airlines, y fue aceptado en uno de sus talleres mecánicos.
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Servicio militar y conocimientos para las misiones
El 7 de diciembre de 1941, el ejército japonés bombardeó Pearl Harbor en un ataque sorpresa, por lo que estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. En 1942, a sus diecinueve años, Nate se enlistó como parte del Cuerpo Aéreo, y fue asignado a Las Vegas. Después fue reubicado en varios puestos a lo largo y ancho del país.
Justo antes de iniciar su primera lección de vuelo militar, sintió un dolor agudo en la cicatriz de la osteomielitis que, durante su infancia, había sufrido en una de sus piernas. Cuando levantó su pantalón, descubrió que estaba inflamada. Sus sueños de volar se vieron truncados y la angustia y desesperanza invadieron su alma. El shock inicial de no poder volar lo dejó en un estado de insensibilidad. Naturalmente, el ejército prohibió que volara y le limitó exclusivamente a la mecánica de aviones. Luego escribió sobr este evento:
No dije ni una sola palabra a mi compañero de cuarto, sino que subí a mi cama, apagué las luces y me sumí en la pequeña y oscura celda de mi corazón, que ahora se había convertido en un calabozo de confinamiento solitario. Aparte de mis vueltas en la cama, sollozos y respiración agitada, nadie hubiera adivinado aquello que me abrumaba. Estaba desconsolado.
Si bien sus dolencias evitaron que continuara con su servicio militar como él quería prestarlo, años más tarde, Nate compartió que en ese tiempo adquirió conocimientos que luego le fueron útiles en el campo misionero. Aproximadamente un año antes de que le dieran el alta, casi muere mientras escalaba una montaña en el Parque Nacional Yosemite, por lo cual decidió que viviría cada uno de sus días al máximo, al servicio de Dios y de otros. Sin embargo continuaba apático e insensible.
En 1944, cuando el ejército lo envió a Detroit para aprender sobre motores más grandes que iban a ser instalados en los aviones, asistió a un servicio eclesiástico de Navidad y sintió que Dios estaba llamándolo al campo misionero. Al describir esta experiencia, dijo:
No me importaba lo que sucedía durante el servicio, no estaba escuchando nada con mis oídos. Comencé a orar desesperadamente a mi Padre Celestial por la respuesta que se interponía entre mi persona y la paz que Jesús prometió que nos daría. Ahora, han escuchado de personas que han escuchado la voz de Dios, no sé de ellas pero esa noche vi las cosas de manera diferente. En cuanto pude, salí del edificio. Quería estar lejos de las personas. Un gozo, como nunca antes había conocido desde que reconocí a Cristo y recibí el perdón de mis pecados, me dejó débil y completamente agradecido. Era la primera vez que realmente había escuchado ese versículo que dice “Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres”. La vida de buscar cosas con una cualidad temporal parecía absolutamente demente.
Esa misma semana les escribió a su madre y a su hermana: “El Señor cortó mis alas (…) parecía lógico suponer que un deseo inherente de volar desafiaba la voluntad del Señor, pero Él dijo ‘¡no!'”.
Tras tres años en el ejército, Nate se inscribió en el Instituto de Tecnología Letourneau en Longview, donde continuó su preparación para convertirse en piloto y adquirir los conocimientos necesarios de aviación y mantenimiento aeronáutico que tanto había deseado. Un día recibió la petición de un amigo para que arreglara su avión, que se había estrellado en la jungla de México. Nate aceptó y, después de repararlo, comenzó a interesarse cada vez más en el campo misionero y la necesidad de la predicación del evangelio en lugares no alcanzados.
Durante esa temporada, su padre le contó sobre la organización Christian Aimen’s Missionary Fellowship (Fraternidad Misionera Cristiana de Aimen), que eventualmente se convirtió en la Mission Aviation Fellowship (Fraternidad Misionera de Aviación) o MAF, la cual realizaba el trabajo misionero de llevar víveres y suministros a partes inaccesibles del mundo. Su tiempo en México retrasó su ingreso al Wheaton College, donde más tarde obtuvo su licencia de piloto comercial. Su testimonio, escrito con su puño y letra, fue enviado como parte de su aplicación para la universidad.
Elevar misioneros por encima de la jungla
En 1948, después de la universidad, Nate conoció y se casó con Marjorie ‘Marj’ Farris, una mujer que amaba profundamente al Señor y se había capacitado como enfermera. Ambos decidieron que sus destinos le pertenecían al Señor y que Cristo había entretejido su camino para compartir de alguna manera las Buenas Noticias a grupos no alcanzados. La oportunidad de cumplir este deseo se presentó al formar parte de la MAF, que para ese momento tenía bases en las selvas de México, Perú y Ecuador.
El trabajo era peligroso pues, para el año en que Nate se integró a la organización, 51 pilotos habían muerto en accidentes aéreos en la jungla. Sin embargo, esto no detuvo a los Saint, quienes –el mismo año en que se casaron– viajaron a un pequeño pueblo en la selva del Ecuador llamado “Shell” por la Royal Dutch Shell Company, que se estableció en 1937 para explorar y explotar petróleo en el oriente ecuatoriano. Ahí, abrieron la primera base de MAF para proveer ayuda a los misioneros que compartían el evangelio con los indígenas.
El corazón de su misión fue ser el transporte de noticias, comida, medicina y, de alguna forma, esperanza a las diferentes misiones evangelísticas en la selva amazónica. De la misma manera, Nate trasladó a misioneros a sus lugares evangelísticos dentro de la selva. Si no hubiera sido por la pequeña avioneta, aquellos viajes hubieran durado largos días. Él mismo describió parte de su trabajo así:
Nuestro deber es elevar a estos misioneros por encima de esos senderos de la jungla rigurosos, agotadores y que consumen el ánimo; elevarlos hasta un punto donde cinco minutos en avión equivalgan a veinticuatro horas a pie. La razón de todo esto no es brindarles comodidad a los misioneros. Ellos no van a las sofocantes junglas tropicales en busca de comodidad, para empezar. Se trata de ganar un tiempo precioso, de redimir días, semanas, meses e incluso años que pueden dedicarse a llevar la Palabra de Vida a pueblos primitivos.
Nate pasó la mayor parte de su tiempo visitando a familias misioneras, creando nuevas medidas de seguridad para cada viaje entre aldeas, leyendo su Biblia y pidiendo a Dios dirección para llegar a los inalcanzables. Muchas veces, su trabajo traía peligros, como accidentes aéreos, conflictos con los indígenas y enfermedades. El 30 de diciembre de 1948, su avioneta colisionó, lo cual dejó a Nate con su espalda rota y un tobillo esguinzado. Tuvo que permanecer algunos meses en su cama, inmovilizado con un yeso corporal. Cuando se recuperó, volvió a volar.
Las personas que no conocen al Señor se preguntan por qué en el mundo desperdiciamos nuestras vidas como misioneros. Olvidan que ellos también están gastando sus vidas... y cuando la burbuja estalle, no tendrán nada de importancia eterna que mostrar por los años que han desperdiciado.
De acuerdo al testimonio de Elisabeth Elliot, Nate era metódico, disciplinado, organizado, sensible, gentil, amable y tenía un gran sentido del humor. Él y su esposa tenían las puertas de su hogar abiertas para cualquier visitante. De hecho, Marjorie siempre cocinaba extra por si alguien llegaba de sorpresa.
En diversas ocasiones, Nate fue la respuesta a oraciones por penicilina, harina, gasolina, escobas o cualquier cosa que los misioneros pidieran a través de sus radios de onda corta; no dudaba ni un segundo en llevar los diversos paquetes. Su perspicacia lo ayudó a adaptar el avión para las necesidades de los creyentes y no creyentes al cambiar los asientos de cuero por unos más ligeros y realizar modificaciones a su nave para que pudiera llevar más cosas. Su meticulosidad lo llevó a cargar consigo un reloj alarma que le indicaba a qué hora partir a la siguiente estación. Por tal motivo, no podía quedarse mucho tiempo tomando limonada en las casas de sus amigos misioneros.
Los huaorani para Cristo
Entre esos viajes y visitas, Nate conoció a dos de sus amigos de muerte, Jim Elliot y Pete Fleming, mientras los ayudaba a trasladarse y llevar víveres a diferentes comunidades. Jim le compartió su deseo de alcanzar a los indígenas huaoranis, la tribu más aislada y peligrosa de la selva en ese entonces. Nate tuvo un ferviente deseo por compartir el evangelio a aquellos que nunca lo habían escuchado y, 21 días antes de su asesinato, escribió:
Entendemos que no se trata del llamado de miles necesitados, sino más bien de la sencilla indicación de la palabra profética de que habrá algunos de cada tribu en Su presencia en el último día. Y en nuestro corazón sentimos que es agradable para Él que nos interesemos en abrir una puerta en la prisión huaorani para Cristo.
Como Nate solía sobrevolar la selva en búsqueda de comunidades no contactadas, comenzó a interesarse por encontrar asentamientos huaorani y, en uno de esos vuelos de reconocimiento, pudo identificar una aldea que no había visto antes. Sus casas y la curiosidad de las personas por el sonido de la avioneta hizo que el corazón de Nate saltara al identificar el asentamiento de la temida tribu.
Compartió su descubrimiento con sus compañeros y comenzaron a planificar el acercamiento para septiembre de 1955.
Al principio, botaban regalos desde la aeronave, pero estos se enredaban en los árboles. Nate inventó un sistema de cuerda e implementó un balde para bajar los objetos desde la avioneta –la cual sobrevolaba en círculos– y dejarlos en el suelo selvático con el fin de que los indígenas pudieran recibirlos. Realizó varios sobrevuelos cuyo único propósito era mostrar amistad a aquellos que eran considerados crueles, violentos y desconfiados. Cuando Steve, el hijo de Nate, se enteró de la misión de su padre, le preguntó si dispararía contra los huaorani en caso de que atacaran a su familia. Nate le dijo: “Hijo, no podemos dispararles. Ellos no están preparados para el cielo (...) nosotros sí”.
A aquella misión de acercamiento a los huaorani se unieron Ed McCully y Roger Youderian, misioneros que también servían en Shell. Tras varios sobrevuelos y estudios del área, los cinco amigos concluyeron que era el momento de hacer contacto directo. Decidieron aterrizar el viernes 6 de enero de 1956 en una playa junto al río, cercana a la comunidad. Nate realizó varios viajes, llevando lo necesario para quedarse unos días.
Las eternidades que separan a los aucas de la Navidad
En Palm Beach, Nate y Pete crearon un pequeño lugar para cocinar en la arena mientras practicaban las pocas frases huaoranis que conocían. Cuando ya no tenían esperanza, una voz masculina les respondió. Tres miembros de la etnia indígena se acercaron al campamento y así tuvieron el primer contacto. Todo parecía ir de acuerdo al plan: los misioneros les regalaron yoyos, globos, limonada y una hamburguesa con mostaza, todo esto mientras oraban a Dios dándole gracias por la respuesta. Nate y Pete se dirigieron a Arajuno para regresar con comida al día siguiente, mientras los otros se quedaron en el campamento.
Sin embargo, en la mañana del sábado todo fue diferente. La respuesta positiva del día anterior se tornó en incómodas interacciones. Nate estaba preocupado por la manera sospechosa en la que los indígenas se comportaban, sin embargo, Jim lo calmó diciendo que era normal entre ellos. El 8 de enero de 1956, cuando Nate y Pete volvieron nuevamente al campamento, vieron desde la avioneta que había mujeres y niños en la periferia y que diez huaoranis se dirigían al campamento, así que informaron de esto a sus compañeros.
Con entusiasmo, Nate les dijo: “este es el momento, amigos, están en camino”. También les informó por el radio de onda corta a su esposa y las de los otros misioneros que esperaban impacientemente las noticias de la misión. Su último mensaje fue “Nos contactaremos a las 4:30 de la tarde. Asegúrense de prender el radio, estamos esperando una reunión con nuestros vecinos a esa hora”. Pero el contacto nunca llegó.
El silencio permaneció y por varias horas las esperanzadas esposas no tuvieron noticias del equipo. Ellas no lo sabían, pero lo que había pasado después de ese último mensaje fue el inicio de un plan ejecutado en la eternidad para traer a miles al arrepentimiento y a la fe, específicamente a los huaoranis.
Los diez indígenas que con tanta emoción Nate y Pete habían avistado, eran guerreros armados con lanzas que horas antes habían planificado atacar al grupo de misioneros. Cuando los cinco misioneros llegaron a la playa, los huaoranis se dividieron y se acercaron sigilosamente al grupo. Antes de desplegar su ataque, enviaron a tres mujeres como distractoras; al verlas, Pete y Jim se les acercaron y las invitaron a su campamento. En ese momento, fueron atacados con lanzas; Jim fue el primero de los dos en partir a su hogar celestial. El otro grupo de guerreros fue tras Nate, Ed y Roger: sin piedad y sin lentitud lanzaron sus armas contra cada uno de ellos.
El 13 de enero de 1956, el grupo de rescate encontró los restos de la avioneta Piper PA-14, que muchas veces había llevado esperanza y comida a varios misioneros en la pequeña playa amazónica. Los cuerpos se encontraban en diferentes puntos del río y estaban en avanzado estado de descomposición.
El de Nate Saint, que en muchas ocasiones había cargado bolsas de comida, medicina, gasolina, abrazado a su esposa, sufrido de enfermedades e infecciones, piloteado cientos de viajes dentro y fuera de la selva, fue identificado por su cinturón. Aquel hombre de ojos azules, rubio y con una piel tocada por la luz del sol había dejado su cascarón terrenal para ser revestido con la gloria eterna.
Después de la dolorosa noticia, Marj decidió continuar con su trabajo misionero en el Ecuador por algunos años más, mientras criaba a sus hijos con el sentido de perdón y gracia que tanto habían escuchado del evangelio. De ese momento en adelante, debían ponerlo en práctica con aquellos que habían asesinado a su padre. Steve, su segundo hijo, llegó a ser un mensajero del evangelio y defensor del pueblo huaorani.
La hermana de Nate, Rachel Saint, decidió honrar el trabajo de su hermano y viajó al Ecuador para vivir con los huaoranis hasta el día de su muerte, junto a Elisabeth Elliot. La permanencia de estas mujeres, y las contribuciones de Marj desde donde se encontraba, resultó en que varios miembros de la comunidad confesaran a Cristo como su Señor y Salvador. Nate quizás no alcanzó a imaginar que su sueño de llevar a muchos a Cristo no solo se cumpliría, sino que Dios lo utilizaría a él para un avivamiento de las misiones del siglo XX, lo cual atraería a miles de personas a los pies del Pastor de las ovejas.
El domingo 18 de diciembre de 1955, Nate Saint escribió en una carta:
Si Dios nos concediera la visión, la palabra ‘sacrificio’ desaparecería de nuestros labios y pensamientos; odiaríamos las cosas que ahora nos parecen tan queridas; nuestras vidas, de repente, nos parecerían demasiado cortas; despreciaríamos las distracciones que nos roban tiempo y cargaríamos contra el enemigo con todas nuestras energías en el nombre de Cristo. Que Dios nos ayude, recordándonos las eternidades que separan a los aucas [otro nombre para los huaorani] de una comprensión de la Navidad y de Aquel que, siendo rico, por amor a nosotros se hizo pobre, para que, a través de su pobreza, fuéramos enriquecidos.
Referencias y bibliografía
A Biography of Nate Saint, Missionary to Ecuador | Missionary Portal
Nate Saint - Aviation Missionary Martyr | Christianity
Nate Saint | Wheaton CollegeStories You Should Know: Operation Auca | Enjoying the Journey
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