Escucha este artículo en formato podcast:
“Barb, lo terminaré cuando regrese a casa”, prometió Roger a su esposa en una hoja de papel donde escribió sus últimas palabras en esta tierra. Nunca imaginó que, en los planes sabios y amorosos de Dios, ese 8 de enero de 1956, aproximadamente a las tres de la tarde, vería a su Salvador. En su mente había lugar para una sola cosa: llevar el evangelio a los huaoranis, también llamados “aucas” (término que hoy está en desuso).
Pero los eventos de ese día no solo impactaron a los pobladores de esa comunidad indígena —una de las más aisladas y olvidadas del Ecuador—, sino que llegaron a diferentes partes del mundo. Este es el testimonio de Roger Youderian, uno de los personajes más importantes en la historia de las misiones modernas. Su vida ha influenciado a varias generaciones de cristianos, inspirándolos con su entrega y pasión por el evangelio y los pueblos no alcanzados.
Un llamado a la salvación y al ministerio
El lugar de nacimiento de Roger fue diametralmente diferente al lugar de su muerte. Su cuerpo fue encontrado en el río Curaray, que se encuentra al este de Ecuador y Perú. En cambio, el inicio de su vida se dio a miles de kilómetros de ese afluente, en el pequeño pueblo de Sumatra, en Montana, Estados Unidos, el 21 de enero de 1924. Creció en un rancho de ovejas, con duros inviernos y tareas sin sentido; muy lejos de la selva, del quichua y del evangelio que más tarde lo llenaron de pasión. A los nueve años fue diagnosticado con polio, una enfermedad que afecta los nervios de la médula espinal y que puede llegar a generar parálisis.
Sin embargo, desde muy pequeño, fue dotado con valentía y perseverancia, lo que le permitió superar las consecuencias de esa afección. Pudo vivir una juventud relativamente normal, e incluso llegó a jugar baloncesto en la secundaria Fergus High School en Lewiston. Sin embargo, el resto de su vida se movió y caminó como un anciano, según lo contó Elisabeth Elliot en su libro Portales de esplendor.
Después de su graduación en 1941, Roger obtuvo tres becas para estudiar en el Montana State College y en 1942 fue reconocido como alumno destacado. Un año después decidió enlistarse en el ejército estadounidense y sirvió a su país como paracaidista en la Segunda Guerra Mundial. Fue condecorado en la guardia de honor del general Eisenhower por su participación en el salto del Rin y en la Batalla de las Ardenas, que se libró en la región montañosa de Bélgica.
Sin embargo, durante ese periodo de su vida, hubo un suceso más importante que el reconocimiento de su rol en la guerra. En el otoño de 1944, mientras se encontraba sirviendo en Inglaterra, tuvo la oportunidad de trabajar con un capellán del ejército que le compartió las buenas noticias de salvación. Roger dijo que el día más feliz de su vida fue aquel en el que reconoció a Jesús como su Señor y Salvador. En esas primeras semanas y por el resto de sus años, las Escrituras fueron su mayor recurso de esperanza.
En la misma temporada de su conversión, e incluso antes de volver de Alemania, Roger sintió el llamado de Dios a las misiones; plasmó ese profundo y creciente deseo en una carta a su madre:
Tengo que contarte un secreto. En esto, más que en cualquier cosa en el mundo, quiero que la acción preceda al anuncio: desde que acepté a Cristo como mi Salvador el pasado otoño, he querido seguirle y hacer la voluntad de mi Señor. He experimentado el llamado a involucrarme en el trabajo social, ministerial o misional después de mi servicio militar. No puedo decir cuál será el tipo de llamado pero quiero ser Su testigo y seguirle todos los segundos de mi vida.
Cuando regresó a Montana en enero de 1946, se congregó en la pequeña Iglesia Bautista Emmanuel, en Lewiston. Al poco tiempo se hizo miembro y empezó a servir tocando el piano. Sin embargo, su compromiso con el trabajo misionero lo llevó a estudiar Educación Cristiana en el Northwestern College, cerca de Minneapolis. Durante sus estudios, Roger fue elegido vicepresidente de su clase.
Unidos con la misma meta: servir a Cristo
Mientras sus sueños de predicar el evangelio se multiplicaban, Barbara Orton de Michigan, estudiante de la misma universidad, se preparaba para servir a Dios como misionera soltera. No le incomodaba su estatus, pues sabía la efectividad que podría tener con su tiempo y recursos para expandir el Reino de Cristo en la tierra. Sin embargo, Dios tenía un plan diferente.
Barbara conoció a Roger en un equipo de limpieza durante un entrenamiento misionero patrocinado por su escuela y se enamoró de él. Un domingo de pascua, Roger decidió proponerle matrimonio a aquella joven introvertida. Al no tener un anillo consigo, Roger se quitó su viejo reloj y le preguntó: “¿Podrías mantenerme a tiempo?”. Decidieron casarse en septiembre de 1951.
Ambos compartían la meta de servir a Cristo en el campo misionero. Entre sus estudios, trabajo y levantamiento de fondos, aplicaron a la junta misionera no denominacional Unión Misionera Evangélica, hoy Misión Avant. Al ser aceptados, la organización recibió una carta del misionero Frank Drown, donde exponía la necesidad de predicar el evangelio a la comunidad jíbaro (shuar) en la Amazonía ecuatoriana.
Roger y Barbara se capacitaron por seis meses en Kansas City para su trabajo misionero en Ecuador y, al terminar su preparación en 1953, fueron enviados al país sudamericano para apoyar el trabajo de Frank y Marie Drown. Para ese entonces, Dios les había dado una pequeña hija llamada Beth.
Abriendo un camino entre las comunidades indígenas
Su primer destino fue Quito, la ciudad capital del Ecuador, conocida por su ubicación en medio de la cordillera de los Andes. Su objetivo era aprender español para luego trasladarse al denso paisaje de la Amazonía ecuatoriana. Allí estuvieron al servicio de la comunidad macuma, en la provincia de Morona Santiago, junto a los shuar, conocidos por reducir las cabezas de sus enemigos ya asesinados al tamaño de una naranja. De acuerdo a la primera carta enviada por Frank, esta práctica solo era una expresión de la violencia y oscuridad que aquella etnia consideraba como su mejor arma de defensa.
Esto no atemorizó a los Youderian, quienes durante su segundo año se enfocaron en desarrollar un programa de alfabetismo y en aprender el lenguaje y las costumbres de los indígenas. Para esto, Roger solía visitar por horas las casas de los shuar. Al atravesar lodazales y encontrarse con serpientes, observó muchas prácticas ajenas a su realidad en Montana, como bienvenidas que duraban más de diez minutos, la ingesta de ayahuasca para limpiar sus cuerpos por medio de vómitos y alucinaciones, y el encargo que hacían los padres a sus hijos de repetir los nombres de sus enemigos para que luego tomaran venganza contra ellos.
A pesar de esto, Roger veía a estas personas como sus iguales, hechos a imagen de Dios y con la necesidad de conocer a su Salvador. Después de muchos años, Frank, su compañero de misión, aún recordaba cómo aquel hombre de Montana pasaba horas tratando de decodificar el lenguaje oral de los shuar por medio de diagramas y símbolos. Sus anchos hombros solían llevar madera, movilizar provisiones médicas y cargar a su hija Beth junto con todo el peso por las almas de los no alcanzados. Nada lo detenía: nunca lloró ni quiso que alguien le tuviera pena. Era un gran compañero de caminatas y un maestro de la narrativa; con ello hacía que los recorridos entre las aldeas indígenas, en medio de la espesa selva, no fueran tan pesados.
Durante su segundo año de misión, Roger sirvió en un proyecto de corto plazo para construir un hospital en la ciudad de Shell, en la boca de la selva. Allí conoció al piloto y misionero Nate Saint, quien procuraba contactar a las tribus más apartadas. Roger ayudó a Nate a proveer medicamentos para tratar diversas enfermedades y a construir una pista de aterrizaje para la pequeña avioneta que transportaba los insumos a lugares que no habían escuchado el evangelio, como la tribu shuar.
En el pasado, Frank había tratado de contactar a los shuar, pero, al entrar en su territorio, un niño le entregó un mensaje en español, que decía: “Los extranjeros no son bienvenidos aquí. Vete o morirás”. Roger oraba fervientemente por estas personas y, a través de 60 kilómetros de selva, espeso lodo y diversos peligros, Roger y Nate movilizaron penicilina para tratar una fuerte gripe de la comunidad. Esto abrió una puerta para que los indígenas aceptaran a Cristo como el Salvador no solo de sus cuerpos, sino también de sus almas.
“¿Por qué, Dios? ¿Por qué?”
Sin embargo, después de un tiempo en el que procuraron construir relaciones con la comunidad sin ningún fruto, y casi dos años después de llegar al Ecuador, Roger fue capturado por el desánimo. Su mayor crisis fue cuando trató de convencer a un padre shuar de no abandonar a uno de sus hijos gemelos en la selva para morir, tal y como era la costumbre de la tribu. Días después, Roger se enteró de que por haber roto la tradición, este padre había sido asesinado. Esto lo dejó devastado y rápidamente cuestionó su ministerio. Clamaba: “¿Por qué, Dios? ¿Por qué?”.
De hecho, después de conversar con Bárbara, tomó la decisión de regresar a los Estados Unidos. La esperanza que había tenido en 1953 de ver vidas transformadas por el evangelio se había desvanecido y los pensamientos en su mente eran solo dudas sobre el valor y el fruto de su trabajo. En su diario escribió:
Listo para renunciar. No hay futuro para nosotros en este lugar y la acción más sabia es dejarlo todo. La razón: he fallado en cumplir con el rol de misionero y en acercarme a las personas. En mi corazón el asunto está decidido. No me dejaré engañar. Yo no apoyaría a ningún misionero como yo y no pediré a nadie más que lo haga. El problema es personal y me desanima no encontrar una solución satisfactoria.
Pero Dios, que nunca deja solos a Sus hijos y que provee esperanza en el valle de la angustia, trajo a la vida de Roger cuatro misioneros más con una propuesta. En 1955, el también aviador Nate Saint compartió con Roger un plan para alcanzar a otro grupo de indígenas más peligrosos y aislados que los shuar: los huaorani. Ellos vivían en una parte remota de la selva amazónica ecuatoriana, su contacto con el mundo exterior era escaso y se les conocía por su cultura guerrera y su agresiva forma de proteger su territorio.
Esta misión se llamó “Operación auca” y contaba con la participación de Nate Saint, Ed McCully, Jim Elliot y Peter Flemming. Cuando Nate le planteó a Roger ser parte del equipo, una lucha interna tomó lugar en su corazón. En medio del valle del desánimo, esto le hizo levantar su mirada hacia Dios y Su providencia. Oraba con intensa agonía mientras pensaba que todo el desánimo había sido la manera que Dios utilizó para producir confianza en Él.
Tomó la decisión de unirse a aquel grupo de hombres cuyos corazones ardían por el evangelio y cuya valentía era admirada por muchos. Después de varios años su esposa dijo, “el Espíritu Santo purificó la fe de Roger para realizar la tarea que se desplegaba delante de él. Así que fue expectante y lleno de gozo a cumplirla”. El 19 de diciembre de 1955, él escribió: “Moriré a mí mismo. Debo vivir para Dios. Que yo aprenda a amarlo con todo mi corazón, alma, mente y cuerpo”.
Operación auca: un aparente fracaso
Roger no se sentía solo en su misión. El anhelo por glorificar a Cristo y compartir el dulce llamado de dejarlo todo para seguir Sus pisadas fue intensificado por el compañerismo, amistad y testimonio de estos cuatro hombres valientes y jóvenes que se encontraban en la misma etapa de vida. Durante meses, los cinco planificaron todos los detalles de su acercamiento a los huaorani.
A través de la Asociación de Aviación Misionera, encontraron un asentamiento y comenzaron a arrojar desde su avioneta pequeños paquetes una vez a la semana con el fin de establecer una relación de amistad con la comunidad indígena. Después de un tiempo, los huaorani también intercambiaron regalos con los misioneros, por lo que más tarde decidieron que era momento de tener un contacto más cercano.
Semanas antes de su muerte, Roger escribió: “¿Quién dará su vida, para que otros puedan escuchar?”. El 2 de enero se reunió con sus compañeros en Arajuno para planificar su salida al día siguiente. Roger viajó en el segundo recorrido de Nate hacia Palm Beach, el lugar donde habían predestinado su acercamiento a la tribu.
Los primeros días no hubo mucho contacto, pero el 8 de enero un grupo de hombres huaorani, aparentemente inofensivos, atacaron el campamento y asesinaron a los cinco misioneros. Mientras veía cómo sus amigos eran atravesados por lanzas, Roger corrió al radio transmisor de la avioneta para pedir ayuda. Sin embargo, una lanza huaorani atravesó su cadera y murió.
[Puedes leer: Mártires asesinados con lanzas: la muerte de cinco misioneros que avivó el impulso misionero]
De vuelta en Shell, Barbara y sus hijos esperaban ansiosos noticias de Roger. Cuando no llegaron, no se preocupó, pues estaba acostumbrada a su ausencia por varios días. Ella dijo: “Dios había cuidado de Roger muchas veces y, después de oír que los huaoranis parecían amigables, no me preocupé demasiado. Aún pensaba que Roger estaba bien”. Su experiencia en la guerra y sus habilidades de supervivencia hicieron que Bárbara supusiera la seguridad de su esposo y pensara que, en el peor de los casos, él había huído a la selva.
Sin embargo, Frank no estaba del todo tranquilo. Después de que un piloto reportó haber visto la avioneta de Nate Saint destruída en la playa del río Curaray, él y un grupo de militares se alistaron para localizar el campamento de los misioneros. El viaje de dos días a pie y en canoa los llevó a Palm Beach. “Cuando vi el avión destrozado supe que todos habían muerto”, dijo Frank. Sus temores se hicieron realidad cuando vio flotando aquellos fuertes hombros que había seguido por varios senderos en la pesada amazonía. Roger aún vestía su camisa blanca, sus jeans y un par de zapatos deportivos.
Propósitos eternos
El misionero nacido en Montana fue enterrado junto a sus compañeros en una fosa cavada por el ejército, no muy lejos de Palm Beach. Durante el funeral, en medio de una tormenta tropical y de todos los “¿por qué?”, Frank pensó: “Dios permitió que esto sucediera. Dios quería que ellos hablaran al mundo”.
Muchos años después, para una entrevista con Misión Avant Ministries, Bárbara afirmó “Dios estaba en control. La pregunta no fue nunca ‘¿Por qué?’, sino ‘¿Cómo?’, ‘¿Cómo Dios podía utilizar esto para Su gloria?’”. Ella, entonces viuda y con dos hijos a cargo, no consideró dejar de inmediato el campo misionero y permaneció en Ecuador diecinueve años más.
Después de la muerte de su esposo, el testimonio de Bárbara causó gran impacto entre los indígenas, quienes esperaban que tomara venganza. De hecho, un jefe shuar le ofreció enfrentarse a los huaoranis responsables. Al ver su respuesta negativa, el jefe Tsantiauco se convirtió al cristianismo y, como resultado, fue asesinado por su tribu.
El poema que Roger no terminó encontró su conclusión en las cientos de almas de todos aquellos que al oír su historia reconocieron a Cristo como Señor y Salvador:
Hay una búsqueda por un amor honesto,
que viene de un alma sacudida por la tormenta;
la búsqueda por ganar a Cristo,
bendecir a los ciegos, a los golpeados, a los perdidos.
Quienes buscaron, encontraron el amor celestial
y se llenaron de alegría divina.
Referencias y bibliografía
The Auca Story: The Roger Youderian Story - The Man from Montana | Elisabeth Elliot
Counting the cost | Avant Ministries
Roger Youderian’s Poem | Heritage Baptist Church
Northwestern goes Southeastern – to Ecuador | Northwestern College
Elliot, Elisabeth (2005). Through Gates of Splendor. Wheaton, IL: Tyndale. ISBN 0-8423-7151-6.
Through Gates of Splendor (1956) de Elizabeth Elliot. Wheaton, Illinois: Tyndale House Publishers, pp. 74, 75, 152, 153.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |