Para el siguiente artículo, hemos usado la investigación del periodista y sociólogo mexicano Carlos Martínez García, fundador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano (Cenpromex).
El protestantismo en México no se desarrolló principalmente por agentes externos. Al recopilar su historia, es esencial reconocer el papel tanto de las influencias extranjeras como de los héroes locales. Misioneros foráneos y figuras nacionales jugaron un rol clave en establecer la fe protestante en el país, aunque a menudo las últimas son olvidadas o subestimadas. Sin embargo, su legado es crucial en la historia religiosa del país azteca.
En varios casos, el protestantismo en Latinoamérica inició con la lectura personal de la Biblia precediendo a los evangelizadores. Un ejemplo de ello es el de Arcadio Morales, quien a los 13 años empezó a leer la Palabra de Dios por influencia de su madre. A los 19, asistió a una reunión en San José del Real 21, en la antigua biblioteca de los padres filipinos, donde se reunía una humilde congregación de devotos.
Allí, el pastor Sóstenes Juárez y su asistente Lauro González guiaban a la congregación; basaban sus servicios en la lectura y explicación sencilla del evangelio. Esta experiencia llevó a Arcadio a reconocer que ya era protestante en su corazón antes de entender lo que eso significaba por completo.
De forma paralela, en los años 1870, otro lector solitario de la Biblia llamado Manuel Aguas empezó a influir en la escena religiosa mexicana. En este artículo, hablaremos de su transformación espiritual y del impacto de su ministerio.
Combatiente del catolicismo
Nacido en 1830 en Chihuahua, hijo de un español y una mexicana, Aguas se trasladó a la Ciudad de México, en donde se educó y se unió a los dominicos a los veinte años. Tras un decreto del gobierno liberal en 1857, que llevó a la exclaustración de religiosos, comenzó a estudiar homeopatía.
Para 1863, Manuel Aguas se convirtió en cura de Cuautla, Morelos. Sus apasionados sermones atraían multitudes. Alrededor de 1860, regresó a la Ciudad de México y fundó el Colegio Guadalupano, por lo cual ganó gran reputación. Predicaba en el templo de San José de Gracia, donde congregaba a grandes audiencias. Su influencia crecía, aunque aún desconocía su futuro impacto en el panorama religioso mexicano.
En 1867, Aguas se trasladó a Azcapotzalco, un tranquilo pueblo cerca de la capital. Allí enfrentó un desafío cuando un protestante lo visitó para debatir sobre asuntos de fe. Tras una larga discusión, el hombre decidió volver al catolicismo. Sin embargo, la vida de Aguas estaba a punto de tomar un giro inesperado.
Verdadera libertad
En ese entonces, la labor misionera era más que todo individual; no estaba tan apoyada por denominaciones u organizaciones, por lo cual no había un acompañamiento y mentoreo que afianzara la fe de los protestantes. Sin embargo, por medio de ellos fue que llegaron a las manos de Aguas materiales con un contenido que transformaría su vida: “algunos trataditos de aquellos a quienes combatía; trataditos que por razón de mi oficio tuve que leer”, dijo. También expresó el efecto de aquellas lecturas en él:
“Por [los trataditos] comprendí, a mi pesar, que aunque había hecho una carrera literaria en lo eclesiástico hasta concluirla, aunque había sido catedrático de Filosofía y Teología, y aunque creía conocer la religión, principalmente en lo relativo al protestantismo: no sabía yo todo lo que verdaderamente se alegaba en aquel campo cristiano que, adhiriéndose de buena fe a la Sagrada Escritura, hace que revivan los primitivos discípulos de Jesús, campo respetable y aun superior en número al romanismo. Porque como Roma prohíbe con excomunión mayor leer los libros de los protestantes, yo sólo había consultado autores romanistas que las más de la veces todo lo pintan al revés”.
Promovido a confesor de los canónigos de la Catedral Metropolitana, Aguas comenzó a experimentar una crisis de fe, dudando de su salvación y cuestionándose si sus esfuerzos eran suficientes. Esta crisis se intensificó cuando leyó un panfleto titulado Verdadera libertad, que lo impulsó a estudiar a fondo el protestantismo. Se sumergió en obras como Historia de la Reforma del siglo XVI de Merle D’Aubigné, abriendo su mente a nuevas perspectivas. Ese fue el inicio de un camino que lo llevaría a grandes revelaciones y a cambiar la historia religiosa de México.
En octubre de 1871, escribió una carta expresando su proceso de transición del catolicismo a lo que él consideraba la “verdadera religión”. Recordó cómo había combatido fervientemente al protestantismo, que ahora veía como una presencia real y creciente en México.
Contexto político y religioso
El siglo XIX fue una época de fervor y debate sobre el futuro religioso de México. Los conservadores luchaban por preservar la identidad católica, imponiendo leyes que restringían cualquier otra práctica religiosa. Temían que el protestantismo, con sus ideas diferentes, ganara terreno en la nación, que apenas se había independizado. Esta preocupación influenció significativamente el desarrollo del país en ese período.
Algunos, como el intelectual y político Carlos María de Bustamante, veían la aceptación de nuevas creencias como un suceso inevitable, pero aún prematuro. El también fundador del Diario de México pensaba que después habría un momento más propicio para la tolerancia religiosa. José Joaquín Fernández de Lizardi, escritor y primer novelista de América Latina, y otros, eran críticos del catolicismo autoritario y abogaban por una mayor apertura religiosa. Durante la transición política de 1822 a 1823, líderes políticos como Andrés Quintana Roo y Vicente Rocafuerte respaldaron esta visión, promoviendo un México más abierto en términos de libertad religiosa.
El 29 de abril de 1827, James Thomson, de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, llegó a México para difundir la fe protestante. Siendo la Ciudad de México su sitio base, recorrió el país vendiendo Biblias y promoviendo el protestantismo. Sin embargo, tres años después enfrentó resistencia por parte de la Iglesia católica, que finalmente lo obligó a cesar su labor.
En los años 1850, surgió un liberalismo religioso en México personificado en los Padres Constitucionalistas, es decir, los sacerdotes católicos reformistas que apoyaron la Constitución liberal de 1857. A pesar de sus esfuerzos, la libertad de cultos no prosperó como esperaban.
Durante la década de 1860, varios mexicanos empezaron a acercarse al protestantismo, influenciados por extranjeros en ciudades como Monterrey y Zacatecas. En la Ciudad de México, John Butler de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, junto con otros, formó un grupo para realizar estudios bíblicos que, tras el decreto de tolerancia de cultos de Maximiliano (1865), se convirtió en la Sociedad de Amigos Cristianos.
Tras la victoria de la República sobre los conservadores, dicho grupo se renombró Comité de la Sociedad Evangélica y comenzó a abrirse al público, fomentando la lectura individual de la Biblia y el alejamiento del catolicismo. Entre los nuevos conversos, se destacaron los ya mencionados Arcadio Morales y Manuel Aguas, quienes jugaron un papel crucial en el desarrollo del protestantismo mexicano.
Ruptura con el catolicismo
El reverendo E. G. Nicholson había llegado a Ciudad de México en 1864, tras haber fundado en Chihuahua la Sociedad Católica Apostólica Mexicana (1853). Él observó que la Iglesia episcopal podía atraer a los católicos liberales mexicanos por su liturgia adaptada a las necesidades de los españoles. Henry C. Riley, un importante evangelista, se unió al movimiento protestante en Ciudad de México, influyendo en la ruptura de Manuel Aguas con la Iglesia católica. La llegada de Riley a México, siguiendo el contacto de los Padres constitucionalistas con la Iglesia episcopal estadounidense, marcó un nuevo capítulo tanto para él como para Aguas.
De vuelta en Nueva York, Nicholson informó sobre un ambiente mexicano receptivo hacia el protestantismo. Narró cómo los Padres constitucionalistas ganaban influencia, anticipando una transformación religiosa en México. En dicho contexto, Manuel Aguilar Bermúdez se destacó notablemente. Desde 1865, se unió a figuras como Sóstenes Juárez y John W. Butler de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, formando la Sociedad de Amigos Cristianos para la difusión evangélica. Más tarde, se convirtieron en el Comité de la Sociedad Evangélica, organizando servicios dominicales en la calle San José de Real.
El grupo pionero de creyentes evangélicos en México sufrió un golpe en 1867 con la muerte de Aguilar Bermúdez, pero su espíritu reformista siguió inspirando el movimiento. Debido a sus vínculos previos con los Padres constitucionalistas, Henry C. Riley llegó a México en 1868, influenciado por Melinda Rankin, una misionera activa en el norte del país desde 1852. Al encontrarse en Nueva York, Rankin convenció a Riley de su misión en la nación azteca, en donde ya existía un incipiente movimiento protestante.
Riley describió un “huracán perfecto de sentimiento protestante” y la urgencia de establecer iglesias e instituciones cristianas en el país además de las emergentes en Monterrey y Villa de Cos. Su llegada coincidió con un aumento de dicho sentimiento en la Ciudad de México, como relató en un informe de 1869. Su experiencia en liderazgo eclesiástico le permitió integrarse rápidamente en los esfuerzos que se estaban dando en esa ciudad, llegando a liderar varios movimientos. No obstante, enfrentó resistencias, lo que llevó a algunos líderes a mantenerse independientes o a unirse a otras denominaciones.
Mientras tanto, Manuel Aguas, en su camino personal hacia el protestantismo, frecuentaba la iglesia evangélica en la que Riley predicaba, conociéndolo inicialmente solo por su voz, pues su visión era limitada. En 1871, rumores sobre su conversión al protestantismo circularon en El Monitor Republicano, provocando la inquietud de fray Nicolás Arias, su superior dominico.
Arias le escribió a Aguas, quien respondió el 16 de abril de 1871 confirmando su conversión y detallando las características de su fe cristiana. Recordó su pasado como párroco en Azcapotzalco, donde luchó contra el protestantismo, pero reveló que sus estudios bíblicos lo llevaron a una nueva comprensión de la fe, alejada de las enseñanzas de la Iglesia católica.
Manuel Aguas se sorprendió al encontrar en el protestantismo un mundo de ideas que no conocía. Al estudiar la Biblia, sintió que se acercaba más a las enseñanzas originales de Jesús y se alejaba del romanismo. Vio tres caminos: seguir la religión de Dios, la del sacerdote o la del hombre. Optó por el primero, es decir, por la Biblia, rechazando interpretaciones humanas que desviaban a la Iglesia católica.
Aguas abogó por la lectura personal de la Biblia, citando a menudo la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, y criticó las restricciones católicas sobre la lectura del Libro Sagrado. Convencido de que el verdadero entendimiento venía del Espíritu Santo, Aguas buscaba una comprensión más directa de lo divino.
En su carta, argumentó que la verdadera fe no se basa en obras, sino en la redención de Cristo, y que las buenas acciones son un producto natural de una fe genuina. Argumentó sus creencias con versículos bíblicos y las contrastó con lo que consideraba las cargas impuestas por la Iglesia católica. Defendió la Palabra de Dios como la única fuente necesaria para la fe y, al final de su carta, confirmó su compromiso con el protestantismo, rechazando ser parte de una “secta”, es decir, todo aquello que no implicara seguir a Cristo.
Enfrentando los desafíos de alejarse del catolicismo, Manuel Aguas decidió unirse a la Iglesia de Jesús como ministro de la Palabra. Desde el 23 de abril de 1871, inició sus predicaciones en San José de Gracia, esperando influir en la fe de su país, marcando un hito en la percepción del protestantismo en México y su relación con la figura de Martín Lutero. Su enfoque era una comprensión más pura de la fe, lejos de errores y supersticiones.
La carta de Aguas a su exsuperior en los dominicos fue criticada por su tono evangelístico y desencadenó críticas de las autoridades eclesiásticas católicas y de colegas. A pesar de la reacción del obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, Aguas se mantuvo firme en su misión de promover el protestantismo mexicano, enfrentando la inminente excomunión y defendiendo su cambio de sacerdocio católico.
Un anónimo cuestionó su juicio, influenciado por folletos protestantes, y sugirió que su carta estaba basada en modelos extranjeros usados por clérigos católicos descontentos. Defendió la necesidad de guías doctrinales en las Biblias católicas y la autoridad del Papa, contrastando con la versión protestante y las acusaciones de Aguas. Este debate, que incluyó figuras como el líder de los Padres constitucionalistas, Juan N. Enríquez Orestes, reflejó la tensión entre las antiguas y nuevas creencias religiosas en México.
Enríquez mantenía una postura neutral entre católicos y protestantes, argumentando que las leyes de Benito Juárez favorecían a la Iglesia católica al mantener a sus verdaderos seguidores. Tras la publicación de la carta de Manuel Aguas, el Tribunal Eclesiástico lo condenó por apostasía el 21 de junio de 1871, acusándolo de propagar herejías. La sentencia, llena de condenas, incluía excomunión y anatema según los cánones eclesiásticos.
Aguas respondió con firmeza, negando la autoridad eclesiástica sobre él y desafiando el título de arzobispo de Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos. Llamó a los mexicanos a reconocer el papel dañino de la Iglesia romana en la historia del país: la criticó por su historia antipatriótica y traidora, especialmente durante la invasión norteamericana de 1847 y la lucha por la independencia en 1810, durante la cual se unió a los opresores españoles y persiguió a los héroes patrios. Aseguró que, en cambio, los protestantes estarían listos para defender México en caso de invasión.
El Lutero mexicano
De manera similar a lo ocurrido en el terremoto cultural de Lutero en Europa y en la Conquista española de 1521, la Contrarreforma se esforzó por eliminar cualquier vestigio de luteranismo en la Nueva España. La imagen de los doce apóstoles franciscanos liderados por Martín de Valencia, evangelizando a los nativos como respuesta a las ideas del exmonje alemán, comunica el esfuerzo opositor.
Aunque hubo núcleos protestantes en España, como el monasterio de San Isidoro del Campo en Sevilla, la presencia del cristianismo reformado en América fue escasa y reprimida por la Inquisición. Allí, grupos protestantes, como los monjes isidoros en España, enfrentaron exilio y persecución. En uno de sus libros, la historiadora Alicia Mayer ilustró cómo la Nueva España construyó una imagen de rechazo hacia Lutero y sus seguidores, influenciada por la mentalidad y control ideológico de las autoridades españolas y eclesiásticas.
Los españoles y sus descendientes criollos definieron su identidad oponiéndose a Lutero y al protestantismo. Durante tres siglos se le llegó a considerar el mal supremo y un enemigo de la fe católica. La historiadora se enfocó en cómo figuras como Bartolomé de Las Casas y sor Juana Inés de la Cruz contribuyeron a este estigma, que persistió hasta el siglo XIX en México.
Manuel Aguas desafió dicha estigmatización al elogiar públicamente a Lutero y proponerlo como ejemplo, generando un amplio interés tras publicar sus ideas en El Monitor Republicano. Esto llevó al teólogo Javier Aguilar Bustamante a retar a Aguas a un debate, iniciando un momento decisivo en la historia religiosa de México.
Antes del evento previsto para el 2 de julio de 1871, el arzobispo de México prohibió la asistencia del doctor Aguilar Bustamante. El templo de San José de Gracia, rebosante de más de mil quinientos asistentes, se preparó para escuchar a Manuel Aguas. En su sermón, Aguas destacó la ausencia de su “contrincante”, interpretándola como una huida de Roma ante la verdad del protestantismo.
Usando la Biblia como su principal argumento, Aguas defendió sus creencias con ejemplos históricos como Ulrico Zwinglio y Martín Lutero, enfatizando cómo estos reformadores, quienes enfrentaron la oposición de la Iglesia católica, buscaron adherirse a la verdadera enseñanza bíblica y desafiaron el dominio del papado.
Manuel Aguas destacó en su sermón la histórica defensa de Martín Lutero ante la Dieta de Worms en 1521, presidida por el emperador Carlos V. Destacó cómo el reformador, enfrentando la hostilidad de poderosas autoridades, defendió con valentía sus creencias, y narró el emblemático momento en el que un veterano general lo animó y reconoció su coraje espiritual.
En esa asamblea imponente, Lutero desafió de forma exitosa a la Iglesia romana apoyándose en la Biblia, lo que llevó a que casi la mitad de Europa se separara de Roma. Aguas se identificó con Lutero, compartiendo un ciclo similar de lectura bíblica, conversión, excomunión y ruptura con Roma, argumentando que “primero se debe obedecer a Dios que al hombre”. Tras difundir su mensaje a través de la prensa y sermones, fortaleció grupos evangélicos en México. Fue elegido obispo de la Iglesia de Jesús, pero falleció el 18 de octubre de 1872, antes de asumir el cargo.
Una obra divina en todo lugar y época
La historia de Aguas es un recordatorio de cómo Dios se ha encargado de hacer que su Palabra sea escuchada en todo lugar. Como ocurrió en Europa durante el siglo XVI, la Biblia tuvo un papel central en México y otros países de Latinoamérica a pesar de la oposición de la iglesia. Sin la necesidad de que allí hubiera un gran movimiento, la convicción de obedecer las Escrituras movió a Manuel Aguas y a otros a ser sal y luz en donde estaban (Mt 5:13-16). Es necesario que así mismo los cristianos continúen creyendo la Palabra y la sigan enseñando con gran convicción hasta que Cristo vuelva, sin importar cuán grande sea la oposición.
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