Un 6 de marzo nació Miguel Ángel (o Michelangelo Buonarroti), un escultor, pintor, poeta y arquitecto italiano del renacimiento (ss. XIV-VI), que vivió en Italia a lo largo de su vida (1475-1564), especialmente entre Florencia y Roma, donde con ayuda de sus mecenas trabajó en sus principales y grandes obras como la capilla de los Medici, El David, la bóveda de la Capilla Sixtina, la cúpula de la basílica de San Pedro y la Pietà.
Toda la vida artística de este personaje ha sido analizada con detalle a lo largo de los siglos y en multitud de escritos; sin embargo, la parte religiosa de su vida suele mantenerse en cierta oscuridad, especialmente en cuanto a su fe personal.
Como es bien sabido, la Reforma protestante fue un movimiento religioso que surgió en el siglo XVI, y que, como Miguel Ángel, fue un producto del movimiento cultural del renacimiento. De hecho, como nota curiosa, un 31 de octubre Martín Lutero hizo públicas sus 95 tesis contra las indulgencias del Vaticano, y un 31 de octubre del mismo siglo Miguel Ángel develó su gran fresco, El juicio final (1541), en el Vaticano. Ambos movimientos, el Renacimiento y la Reforma, impactaron a su manera la Italia de Miguel Ángel.
Del renacentismo aquel gran artista fue un representante, e incluso se ha dicho que lo superó, pero ¿tuvo Miguel Ángel alguna afinidad con el protestantismo?
Para responder a la última pregunta debemos considerar un grupo religioso en Italia: los «spirituali»; es decir, los espirituales, en contraste con los «mundanos». Este fue un movimiento reformista italiano, parte del fenómeno del «evangelismo italiano» entre las décadas de 1530 y 1550, el cual buscaba la reforma de la iglesia de Roma desde dentro de ella. Estos deseaban hacerlo a través de una renovación espiritual del individuo cristiano por medio de la oración y el estudio diligente de la Escritura en el Espíritu, antes que por la ley, el dogma, la liturgia o lo sacramental.
Debido a su lectura de reformadores magisteriales como Martín Lutero, Felipe Melanchthon, Juan Ecolampadio, Martín Bucero y Ulrico Zuinglio, tenían ideas claramente influenciadas por el protestantismo, como una creencia consoladora en la justificación por la fe. Su fundador y líder fue el reformista y literato español Juan de Valdes (1509-1541), quien residía en Nápoles.
Algunos personajes ilustres asociados a este movimiento fueron los reformadores italianos Bernardino Ochino (1487–1564) y Pedro Mártir Vermigli (1499-1562), y los cardenales romanistas Gasparo Contarini (1483-1542) y Jacopo Sadoleto (1477-1547). Una obra espiritual notable de este movimiento fue el Beneficio de Cristo (1543) del monje Benedetto Fontanini (c. 1490-c. 1556), que precisamente trataba de la sola fe en Cristo.
Reginald Pole (1500-1558), cardenal inglés y amigo del reformador Vermigli, era el líder de los «spirituali» en Viterbo, una ciudad entre Florencia y Roma (entre las que se movía Miguel Ángel). Algunos de los miembros del movimiento allí eran Pietro Carnesecchi (1508-1567), Marcantonio Flaminio (1498-1550) y Vittoria Colonna (1490-1547). Como es notable, este movimiento estaba compuesto de personas ilustres y elitistas.
Vittoria, la «marquesa de Pescara», fue una poetisa importante del renacimiento italiano, pero también fue una amiga cercana de Miguel Ángel. Siendo ella una viuda, y él un hombre solitario, ambos compartieron una amistad «platónica» por casi 10 años, hasta la muerte de la poetisa. Esta amistad se expresó a través de su intercambio de cartas y poemas, que ambos se dedicaban entre sí. Miguel Ángel la llamaba cariñosamente «Divina Donna».
Fue a través de esta profunda relación amistosa que «Michelangelo» se acercó a los «spirituali». Así, durante su amistad con Vittoria, y en los últimos años de su vida, este experimentó una vida religiosa más profunda, casi como una «conversión», estando ya vinculado a los «spirituali». Esto fue gracias a su cambio de perspectiva en cuanto a la manera de obtener la salvación: no ya por obras, sino por el don divino y gratuito de la fe.
Esto último lo expresó en poemas o sonetos que escribió por aquel tiempo, y que son mayoritariamente oraciones a Dios, en los que, por ejemplo, hablando de las obras, dice: «Solo Tú [Señor] eres la semilla de las obras castas y pías». Y en otro lugar, elevando la obra de Cristo sobre las suyas, dice: «Me dirijo a ti, Señor, pues todos mis esfuerzos no pueden hacer bienaventurado a un hombre sin tu sangre».
De esta manera, Miguel Ángel hallaba consuelo en la fe de Cristo: «Extiende hacia mí, mi Señor, esa cadena a la que está atado todo don celestial, a saber, la fe, a la que me aferro con entusiasmo, pero que, por mi culpa, no poseo plenamente».
Pero no solo conocemos la fe de Miguel Ángel por sus poemas y correspondencia con Vittoria, sino también por sus últimas pinturas.
El último juicio (1541) es uno de sus más admirados frescos, que realizó mientras Vittoria era su consejera espiritual, y se han identificado sutiles referencias a su fe personal. En el centro de la pintura se encuentra la figura de Cristo como el juez final en el último día. A un lado y un poco más abajo, se puede apreciar a San Bartolomé, quien sostiene un cuchillo en una mano y en otra la piel entera de un hombre, aunque desollada y vacía, cuyos rasgos faciales se asemejan a los del autor, por lo que se ha considerado un autorretrato de Miguel Ángel (algo común de los pintores en aquella época).
Pero más allá de las observaciones artísticas, un autor percibe en este autorretrato «la creencia protestante de que uno se enfrenta a Cristo desnudo e indefenso, desprovisto del manto de las buenas obras, y que la salvación es una cuestión de elección hecha por la fe en el sacrificio de Cristo como un don gratuito para todos».
Igualmente, el fresco La crucifixión de San Pedro (1550) representa a un enojado apóstol Pedro, que con una mirada molesta observa a sus espectadores en la Capilla Paulina del Vaticano (donde la pintura se encuentra). Como dice otro autor: «Los ojos furiosos de San Pedro debieron ser especialmente incómodos para los cardenales ricos reunidos en ese mismo espacio».
Pero el trabajo de Miguel Ángel que más reveló su fe personal fue la Piedad florentina (1553), una escultura que inicialmente hizo para adornar su propia tumba. Esta la inició después de la muerte de su querida amiga (1547), por lo que para él fue un tiempo de reflexión acerca de la mortalidad humana. De hecho, ya en un poema a Vittoria, él consideraba llamativamente el hecho de «que la imagen viva, esculpida en la dura piedra alpina, dura más que su creador, al que los años convierten en cenizas».
En esta Piedad se representa a Cristo sostenido por la virgen María, María Magdalena y Nicodemo. Este último es la figura más alta y se impone sobre las otras. De forma interesante, este Nicodemo es al mismo tiempo nuestro Miguel Ángel, quien se representó a sí mismo como aquel líder judío del sanedrín que seguía a Jesús en secreto. Pero este hecho encubre algo más. La autorepresentación del autor como este personaje no es casual y da testimonio de su situación espiritual.
Los «spirituali» eran también conocidos como «nicodemistas», un término peyorativo acuñado por Juan Calvino para referirse a quienes eran simpatizantes ocultos del protestantismo dentro de la iglesia de Roma. Pero para estos Nicodemo no era un nombre del que avergonzarse, ya que su poseedor fue un hombre honrado que a su manera siguió a Jesús. Los espirituales deseaban mantener una conformidad externa con Roma, mientras buscaban posiciones de autoridad desde las que pudieran implementar algunas reformas, para así no provocar el cisma en la Iglesia, como creían que habían hecho reformadores como Calvino.
A partir de lo anterior se entiende que Miguel Ángel, al representarse como Nicodemo, se identifica personalmente con este en la manera secreta de seguir a Jesús; lo adora como Nicodemo: con una única fe consoladora en él, pero desde atrás, oculto. Y, entendiendo esto en su contexto histórico, un autor señala que «representa su participación en el movimiento nicodemista y puede servir como confirmación de su postura en cuanto a la justificación por la fe».
Para este tiempo muchos de los líderes espirituales de Viterbo ya habían muerto. El cardenal Pole fue la última esperanza de los «spirituali», pero perdió por un voto su elección al papado en 1549. Después de que la justificación por la «sola fe» fuera declarada herética en el Concilio de Trento (1547), estos comenzaron a ser identificados y perseguidos a través de la «contrarreforma». Pole fue acusado de herejía por el Papa Paulo IV, y los libros de Valdés y Ochino fueron prohibidos por la Inquisición.
Así las cosas, los años posteriores fueron duros para los «spirituali», y en especial para Miguel Ángel. Imaginamos que su secretismo fue mayor, expresado en su Piedad florentina. Pero en un suceso extraño, en 1555, atacó esta escultura, quizás en un intento de destruirla, y quizás a causa de la difícil condición presente del nicodeismo representado en ella.
A pesar de todo, Miguel Ángel permaneció hasta su muerte (en 1564) dentro del orden eclesial de la iglesia de Roma, y nunca fue cuestionado ni perseguido por la Inquisición. Su relación con la iglesia romana en general fue buena, y el fruto de ello se ve en las grandes obras artísticas y arquitectónicas que realizó para el Vaticano, con las cuales alcanzó una gran fama y una cómoda posición económica.
No obstante, como ha dicho un autor, y como se ha mostrado aquí, «sus últimas obras de arte y poesía reflejan una espiritualidad cada vez más profunda, con inconfundibles afinidades con la doctrina protestante». Aún más, ha sido llamado un «Lutero secreto», que a través de su arte, y no de la revolución, expresó sus ideas reformistas. ¿Fue Miguel Ángel un protestante? Afirmar esto sería exagerado. Es más adecuado decir que fue un cristiano católico de su tiempo con interés y afinidad por ciertas doctrinas protestantes, entre ellas la de la única fe en Cristo, que parece ser la que más influenció su espiritualidad.
Bibliografía: Introducción a la historia del arte, «El Renacimiento», ed. Rosa Maria Letts (Cambridge University Press, 1981); Edith Carolyn Phillips, Does Michelangelo's poetic veil shroud a secret Luther? (University of South Florida, 2009); Valerie Shrimplin-Evangelidis, Michelangelo and Nicodemism: The Florentine Pietà en The Art Bulletin, vol. 71 (CAA, 1989); y Simonetta Carr, Michelangelo And His Struggles Of Faith en Place for Truth (6 de junio de 2017).
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