A Gabriel Ángel Espina Fernández, maracucho a mucha honra, no le importó que en el 2022 se registrara un aumento del 86 % de las dinámicas migratorias en la frontera terrestre entre Colombia y Panamá. Tampoco fue su prioridad conocer que los efectos económicos del COVID-19, junto a la inestabilidad política y la violencia son algunas de las razones por las que él y sus compañeros tuvieron que dejar su país.
No, hace un año Gabriel solo quería quitarse el lodo de las botas, poner otro cubito de panela en su boca, limpiar el sudor de su frente y seguir cuesta arriba la loma conocida como “La Llorona”, que ha reclamado las lágrimas y las fuerzas de los que la suben para alcanzar un futuro mejor, a 4300 km en la frontera de México con USA. Mientras avanzaba, solo un pensamiento ocupaba su mente: “tengo que llegar”. Esa pequeña oración ha sido su compañera desde el inicio de su travesía, que comenzó a las puertas de su casa en el 2019 cuando, sin despedirse de sus padres, partió a las 2:30 de la mañana hacia Argentina.
El trayecto del migrante latinoamericano comienza en su propio continente, donde las rutas y los caminos lo llevan naturalmente a Colombia, Ecuador, Perú, Argentina y Chile. La Plataforma Regional de Respuesta a Refugiados y Migrantes de Venezuela afirma que son 7 millones las personas que están viviendo en o transitando por los países sudamericanos. Esta situación ha modificado la realidad social y económica de dichos Estados, que no cuentan con los procesos de regularización pertinentes para otorgar servicios sociales, atención médica, educación y seguridad para quienes se han desplazado de su lugar de origen.
Hambre, corrupción y extorsión
Con $280 dólares en el bolsillo, Gabriel viajó de Pasto a Ipiales y, junto a otras personas, pagó para cruzar en una jaula el río de la frontera. Ecuador los recibió con una cama de asfalto y con el frío de la sierra. Sin dinero ni comida, Gabriel solo podía llevarse a la boca una porción de desesperación y varios recuerdos de su familia. En medio de la noche, alguien se acercó con una tarrina de sopa. Este pequeño pero significativo gesto provocó el llanto de una de sus compañeras y renovó las fuerzas del grupo para continuar el viaje.
Mientras bajaban por el continente, se encontraron con varios centros de ayuda humanitaria, pero el deseo latente de todos era avanzar, algunos hacia Argentina y otros hacia Chile. En su trayecto, el migrante ve cara a cara la corrupción: desde la policía hasta los coyotes; desde los que se aprovechan de su situación y recurren a la extorsión, hasta los que buscan negociar con una funda de fideos instantáneos a cambio de dólares.
El grupo cruzó la frontera Huaquillas-Tumbes, huyó de la policía peruana y se enfrentó con la boliviana, que los amenazó con llevarlos a prisión si no les daban dinero. Lograron tomar un bus y llegar a la Paz, donde cambiaron sus ropas para ocultar su procedencia, y así perdieron un poco de su identidad para alcanzar su meta.
El 43 % de los migrantes del Triángulo Norte que fueron encuestados por el BID dicen que una de las principales causas de la migración es la reunificación familiar. Precisamente, entre los motivos de Gabriel para dejar su país, viajar de Bolivia a Argentina y trasladarse a Santiago de Chile estaba el reunirse con su esposa y su hija. Sin embargo, la economía no fue suficiente y después de algunos meses, decidió migrar a Estados Unidos.
El sueño americano
De forma oportuna, Estados Unidos planificaba abrir sus puertas a venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses en esa época, por medio del Programa de Regularización Humanitaria. Según el informe de Tendencias Migratorias en las Américas, desarrollado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 22 755 migrantes ingresaron al programa de regularización humanitaria.
Con maleta en mano y algunos cientos de dólares, Gabriel decidió subir de nuevo el continente, esta vez hacia Norteamérica. Recorrió el desierto peruano, pagó $30 dólares a la policía fronteriza para que lo dejaran pasar, caminó por carreteras y contrató a un coyote para que lo ayudara a cruzar todo Ecuador. En Colombia le quitaron su cédula y, con eso, su sentido de pertenencia. “Por un momento pensé que no era ciudadano de nadie”, expresó.
Gabriel pasó unos días en Maracaibo, en su casa. Allí estuvo con sus padres, pudo besarlos y despedirse de ellos antes de continuar su camino. Esta vez compartió sus planes: se dirigía a Estados Unidos. Sin embargo, antes de acariciar el sueño americano, tuvo que pasar por uno de los trayectos más crueles de Centroamérica, la zona de 575 000 hectáreas, conocida como el Tapón del Darién, ubicada entre Colombia y Panamá.
El miedo es el precio
Esa región ha sido inconquistable desde la llegada de los colonizadores que pisaron América. Ni los españoles, ni los piratas, ni los exploradores, ni los escoceses pudieron con la indomable selva. Incluso hoy, el sistema de carreteras que une a casi todos los países del continente, conocido como la ruta Panamericana, se interrumpe abruptamente por los 130 kilómetros que conforman el territorio del Darién. Es una tierra pantanosa que se ha convertido en el nido del crimen organizado.
- ¿Tuviste miedo?, le pregunté.
Con firmeza, Gabriel contestó:
- El miedo es el precio que se tiene que pagar.
Según la organización WOLA, en el 2021 se produjeron 133 726 cruces del Tapón del Darién, una cifra mayor que la de los años anteriores. Los principales países de origen de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo que lo cruzaron fueron: Venezuela (6951), Haití (2195), Cuba (1579), Senegal (1355), Angola (934), Brasil (606), Ecuador (561), Bangladesh (447), Ghana (400), Congo (394), India (372), Nepal (292), Uzbekistán (280), Somalia (254) y Colombia (252).
En el 2023, las autoridades panameñas informaron que un total de 78 585 migrantes transitaron de manera irregular por Panamá desde Colombia entre enero y marzo. De ellos, 25 666 eran venezolanos, 21 804 haitianos y 13 842 ecuatorianos.
Gabriel y su hermano llegaron a la frontera con Panamá un 3 de julio. El dolor de dejar su país, su tierra y su familia era insoportable, pero debían continuar, aunque eso implicara pasar hambre, agotamiento físico y angustia. Con tal de tener un futuro mejor, valía la pena.
Arribaron a Montería, un municipio en el norte de Colombia, a algunas horas del Darién. Allí se equiparon con todo lo necesario. La selva es cruel con quienes la atraviesan, los pone a merced de infecciones, serpientes, mosquitos, plantas venenosas y heridas. Es despiadada con los que no llevan medicamentos y suministros para cortes, lesiones, ampollas, fracturas, golpes y dolores de todo tipo. Es brutal para los que no llevan panela o caramelos; a pocos kilómetros del inicio del camino, el cansancio, la desesperación y la fiebre los vencen.
En su mochila, Gabriel guardó galletas, suero, fideos Maruchan [una marca de fideos instantáneos] y mucha agua. Entre su chaleco y una rodillera, escondió todo el dinero del viaje, que muy pronto desapareció entre los pagos a los coyotes, los pasajes de bus y más comida. Junto con cuarenta personas de todas las edades, con sus diferentes acentos y cientos de historias, se embarcaron en una lancha que por $600 dólares los llevó hasta la mitad de la selva, desde Capurganá (Colombia) hasta el campamento en Carreto (Panamá). Allí, más de mil personas esperaban su turno para comenzar su trayecto por la jungla.
Dulces compañías en el agrio camino
Una de las alegrías del migrante es la amistad que construye con otras personas a su alrededor. Esto no solo es beneficioso para su estado mental, también es una garantía de supervivencia frente a los grupos criminales. Las mafias y los abusos de todo tipo abundan en territorios donde los más necesitados se vuelven vulnerables. La ACNUR afirma que, de entre sus migrantes entrevistados en la selva del Darién, 1 de cada 10 viajaban con personas que habían sufrido algún tipo de violencia psicológica, física o sexual durante el trayecto.
Al recordar su travesía, Gabriel afirma que la hermandad de los que realizaron el viaje se fortaleció en la aflicción compartida, “cuando alguien no tenía comida o agua, compartíamos. Si alguien necesitaba dinero, lo dividíamos. Los amigos fueron cruciales para salir de ese lugar”. El grupo pagó $350 a un indígena para que los guiara por la espesura del terreno. “El primer día la selva nos dio la bienvenida con un espectacular atardecer. Escuchamos todos los sonidos de pájaros y animales”.
Gabriel caminó por una hora y media cuesta arriba. Su cuerpo no estaba acostumbrado al calor, la falta de brisa, la humedad y el esfuerzo físico que exige la selva. A su alrededor había otras personas en condiciones más desafiantes: algunos con muletas, otros de la tercera edad y muchos con niños pequeños. Después de subir la loma, el grupo se preparó para acampar. La cena consistía solo de atún en lata y galletas. De acuerdo a las entrevistas de la ACNUR, el viaje por la selva del Darién es de mínimo dos días y máximo doce, dependiendo de las condiciones del grupo y de la jungla.
De cara a la muerte
El segundo día caminaron río abajo y fue la primera vez que escucharon gritos y disparos. El guía les dijo que se tiraran al suelo y guardaran silencio. Gabriel solo pensaba “Dios mío, esto no es fácil. No me dejes aquí. Dame fuerzas”. Es muy común que las bandas criminales que pasan por la selva, roben, abusen, extorsionen y secuestren a los migrantes. Por eso, ir en grupo es crucial, aunque no sea garantía de salvación.
Según un informe de Human Rights Watch, la modalidad de los asaltos suele ser la misma. Los delincuentes emboscan a un grupo de migrantes, les apuntan con pistolas, les botan de rodillas al piso y les exigen dinero. Toman sus pertenencias, ropa y recursos. Entre julio y septiembre de 2022, 219 migrantes y solicitantes de asilo fueron entrevistados en Costa Rica por la Red Mixed Migration Centre. El 97 % de ellos reportó lesiones, enfermedades y muertes, agresiones relacionadas con robos y violencia sexual, así como otros tipos de violencia física.
De vuelta con Gabriel y sus compañeros, cuando ya pudieron levantarse del suelo, vieron a una mujer que fue víctima de las bandas delictivas. Afirmó que hombres armados atacaron a su grupo, robaron todas sus pertenencias y la agredieron física y sexualmente. Los guías/coyotes no pueden hacer nada al respecto o, en algunos casos, se asocian con los grupos armados. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo explicó que el flujo migratorio será difícil de detener, “lo que sigue haciendo lucrativo y angular el tráfico de personas por medio de coyotes”.
Para identificar a los migrantes, los guías/coyotes colocan brazaletes rosados en sus muñecas. Después de un tiempo de caminar y descansar, Gabriel se dio cuenta de que su guía los había abandonado, una realidad común de la selva. Gabriel recuerda que el camino era duro, no sentía las piernas y las personas poco a poco se quedaban atrás. Al quinto día se terminó el agua y la comida era escasa. “¿Quién hubiera pensado que Maruchan alimentaría a tantos en estas circunstancias?”, pensó.
El grupo llegó al lugar en el que comenzó su último trayecto: La loma de la Llorona. Una colina empinada de 2 kilómetros hecha de lodo, agua y derrotas. No hay otra manera de llegar a su destino que pasando por este trecho. En la subida, Gabriel vio cómo una persona se caía del barranco y se rompía la clavícula. Pasó cerca del primer muerto, un haitiano, y al verse cara a cara con la muerte, el primer pensamiento de arrepentimiento cruzó por la cabeza de Gabriel “¿Qué hicimos?, ¿y si no llegamos?”.
En cuanto a las tragedias humanas, el Informe de Tendencias Migratorias afirma que de enero a diciembre de 2022 se perdieron 1268 vidas en trayectorias migratorias entre Norteamérica, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. Fallecieron 232 mujeres, 616 hombres, 91 menores y 329 casos sin identificar.
Carne de buitre y un adiós
La incesante lluvia desanimó a muchos, pero no lo suficiente para regresar. Les dijeron que el campamento “El abuelo” estaba cerca. Las promesas llegaban con más kilómetros, dolor, hambre y agotamiento. La meta no era como se la imaginaban, contaba con cientos de personas que esperaban su turno para seguir a la recepción migratoria de San Vicente, en Panamá. El grupo juntó dinero para comprarle un poco de comida a una de las mafias que merodean el campamento y se aprovechan de los que desean cruzar. Por algunos dólares compraron tarrinas de “pollo con arroz”.
Sin embargo el sabor y la textura eran diferentes. Gabriel buscó cerca del lugar donde consiguieron el alimento y, con espanto, vio cadáveres cocinados de buitres que habían servido para llenar sus estómagos. No pudo reclamar, no pudo decir nada, el peligro de levantarse contra estas bandas puede traer como resultado la muerte.
En el campamento de “El abuelo” se levantan carpas improvisadas con plástico que sirven para dar refugio al migrante por algunas noches, hasta que los botes los llevan al siguiente punto de su travesía. “Sergio”, un hombre de 22 años, con sueños de prosperidad, con alegría en el cuerpo y con un ánimo contagioso se paseaba por el lugar conversando con los recién llegados.
“Era bien agradable” –recordó Gabriel, de 29 años– “pero su vida se acortó una noche a las 10 p.m., cuando le picó una culebra. Es mucho decir que duró vivo veinte minutos. Los encargados del campamento lo dejaron botado, convulsionando y expulsando espuma por la boca. Tuve miedo y fue cuando decidí seguir mi camino”.
Más cerca del objetivo, más dificultades
Entre hoteles, buses, puestos de migración, campamentos de la ONU y carreteras, Gabriel, su hermano y otra persona más cruzaron Centroamérica. Es poco decir la felicidad que sintieron cuando vieron la primera señal de civilización: un automóvil. Después de 28 trasbordos desde la frontera en Tapachula, Gabriel llegó a CDMX y se encontró con su tía, la persona que lo ayudó económicamente durante su viaje.
El migrante constantemente requiere que sus familiares le envíen dinero para enfrentar el desplazamiento hacia su meta. Si no tiene alguien que lo ayude, es muy difícil que llegue a su destino.
Algunos meses después de llegar a México, Gabriel fue detenido por la policía federal y estuvo 45 días en la cárcel. Al salir, su resolución era firme, “iré a la frontera”. Según el informe de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) de 2022, basado en datos de 2020, Estados Unidos se posiciona como el país que recibe la mayor cantidad de migrantes internacionales, con un total de 51 millones. El BID asegura que el 74 % de los centroamericanos han decidido radicarse allí por la variedad de oportunidades económicas que ofrece esa nación.
Gabriel consiguió un coyote para ayudarlo a cruzar desde CDMX hasta Monterrey. “Uno no puede cruzar solo por el país porque los carteles y la droga están en todo lado”. El 4 de noviembre, Gabriel se trasladó hasta Monterrey y luego a Matamoros. El viaje de tres días sin comer y sin dormir fue el segundo tramo más difícil desde que salió de Chile. La OIM ha calculado que la ruta entre la frontera de México y Estados Unidos representa una de las más transitadas y donde se registran más fallecimientos y desapariciones. El Proyecto Migrantes Desaparecidos registró que entre enero y diciembre de 2022 murieron o se perdió el rastro de aproximadamente 623 personas.
Gabriel llegó a la ciudad fronteriza de Matamoros justo antes de que el Gobierno de los Estados Unidos anunciara la ampliación del Programa Humanitario de Regularización para nacionales de Venezuela, Cuba, Haití y Nicaragua. Él y otros migrantes consiguieron un departamento hasta ser admitidos en los Estados Unidos por medio de una aplicación móvil de los servicios de Aduana y Protección Fronteriza.
El gobierno acordó tramitar hasta 30 000 autorizaciones de viaje al mes y, a partir del 18 de enero de 2023, los migrantes ubicados en el centro o norte de México que pretendían viajar a Estados Unidos podían utilizar la aplicación para enviar información por adelantado y programar una cita para presentarse en ciertos puertos de entrada terrestres de la frontera suroeste con EE.UU.
Gabriel consiguió tres teléfonos para realizar su aplicación y por varias semanas la ansiedad e impaciencia invadieron su mente, en especial al ver que sus compañeros recibían el correo electrónico con la confirmación de su cita. ¡Estaba tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de su destino! Sabía que si era de Dios, iba a pasar. Finalmente, el 20 de marzo recibió la confirmación de su cita para el 21 de abril a las 2:00 p.m.
Un corazón incompleto
Ahora, Gabriel está en los Estados Unidos. El viaje lo dejó con un corazón incompleto, cuyas partes se encuentran regadas en Venezuela, Argentina, Chile y México. Muchas veces la soledad, la angustia y la tristeza hacen que los días fríos del norte se vuelvan aún más grises. En ocasiones se encuentra pensando en su querida Maracaibo, en sus padres, en su hija y en la cercanía y comodidad de una cultura que dejó atrás. También ha deseado volver a aquello que el dinero no puede comprar.
Hoy en día, está planificando mudarse cerca de su hermano, quien también logró el asilo americano, para así experimentar un poquito de cercanía familiar. Se ha adaptado a una cultura independiente, extraña y próspera, aunque aún no habla inglés. Ha perseverado en su trabajo, aunque le pagan menos de lo que gana su compañero estadounidense, quien tiene menos carga laboral. Sin embargo, da gracias a Dios por haberlo protegido durante su viaje y por continuar mostrándole Su gracia.
La entrevista con Gabriel duró aproximadamente seis horas. Sería necesario redactar un pequeño libro para contar toda su experiencia, todas sus emociones y todos sus recuerdos. Su viaje es uno entre miles que merecen ser compartidos con el fin de visibilizar la realidad de un mundo que espera la redención que se verá en la segunda venida del Salvador. Pero, hasta entonces, ¿cuál debería ser la respuesta de la iglesia y de sus miembros ante los flujos migratorios?
El evangelio y los extranjeros
En diferentes lugares del mundo, la iglesia ha sido el medio por el cual Dios ha traído consuelo, provisión y un hogar a los extranjeros. La Biblia nos muestra que el propio pueblo de Dios, Israel, fue una nación migrante: desde Ur de los Caldeos hasta Canaán, desde Canaán hasta Egipto y desde Egipto hasta la tierra de los amorreos, heteos, ferezeos, cananeos, heveos y jebuseos (Éxodo 23:23). ¿Acaso no suena similar a los trayectos entre naciones que ahora vemos en nuestro continente?
Al recordar que todos somos peregrinos en esta tierra, y que nuestro hogar está en los cielos gracias al sacrificio y obra redentora de Cristo Jesús en la cruz, podemos observar el fenómeno migratorio como una oportunidad para cumplir la Gran Comisión de ir y hacer discípulos de todas las naciones sin necesidad de viajar a otros países o aprender un nuevo idioma. En su soberanía, Dios ha permitido que a nuestros contextos lleguen personas no alcanzadas por las buenas noticias del Evangelio y que buscan esperanza para sus almas.
Para esto, debemos recordar la misericordia con la que Dios ve a los extranjeros que muchas veces son ignorados, discriminados y atacados. El mandato de Dios en la Ley es un trato amoroso, hospitalario y generoso con los extranjeros (Lv 19:33-34; Éx 23:9; Dt 24:17-18). De igual manera, en el relato del buen samaritano (Lc 10:25-37), Cristo compartió el principio del trato con aquellos que no son de nuestra cultura o etnia: amarlos como a nosotros mismos.
Esta convicción proviene de un profundo entendimiento de quién es Dios y de lo que ha hecho por nosotros al adoptarnos como sus hijos, al otorgarnos una ciudadanía y pertenencia por medio de Cristo (Ef 2:11-13), y al llamar a gente de toda tribu y nación para que conforme el pueblo de Dios (Flp 3:20).
La migración, más allá de un problema social, es la oportunidad para glorificar a Dios a través de una comunidad que recibe al migrante, al refugiado y al extranjero como lo hizo Booz con Rut la moabita; que comparte un mensaje de esperanza, como Felipe con el etíope; y que se acerca a otros con compasión y misericordia, tal como lo hizo Cristo con nosotros.
Referencias y bibliografía
- La Plataforma Regional de Respuesta a Refugiados y Migrantes de Venezuela
- Informe de Tendencias Migratorias en las Américas
- ACNUR
- Estudio del Banco Interamericano de Desarrollo
- Informe de Tendencias Migratorias- Informe de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM)
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