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Si Jesús no resucitó, la fe cristiana no tiene sentido.
Como dice Pablo, seguiríamos “en nuestros pecados” (1Co 15:17), no habríamos sido justificados (Ro 4:25) y no habríamos resucitado con Él en una vida nueva (Ro 6:4); Jesús no habría sido declarado “Hijo de Dios con poder” (Ro 1:4), ni le habría sido dada “toda autoridad” en el cielo y en la tierra (Mt 28:18). Jesús tampoco se habría ido con el Padre para luego enviar al Consolador (Jn 16:7) y para vivir intercediendo por nosotros ante Él (Heb 7:25). Finalmente, no tendríamos esperanza de resucitar en un nuevo cuerpo junto con Cristo (1Co 15:20-22) y tampoco tendríamos la seguridad de que Él viene por segunda vez para juzgar al mundo (Hch 17:31).
Entonces, es fundamental que el cristiano tenga plena certeza de esta doctrina. Pero, como explica Timothy Keller en su libro ¿Es razonable creer en Dios?, el tema de la resurrección también compete a los escépticos que dan por sentado que esta no es más que una fantasía:
La inmensa mayoría de las personas piensan (en lo que concierne a la resurrección de Jesús) que el peso de la prueba recae en los creyentes, que es a los que compete demostrarlo. Pero esa no es toda la realidad del caso. La resurrección insta asimismo a los que la niegan o ponen en cuestión a demostrar por qué lo creen así. No basta con creer que Jesús no resucitó de entre los muertos. Han de aducirse de forma alternativa razones históricamente sostenibles al surgimiento de la Iglesia en sus rasgos principales.
En otras palabras, quien niega la resurrección, tiene que tener los argumentos suficientes para rechazar todo el testimonio que gira en torno a ella. De lo contrario, su rechazo al cristianismo no pasaría de ser más que una opinión sin fundamento.
Entonces, con el objetivo de fortalecer la fe de los cristianos, y de promover una discusión con los escépticos, en este artículo quiero explicar brevemente dos razones de por qué no es posible afirmar que la resurrección de Jesús fue un invento. Incluso, si alguien no está de acuerdo con esta argumentación (guiada en gran parte por la obra de Keller que ya mencioné), sacará provecho en el ejercicio lógico de intentar rebatirla.
1. Aceptar que fue una invención implica negar la historicidad de los testimonios
Para afirmar que la resurrección es un invento, es necesario desafiar el testimonio de los primeros discípulos. Aunque eso suena aparentemente sencillo, enfrenta al menos seis desafíos.
a. El problema del tiempo. Muchos expertos en cultura afirman que es necesario que transcurra un largo tiempo para que una leyenda o creencia se imprima en la mente de las personas. Así, muchos opositores de la resurrección afirman que los relatos de los cuatro Evangelios fueron escritos muchos años después de la muerte de Jesús, y que eso le quita veracidad al suceso. Sin embargo, los relatos más tempranos vienen en realidad de las epístolas, algunas de ellas escritas apenas 15 o 20 años después de la cruz. Ese tiempo no es suficiente para que un relato de tal magnitud se vuelva popular, claro, a menos de que sea cierto.
b. El número de testigos oculares. Las epístolas paulinas fueron ampliamente difundidas por todo el Imperio romano. En ellas encontramos afirmaciones como la de 1 Corintios 15:3-6:
Porque yo les entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que se apareció a Cefas y después a los doce. Luego se apareció a más de 500 hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven aún, pero algunos ya duermen (NBLA).
Ese número de personas es demasiado grande como para tratarse de un invento. Considerando el alcance de sus escritos, habría sido muy sencillo desacreditarlo si no hubiera tenido el respaldo de esos testigos de carne y hueso.
c. Fidelidad de las narraciones apostólicas. Alguien podría decir que la transmisión oral de las historias hacía que se perdiera su fidelidad. Sin embargo, como explica Richard Bauckham en su libro Jesus and the Eyewitnesses (en español, Jesús y los testigos oculares), “Las sociedades orales a menudo distinguen entre cuentos y relatos históricos. Los cuentos se consideran ficción”, y en ellos “Los nombres y los escenarios pueden cambiarse a voluntad”. En cambio, afirma Bauckham, “Los relatos tratados como históricos cambian menos y más lentamente que los cuentos”. En ese sentido, como corresponde a los relatos históricos, la narración de la resurrección permaneció igual a lo largo de las primeras décadas y siglos, justo porque la sociedad en general la consideró como “histórica”.
d. Las mujeres como testigos oculares. Si los primeros discípulos hubieran creado una fantasía con el objetivo de engañar de manera convincente, no habrían incluido en su relato el hecho de que fueron mujeres las primeras que vieron a Jesús resucitado: por su baja posición social, su testimonio no era muy acreditado. La única explicación posible es que el hecho fuera verdad y los discípulos no vieran otra opción que predicar la historia tal cual había ocurrido. En palabras de N.T. Wright, autor de The Resurrection of the Son of God:
No es nada fácil —de hecho, sugiero que es prácticamente imposible— imaginar que una tradición sólida y bien establecida como la de 1 Corintios 15, sintiera, en primer lugar, la necesidad de algún refuerzo adicional; o, si tal necesidad se sintiera (¿por qué?), imaginar que esta tradición inventó un grupo de mujeres en una oscura mañana de primavera.
e. La solidez del relato mismo. Por un lado, el sepulcro vacío, y por otro, los encuentros con Jesús de las mujeres, apóstoles y otros testigos oculares, tienen mucho sentido en la forma en que se complementan. Así lo explica Keller:
Si tan solo hubiera noticia de la tumba vacía sin testimonios personales acerca de Jesús resucitado, difícilmente se habría llegado a esa conclusión. Lo más fácil y lógico habría sido pensar que el cuerpo había sido robado. Y lo mismo sucedería de haberse producido encuentros sin sepulcro vacío. Las dos realidades han de ir juntas para su credibilidad.
f. La abundante evidencia manuscrita del Nuevo Testamento. Muchos académicos han tratado como “históricos” a diversos relatos antiguos que tienen unos cuantos manuscritos sobrevivientes. En cambio, no ven de la misma forma al Nuevo Testamento, el cual tiene miles de manuscritos y fragmentos. John Piper explica dicha falacia así:
La Guerra de las Galias de César fue escrita alrededor del año 50 a.C. y existen diez manuscritos sobrevivientes. La Historia de Roma desde su fundación de Livio tiene veinte manuscritos sobrevivientes. Los Anales, escritos por Tácito alrededor del año 100 d.C., tienen dos manuscritos. La Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, escrita alrededor del año 400 a.C., tiene ocho manuscritos. Y la mayoría de los estudiosos de estas fuentes realizan su trabajo con la confianza de que están en contacto con los testigos originales.
Ahora, según el Instituto de Investigación Textual del Nuevo Testamento en Münster, Alemania, hay 5800 manuscritos o fragmentos de manuscritos del Nuevo Testamento. No dos, ni diez, ni veinte, ni ocho. Es una riqueza espectacular de relatos escritos a mano de lo que fue escrito originalmente, y cientos de ellos son más antiguos que cualquier cosa que tengamos para esas historias seculares.
Alguno podría objetar diciendo “justamente tal cantidad de manuscritos dan oportunidad a cometer errores abundantes en las copias”, pero Piper cita a F.F. Bruce, quien dice lo siguiente en su libro ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?:
Si bien el gran número de manuscritos aumenta el número de errores cometidos por los copistas [errores al copiar de un documento anterior], también aumentan los medios, en proporción, para corregirlos, de modo que el margen de duda que queda como saldo del proceso que recaba el fraseo original con exactitud, no es tan abultado como podría imaginarse.
En conclusión, los testimonios oculares de la resurrección de Jesús y su predicación durante los primeros años después de haber sucedido, son difíciles de rechazar desde el punto de vista histórico y cultural. Defender que la resurrección fue un invento resulta ser una tarea demasiado antihistórica.
2. Aceptar que fue una invención implica negar la forma de pensamiento de judíos y no judíos en el primer siglo
Timothy Keller y N.T. Wright señalan que no basta con mostrar la historicidad del hecho. Alguien puede objetar diciendo que alguna mente maestra pudo robar el cuerpo de Jesús y luego inventar todo el relato, el cual fue creído por muchos supuestos testigos oculares que, al estar entristecidos por la muerte de su líder, también mintieron. Pero esa objeción tiene un gran problema estructural: una mente maestra de esa época no habría inventado un relato en el que un hombre resucitara afirmando ser Dios.
Según estos teólogos, la resurrección de un hombre era indeseable tanto para los paganos como para los judíos. Los primeros, tanto de origen oriental como occidental, creían que era posible morir y luego reencarnar entre los dioses, pero una resurrección corpórea humana era indeseable. De hecho, para el pensamiento grecorromano, lo físico y material tendía a la decadencia, mientras que lo espiritual era puro y bueno, por lo que volver a la atadura de lo físico (resucitar) no habría sido anhelado por nadie. En otras palabras, un pensador pagano de la época no habría inventado a un héroe resucitado, sino quizás lo habría puesto en un contexto menos atado a la humanidad.
Por su parte, los judíos tampoco habrían visto la resurrección de un solo hombre como una historia deseable. Si bien consideraban la muerte como una tragedia, ellos veían la resurrección como una parte de la renovación completa de todas las cosas, teniendo en mente pasajes como Isaías 65:17-18, 25 (NBLA):
Por tanto, Yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria. Pero gócense y regocíjense para siempre en lo que Yo voy a crear… El lobo y el cordero pastarán juntos, y el león, como el buey, comerá paja.
Es importante señalar que dentro del judaísmo de aquella época había diferentes perspectivas sobre este asunto. Por un lado, los fariseos creían en la resurrección de los muertos, pero al final de los tiempos, basados precisamente en pasajes como el de Isaías (aun así, entre estos hubo un hombre dispuesto a ceder en sus creencias previas por su propio encuentro con el Jesús resucitado: el apóstol Pablo). Por otro lado, los saduceos, una élite aristocrática y sacerdotal, negaban la resurrección y otras doctrinas como la existencia de ángeles y espíritus, lo que los hacía menos propensos a aceptar la resurrección de Jesús.
Entonces, aquellos que creyeron en la resurrección lo hicieron por la veracidad del suceso y de las enseñanzas de Jesús, y no porque fuera un mensaje atractivo en sí mismo. A esto hay que añadir el tipo de religión en la que creían los judíos: un monoteísmo radical, donde el objeto de adoración es un Dios único y trascendente, que claramente contrastaba con otras creencias politeístas de la época.
Concluimos entonces que un judío que hubiera querido ganar adeptos entre su pueblo con un mensaje engañoso y persuasivo, probablemente no habría escogido el relato de la resurrección. Sin embargo, la Escritura y la historia testifican del poder con el cual evolucionó la historia de la iglesia. Después de la muerte de Jesús, un gran número de judíos se convirtieron al cristianismo y expandieron el mensaje del evangelio “en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8, NBLA). A menos que la resurrección fuera cierta, nada en la creencia judía habría impulsado el cristianismo con tal ímpetu.
Además, es claro que el cristianismo avanzó gracias a la labor de creyentes que estaban dispuestos a morir por defender la resurrección y todas las verdades alrededor de ella. Para demostrar este punto, Timothy Keller cita a Pascal: “[creo] en los testimonios de los que se arriesgan a que les corten el cuello”. Muchos cristianos fieles en el primer siglo, comenzando por los apóstoles y líderes, fueron martirizados por enseñar el evangelio. ¿Acaso parece probable que estas personas dieran la vida por una doctrina que era de dudosa procedencia? Solo la convincente evidencia de innumerables testigos oculares pudo haber explicado el avance del cristianismo por mano de creyentes tan radicales y convencidos.
En conclusión, podemos afirmar junto con N.T. Wright que la declaración de que la cruz fue un invento es, sencillamente, fantasiosa:
Los primeros cristianos no se inventaron lo del sepulcro vacío ni los encuentros con el Jesús resucitado. […] Nada estaba más lejos de sus expectativas, y ninguna forma de conversión habría fabulado de tal manera al respecto, por muy culpable (o perdonada) que pudiera la persona sentirse, ni tampoco basándose en un estudio exhaustivo de las Escrituras. El sugerir lo contrario supone lisa y llanamente dejar a un lado una genuina indagación histórica para entrar en un mundo de fantasía de propia creación.
El verdadero problema: la incredulidad
Quienes deciden considerar el cristianismo, se enfrentan al famoso trilema que expone C.S. Lewis en Mero cristianismo. Todo lo que Jesús dijo sobre Su divinidad, comenzando por Su muerte y resurrección, deja al oyente únicamente con tres opciones: Él era un mentiroso y sabía que no era Dios, pero deliberadamente engañó a otros para que lo siguieran; era un lunático que creía sinceramente que era Dios, pero estaba equivocado; o era realmente quien decía ser.
Entonces, quienes ven la evidencia y aun así deciden que la resurrección es un invento, tachando a Jesús y Sus discípulos de mentirosos o lunáticos, tienen un problema que trasciende el alcance de la lógica. En el fondo, la fe en la resurrección es un asunto espiritual, pues como dijo el mismo Señor, “Si alguno está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, sabrá si Mi enseñanza es de Dios o si hablo de Mí mismo”, Jn 7:17 (NBLA). En última instancia, aquellos en quienes obra el Espíritu Santo creerán, porque “Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y me siguen”, Jn 10:27 (NBLA).
Referencias y bibliografía
¿Es razonable creer en Dios? | Timothy Keller
Jesus and the Eyewitnesses | Richard Bauckham
The Resurrection of the Son of God | N.T. Wright
¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento? | F.F. Bruce
Mero cristianismo | C.S. Lewis
Evidencias de la cruz y la resurrección | John Piper
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