En estas últimas semanas, palabras como “elección”, “candidatos” y “votación” se han oído en varios idiomas por todo el mundo. Esto no se debe a una campaña política, sino al reciente fallecimiento del papa Francisco (1936-2025). Su muerte ha generado una pregunta fundamental para el mundo católico romano: ¿quién tomará su lugar? ¿Cómo se desarrollará la designación de aquel a quien consideran el nuevo sucesor de Pedro?
Para las Iglesias ortodoxa oriental, anglicana y protestante, el papa es solamente el obispo de Roma. Sin embargo, la Iglesia católica considera que es el sucesor directo de Pedro, la cabeza visible de la Iglesia, el representante de Cristo, el pastor y maestro infalible en temas de fe y prácticas, y quien gobierna la sede eclesiástica con mayor preeminencia dentro del mundo cristiano. Pero este influyente obispo no llega nunca a ese puesto por sí solo: es elegido como el candidato más idóneo por medio de un largo proceso de votaciones. Así pues, desde un punto de vista histórico, ¿cómo se estableció el proceso de elección papal a lo largo de los siglos?
(Nota: Aunque a lo largo del artículo acogemos el término "papa" para referirnos a la figura que el catolicismo considera como la máxima autoridad de su institución, creemos que Cristo es la única cabeza de la Iglesia).

La elección de un nuevo papa hoy
Veamos primero las especificidades de la elección de un papa en la actualidad. “Cónclave” es la palabra clave aquí, pues se refiere a la asamblea de cardenales que se reúnen en privado para elegir a quien será el nuevo papa. Dicho término proviene del latín conclāve, que significa literalmente “lugar cerrado con llave”, lo cual ilustra lo hermético y privado que es todo el proceso.
En términos generales, ¿cómo se lleva a cabo esta elección? El cónclave se debe iniciar luego de que las ceremonias fúnebres del papa fallecido se han realizado conforme a lo establecido en varios documentos papales. También es posible que un sumo pontífice renuncie, aunque históricamente ha sido muy inusual. Habiendo sucedido uno u otro evento, dicha posición queda vacante hasta que el nuevo sumo pontífice sea elegido.
Como lo expresó Pío XII en la constitución Vacantis Apostolicae Sedis (1945), que regulaba la elección pontificia en su tiempo: “El derecho de elegir al romano pontífice pertenece única y exclusivamente a su eminencia los cardenales, con total exclusión y remoción de cualquier intervención de cualquier otra dignidad eclesiástica o potestad laica de cualquier grado y orden”. El lugar donde se desarrolle el cónclave debe estar dentro del territorio del Vaticano. Los votos de todas las rondas son escritos y secretos, y solamente son válidos cuando un candidato recibe, al menos, dos tercios de los votos emitidos.

Entre las votaciones, los meticulosos procesos de escrutinio y la elección del nuevo papa transcurren una gran variedad de pasos protocolares, pero cuando esto finalmente sucede, se le pide el consentimiento a quien resultó elegido: “¿Acepta su elección canónica como sumo pontífice?”. Si acepta, se le hace la segunda pregunta: “¿Cómo quiere ser llamado?”. El maestro de las celebraciones litúrgicas registra en un acta ambas respuestas. Según los documentos históricos, desde ese momento el elegido pasa a ser papa y cabeza del Colegio Episcopal, adquiriendo así la plena potestad sobre la Iglesia católica. Así concluyen el cónclave y el tiempo vacante del trono de Pedro. Luego, se organiza la presentación pública de quien fue elegido.

El desarrollo de las elecciones papales en la historia
Un proceso de elección papal como el que conocemos hoy no existía antes del siglo XIII; de hecho, la historia de los cónclaves tiene sus inicios en la Baja Edad Media. Pero, ¿cómo se elegía al obispo de Roma —después llamado papa— desde la época antigua hasta los últimos años de la Alta Edad Media?
Sugerir, analizar y elegir: el pueblo y el clero
Los obispos eran elegidos por la comunidad y el clero de la Iglesia católica. Hipólito de Roma, en La Tradición Apostólica, menciona que sólo será “ordenado obispo aquel que (...) haya sido elegido por todo el pueblo (...). Con el consentimiento de todos”. Específicamente en Roma, el nuevo obispo era elegido tras una triple participación de los laicos, el clero de la ciudad y los otros obispos del territorio. Las Constituciones Apostólicas, poniendo el discurso en boca de Pedro, dicen al respecto:
…el obispo que se ordene debe ser (...) elegido por todo el pueblo, quien, una vez nombrado y aprobado, que el pueblo se reúna, con el presbiterio y los obispos presentes, en el domingo del Señor, y que den su consentimiento. Y que el principal de los obispos pregunte al presbiterio y al pueblo si esta es la persona que desean como su gobernante.
Si el pueblo asentía, se hacía una larga ceremonia y oración. Entonces, el nuevo obispo ocupaba su cargo desde la mañana del día siguiente. En resumen, el laicado debía tener un candidato sugerido, luego el clero lo analizaba y, tras elegirlo, se confirmaba por todos. No era un proceso complejo. Un ejemplo de esto es el caso de Ambrosio (340-397), quien en el 374 se convirtió no en obispo de Roma sino de Milán, pero su elección contó con la aclamación del laicado y la ordenación del clero.

Desde el siglo II hasta la primera mitad del siglo IV, no parece que el proceso de elección haya variado significativamente. Según lo que se sabe, no hubo alguna intromisión secular dentro del proceso de elección del obispo de Roma en ese entonces. En cambio, para la segunda mitad del siglo IV, sí hubo algunas intervenciones menores por parte del emperador de turno en la elección de los obispos. Esto también ocurrió con Ambrosio, pues Valentiniano I (321-375) confirmó su obispado. Sin embargo, una vez inició la época medieval, las cosas cambiaron decisivamente.
Injerencias políticas y una bula que lo cambió todo
En la segunda mitad del siglo V, un decreto estableció que sólo podía ser elegido obispo de Roma (el título papa no se usaba aún de manera exclusiva para este oficial, sino que eso sucedió con el paso de los siguientes siglos) quien fuera del agrado del rey. Desde entonces, y hasta el siglo VIII, aunque el proceso de elección “oficial” siguió siendo el mismo, la historia muestra una larga línea de obispos que llegaron al poder papal por la intervención del poder secular: el rey los elegía o confirmaba su elección. Sin embargo, poco a poco la decisión secular fue tomando un mayor protagonismo, lo cual se aprecia claramente en los inicios del que sería el Imperio carolingio.
A finales del siglo VIII, el papa Adriano I (m. 795) le otorgó al rey Carlos (742-814) la potestad de ordenar o investir al nuevo obispo de Roma, aunque esto no se puso en práctica de manera constante y definitiva. En cambio, durante la primera mitad del siglo XI, en el contexto del Sacro Imperio Romano Germánico, la influencia secular en esa decisión fue considerable. Al parecer, en ese entonces era una condición que los gobernantes de Roma confirmaran la elección papal y que el proceso se hiciera en presencia de los representantes del emperador. Sin embargo, eso no duró mucho.

Como señala el historiador británico Michael J. Walsh, en la segunda mitad del siglo XI —más exactamente en abril de 1059—, el papa Nicolás II (m. 1061) promulgó la bula In Nomine Domini, en la cual establecía que el método de elección del nuevo papa sería por la votación de los cardenales. Este documento fue crucial, pues limitó así el alcance del poder político en esta decisión eclesial. Sin embargo, el pueblo siguió conservando su injerencia en este asunto.
J. N. D. Kelly, teólogo e historiador británico, comenta que el proceso establecido por Nicolás II consistía en que “los cardenales obispos debían elegir efectivamente al papa, luego se debía traer a los cardenales clérigos y, finalmente, el clero restante y el pueblo debían dar su asentimiento”. Además, se permitía “la elección de un clérigo no romano y la celebración de la elección fuera de Roma”. Con la bula In Nomine Domini, se puso la primera piedra de las reformas en la elección de esta figura tan importante para la Iglesia católica.
Otras estipulaciones importantes tuvieron lugar entre los siglos XII y XIII. Durante el Tercer Concilio de Letrán, en 1178, el papa Alejandro III (m. 1181) confirmó la bula de Nicolás II, pero añadió, por ejemplo, que la elección del nuevo papa sería efectiva por la votación de los dos tercios de los cardenales. Como ha apuntado el escritor británico Sir Nicolas Cheetham, en estas estipulaciones de Alejandro III ya no se da lugar al papel de poder secular en la elección y confirmación del nuevo papa. Tampoco se contempla la participación del laicado, cuya intervención, antes significativa, había sido ya reducida a un mero asentimiento simbólico desde la reforma de Nicolás II.

En mayo de 1274, durante el Segundo Concilio de Lyon, el papa Gregorio X promulgó una serie de reformas fundamentales para la elección del sucesor pontificio. Por ejemplo, estableció que el lugar de la elección debía ser el mismo en que había fallecido el papa anterior; que los cardenales debían reunirse en una habitación completamente cerrada, sin que nadie pudiera comunicarse con ellos. Muy pronto, tras su fallecimiento en 1276, todo esto se hizo efectivo. Su sucesor, Inocencio V (m. 1276), quien ocupó el cargo por solo cinco meses, fue ordenado de acuerdo con las nuevas reglas e inauguró así lo que hoy conocemos como “el cónclave”.
Sin embargo, antes de la elección de Inocencio V, el propio Gregorio X había sido elegido en Viterbo en condiciones de encierro forzoso —una práctica que buscaba evitar influencias externas en la decisión— y, poco después, él mismo formalizó al establecer el sistema del cónclave en 1274. Así pues, en el siglo XIII se establecieron muchos de los procedimientos que siguen vigentes hasta hoy. Con el pasar del tiempo, y debido a razones principalmente históricas, Roma —especialmente la Capilla Sixtina— se fue asentando como sede de la votación, los candidatos al papado han sido cardenales, y la mayoría de elegidos fueron de origen italiano (desde 1523 hasta 1978); aunque nada de esto fue prescriptivo.

En la actualidad, los detalles sobre el cónclave no se remiten directamente a las estipulaciones de los siglos XI o XIII. El proceso de elección papal fue objeto de reformas durante el siglo XX, y las normas que hoy están vigentes provienen de las constituciones papales de ese entonces:
- En 1904, Pío X abolió el derecho de veto que aún ejercían algunas monarquías europeas y reforzó el aislamiento de los cardenales.
- En 1945, Pío XII estableció normas detalladas sobre la sede vacante y el papel del Colegio Cardenalicio, dejando claro que solo los cardenales podían elegir al nuevo papa.
- Pablo VI, en 1975, fijó el límite de 120 cardenales electores y excluyó del voto a los mayores de 80 años, además de regular que el cónclave se realizara en la Capilla Sixtina.
El documento más importante en este tema es la constitución apostólica Universi Dominici Gregis (1996) de Juan Pablo II, que estableció, entre otras cosas, la necesidad de una mayoría de dos tercios para una elección válida. Finalmente, con las modificaciones que fueron realizadas por Benedicto XVI en Normas Nonnullas (2013), se aseguró que esa mayoría cualificada fuera siempre obligatoria, y se introdujeron medidas más estrictas de seguridad y confidencialidad. Las reformas del siglo XX sentaron las bases del sistema que permanece vigente hasta hoy.

Conclusión
La historia sobre el cónclave como proceso de elección papal es interesante, porque se desarrolla al ritmo de la historia de la Europa medieval. Poco a poco, las regulaciones de la Iglesia católica velaron por hacer de la elección del nuevo papa un procedimiento único, privado y solemne. A lo largo de la historia, ha existido una diversidad de cónclaves: unos cortos (tan solo de días), otros largos (de varios meses), y unos extremos (de más de dos años).
Que hoy los procedimientos solo tomen algunos días puede indicar un proceso de evolución dentro de la Iglesia católica, desde los tiempos medievales hasta hoy, así como de su posición política y social en el ámbito mundial, pues en la actualidad no hay factores evidentes o significativos que afecten su independencia. Hoy, la atención internacional se centra en Roma, por eso quisimos adentrarnos un poco en la historia de la elección papal y el intrigante cónclave.
Referencias y bibliografía
Pío XII, Vacantis Apostolicae Sedis (1945).
Código de Derecho Canónico (349).
Juan Pablo II, Universi Dominici Gregis (V, 62).
Juan Pablo II, Universi Dominici Gregis (7, 87–92).
Constituciones Apostólicas (VIII, 2, 4).
Michael J. Walsh, The Cardinals. Thirteen Centuries of the Men Behind the Papal Throne (2010). Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, p. 5.
J. N. D. Kelly, The Oxford Dictionary of Popes (1986). New York: Oxford University Press, p. 151.
Sir Nicolas Cheetham, Keepers of the Keys. A History of the Popes from St. Peter to John Paul II (1982). New York: Charles Scribner’s Sons, p. 121.
Michael J. Walsh, The Conclave. A Sometimes Secret and Occasionally Bloody History of Papal Elections (2003). New York: Sheed & Ward, p. 85ss.
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