Marcada por la tragedia, la tarea misionera en Tierra del Fuego fue lenta y difícil. La zona fue hostil por su clima, su lejanía y los problemas que allí surgieron. Sin embargo, a pesar de las adversidades y a través de ellas, el evangelio se extendió hasta lo último de la tierra.
Retomando la misión
Cuando las noticias de las muertes de Allen Gardiner y sus compañeros llegaron a Inglaterra, se levantó una gran polémica en torno a lo sucedido. La Sociedad Misionera a la Patagonia fue duramente criticada por diversas razones, mientras aún trataba de procesar el golpe. Pero así como abundaban las críticas de algunos, muchos corazones fueron conmovidos por el martirio; las donaciones se incrementaron durante este tiempo. Sus directores se debatían si continuar con la misión o dar por finalizada la obra y la sociedad.
El deseo de llevar el evangelio se mantenía vivo, pero necesitaban conocer la opinión de marineros expertos. Se consultaron varios capitanes ingleses, y todos coincidían en que la tarea podía y debía continuar. Incluso la Marina Real Inglesa realizó un informe favorable de la situación, permitiendo que la Sociedad Misionera emprendiera un nuevo proyecto en Tierra del Fuego. Para esto, le fue autorizado a la Misión establecer una base al noroeste del archipiélago de Las Malvinas.
El secretario de la Sociedad Misionera, el señor George Despard, encomendó la construcción de una goleta (un buque de vela) y el reclutamiento de una tripulación dispuesta a ir, gracias al gran incremento de las donaciones. El único clérigo dispuesto a ir fue un joven de 25 años, que aún no había sido ordenado, llamado James Garland Phillips.
Con la goleta construida y el equipo conformado, realizaron un servicio religioso para encomendar la misión y el viaje a Dios. El buque no podía ser bautizado de otra forma: Allen Gardiner, en la memoria del afamado capitán. La dedicación se celebró el 19 de octubre de 1854, en la ciudad inglesa de Bristol y cuatro días más tarde partió la nave rumbo a los helados mares del sur. Finalmente llegaron a las Islas Malvinas, a la isla de Keppel, donde se asentaron definitivamente en febrero de 1855.
Phillips y su equipo construyeron su base allí. Levantaron casas y granjas, bajaron las ovejas y cerdos que habían traído y permanecieron hasta octubre de ese año adaptándose a las condiciones. Fue entonces cuando juzgaron que ya estaban listos para navegar hacia la isla de Tierra del Fuego. El plan era pasar por Bahía Aguirre, el escenario de la muerte de Gardiner y su tripulación, para luego dirigirse a la Caleta Wulaia, que había sido el objetivo frustrado del Capitán.
El 19 de octubre de 1855 llegaron a Bahía Aguirre, donde visitaron la trágica cueva, recogieron algunos restos de ropa e instrumentos marítimos y recorrieron los alrededores. Buscaron el lugar donde suponían que estaban enterrados algunos cuerpos y allí Phillips elevó oraciones a Dios en un sencillo culto. Continuaron su curso por el Canal de Beagle con rumbo a Caleta Wulaia, para encontrarse con su único contacto en el lugar. El éxito de este encuentro era crucial para el futuro de la misión, o todo el viaje sería un nuevo fracaso.
El encuentro con Jemmy Button
Antes conviene hacer un poco de historia. En 1828, Robert FitzRoy fue nombrado comandante del HMS Beagle y encomendado a explorar las costas de América del Sur. Durante ese viaje, en febrero de 1830, los ingleses tuvieron una escaramuza con los indios del lugar en la que apresaron a 3 nativos. El capitán FitzRoy tomó la decisión de llevar los cautivos a Inglaterra para “civilizarlos”; en el camino se llevaron a un cuarto nativo. La tripulación del barco les asignó nombres ingleses basados en las anécdotas de sus encuentros. Así, York Minster, Boat Memory, Jemmy Button y Fuegia Basket fueron llevados cautivos hasta Inglaterra.
Vivieron en Gran Bretaña alrededor de un año, despertando un gran interés público. Boat Memory murió en este tiempo enfermo de viruela, mientras el resto del grupo aprendió inglés y otras materias básicas. En 1831 viajaron de regreso, nuevamente con el HMS Beagle y el capitán FitzRoy. Este segundo viaje es el más célebre, pues entre la tripulación se encontraba un joven científico que luego se volvería famoso por su teoría de la evolución de las especies.
El 23 de enero de 1833 finalmente llegaron a Wulaia, donde habrían de asentarse el trío de nativos civilizados y un ministro anglicano encargado de evangelizar el lugar. En principio, el plan era llevar dos ministros, pero nadie se ofreció debido a la enorme dificultad de la tarea. Solamente un joven de 21 años, llamado Richard Matthews, respondió al llamado de la Church Missionary Society (misión anglicana).
FitzRoy y su equipo construyeron tres chozas en el lugar, una para Matthews, otra para Jemmy Button y la tercera la para York y Fuegia, quienes formaban una pareja para ese momento. Alrededor de las chozas crearon huertas para sembrar papas, zanahorias, nabos y otras verduras, no solo para abastecerse sino también para enseñarles a los nativos sobre el cultivo. El capitán se mostraba confiado sobre de la misión, aunque comprendía los peligros y la dificultad. Por su parte, Charles Darwin era escéptico debido a las enormes adversidades que el joven ministro debía enfrentar en soledad.
El capitán FitzRoy se comprometió en regresar un mes más tarde, para supervisar la misión a fin de no dejar a Matthews abandonado a su suerte. Así sucedió y en febrero de ese mismo año el HMS Beagle volvió a Wulaia. Aunque todos estaban a salvo, el reporte de Matthews fue muy negativo. Los autóctonos se dedicaban a pisotear la granja o llevarse las pertenencias del ministro. Aunque no hubo violencia explícita, si existieron algunos episodios tensos por lo que el misionero no se sentía a salvo en el lugar, expresando así su deseo de abandonar la misión.
Les dejaron a Jemmy y York tantas herramientas como pudieron, a fin de que puedan trabajar y mantener el lugar, más algunas provisiones comestibles y zarparon del lugar. En futuros viajes solo volverían a ver a Jemmy Button, quien les enseñó a su esposa e hijos algunas palabras para expresarse en inglés. Jemmy se volvió un personaje reconocido en Inglaterra y el único contacto en la zona, a pesar de su inglés entrecortado y confuso.
Así retomamos nuestra historia. Veintitrés años más tarde, el misionero Phillips y la tripulación de la goleta Allen Gardiner llegaron al lugar, con la esperanza de hallar a Jemmy y rogando que no haya olvidado completamente el idioma inglés. El plan consistía en que Jemmy Button pudiera ser intérprete mediador con los nativos, y a la misma vez aprender a través suyo, el idioma autóctono.
El 1 de noviembre de 1855, el Allen Gardiner fondeó en la isla en frente de Wulaia. El capitán hizo izar la bandera británica con la esperanza de que Jemmy pudiera reconocer la insignia. Dos canoas salieron a toda velocidad desde la costa, mientras que centenares de nativos se agrupaban expectantes en la playa. El capitán Snow gritó desde cubierta: “¡Jemmy Button, Jemmy Button!”, y para su infinita sorpresa recibió como respuesta: “Yes, yes, Jam-es Button” (como se hacía llamar Jemmy entre los suyos). El bote del nativo se acercó y desde abajo se oyó “Where 's the ladder? Jam-es Button me”, en un inglés tosco. Le enviaron una soga para ayudarle a subir, ya que no habían preparado ninguna escalera porque no esperaban un éxito tan rotundo en el primer viaje. El capitán Snow relató aquel encuentro como extraño y afortunado a la vez, reconociendo que solo podía ser gracias a la providencia divina. La conversación no era fluida, Jemmy tenía la lengua endurecida por el tiempo, pero se hacía entender con palabras sueltas.
Luego que pasó la emoción, llegó el momento decisivo. Phillips le ofreció a Jemmy ir con ellos a Keppel, junto a toda su familia, para recuperar el inglés y trabajar con ellos en el idioma autóctono. Jemmy se negó rotundamente a pesar de las insistencias, dejando a los misioneros desesperanzados. Volvieron a su base en Keppel, en las Islas Malvinas sin mucha claridad acerca de cómo continuar.
Los viajes a Wulaia
Un año más tarde, en octubre de 1856, el equipo misionero en Keppel sufrió cambios necesarios. El capitán Snow fue despedido debido a problemas con su autoritarismo, más algunos obreros que por salud o desánimo deseaban dejar la obra. George Despard, secretario y director de la Sociedad Misionera a la Patagonia, tomó el liderazgo de la obra y se trasladó a Keppel con su familia, incluido sus dos hijos adoptivos, Thomas Bridges y Francis Jones.
Junto a Despard y su familia, también se sumaron otros hombres: Allen W. Gardiner, único hijo varón del capitán, con 24 años; Charles Turpin, de 19 años, también para trabajar como misionero; Theophilus Schmid, un hábil lingüista alemán; más un carpintero y un matrimonio para hacerse cargo de la granja. Este equipo se sumó a James G. Phillips y un compañero, quienes permanecían solos en Keppel.
Los primeros meses, el nuevo grupo se dedicó a explorar y reconocer las islas y canales de Tierra del Fuego, antes de ir a Wulaia nuevamente. El 8 de noviembre de 1857, Gardiner hijo y Turpin llegaron nuevamente al lugar, siendo recibidos amablemente por Jemmy y los suyos. Compartieron unos días juntos, intercambiaron regalos y celebraron un culto a bordo del barco, y para sorpresa de todos, Jemmy Button y su familia aceptaron ir a Keppel. Los Button vivieron un año con los ingleses, recuperando el idioma y aprendiendo diferentes oficios.
Pasado el año, Despard y Phillips viajaron a Wulaia llevando a Jemmy y su familia de regreso a su hogar. En ese mismo viaje, nueve indígenas más fueron llevados a Keppel para vivir la misma experiencia y ser enseñados en diferentes labores. Entre ellos se destacó Okokko, un joven de 15 años a quien Phillips tenía en alta estima. El trabajo rendía buenos frutos y los misioneros estaban entusiasmados con lo que Dios hacía en el lugar.
En octubre de 1859, Phillips junto al nuevo capitán de la goleta y un grupo de obreros llevaron a los nueve nativos de regreso a sus hogares. Despard le encargó al joven James Phillips que realice un culto religioso no en el barco, sino que esta vez lo haga en tierra firme, para ir despertando el corazón de los nativos. En sucesivos viajes irían implementando esta modalidad, hasta que pudieran finalmente vivir entre ellos para evangelizarlos.
Pasaron 3 meses desde el viaje y aún no tenían ninguna noticia, lo que impacientaba el ánimo de Despard y todo el equipo en Keppel. Contactaron a otro barco para que realizara una incursión a fin de averiguar qué había sucedido con el Allen Gardiner y su tripulación. Cuando este nuevo barco llegó a Wulaia vio a la goleta misionera varada y desmantelada. Encontraron un solo sobreviviente, el cocinero del barco, que lucía con aspecto lamentable y estaba semidesnudo. Fue subido a bordo y allí relató la triste historia de lo sucedido, que luego contaría también a Despard y al resto de la misión en Keppel.
La masacre de Wulaia
Este fue el relato que recogieron del cocinero, único superviviente del viaje. La goleta Allen Gardiner llegó a Wulaia el 1 de noviembre de 1859, donde desembarcaron para buscar leña y permitir que los nueve nativos volvieran con sus familias. Días más tarde, Jemmy Button y otros nativos llegaron al barco y realizaron allí un reparto de regalos que incluía ropas y comestibles. Jemmy pretendía recibir más que los demás, pero Phillips y el capitán Fell deseaban ser equitativos con todos. Jemmy se ofendió y se volvió a tierra enojado porque no se lo complacía como deseaba.
En medio de la confusión, el capitán Fell hizo que se revisaran las pertenencias de los nativos porque habían desaparecido algunas pertenencias del barco. Pero uno de los nativos se enfureció al ser acusado de ladrón y agarró por el cuello al capitán. El momento fue tenso y cortó en seco los intercambios, haciendo que las relaciones se volvieran ásperas.
Cuando llegó el día domingo, Phillips quiso cumplir con el encargo que Despard le había hecho, de celebrar el culto en tierra firme. Sabía que las relaciones estaban tensas, pero confiaba en que no pasaría a mayores. Phillips, el capitán Fell y toda la tripulación bajaron a la costa, con excepción del cocinero que se quedó de guardia.
Alrededor de la 10 de la mañana, los ingleses dejaron sus botes en la costa y entraron a una de las chozas para celebrar el culto. Comenzaron cantando un himno con unos 300 nativos a su alrededor, iniciando así el culto que Phillips planeaba oficiar. Un grupo de autóctonos tomaron los remos y los escondieron, mientras aún cantaban adentro, y en ese mismo momento un nativo descargó un garrote sobre la cabeza de uno de los marineros, que cayó muerto al instante.
La choza estalló en gritos mientras los demás indígenas se lanzaban contra el resto de la tripulación, quienes lograron salir del lugar y correr un tramo de 10 metros por la playa, para llegar hasta los botes. En ese tramo, el capitán Fell cayó muerto junto a la mayoría de los hombres; Phillips alcanzó a llegar a uno de los botes, pero un hermano de Jemmy Button le lanzó una piedra directo a la cabeza, que desplomó al clérigo sobre el agua helada.
En cuestión de segundos, todos los hombres de la misión yacían muertos. Las mujeres de la tribu lloraban la tragedia, mientras la mayoría de los hombres celebraba la situación. El cocinero identificó a muchos familiares de Jemmy Button en la masacre, pero no vio a Jemmy entre ellos, sin embargo estaba seguro que se trataba de una venganza a causa de la ofensa sucedida días atrás. El cocinero, testigo de todo el hecho, sabía que ahora vendrían por él en sus canoas, entonces decidió abandonar la goleta e irse hasta la orilla, para adentrarse en el territorio. Pasó cuatro días trepado a un árbol, escondido en su copa hasta que tuvo que bajar para buscar algo de comer. Otra tribu lo encontró, pero fue bien tratado durante los 3 meses hasta que finalmente vinieron a su rescate.
Okokko lloró amargamente la muerte de sus amigos ingleses y la culpa de no haber podido evitar el desenlace. Cuando el barco de rescate llegó a Wulaia, pidió ser llevado de vuelta a Keppel junto a su nueva esposa. Jemmy Button también apareció, pero negó toda vinculación con lo sucedido y nada más se pudo hacer al respecto. La goleta Allen Gardiner fue reparada y llevada a Keppel, y más adelante volvería a Inglaterra para nuevas mejoras.
Cuando el cocinero y Okokko llegaron a Keppel, contaron todo a Despard y los misioneros que allí esperaban las noticias. Fue un duro golpe para todos; los viajes a Wulaia se suspendieron durante unos años y nuevamente la Sociedad Misionera a la Patagonia fue foco de críticas en Inglaterra. Despard decidió pasar a retiro en 1862, dejando la Misión a cargo de la Church Missionary Society (anglicana), que nombró al sacerdote Waite Stirling como su nuevo director.
Stirling y el viaje del perdón
El 30 de enero de 1862, Stirling y su familia llegaron a Keppel, con un nuevo equipo para sumarse a quienes ya estaban trabajando en el lugar. Thomas Bridges, hijo adoptivo de Despard, se había hecho cargo de la misión durante el interín y había logrado descifrar el idioma yagán gracias a la ayuda invaluable de Okokko y su esposa.
Stirling estaba feliz con los avances, pues sabía que esta era la llave para entrar en aquella tierra. Resolvió que ese mismo año harían el primer viaje de regreso a Wulaia, tres años después de la masacre. Stirling, Bridges y Okokko participaron del equipo, llenos de expectativas e incertidumbres sobre cuál sería la respuesta de los nativos.
Cuando llegaron a Wulaia, decenas de indígenas se reunieron en la costa. Okokko y Bridges se dirigieron a ellos desde cubierta, por primera vez en su propio idioma. Los nativos estaban algo confundidos y se mostraban recelosos ante la situación, porque temían que los ingleses hubieran regresado en búsqueda de venganza.
Previendo que una reacción así era posible, Thomas Bridges había preparado un mensaje acerca del amor de Dios y el perdón de las ofensas, enteramente en idioma yagán. Luego, Okokko y su esposa fueron choza por choza, convenciendo a los suyos acerca de las buenas intenciones de los misioneros. Stirling llamó aquel viaje como “el viaje del perdón”, y fue el reinicio de la labor misionera que no paró de crecer desde este suceso.
Más adelante, Okokko y su esposa se convirtieron en los primeros misioneros autóctonos, trabajando entre su propio pueblo. Thomas Bridges se trasladó a vivir con su familia entre los nativos y otras familias misioneras le siguieron, fundando así la actual ciudad de Ushuaia. Nada de esto fue sin oposición y contratiempos, pero aquella demostración de amor y perdón fue el momento bisagra que permitió que los nativos yaganes se abrieran al evangelio.
La sangre de los mártires
Bien dijo Tertuliano, en el año 197, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Las diferentes misiones a Tierra del Fuego son claro ejemplo de esto, de hombres que entregaron sus vidas para el avance del evangelio y con sus muertes abrieron el camino para la evangelización. Allen F. Gardiner en 1851, James Garland Phillips en 1859, y los compañeros de estos siguieron el ejemplo de su maestro, quien murió para redimir y dar vida a su pueblo. Y así como Cristo resucitó, estos hombres resucitarán en gloria.
Con el testimonio de estos hombres, la iglesia latina puede ponerse en pie para continuar la tarea evangelizadora iniciada por estos mártires, con la plena confianza que Dios extenderá su reino a través de su iglesia, su pueblo escogido para anunciar sus virtudes y su amor.
FUENTES
Canclini, A. (1951) Hasta lo último de la tierra: Allen Gardiner y las misiones en patagonia. La Aurora, Buenos Aires. Recuperado en Archive.org
Richard Matthews 1811-1893. Deddington History. En: http://www.deddingtonhistory.uk/emigrationandtransportation2/emigration/thematthewsbrothers/richardmatthews1811-1893
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