Al salir el sol aquella mañana en Chinkiang, la indomable luz de los ojos de María empezó a apagarse.
Durante varias noches, a lo largo de sus angustiosos años en China, Hudson Taylor había temido perder a su esposa al verla luchar contra una grave enfermedad, pero el 23 de julio de 1870 pudo ver que ese sería su último día juntos, al menos por ese momento. Entendió que su Dios había venido para llevar a Su hija a casa. El desconsolado marido vio cómo la renombrada fuerza y vitalidad se retiraban de su cuerpo aún joven. Solo tenía 33 años.
—Querida, ¿eres consciente de que te estás muriendo?
—¿Morir? ¿Tú crees…?
—Sí, te vas a casa. Pronto estarás con Jesús.
—Lo siento mucho.
El artículo continúa después del anuncio—¿Lamentas irte para estar con Jesús?
—¡Oh, no! No es eso. Sabes, querido, que durante los últimos diez años no ha habido ni un solo obstáculo entre mi Salvador y yo. No puedo lamentar ir con Él… Pero me duele dejarte sola en un momento así. Sin embargo... Él estará contigo y satisfará todas tus necesidades.
Fragmento de Hudson Taylor & María de John Pollock.
“No ha habido ni un solo obstáculo”. Incluso cuando en los hospitales de Inglaterra podría haber sido curada. Incluso tras haber enterrado tres días antes a su hijo recién nacido, Noel, con el cual tuvo un embarazo agotador en medio de un calor opresivo de verano. Incluso después de haber enterrado a su otro hijo, Sammy, de cinco años, ese mismo año. Los Taylor habían enfrentado una tormenta tras otra en 1870 y muchas más antes de eso, y aun así María pudo decir con sus últimos alientos: “Ni un solo obstáculo”.
Aunque la muerte acechó a Hudson y María durante toda su vida matrimonial, no fue la única oposición a la que se enfrentaron y que superaron juntos. Desde que se conocieron, sufrieron (y aceptaron) más adversidades y resistencias de las que la mayoría de los matrimonios podrían imaginar. Muchos de nosotros podríamos flaquear bajo mucha menos presión y derrumbarnos bajo mucho menos peso, pero Dios llevó a Hudson y María Taylor mientras caminaban, cogidos de la mano, por los valles más oscuros, profundos y devastadores. Su amor se convirtió en un drama inusualmente trágico y triunfante del misterio del matrimonio, de ese amor soberano e inquebrantable entre Cristo y su iglesia (Ef 5:31-32).
Comienzo del amor
Hudson conoció a María catorce años antes en un complejo misionero en Ningpo, China. Había sido pionero del evangelio en otra comunidad, la de Swatow, con su querido amigo William Burns. Estaban disfrutando de una receptividad inesperada en ese campo misionero, que hasta entonces no había sido arado. Pero Burns fue arrestado mientras Taylor había ido a Shanghai por provisiones, y se les prohibió regresar a Swatow. Esta amarga providencia llevó a Taylor a Ningpo en octubre de 1856.
María Dyer había conocido bien el dolor mucho antes de cruzarse con Hudson. Había nacido en China, pues era hija de Samuel y María, dos de los primeros misioneros occidentales en ese país. Sin embargo, su padre murió cuando ella tenía solo 6 años y su madre, solo cuatro años después. Huérfanas, su hermana Ellie y ella quedaron al cuidado de la señorita Mary Ann Aldersley, quien dirigía una escuela para niñas en Ningpo.
Años más tarde, mientras María enseñaba a las niñas y evangelizaba a los chinos del lugar, “había llegado él: el joven misionero que la impresionó también compartía sus anhelos de santidad, utilidad y cercanía a Dios. Era diferente a los demás (...) Parecía vivir en un mundo tan real y tener un Dios tan real y grande”. Sin duda, se sintió atraída por él porque ella misma, a pesar de todo lo que había perdido y sufrido, vivía en ese mismo mundo real con ese mismo Dios real y grande.
Un amor con oposición
Desgraciadamente, por mucho que Hudson se encariñara con María, otros en el recinto, especialmente la señorita Aldersley, despreciaban la idea de su recién descubierto amor. Algunos misioneros se sintieron ofendidos porque Hudson había cambiado su apariencia para parecer chino, una práctica misionera radical (aunque aparentemente efectiva) de la época. Para ellos, el “truco” era risible, e incluso vergonzoso.
Así que, cuando María pidió permiso para ver a Hudson, Aldersley se negó profusa y obstinadamente durante meses. La forma en que María esperó era una muestra de la misma gracia que los sostendría a través de pruebas mucho peores:
Aunque a veces siento que el mayor placer terrenal que deseo es que se me permita amar al individuo que he mencionado tan prominentemente en mi carta, y tener con él la relación más estrecha y dulce que dos semejantes mortales pueden tener –tanto espiritual como temporalmente–, deseo que él no ocupe el primer lugar en mis afectos. Deseo que Jesús sea para mí el más importante entre diez mil, el más encantador.
Los tíos de María en Inglaterra, sus tutores oficiales, finalmente escribieron para dar su bendición a la unión. Aunque algunos seguían protestando, finalmente, Hudson y María se casaron el 20 de enero de 1858.
Una obra que enfrentó oposición
La feroz oposición que experimentaron en el noviazgo, sin embargo, resultó ser un susurro de lo que sufrieron en las trincheras entre los no alcanzados.
Incluso, mientras se preparaban para casarse, Hudson le dio a María la oportunidad de evitar los peligros que sin duda enfrentarían:
—No puedo obligarte a cumplir tu promesa si prefieres echarte atrás. Ya ves lo difícil que puede ser a veces nuestra vida.
—¿Lo has olvidado? —respondió ella— Me dejaron huérfana en una tierra lejana. Dios ha sido mi Padre todos estos años. ¿Crees que ahora tendré miedo de confiar en Él?
Y su vida fue difícil, extremadamente difícil en ocasiones, ya fuera por el intenso escepticismo y la persecución de los chinos, o por el cinismo y la oposición de sus críticos en Inglaterra, o por la división y la insurrección dentro de su equipo, o por las inevitables enfermedades que asolaban a su familia y a sus seres queridos, o por la falta de los fondos necesarios y la lejanía de cualquier esperanza de apoyo. El sufrimiento era un hilo oscuro y persistente en el triple cordón de su amor. Sin embargo, como escribió Hudson en una ocasión: “Las dificultades ofrecen una plataforma en la que Dios puede mostrarse. Sin ellas nunca podríamos saber cuán tierno, fiel y todopoderoso es nuestro Dios”.
La hostilidad social que sintieron al ir de ciudad en ciudad alcanzó su clímax en una escena especialmente peligrosa el 22 de agosto de 1868, durante el motín de Yangchow.
Estalló un motín
Lo que ocurrió en Yangchow podría haber ocurrido en casi cualquier lugar de China. Los Taylor siempre fueron conscientes de la amenaza de una insurrección repentina contra su misión. Aunque los chinos no se sintieran ofendidos por su mensaje, sabían que Satanás ciertamente lo estaba, y haría todo lo posible por destruir su causa.
En agosto de 1868, dos años después de que los Taylor se establecieran allí con un equipo, empezaron a correr rumores horribles por todo Yangchow. Las mentiras acusaban a “los extranjeros” de secuestrar niños y realizar procedimientos médicos crueles y deshonestos. Los primeros alborotadores se reunieron un domingo. Eran unos doscientos hombres rudos y enfurecidos. Los misioneros lograron contenerlos mientras esperaban la intervención de las autoridades locales, que finalmente se produjo. Pero tres días después, la multitud creció en tamaño y odio.
Miles de personas asaltaron las puertas del recinto. Hudson y otro hombre desafiaron a la multitud hostil para pedir ayuda al gobernador local. María (embarazada de su sexto hijo en aquel momento) y los demás hicieron lo que pudieron para mantenerse con vida mientras esperaban. Finalmente, la turba irrumpió en la casa, robó todo lo que encontró y prendió fuego al resto. Mientras las llamas crecían y las piedras volaban en todas direcciones, María se vio obligada a saltar desde un segundo piso (entre tres y cuatro metros por encima del suelo), mientras los misioneros a duras penas lograron escapar.
Al final, tras mucha consternación, Hudson presionó al magistrado local y el motín se dispersó. Cuando le preguntaron a María qué castigo deseaba que se aplicara, respondió:
¿Castigo? La verdad es que no me he planteado la pregunta, ya que no tiene nada que ver conmigo. La venganza que deseo es una mayor apertura del país a nuestro trabajo (…) Consideraré leves nuestros sufrimientos físicos y bien recompensadas nuestras ansiedades mentales, por severas que hayan sido, si consiguen abrirnos más el país para la difusión del reino de nuestro Maestro.
El 18 de noviembre, apenas tres meses después, Hudson y María volvieron a Yangchow con su equipo, comprometidos a predicar de Cristo allí donde aún no había sido invocado, incluso después de todo el mal que Yangchow les había pagado por su compasión y sacrificio. “...se me ha abierto una puerta grande para el servicio eficaz”, bien podrían haber dicho los Taylor, “aunque también hay muchos adversarios”, 1Co 16:9 (NBLA).
Una familia desconsolada
Entre el momento en que desembarcaron en Yangchow y el motín de 1868, Hudson y María perdieron a su querida primogénita, Gracie, a causa de una enfermedad. Los problemas de salud habían sido una amenaza siempre presente, pero ésta era la primera muerte que atravesaban juntos. En una carta a su madre, Hudson escribió:
¡Nuestra querida Gracie! ¡Cómo echamos de menos su dulce voz por las mañanas, uno de los primeros sonidos que nos saludaban al despertar, y durante todo el día y al atardecer! Cuando doy los paseos que solía dar con su figura tropezando a mi lado, el pensamiento me viene de nuevo como un latido de agonía: “¿Es posible que nunca más sienta la presión de esa pequeña mano... nunca más vea el brillo de esos ojos brillantes?”. Y sin embargo, no está perdida. No la querría de vuelta. Agradezco que se la llevaran a ella y no a cualquiera de las otras, aunque era el sol de nuestras vidas.
Dos años más tarde, las condiciones eran tan duras que los Taylor decidieron enviar a sus cuatro hijos mayores a Inglaterra. Sammy, de cinco años, ya débil y frágil, murió justo antes de partir. Ya habían perdido tres hijos, incluido otro al nacer en 1865.
Todo ello antes de perder a otro bebé, Noel, y luego a la propia María al año siguiente, en 1870. Hudson escribió:
Él y nadie más que Él sabía lo que mi querida esposa era para mí. Él sabía cómo la luz de mis ojos y la alegría de mi corazón estaban en ella (...) Pero vio que era bueno llevársela –bueno para ella, y en su amor se la llevó sin dolor– y no menos bueno para mí, que ahora debo esforzarme y sufrir solo, aunque no solo, porque Dios está más cerca de mí que nunca.
Perder la luz de sus ojos y la alegría de su corazón le ayudó a ver y sentir la cercanía de Dios.
Después de perder a su hija, a su hijo, a su recién nacido y luego a su dulce María mientras llevaba el evangelio, Hudson escribió a un compañero de ministerio:
¿Acaso puede Jesús satisfacer mi necesidad? Sí, y con creces. No importa cuán intrincado sea mi camino, cuán difícil mi servicio; no importa cuán triste sea mi duelo, cuán lejos estén mis seres queridos; no importa cuan indefenso esté, ni cuán profundas sean las ansias de mi alma, Jesús puede satisfacer todo, todo, y más que satisfacer”.
Secretos espirituales para el matrimonio
¿Qué podemos aprender hoy del valiente amor de Hudson y María Taylor para el matrimonio y el ministerio? Podemos extraer al menos tres lecciones perdurables.
En primer lugar, un matrimonio verdaderamente cristiano aporta luz y frescura allí donde crece. John Pollock escribió:
Su naturaleza apasionada [la de María] satisfacía su anhelo ardiente de amar y ser amado (...) Ella le proporcionó un reposo pleno, un afecto que lo alimentaba y nutría, de modo que juntos tenían tal reserva de amor que salpicaba para refrescar a todos (chinos o europeos) los que se acercaban a ellos.
Los matrimonios empapados del evangelio no pueden evitar compartirlo. Y más que compartir, destilan su gracia. Los que se acercan no pueden evitar el desbordamiento de Cristo en ellos. Así pues, ¿rebosa y refresca nuestro amor matrimonial a nuestros hijos, a la familia de nuestra iglesia, a nuestros vecinos? ¿Llega a alguien que no conoce a Jesús?
En segundo lugar, la fuente de su fuerza, sacrificio y resistencia era una profunda satisfacción en Jesús por encima de todo. En el más duro de todos los veranos, el mismo verano en que María dio a luz, perdió a su bebé, y luego ella misma murió, Hudson escribió: “No podía sino admirar y maravillarme de la gracia que tanto sostenía y consolaba a la más cariñosa de las madres. El secreto era que Jesús satisfacía la profunda sed del corazón y del alma”. Como María vivía junto al pozo de agua viva, aún tenía amor que dar mientras todo a su alrededor, incluso su propio cuerpo, se debilitaba.
Hudson acababa de descubrir ese mismo pozo el año anterior a su muerte, después de sentir que su fuerza y fervor espirituales iban de mal en peor durante años. Tras un intercambio epistolar que le cambió la vida con un amigo y compañero de misión, Taylor escribió:
Me parece que solo he llegado al borde, pero de un mar sin límites; que solo he bebido un sorbo, pero de aquello que satisface plenamente. Cristo, literalmente, lo es todo para mí ahora: el poder, el único poder para el servicio, el único fundamento para la alegría inmutable (...) La vid no es solo la raíz, sino todo: raíz, tallo, ramas, ramitas, hojas, flores, frutos. Y Jesús no es solo eso: es tierra y sol, aire y lluvia, y diez mil veces más de lo que jamás hemos soñado, deseado o necesitado. ¡Oh, qué alegría ver esta verdad!
Tanto cambiaron las cosas para Hudson en ese entonces que, cuando llegaron las tormentas del año siguiente, pudo decirse de él: “La recién descubierta alegría de Hudson Taylor y su experiencia espiritual parecen haberse profundizado más que entorpecido por las presiones de estos días”. La satisfacción que experimentó no solo hizo soportable su sufrimiento, sino que en realidad lo obligó a afianzar su alegría en Jesús. ¿Hemos bebido de un pozo como ese? ¿Hacemos tiempo para beber allí con nuestro cónyuge?
En tercer lugar, sobrevivieron gracias a la dependencia y la paciencia en la oración. Como dijo Taylor: “Procuremos tener a Dios ante nuestros ojos; sigamos sus caminos y tratemos de agradarle y glorificarle en todo, en lo grande y en lo pequeño. El trabajo de Dios, hecho a la manera de Dios, nunca carecerá de los suministros de Dios”. ¿Cómo se veía eso en su matrimonio? Los que los conocían y observaban de cerca afirman: “Con Hudson y María, juntos o solos, en voz alta o sin hablar, breves o sin prisas, la oración era la respuesta desinteresada de los hijos a su Padre”.
La intimidad y constancia de su vida de oración juntos estaba marcada y endulzada con una bendita paciencia. “Por regla general, la oración recibe respuesta y llegan los recursos”, recordaba Taylor más tarde, “pero si se nos hace esperar, la bendición espiritual que resulta de ello es mucho más preciosa que la exención de la prueba”. Él creía que la bendición de una oración sin respuesta (¡incluso simplemente para tener suficiente dinero para comer!) superaba la bendición de que esa oración en particular fuera respondida afirmativa o más rápidamente. Estaba convencido de que así debía ser, porque Dios no negaría una bendición mayor. Entonces, ¿nos apoyamos en la oración para todo lo que necesitamos? ¿Creemos realmente que Dios puede satisfacer alguna necesidad porque hemos orado? ¿Recibimos las oraciones no respondidas con el tipo de esperanza, gratitud e incluso alegría que brotó en Hudson y María?
En una ocasión, mientras Hudson estaba forjando un nuevo camino para el evangelio, sintió la hostilidad en el aire y su total vulnerabilidad ante los ataques. Escribió a María acerca de su muerte inminente: “Querida mía, ahora solo puedo imaginarme sosteniendo tu amada figura en mis brazos. Tal vez, querida, el Señor tenga en cuenta que hacemos algún pequeño sacrificio por Su nombre y por Su obra”. Un pequeño sacrificio, en efecto. Sobrevivió aquel día, pero enterró a su amada apenas tres años después. Sin embargo, Hudson y María estaban encantados de arriesgarlo y perderlo todo, incluso el uno al otro, por el bien de Su nombre.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado en Desiring God bajo el título: A Marriage of Tragedy and Triumph: HUDSON AND María TAYLOR (1858–1870). Allí se encuentran las citas correspondientes.
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