Diana no prende su cámara porque es tarde en el Viejo Continente. Ha terminado de acostar a sus dos hijos y, después de una larga jornada, solo quiere descansar. Hace cuatro años y tres meses migró con su esposo y su bebé a España, justo unas semanas antes de la pandemia de COVID-19.
No todos los migrantes comienzan su travesía en crisis y pobreza. Diana es Licenciada en Comunicación Social y trabajó en varios cargos públicos de su país. Su esposo era funcionario del Ministerio de Ambiente y frecuentemente tenía que adentrarse en la selva amazónica ecuatoriana para cumplir su labor. Sin embargo, la difícil rutina de estar separados por veinte días al mes, junto a algunos cambios en su situación familiar, trajo a sus mentes la idea de irse del país.
No estaban completamente convencidos. Para muchos, el sueño americano y el europeo se han presentado como la solución para un futuro mejor, una vida sin preocupaciones y una oportunidad de prosperar. No obstante, al igual que Diana, miles de personas se dan cuenta de que la realidad es muy diferente a la imagen social que hemos consumido de la migración a esos lugares, la cual se ha proyectado por generaciones.
A bordo de un futuro incierto
Después de pensarlo, ella y su esposo decidieron solicitar una visa con el motivo de visitar a su hermana en España. “La idea era probar suerte e invertir”, dice Diana, con un tono que reluce una expectativa diferente a la realidad que vive. En el mes que esperaron la llegada del visado, se vieron con amigos, celebraron cumpleaños y compartieron comidas. Al subir al avión, un pensamiento fugaz y potente cruzó su cabeza: “Me he despedido de todos sin darme cuenta”. La realidad es que no se puede asimilar la carga emocional de las despedidas y las distancias sino hasta que el viaje comienza y un futuro incierto aguarda.
Diana y su familia entraron a Europa por Francia, con sus ahorros, su vida y sus experiencias en dos maletas de 23 kilogramos (una de ellas llena de pañales para su bebé). Los tres días en el país del croissant, de la Torre Eiffel y del romanticismo, pintaron en sus corazones una imagen de prosperidad, bienestar y seguridad; tres días fueron suficientes para alimentar su deseo de permanencia. Sin embargo, esta historia ocurrió unos cuantos días antes de la pandemia, cuyo encierro empañó la idealización del primer mundo y multiplicó su añoranza por un sentido de pertenencia.
A pesar de ser el segundo continente más pequeño del mundo, anualmente Europa recibe a millones de migrantes que, por cierto, después de la crisis sanitaria mundial, aumentaron en número. Muchas veces, los relatos más crudos de la migración europea vienen de personas que cruzaron ilegalmente las fronteras, huyendo de la horrible realidad de los conflictos armados, la opresión y la pobreza. Sin embargo, el Centro Regional de Información de las Naciones Unidas hizo un seguimiento de las cifras de migración europea, el cual dio como resultado que el porcentaje de las personas que entran irregularmente a la UE es mucho menor que el de aquellos que tienen visas legales para su permanencia.
La Comisión Europea también confirmó que las entradas irregulares solo representan una pequeña fracción de la migración hacia la Unión Europea. Ola Henrikson, Director Regional de la Organización Integral para las Migraciones (OIM) en Bruselas, afirmó que las cifras de inmigración regular, aunque sean noticia, deben ser puestas en perspectiva: “Comparemos las cifras para Europa con los aproximadamente 281 millones de migrantes en todo el mundo en 2020, y los 36.4 millones de refugiados en 2023. De este total, la abrumadora mayoría viaja de manera segura y sigue rutas regulares”.
Dificultades para un despegue laboral
Cuando Diana estaba a punto de viajar, compartió sus planes con su amiga Marta. “Al llegar allá, olvídate de tu carrera y de tus planes. Vas a comenzar desde cero”. Diana no asimiló en su totalidad la verdad de esta advertencia y, a su llegada, tuvo que enfrentarse a una realidad desalentadora.
De Francia tomaron un tren hacia Lourdes, en la frontera con España, donde le esperaban sus hermanos. La guardia fronteriza revisó sus maletas y los nervios se apoderaron de su corazón al pensar en todas las medicinas y pañales que habían empacado diligentemente antes de su travesía. Pero nada extraño ocurrió. Al pasar la frontera y llegar a Zaragoza, Diana y su esposo conocieron cara a cara a sus sobrinos, y el reencuentro con sus tíos y primos les dio un sentido de familiaridad en tierra extranjera.
Sin embargo, la felicidad y la comodidad duraron poco tiempo, pues, mientras Diana y su esposo abrazaban a sus familiares, una epidemia mundial se propagaba rápidamente. El COVID-19 encerró a toda la familia en el pequeño apartamento de la hermana de Diana. El ambiente se volvió tenso y comenzaron a surgir conflictos. Los 15 días que pasaron encerrados los llevaron a darse cuenta de que la mayoría de apartamentos europeos no están construidos con el propósito de construir una vida familiar, y empezaron a extrañar su casa en Ecuador.
Confinados, no podían hacer nada. Sus planes de inversión se cayeron y sus ahorros se fueron como agua entre las manos, ya que el costo de vida en España es mucho más alto que el de Latinoamérica. En ese momento, Diana y su esposo comenzaron a buscar trabajo, pero las posibilidades de encontrar uno en su condición de migrantes era limitada. El Centro Regional de Información señaló que la oferta laboral para los no europeos es menor (62 %) que la de los europeos (77 %).
Paola Álvarez, especialista regional de la OIM en Movilidad Laboral e Inclusión Social, dijo que esto muestra “barreras estructurales y discriminación, pero también la existencia de un mercado negro que es tabú”. Los oficios para el migrante se limitan a la limpieza en casas, restaurantes y hoteles, el cuidado de ancianos, los servicios de entrega y las industrias manufacturera y de textiles.
Diana comenzó a vivir la realidad laboral de la que había sido advertida. Con mucho dolor, tuvo que intercambiar su título universitario por horas de limpieza a casas, oficinas y espacios comunes, y diez años de experiencia en comunicación quedaron olvidados en el cuidado a ancianos y niños. Con el fin de sostener a su familia, su esposo Pablo, quien es técnico agropecuario-forestal, trabajó como repartidor de paquetería, cuidador de adultos mayores y montador de muebles. También ha desempeñado labores en construcciones, servicio de limpieza y recolección de basura.
Durante la pandemia, se consideró el cuidado de personas como un trabajo esencial que requería permiso gubernamental para movilizarse. Sin embargo, el gobierno no consideró otorgar la documentación necesaria a los migrantes: “Éramos esenciales para cuidar, pero no para ejercer derechos”. Estas plazas laborales se han catalogado peyorativamente como “trabajo en negro”, pero formalmente se las conoce como economía sumergida.
Las estadísticas de la Comisión Europea muestran que existe una sobrerrepresentación de migrantes en servicios de limpieza, hotelería, trabajo doméstico y construcción, mientras que, en otros sectores, como educación, administración pública, actividades profesionales, científicas y técnicas, hay un mayor porcentaje de empleo para ciudadanos de la UE.
Después de un tiempo, ambos pudieron conseguir empleo legal en la fábrica textil y automotriz, por lo cual recibían entre 400 y 600 euros, un salario básico que no alcanza para cubrir las necesidades del día a día.
Un “jet lag” cultural
Para Diana y Pablo, encontrarse en una cultura diferente, que impactaba todas las áreas de sus vidas, los empujó a valorar lo que tenían en Ecuador y a superarse frente a la nueva realidad. El proceso de asimilación y acoplamiento aún es parte de su rutina: va desde escuchar a su hijo decir “patata” hasta realizar compras con un presupuesto limitado. Poco a poco han adoptado modismos, frases y un acento que les permite mimetizarse y darse a entender a las personas de su entorno. Diana contó que “En muchos sentidos, a pesar de que hablamos la misma lengua, no podíamos comunicarnos, incluso en lo más básico. Por ejemplo, al trapeador aquí se lo conoce como ‘fregona’”.
La distancia ha provocado que Diana ame más su país de origen. Como migrante, se ha encontrado en un limbo en el que la ausencia del sentido de pertenencia desmorona la idealización inicial con la que llegó a aquel país. “Ni de aquí, ni de allá”, comentó. Además, vivir en España ha abierto sus ojos a una realidad: la seguridad y bienestar del ciudadano son visibles en las costumbres, en la arquitectura, en las leyes civiles y en el trato social. Sin embargo, la corrupción de su país, la falta de oportunidades laborales y el irrespeto al espacio público, son tristes recordatorios de las razones por las que migró.
Al mismo tiempo, nada se puede comparar con la memoria de su familia y la añoranza de volver a ver a su padre, quien aún espera pacientemente su regreso. Entre lágrimas y anécdotas, Diana comparte que, antes de migrar, no había comprendido la increíble soberanía alimentaria con la que cuenta Latinoamérica. En Europa, la mayoría de los productos son importados desde Rumania y América a un alto costo económico, por lo que comer saludablemente es un gran peso para el bolsillo de la persona promedio. Mientras que en España un aguacate cuesta 3 euros, en las calles de Ecuador se encuentran cuatro aguacates por 1 dólar.
En muchas ocasiones, esta ecuatoriana ha deseado tirar la toalla. Sin embargo, gracias al apoyo de su familia y de la Asociación de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados en Zaragoza, ve un futuro con esperanza en medio del trabajo, los recuerdos y el deseo de estabilidad.
Viajes con fines académicos
Según los datos del Centro Regional de Información para Europa Occidental, en 2022 el 75 % de los migrantes residentes en la Unión Europea se encontraban en Alemania, España, Francia e Italia. Muchos eran estudiantes internacionales que buscaban una mejor educación con el fin de establecer un futuro profesional. En 2021, de acuerdo con Eurostat, 1.5 millones de personas cursaron estudios de tercer nivel en Europa. Esta cifra aumentó como resultado de la pandemia y de las economías frágiles con políticas inestables de los países en vías de desarrollo.
En agosto, Emilia cumplirá cinco años lejos de su patria y se convertirá en candidata a la ciudadanía alemana. En el 2019 se propuso estudiar una maestría para expandir sus conocimientos y experiencia profesional en ingeniería ambiental. En ese entonces, Alemania ofrecía un atractivo programa de manejo de recursos naturales en inglés que la incentivó a migrar y comenzar su vida desde cero. Las primeras semanas fueron las más difíciles.
El cambio de horario, los trámites de residencia, la señalética y la frialdad de una cultura independiente bajaron las expectativas que se construyen desde este lado del Atlántico, con la facilidad y beneficios que ofrece Europa en la mente. Después de 6 meses de su llegada, el deseo de regresar a lo familiar y conocido no se alejaba. El idioma y el clima fueron sus constantes rivales al realizar simples actividades como comprar una tarjeta de internet, alimentos o prepararse para el frío que azota el continente europeo siete meses del año.
“Dejar a mi familia fue difícil. En Latinoamérica tenemos la costumbre de quedarnos con nuestra familia nuclear incluso después de nuestros estudios. Aquí es diferente”. Emilia conversa con sus padres a diario y encuentra que la tecnología hace más llevadera la distancia y la vida cotidiana.
Mientras estudiaba, decidió buscar trabajo en diferentes lugares, lo que le ayudó a aprender y practicar su alemán. Desde Amazon hasta una panadería industrial, su experiencia laboral abrió sus ojos a la indiferencia de los ciudadanos alemanes hacia el latino. “Lo que más extraño es hablar con la vecina, que me miren a los ojos, que un extraño te preste ayuda en la calle. Aquí tienes que arreglártelas solo”.
En un artículo del diario El País se resaltó que la soledad, el aislamiento, las circunstancias económicas y la sensación de falta de futuro son factores desestabilizadores para la salud mental bajo condiciones de migración. Naturalmente hay más probabilidad de que existan problemas en la salud mental cuando el migrante ha huido de contextos de violencia, pobreza y conflicto. Sin embargo, al estar lejos de lo conocido y cercano, cualquier persona puede ser vulnerable a un cuadro de depresión y ansiedad.
Para Emilia, la amistad con otros estudiantes extranjeros ha sido una fuente de apoyo y compañía que perdura hasta hoy. De hecho, durante la pandemia, muchas personas se quedaron en Europa gracias a los círculos sociales construidos en la lejanía de su hogar, que fueron alimentados por las experiencias, costumbres y cosmovisiones de varios migrantes. Emilia descubrió que la realidad de vivir en otro país no es perfecta y que cualquiera que desee migrar debe prepararse para enfrentar diversos retos que vienen como resultado de su desplazamiento.
Beneficios bilaterales
El otro lado de la moneda es que tanto Diana como Emilia observan que Europa tiene una mejor organización, un desarrollado sistema público de salud, seguridad, posibilidades laborales y garantía de la ley.
El lado de la migración regular ha sido poco documentado; ha quedado rezagado detrás de las historias de dolor, guerra y travesías interminables de los irregulares. Sin embargo, alza su voz al poseer el mayor porcentaje de migrantes en Europa. De hecho, sin el flujo migratorio de ambos grupos, la población del continente europeo podría comenzar a declinar y eventualmente desaparecería. De acuerdo a la Comisión Europea, la demografía es un desafío cada vez más importante: el envejecimiento de la población de ese continente está ejerciendo presión sobre los sistemas de pensiones, y las personas en la UE se están desplazando de este a oeste para ocupar vacantes de trabajo.
Según la Agencia Europea de Asilo, la Unión Europea alcanzó 1.14 millones de asilos en 2023, un nivel mucho más alto que los récords del 2016. Para asegurar el cuidado de los ciudadanos europeos y la integridad de las naciones que forman parte de la UE, a inicios del 2024, el Parlamento Europeo aprobó la nueva legislación sobre migración y asilo que permite un examen más rápido de las personas que entran irregularmente al territorio europeo. De igual manera, esta ley va a mejorar los controles sanitarios, de seguridad y vulnerabilidad, a "limitar la inmigración irregular y a suponer un alivio para los países especialmente afectados", según el canciller alemán Olaf Scholz.
La hospitalidad en el peregrinar europeo
Pero, a pesar de los grandes desafíos que implica el dejar el país de origen y embarcarse en un viaje lleno de obstáculos culturales, laborales y sociales, los creyentes migrantes tienen grandes fuentes de ánimo y perseverancia.
Sin importar en qué parte del mundo estén, su misión no cambia. En una sociedad global, donde la migración es una realidad palpable, el creyente debe recordar que este mundo no es su hogar y que, mientras conviva con personas de diferentes culturas y cosmovisiones, su trabajo es llamar a otros a encontrar su esperanza en el país eterno que nos espera después de la muerte.
Además, es importante recordar que no solo el migrante es un peregrino, sino también todos aquellos que son hijos de Dios. Las iglesias locales europeas, llenas de cristianos que solo están en este mundo temporalmente, juegan un papel fundamental en el cuidado de hermanos y hermanas que llegan a este continente.
En el 2019, Gabriela Duque y su familia emigraron a España para continuar con sus estudios de doctorado en Desarrollo Social y Cooperación Internacional de la Universidad de Valencia.
Antes de emprender el viaje lejos de sus seres queridos, los “Carrasquitos”, nombre como se los conoce entre sus amigos e iglesia, tomaron la iniciativa de buscar e investigar posibles congregaciones en su futura residencia.
Con meses de anticipación, y según la recomendación de sus pastores, encontraron la Iglesia Bautista Reformada de Valencia. Para Gabriela y su esposo, ser parte del cuerpo local de Cristo es una prioridad que influye en todos los aspectos de su vida y que les otorgó un sentido de pertenencia cuando estaban lejos de todo lo que les era conocido. Al ser recibidos por una comunidad cristiana que comparte los mismos principios bíblicos que aprendieron en su país, los Carrasquitos experimentaron el cuidado y amparo de Cristo al extranjero por medio de Su pueblo.
En Deuteronomio 10:19, Dios les dice a los israelitas: “Muestren, pues, amor al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto” (NBLA). Es por esto que los cristianos han de cuidar con fervor a sus hermanos extranjeros: porque todos fuimos extranjeros cuando estábamos lejos de Dios, y seguimos caminando como peregrinos en un mundo que no es nuestro hogar.
Después de cinco años de estar en Europa, y nuevamente de regreso en su país, Gabriela aún recuerda el amor y sentido de familia que experimentó con personas de diferente cultura y tradiciones:
Nos cobijaron tal como lo hubiera hecho nuestra iglesia en Quito. Compartimos juntos, adoramos juntos, comimos juntos, estudiamos juntos y servimos juntos. Nos invitaron a celebrar los cumpleaños y los feriados. Nos ayudaron cuando teníamos preguntas sobre algún trámite, nos dieron indicaciones de la ciudad y se organizaron para transportarnos cuando teníamos que ir a lugares lejanos. Incluso Yoka, una hermana de la iglesia, nos abrió las puertas de su casa cuando ya no teníamos donde vivir.
Responsabilidad mutua
Gabriela tiene la convicción de que la responsabilidad del creyente en el extranjero no se limita a la gratitud por la hospitalidad de sus hermanos, sino que debe otorgar el mismo amor y cuidado a otros. Las barreras culturales y las banderas pasan a un segundo lugar al recordar que, como peregrinos en esta tierra, formamos parte de un pueblo constituido de diferentes naciones, que ama a un mismo Dios y que anhela fervientemente llegar a su patria celestial.
No hay cristianos ecuatorianos, cristianos españoles o cristianos colombianos. Jesús no nos salvó y justificó para identificarnos con la ciudadanía de una nación terrenal, sino con aquella en los cielos, donde también está nuestro Salvador.
Las palabras de Gabriela muestran la dulce realidad del Reino de Dios aquí en la tierra y son un eco de Gálatas 3:28: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús” (NBLA). Al tener una iglesia y contar con el apoyo, ánimo y compañía de los hermanos en la fe, Gabriela se dio cuenta de que las diferencias culturales perdieron protagonismo; fueron eclipsadas por el evangelio, por cuyo lente interpretamos la realidad.
Ahora, sin duda los Carrasquitos observaron contrastes entre la vida eclesial de España y su iglesia en Quito, como el orden del culto, la vestimenta, himnos en vez de canciones contemporáneas, y una manera más distante de interactuar unos con otros. Sin embargo, estos asuntos de segundo y, a veces, de tercer orden, les incentivaron a abrir su hogar y compartir con otros que fueron una bendición al no tener a su familia y amigos cerca. De hecho, Dios utilizó los dones de Gabriela y su esposo para animar a la iglesia a tener más tiempos en comunidad, fuera de la liturgia dominical.
Un viaje santificador
Pero aun después de unirse a una comunidad bíblica y pasar años conociendo una cultura, las dificultades del creyente latino que migra a Europa no desaparecen, pues Dios las usa para continuar Su obra santificadora.
A 1974 kilómetros de Valencia, al sur de Austria, se encuentra una de las ciudades europeas más bonitas e icónicas del continente: Graz. Hace cinco años, sus montes, cultura, calles y comidas eran desconocidas para César Fierro, pero todo cambió cuando se casó con Sophie, originaria de Austria, y emigró hacia su nuevo hogar.
Al llegar, el idioma se presentó como uno de los retos más difíciles de su vida. Es a través de la lengua que alguien llega a entender la cultura, la filosofía de vida europea y el comportamiento de la sociedad. Este desafío influyó en su búsqueda de una iglesia local, pues, al no saber alemán, César desconocía los fundamentos y principios que la iglesia evangélica predicaba. “Lamentablemente hay muchas iglesias liberales y pocas con una doctrina sólida y bíblica”.
César venía de una iglesia donde se enfatiza la vulnerabilidad de los momentos de compañerismo y unidad, pero observó que la comunidad cristiana de Austria es más cerrada a la espontaneidad y camaradería que caracterizan las relaciones del latino. Al encontrarse con esta realidad de estructuras, agendas y estudios bíblicos previamente organizados, la necesidad de compartir una comida, chistes y actividades con otras personas en un contexto de hermandad y adoración a Dios creció profundamente en sus corazones. Aún les cuesta crear relaciones profundas impregnadas del evangelio.
Sin embargo, César y Sophie aprendieron que, aunque por ahora su hogar temporal es Graz, su identidad y pertenencia no se encuentran en este mundo. No descansan en la seguridad de un sistema de salud estructurado, de calles limpias y de oportunidades laborales, sino en la esperanza de un Dios bueno, soberano y sabio que utiliza todo, incluso los movimientos migratorios y las transiciones, para cultivar humildad, paciencia y confianza en los corazones de Sus hijos.
Referencias y bibliografía
Estadísticas sobre la migración a Europa | Comisión Europea
Foro Mundial de los Refugiados: Los hechos y la realidad de la migración hacia Europa | UNRIC
Migration to the EU: facts, not perceptions | UNRIC
Learning mobility statistics | Eurostat
Riesgo de suicidio entre la población migrante: ¿miramos para otro lado? | EL PAÍS
Agencia de Asilo de la Unión Europea (AAUE) | Unión Europea El Parlamento da luz verde a la nueva legislación sobre migración y asilo | Parlamento Europe
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