“Pasé todo el día traduciendo el primer capítulo de los Hechos al hindustaní”. Esa podría ser la entrada en el diario de muchos traductores de la Biblia si reemplazamos el nombre del idioma.
Henry Martyn (1781–1812) escribió estas palabras en 1806 mientras viajaba por el río Ganges hacia su estación por primera vez. Con apenas 25 años, Martyn no era un veterano experimentado y había llegado a la India desde Inglaterra solo cuatro meses antes. Allí estaba, en el implacable calor de la India, comenzando su trabajo fundamental de traducción al urdu, un idioma hablado hoy por más de doscientos millones de personas.
Lamentablemente, Martyn moriría solo seis años después. Es asombroso ver lo que Dios hizo a través de él tanto en la India como en Persia durante ese tiempo, incluyendo las traducciones del Nuevo Testamento al urdu y al persa, y un año de evangelismo personal en Persia mientras su salud empeoraba. ¿Qué explica la notable labor misionera de Martyn? ¿Qué ingredientes se combinaron para hacerlo el misionero que fue?
Dios utilizó su educación clásica en Cambridge, así como con su madurez espiritual, la cual fue formada por una mentoría intencional que lo preparó para su tarea única de interactuar con musulmanes y traducir la Biblia. Al considerar cómo enviar mejor a hombres y mujeres al ministerio transcultural, la historia de Martyn nos ayuda a reconocer que ciertos enfoques de educación y formación espiritual pueden abrir oportunidades para dar fruto en el Reino.

Estudiante destacado de Cambridge
Henry Martyn nació en una familia próspera y trabajadora en el suroeste de Inglaterra. Sin embargo, su madre murió cuando él era joven, y tanto él como sus hermanas sufrieron de tuberculosis durante toda su vida. Puede que ahora olvidemos la gravedad de la tuberculosis, pero se consideraba la principal causa de muerte en Inglaterra en 1800, el año en que murió el padre de Martyn. Al igual que David Brainerd (1718–1747), a quien admiraba profundamente, Martyn sospechaba que su tiempo en la tierra sería corto. Pero esa debilidad corporal nunca apagó su ambición.
Martyn recibió la mejor educación disponible en su ciudad y calificó para estudiar en el St. John’s College de Cambridge. Se destacó al ganar el premio de “Senior Wrangler”, que significaba (y aún significa) ser el mejor estudiante en matemáticas, y esto en una época en que Cambridge era conocida como la mejor escuela de matemáticas. Para que no pensemos que sus habilidades se limitaban a las matemáticas, también ganó un premio en composición latina, fue nombrado miembro académico titular de su colegio —lo que implicaba formar parte del cuerpo docente y participar en la gobernanza de la institución— después de graduarse, y sirvió como examinador que calificaba exámenes orales y escritos durante dos años. Además de examinar a los estudiantes en obras de filosofía, también los evaluaba en su conocimiento de la Anábasis de Jenofonte en griego.

Su diario The Life and Letters of Henry Martyn (La vida y cartas de Henry Martyn) a menudo registra entradas como esta de 1803: “Leí el hebreo, y también el griego de la Epístola a los Hebreos”. Eso refleja su formación clásica, un privilegio distintivo a principios del siglo XIX y una herramienta que llevó directamente a su ministerio.
Mentoreado por Charles Simeon
La educación de Martyn se complementó con el trabajo junto a un mentor, Charles Simeon (1759–1836). Simeon era ministro en la Iglesia Holy Trinity en Cambridge y un firme defensor del anglicanismo evangélico. Soltero de por vida, entrenó a muchos jóvenes para el ministerio, a menudo invitando a estudiantes universitarios a su casa los viernes por la noche y enseñándoles a predicar los domingos por la tarde. También fue uno de los fundadores de la Church Missionary Society, el brazo misionero anglicano que aún existe hoy.

Después de la muerte de su padre, Martyn, a los veinte años, comenzó a leer la Biblia y, como dice su diario, “prestar más diligente atención a las palabras de nuestro Salvador en el Nuevo Testamento, y devorarlas con deleite”. Simeon se convirtió en el mentor y defensor de Martyn mientras se preparaba para el ministerio transcultural. Después de graduarse, Martyn sirvió como ministro asistente de Simeon mientras también estudiaba el idioma urdu con un erudito de Cambridge.
Aprender con Simeon le dio a Martyn acceso al pensamiento evangélico de primer nivel y a los principales defensores de la reforma y las misiones evangélicas, incluidos William Wilberforce y el anciano John Newton. Al mismo tiempo, Martyn se sumergió en clásicos espirituales de los puritanos y Jonathan Edwards. Para cuando partió hacia la India, Martyn había recibido dos dones invaluables de Simeon: el consejo y la dirección de un mentor y una temporada de profundización espiritual a través del estudio de obras teológicas clásicas. Estos le dieron tanto la confianza que necesitaba para el ministerio como la experiencia de observar una vida ministerial bien vivida.

Erudito y zapatero
La preparación de Martyn, entonces, consistió en un alto grado de rigor académico combinado con una formación espiritual entre un ferviente grupo de anglicanos evangélicos. Cuando llegó a Calcuta en 1806, Martyn aún tenía mucho que aprender sobre el ministerio transcultural, pero su preparación le proporcionó las habilidades y la resistencia necesarias para interactuar con otros idiomas, culturas y religiones.
El misionero pionero William Carey (1761–1834) reconoció los dones de Martyn y le confió la traducción al urdu pocas semanas después de su llegada. La educación de Martyn lo distinguía, incluso del propio Carey, quien se formó como zapatero y fue en gran parte autodidacta. El comentarista más reciente de Martyn señala: “Las cualificaciones de Martyn en griego y latín le dieron una base como traductor que los misioneros bautistas, a pesar de su gran celo, no podían igualar”.

Martyn eligió momentos oportunos para expresar algunas críticas sobre otras traducciones. En 1807, respecto a los primeros borradores de un esfuerzo de traducción al hindi por parte de Carey y su equipo en Serampore, Martyn escribió: “Muchas oraciones importantes se pierden por completo, debido a fallas en el orden u otras pequeñas equivocaciones. Los errores de imprenta también son considerables. Recuérdales, aunque no de mi parte, que cuanto más se apresuran, peor es el resultado” (uno se pregunta si Martyn ya había ofrecido demasiadas sugerencias y por eso quería que su crítica se transmitiera indirectamente). No es un secreto que los ambiciosos planes de traducción del equipo de Serampore significaron que las primeras biblias pasaron por varias ediciones antes de ser fácilmente comprendidas por la gente local. Sea cual sea el caso, Martyn estaba decidido a que las traducciones de la Biblia llegaran al público más amplio posible.
Martyn creía que había recibido una formación invaluable en Cambridge y esperaba que otros con una formación similar se unieran a él. “Tengo quejas graves que hacer”, escribió a su compañero de clase en Cambridge, John Sargent, “de que la inmensa tarea de traducir los servicios a los idiomas del Este se deja a los disidentes [los misioneros bautistas], quienes en diez años no pueden suplir lo que ganamos con una educación clásica”.

De hecho, la competencia lingüística lograda a través de esa educación fue invaluable para abrir puertas a la conversación y el ministerio. Durante su año en Persia antes de su muerte, recibía a invitados que interrumpían su trabajo de traducción para tener una conversación en persa sobre el cristianismo. No hay informes de que tuviera un intérprete con él durante estas visitas. Su capacidad para comunicarse lo convirtió en objeto de atención. Cuando un erudito sufí publicó un tratado contra el cristianismo debido al testimonio de Martyn, este respondió con tres breves tratados en persa que se convirtieron en textos estándar para estudiar la apologética musulmana en las décadas siguientes. Formado al más alto nivel y mentoreado por líderes cristianos, los pocos años de servicio misionero de Martyn fueron notablemente fructíferos.
Eruditos y zapateros hoy
Los misioneros han debatido durante mucho tiempo qué nivel de educación es ideal para hombres y mujeres que se dedican al trabajo transcultural de la Gran Comisión. Por un lado, un heraldo del Evangelio tiene un mensaje simple cuya autoridad no se basa en la calidad del mensajero; cualquier seguidor sincero de Jesús —erudito o zapatero, mecánico o matemático— puede participar en la tarea. Por otro lado, el pensamiento analítico profundo junto con la competencia lingüística puede proporcionar a los misioneros las habilidades necesarias para situaciones nuevas y complejas.

Entonces, ¿cómo continuarán las iglesias produciendo misioneros fructíferos como Henry Martyn? No tenemos que estar de acuerdo con el director del siglo XIX de Eton, quien desafiaba a sus estudiantes diciendo que si no eran hábiles en componer poesía griega clásica nunca “serían útiles en el mundo”. Componer poesía griega original (o examinar a estudiantes sobre Jenofonte) no es la clave para hacerse útil en el servicio de Dios. Pero quizás un intento serio de renovar la educación clásica hoy tenga el potencial de producir misioneros talentosos y tenazmente flexibles. Si los padres o estudiantes se sienten tentados a preguntar por qué deben estudiar latín, me pregunto si un el rector de una institución de educación clásica podría responder: “Para que puedan convertirse en un misionero como Henry Martyn”.
La educación de Martyn lo preparó de la mejor manera posible para las tareas de análisis y comunicación que eran cruciales para llevar el Evangelio a nuevas circunstancias. Los cristianos interesados en las misiones hoy necesitan el mismo enfoque contracultural en las artes lentas de la comunicación y el pensamiento profundo. Una iglesia enfocada en las misiones cultivará un entorno educativo que crea que Dios habla a través de testigos humanos claros y reflexivos, y luego se regocijará cuando hombres y mujeres de su propia comunidad se vayan.
Los misioneros de hoy pueden no ser los que comiencen una traducción de la Biblia a un idioma tan ampliamente hablado como el urdu, pero puede ser un objetivo fructífero enviar un mensaje a casa como este: “Trabajé todo el día escuchando y hablando para encontrar las palabras adecuadas para presentar el Evangelio en este idioma”. Como Henry Martyn, conocerían el gozo de una comunicación fresca del Evangelio.
Este artículo fue traducido y ajustado por David Riaño. El original fue publicado por Jon Hoglund en Desiring God.
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