Julián Hernández era oriundo del pueblo de Villaverde en la región española de Castilla; allí nació a principios del siglo XVI, aunque se desconoce la fecha exacta. De su familia no se sabe mucho, sino solo que creció con sus padres y que tuvo un hermano. Por alguna razón muy temprano se mudó con su familia a Alemania, donde se crió como un niño normal y donde tuvo los primeros acercamientos al luteranismo, la ‘nueva’ religión alemana.
En el país germano aprendió el oficio de la edición de libros, trabajando en una imprenta en la que se publicaban, entre otras cosas, escritos teológicos de tendencia reformista. Por su trabajo Julián tuvo que leerlos y seguramente aquí fue donde empezó su interés por la literatura protestante. Además, muy probablemente leyó los escritos que entonces se imprimían de reformadores españoles como Juan de Valdés, Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda.
Ya de adulto regresa a España, específicamente a Sevilla, donde como converso protestante busca relacionarse con el movimiento reformista español. Allí conoce a Juan Gil, o el “Doctor Egidio”, uno de los primeros teólogos evangélicos de España y un difusor secreto del protestantismo en Sevilla.
Es a partir de esta época de su vida en la ciudad andaluz, y a mediados del siglo XVI, que se empieza a conocer más de la vida de Julián Hernández. Por ejemplo, se sabe que ya por este tiempo se le conocía como “Julianillo”, a causa de su pequeña estatura, su delgada contextura y su pronunciada joroba. Otros lo llamaban “Julián el chico”.
Pero esta primera estancia en España no duró mucho, ya que el Santo Oficio, un tribunal de la inquisición, comenzó a investigar al protestante Juan Gil, del que Julianillo era pupilo, por lo que las investigaciones inquisitoriales estaban vinculándolo. En este ambiente hostil y por miedo Hernández decide abandonar nuevamente su país.
Emprendió un largo viaje por varios países europeos, como Francia, Escocia, Alemania, Países Bajos y Suiza, haciendo contactos protestantes en cada lugar. Decide quedarse en Alemania, un país que conocía muy bien, y en Frankfurt es ordenado como diacono en la iglesia luterana del lugar. Además, allí también se encontraba un compatriota exiliado, Diego de la Cruz, que era anciano de la iglesia.
Pero Julianillo no podía dejar atrás su país, y menos en la oscuridad de intolerancia inquisitorial en la que se encontraba. Pensando en esto, se le ocurrió una manera de ayudar sobre todo a los evangélicos que todavía residían en España: haciéndoles llegar literatura protestante. Pero para lograr esto debía dejar otra vez Alemania y domiciliarse en Ginebra, Suiza. En muchos países de Europa, excepto en España, podían conseguirse distintos libros de autores evangélicos, y en especial en la ciudad calvinista.
Los talleres de imprenta de Ginebra siempre tenían mucho trabajo y Julianillo pronto fue contratado por Juan Pérez de Pineda, un reformador, escritor y traductor español. Este trabajaba en una traducción del Nuevo Testamento (del griego al castellano) que quería publicar, y requirió la ayuda de Hernández por los conocimientos de edición e impresión que este poseía.
Sin embargo, Julianillo no olvidó su verdadero propósito en Ginebra. Pronto, con el apoyo de Juan Pérez, hizo el plan de viaje para España con el fin de contrabandear literatura de corte reformista. Pineda le pidió “ver la tierra y conocer qué disposición hay y en qué estado están las cosas de los creyentes afligidos por el amor de Dios”.
Introducir libros prohibidos en España era una tarea difícil, o casi imposible, ya que el control de las autoridades era férreo. Pero Hernández tenía un plan: escabullirse aparentando ser un arriero, esto es, un transportador de mercancías en mula. Con su hábito de mulero y fingiendo ser un campesino que llevaba cargas, Julianillo logró ingresar a España.
Este primer viaje lo hace a Sevilla en 1555, luego de pasar por Castilla y Zaragoza. Por ahora el plan es llevar cartas y noticias, conocer la situación del país y la iglesia y formar las conexiones para los próximos viajes en los que esperaba traer literatura. Un Juan Ponce de León, aristócrata sevillano, se compromete a ayudar a Hernández.
Los protestantes en Sevilla constituían al menos cientos de personas y algunas de ellas solían reunirse en casa de doña Isabel de Baena, una evangélica de convicción. Otros eran monjes que residían en el monasterio de San Isidoro del Campo, donde alguna vez estuvo el famoso Casiodoro de Reina. Podemos imaginar que ver la resistencia de este pequeño y clandestino grupo de fieles motivó a Julianillo a hacer otro viaje.
Ya de vuelta en Ginebra, y dos años después (1557), Hernández decide hacer otro viaje, también con el apoyo de Juan Pérez. Este viaje cumpliría el anhelado propósito de introducir literatura prohibida en España. Nuevamente, astutamente disfrazado como arriero, emprendió un segundo viaje.
Este valiente contrabandista llevaba escondido en dos barriles de roble (supuestamente con vino) una variedad de libros protestantes impresos en Ginebra, entre los que destacaban los que eran de la autoría de Juan Pérez de Pineda. En especial llevaba varias copias del Nuevo Testamento traducido por el mismo Pineda. De este hecho dio testimonio el reformador Cipriano de Valera:
El doctor Juan Pérez, de pía memoria, imprimió en el año de 1556 el Nuevo Testamento; y un Julián Hernández, movido con el celo de hacer bien a su nación, llevó muchos de estos testamentos y los distribuyó en Sevilla durante el año de 1557.
Luego de sobrevivir a los peligros del camino y superar los puntos de control inquisitorios, Julianillo arribó a Sevilla con todo su cargamento a salvo. Una parte de la carga la dejó en el monasterio de San Isidoro del Campo, fuera de la ciudad, y otra parte en la casa de Juan Ponce de León.
La idea era que desde aquellos dos centros protestantes se distribuyeran los libros a los fieles regados por la ciudad. La distribución se suponía que se haría solo a aquellos fieles evangélicos conocidos por todos, pero un error en la misma fue la condena de todos.
Un libro de Pineda, titulado La imagen del anticristo, llegó a manos de una mujer no-protestante. El título ya da una idea de lo provocador que es el libro y un grabado en la contraportada lo confirma: este se titula sarcásticamente ‘El Santissimo Padre’ y se puede ver al Papa recibiendo un documento (¿una bula?) de manos del mismo Satanás. Una inscripción debajo dice: “De su padre , el diablo , recibe el Antecristo las leyes , Con que tiraniza conciencias de vasallos i reyes”.
Cuando Julianillo se entera de que su empresa ha sido expuesta, decide huir fuera de Sevilla, pero es apresado en Adamuz, Córdoba, y es llevado de vuelta a Sevilla para comparecer ante el tribunal del Santo Oficio. Y no fue el único. Se inició una investigación general que terminó con unas 800 personas en la cárcel.
Su proceso inquisitorial tardó más de tres años, los cuales los pasó en la cárcel bajo interrogatorios y torturas. Algunas confesiones que los inquisidores le lograron sacar pusieron en riesgo a otros protestantes que vivían en la clandestinidad; no obstante, Julianillo se mantuvo firme y no renegó de su fe evangélica. Se dice que cuando salía de las audiencias lo hacía cantando:
Vencidos van los frailes,
vencidos van;
Corridos van los lobos,
corridos van.
La última oportunidad de abjurar de sus creencias protestantes la tuvo en el auto de fe de 1560 celebrado en la plaza de San Francisco de Sevilla. Este era un acto público de la Inquisición en el que se esperaba que el procesado se arrepintiera y confesara su error. Hernández no lo hizo. Ahora su destino definitivo era la hoguera.
El fatídico día fue un 22 de diciembre, en el que Julianillo Hernández fue sentenciado a la hoguera por ser protestante y distribuir literatura protestante en la España católica. Otras 14 personas también fueron condenadas el mismo día por ser protestantes, la mayoría mujeres. Ninguna se retractó.
Julianillo fue llevado a la hoguera con una mordaza en su boca; sin embargo, antes de encender las llamas, esta le fue retirada y dos eclesiásticos intentaron persuadirlo para que negara su protestantismo. El valeroso Julián, de cuerpo pequeño pero de alma grande, los llamó hipócritas y cobardes, y recogió unos trozos de leña que puso sobre su cabeza y sus hombros, mostrando que estaba listo para ser quemado.
Entonces fue atado de pies y de manos, y quemado vivo, lo que soportó hasta su muerte en total silencio. Así terminó la vida de Julián Hernández, que ha quedado como mártir y mito de la reforma española, como ejemplo de verdadero patriotismo, como patrón de los editores, impresores y libreros evangélicos y como promotor del derecho individual a la lectura y el aprendizaje.
Bibliografía: Real Academia de la Historia, Julián Hernández en dbe.rah.es; Jonatan Orozco Cruz, La Reforma en Sevilla: Reflexiones sobre un fenómeno olvidado en upo.es; Julián Hernández ‘Julianillo’, realidad y mito en protestantedigital.com; Julianillo, mártir de la Inquisición en protestantedigital.com; Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes en cervantesvirtual.com; John E. Longhurst, Julián Hernández: Protestant Martyr en jstor.org; Adolfo de Castro, Historia de los protestantes españoles y de su persecución por Felipe II (1851); Manuel Chaves, Julianillo Hernández en Biblioteca Virtual Universal.
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