Si queremos hablar de la historia de la Biblia en el continente americano y del peso del legado que hemos recibido respecto a la difusión de la Palabra de Dios, es necesario que mencionemos a la Sociedad Bíblica Americana. Para 1890, esta entidad había distribuido en el continente cerca de dos millones de copias de las Escrituras, a través de agentes, colportores —personas dedicadas a distribuir libros y folletos para divulgar el Evangelio— y voluntarios. La receptividad no fue positiva en todas partes, y en muchos países se prohibió su introducción y distribución.
Generalmente, la Biblia aparecía primero en algún espacio geográfico y, detrás de ella, un predicador evangélico (cuando no era el propio agente bíblico quien actuaba también como evangelizador). También era natural que donde se distribuían biblias, surgían pequeñas comunidades evangélicas. Así pues, el trabajo de los colportores preparó el terreno para la penetración misionera.

Respecto a esto, Robert Elder, un misionero presbiteriano de origen escocés, escribió una carta a la Sociedad Bíblica Americana en su centenario, en 1916:
Los colportores han actuado como Juan el Bautista, preparando el camino para los misioneros. Llevaron biblias hasta las casas de gobierno, vendiendo copias a legisladores y escritores cuyos trabajos evidencian su lectura. También distribuyeron biblias en residencias de los acaudalados y penetraron los sombríos y saturados barrios urbanos con esta luz de vida. Su labor se extendió a zonas rurales, depositando el silencioso testimonio del amor de Dios en innumerables hogares campestres. Gracias a ello, los misioneros han encontrado a muchas personas receptivas al mensaje del Evangelio, previamente familiarizadas con estas biblias. En otros hogares, la Biblia permanecía como un libro sellado y su significado permanecía eludido, hasta que fue desbloqueado por las explicaciones de los colportores, la asistencia a reuniones o la vivencia personal del nuevo nacimiento.
La siguiente es una breve reseña histórica de la Biblia en nuestro continente y del rol que desempeñaron varios de esos colportores para que hoy en día la mayoría de nosotros tengamos fácil acceso a la Palabra de Dios.
La llegada de los conquistadores y la prohibición de la Biblia
Para comenzar con la historia de la Biblia en nuestro continente debemos retroceder hasta la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI. Aquellos hombres, como don Juan Díaz de Solís, que descubrió el Río de la Plata en 1516, o Hernán Cortés, que llegó a México en 1521, trajeron sus ansias de riqueza y gloria, y un universo de ideas nuevas y progreso para los pueblos nativos. Pero también mucha sangre derramada.

En esos tiempos, Europa estaba siendo sacudida por la Reforma protestante, cuya primera enseñanza era que todo el pueblo debía leer la Biblia. Casi dos años después de que los charrúas (los indígenas del Río de la Plata) asesinaran a Solís y a sus acompañantes, Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg las tesis que darían comienzo a una explosión espiritual en el viejo continente.
En 1569, se publicó la traducción de la Biblia al español realizada por Casiodoro de Reina. Pero en ese mismo año, Felipe II emitió la cédula que establecía la Inquisición en América, en la cual decretaba “la censura de las Biblias y catálogos de los libros prohibidos”. Así que, cuando los buques arribaban a estas costas, el comisario del Santo Oficio y el alguacil debían verificar “si en el dicho navío venían algunas imágenes o figuras de santos, papas, cardenales, obispos, clérigos y religiosos, indecentes o ridículas, de mala pintura, o libros prohibidos, como biblias en cualquier lengua vulgar”. Es decir, la Biblia en castellano estaba en la misma lista que las figuras indecentes.

Primeros impulsos de la Biblia en América
Sin lugar a duda, la situación de la Biblia fue muy dispar entre las colonias del norte y del sur.
Por un lado, en el corazón de la historia de la evangelización de América del Norte, se encuentra una obra monumental: la Biblia en el idioma massachusett, que fue traducida por John Eliot y publicada en 1663 en la imprenta del Harvard College. Este texto, además de simbolizar un encuentro entre culturas, representa un esfuerzo pionero en la traducción bíblica a lenguas indígenas. John Eliot, conocido como el “apóstol a los indios”, dedicó su vida a la evangelización de los nativos americanos de manera respetuosa y adaptativa.
Por otro lado, en nuestra América Latina no se registran grandes hitos respecto a la difusión de la Biblia sino hasta tres siglos más tarde. La clave estuvo en un movimiento espiritual que comenzó en Gran Bretaña, una isla que estaba en sus días de oro: se levantaba orgullosa contra el avance de Napoleón y su marina invencible llegó a dominar por un siglo los mares del mundo. Sin embargo, mientras el poderío exterior brillaba, por dentro la nación estaba corroída por el pecado, la codicia y la opresión. Fue en ese escenario que surgió una gran conmoción espiritual que renovó a la nación e hizo surgir el movimiento de la obra misionera moderna y el de las Sociedades Bíblicas.

Ese impulso pronto rebasó las fronteras británicas. “Si para Gales, ¿por qué no para todo el Reino Unido? Y si para el Reino Unido, ¿por qué no para todo el mundo?”, preguntaba John Owen, uno de los fundadores de la British and Foreign Bible Society (BFBS) —en español, Sociedad Bíblica Británica y Extranjera—. En 1804, él habló del “amanecer de una nueva era del cristianismo”.
La visión misionera era global y antes de llegar a América Latina ya se extendía a otras regiones. Por ejemplo, John Norton viajó a Inglaterra en 1804, y conoció a miembros de la recién formada BFBS, quienes le encargaron traducir el Evangelio de Juan al mohawk, el idioma de un pueblo indígena norteamericano. En 1805, se imprimieron 2000 copias, que se distribuyeron a comunidades de todo el Alto Canadá y el norte del estado de Nueva York. Esta se convirtió en la primera publicación de la BFBS en el extranjero.
Poco después, el influjo alcanzó también a Sudamérica. En su libro El otro Cristo español, el teólogo, misionero y educador escocés Juan A. Mackay señala: “A la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera pertenece el honor de haber introducido a Sudamérica a la fuente perenne del pensamiento y la experiencia cristianos. Los nuevos cristianos aparecieron no con espada sino con la Biblia”.
Entre 1804 y 1807, esa Sociedad Bíblica publicó 20.000 ejemplares del Nuevo Testamento en portugués, que fueron distribuidos a lo largo de la costa de Brasil, a través de comerciantes y marineros interesados en la difusión de las Escrituras. Al respecto, Mackay escribió, “así empezó el trabajo de difusión de la Biblia, que según los mejores espíritus de Sudamérica, colma la más grande necesidad de la vida espiritual del continente”.

En América Latina, a pesar del creciente predominio de regímenes liberales y a veces anticlericales, la circulación de las Escrituras se vio dificultada por la inestabilidad política y militar, y por la resistencia de la Iglesia católica romana. A pesar de todo esto, la distribución de las Escrituras resultó ser un fenómeno creciente y constante a lo largo del siglo XIX.
Como escribe Sidney Rooy: “La prohibición de que la gente común y corriente leyese la Biblia, vigente durante el período colonial, no regía en las nuevas repúblicas. Esto ofreció la oportunidad de que las sociedades bíblicas lograran una distribución exitosa”. Rooy también detalla cómo se dio la distribución de la Biblia en la región:
Entre 1804 y 1818, se distribuyen en las costas de Brasil miles de Nuevos Testamentos en portugués. Los cuáqueros llevaron ejemplares de la Biblia a Antigua y otras islas desde 1808, para los soldados, los marineros y los enfermos. Se reparten biblias en las Indias Occidentales, Honduras y las Guayanas, en español, francés, inglés y holandés. Comerciantes piadosos, viajeros y capitanes de barcos diseminan el texto sagrado por las costas de América Latina. (…) Las primeras sociedades auxiliares (…) aparecen en Barbados y Bermuda, en 1818, extendiéndose luego a Jamaica, Montserrat y Honduras, y por medio de misioneros llegan a Bérbice, Demerara, Trinidad, St. Kitts, Antigua y Surinam.
Un reporte de Argentina indica que se distribuyó una buena cantidad de biblias en Buenos Aires, las cuales fueron recibidas con alegría, pero luego la autoridad religiosa reclamó —bajo las más severas penas eclesiásticas— todos aquellos ejemplares en versión no autorizada que habían sido distribuidos. Ese informe concluye con estas palabras, que son un testimonio para nosotros: “Haber propagado, bajo cualquier desventaja, la Palabra de Dios, es algo que siempre debe hacerse. Esa Palabra, en un tiempo y otro, tendrá su retribución”.

Pioneros en la difusión bíblica
Diego Thomson merece ser considerado el pionero en la distribución de la Biblia en América Latina, reconocido por su labor innovadora en la educación y la evangelización a través del método lancasteriano. Él, que era oriundo de Escocia, llegó a Buenos Aires en 1818, donde utilizó la Biblia como herramienta educativa. Como Director General de Escuelas, distribuyó el Nuevo Testamento y empleó textos bíblicos como material de enseñanza primaria en Argentina. Luego extendió sus esfuerzos a Montevideo y más tarde a Chile, donde fue invitado por el gobierno para implementar su sistema educativo.
En Perú, Thomson continuó promoviendo la educación basada en la Biblia, logrando vender una cantidad notable de biblias y trabajando en traducciones a idiomas indígenas como el quechua y el aymara. También se enfocó en la educación de las mujeres y fundó escuelas específicamente para niñas en Buenos Aires y Lima. Su impacto se extendió por varias ciudades de América del Sur, incluyendo Trujillo, Guayaquil y Quito, y culminó en Bogotá, donde fundó la Sociedad Bíblica Colombiana en 1825, la primera de su tipo en América Latina.

Luego de regresar brevemente a Escocia, volvió a América Latina como colportor, distribuyendo biblias en México y otros países de América Central y el Caribe. Su legado ha dejado una huella duradera en la historia de la evangelización y la educación en América Latina. En una de sus cartas escribió:
Vuelvo mis ojos con placer a los niños. Allí comenzará la gran reforma. Sobre este fundamento debe ser construido todo lo que es noble en nuestra especie, por medio de lo cual Dios debe ser glorificado. Y cuanto más profundo se ponga este fundamento, más temprano se comience la instrucción, tanto más majestuoso y hermoso será el edificio levantado.
Por su parte, Luke Matthews llegó a Buenos Aires en 1826, luego pasó por Córdoba y Mendoza vendiendo biblias como agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Más tarde, se fue a Chile y luego a las principales ciudades de Bolivia (Cotagaita, Potosí, Oruro, Chuquisaca [Sucre], Cochabamba y La Paz). Fue honrado por el entonces presidente de Bolivia, el mariscal Antonio José de Sucre, y otras autoridades. El mismo Matthews informó: “Las autoridades me honraron con su protección, pero mi misión no causó ningún efecto en el pueblo”. En 1828, pasó a Panamá, y más tarde a Colombia. En 1830, desapareció misteriosamente mientras navegaba por el río Magdalena. Posiblemente fue asaltado y asesinado.

Poco después de su fundación, que se dio en mayo de 1816, la Sociedad Bíblica Americana también envió colportores a América Latina. En 1825, hizo una reserva de $500 dólares para acelerar las traducciones a las lenguas quechua, aymara y moxa. Sin embargo, no fue sino hasta 1833 que abrió su primera agencia, la cual funcionaba como centro operativo de la costa occidental de América Latina (Chile, Perú, Ecuador, Colombia y partes de Guatemala).
Había avances, pero también enormes dificultades. En Buenos Aires, y bajo órdenes de la autoridad civil, las traducciones protestantes de la Biblia fueron quemadas junto con desnudos pictóricos en la plaza pública frente al Cabildo. El reporte anual de la BFBS de 1848 expresó:
Respecto a Sudamérica (el comité) no tiene nada que informar. No hay parte del mundo, con la que el nombre cristiano esté conectado, que necesite más de la verdad bíblica y, al mismo tiempo, presente mayor resistencia a su introducción. Recorriendo sus extensas costas, se encuentra aquí y allá una apertura ocasional; pero para la gran mayoría de la población, ¡por desgracia! no hay acceso. ¿Cuándo despertarán a la conciencia de su necesidad y serán libres de recibir ese Libro que es el único que puede asegurarles efectivamente la luz de la vida?

Colportores, mártires y predicadores
Refiriéndose a los colportores, el informe de la BFBS de 1878 dice que:
Son hombres que (…) han probado y visto por sí mismos que el Señor es bondadoso, y que se dedican a la distribución de la Biblia con la firme convicción de que de esa fuente sagrada emana un flujo purificador y sanador que Dios se complace en bendecir para la santificación de muchas almas. (…) No es una exageración decir que no consideraron sus vidas preciosas para sí mismos, con tal de terminar su carrera con gozo.
La Sociedad Bíblica Americana envió numerosos agentes y colportores a Latinoamérica. Probablemente los más notables fueron Andrés M. Milne (1838–1907), Francisco G. Penzotti (1851–1925) y Hugo Clarence Tucker (1857–1956). También está W. H. Norris, agente y colportor de la Sociedad Bíblica Americana, quien estuvo en México entre los años 1846 a 1848, justo cuando las tropas estadounidenses invadieron el país. Obviamente esa época no fue la más propicia para su trabajo; aquella guerra injusta les hacía rechazar a los mexicanos todo lo que procediera de Estados Unidos.
En la introducción de la biografía de Milne —que la Sociedad Bíblica Peruana ha reimpreso—, su hija Inés Milne señaló que él fue testigo del nacimiento y la infancia de toda la obra evangélica en castellano en el continente sur. Estuvo en Uruguay, Argentina, Bolivia y Brasil, y fue perseguido en Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Al final de su vida, escribió: “Cuando emprendí esta obra hace 43 años (…) fue pensando solo en la gloria de Dios. (…) El Señor hace mucho más que compensar cualquier sacrificio que nosotros honestamente hagamos por Él y Sus intereses”.

Penzotti, italiano de nacimiento, es el héroe más destacado del protestantismo latinoamericano del siglo XIX. Poco después de su conversión en 1876 en Montevideo, comenzó el que habría de ser el ministerio de su vida: el colportaje. Junto con Milne, trabajó incansablemente por todo el continente distribuyendo las Escrituras. Por ello, bien merece el título de “apóstol del colportaje bíblico en América Latina”. Refiriéndose a él, el pastor, predicador y escritor evangélico Juan Crisóstomo Varetto escribió:
No hay país de la América Latina que él no haya visitado. Con su cartera en una mano y una Biblia en la otra, ha golpeado las puertas, siendo un mensajero de paz a todos aquellos a quienes encontraba; insultado y perseguido, nunca ha conocido el desaliento; viajando constantemente en trenes, en mulas y a pie, sufriendo hambre, durmiendo en el suelo y conociendo mil clases de privaciones. Su vida es una larga serie de incidentes y anécdotas conmovedoras.

Por su parte, Tucker llegó a Brasil en 1886 como pastor misionero presbiteriano. Su meta era “poner la Biblia en idioma portugués en las manos del pueblo y promover la aplicación de la verdad bíblica y el estilo de vida cristiano, para el mejoramiento de las condiciones sociales, económicas y culturales en las que vive el pueblo”.
José Mongiardino, natural de Italia, comenzó un viaje de amplio alcance, enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Desde el norte argentino escribía: “He podido vender muy poco, porque me dicen: “la última vez que estuvo aquí un colportor, el cura hizo que la gente quemase todas las Biblias”, y ahora casi nadie quiere comprar. (…) ¡Que Dios los perdone, porque no saben lo que hacen!”.

En 1877, Mongiardino visitó Bolivia y vendió mil copias de las Escrituras. Cuando el obispo se informó de su arribo al país, replicó: “¡Por qué no lo han expulsado!”. El colportor italiano siguió su obra a pesar de las amenazas, pero fue asaltado y asesinado a pedradas en las montañas en 1880. Encontraron su cuerpo, que había sido arrojado al río, con una piedra atada al cuello. Las autoridades obligaron a sus asesinos a llevar el cadáver a un lugar fuera de Cotagaita, porque el sacerdote local se negó a sepultarlo dentro de los límites de la ciudad. En el reporte de 1914, Varetto escribió:
Las Sociedades Bíblicas no solo nos han dado el Libro. A ellas les debemos algunos de los mejores predicadores en los púlpitos sudamericanos. A falta de seminarios para prepararse para la predicación, muchos jóvenes han tenido que tomar una maleta y hacer su escuela en el campo de batalla del colportaje. Golpeando de puerta en puerta; oyendo y contestando toda clase de objeciones; sufriendo insultos y recibiendo amenazas, pero hallando también magníficas oportunidades de hablar a las almas ansiosas han ganado experiencias que jamás cambiarían por el más alto título universitario. Leyendo el libro de la realidad han aprendido a conocer las necesidades espirituales y morales del pueblo al que se dirigen. Al subir al púlpito hablan con una eficacia que no hubieran alcanzado sin pasar por esa ruta. Casi me atrevo a decir que el colportaje es moralmente obligatorio para todos los que aspiran al ministerio.
Una historia que nos trasciende
Soy consciente de que muchas historias importantes se quedan por fuera de esta breve reseña. La del anciano wichí (indígena del Chaco Central y Austral), descubriendo que el Dios creador del cielo y de la tierra habla su mismo idioma. La de la familia destrozada que ahora canta unida porque sus miembros se encontraron con Cristo a través de la Biblia. La del joven que se alejó de las drogas porque, en la Escritura, descubrió que conocer a Jesús supera toda experiencia imaginable. La del niño huérfano que ahora tiene un Padre, y no es cualquiera, sino Aquél que es Celestial. La del preso que fue libre para siempre porque se topó con un Nuevo Testamento. La del empresario que descubrió, por lectura y experiencia, que es “más bienaventurado dar que recibir”.
Las Sociedades Bíblicas hacen parte de una historia de hombres y mujeres fieles al llamado de Dios, con nombres resonantes como Diego Thomson, Francisco Penzotti y Andrés Milne, pero también con personajes anónimos y humildes. Unos y otros se dieron a sí mismos para esparcir la buena semilla en un terreno difícil, sembrando sus propias vidas para que hoy cosechemos su fruto.
Por eso, al mirar juntos hacia atrás, podemos decir con el salmista: “Alabaré Tu nombre por Tu misericordia y fidelidad, por la grandeza de Tu nombre y porque Tu palabra está por encima de todo” (Sal 138:2, RVC).
Nota del editor: Este artículo está basado en la intervención que Rubén del Ré hizo en la Reunión de secretarios generales de las Sociedades Bíblicas de las Américas y el Caribe, que fue organizada por la Sociedad Bíblica de Panamá y celebrada el 18 de marzo de 2025.
Referencias y bibliografía
El otro Cristo español de Juan A. Mackay | Archive
La misión de las Sociedades Bíblicas en las Américas de Sidney Rooy. Revista Iglesia y Misión, 55 y 56.
Historia de la Biblia en Argentina | Sociedad Bíblica Argentina
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