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En medio de la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial, cuando el miedo y la violencia marcaban cada rincón de Europa, una mujer neerlandesa decidió encender una pequeña luz de esperanza. Su nombre era Corrie ten Boom. Criada en un hogar profundamente cristiano, donde la oración marcaba el ritmo del día y la generosidad se ejercía con convicción, ella aprendió a incomodarse con tal de ayudar al necesitado.
Lo que sigue no es solo la historia de una relojera y su familia que, impulsados por una fe extraordinaria, ofrecieron refugio a los perseguidos y reflejaron el amor de Dios en los lugares más sombríos del mundo. También es el relato de cómo la vida de Corrie ten Boom se convirtió en un testimonio del poder del Evangelio en acción para muchas generaciones de cristianos.
Un llamado a la misericordia en tiempos de guerra
Corrie ten Boom nació el 15 de abril de 1892 en la ciudad de Ámsterdam, en los Países Bajos. Era la hija menor de Casper ten Boom (1859-1944), un joyero y relojero. Siguió la profesión de su padre y en 1922 se convirtió en la primera mujer licenciada como relojera en los Países Bajos. Durante la siguiente década, además de trabajar en la tienda de su padre, estableció un club juvenil para adolescentes en el cual brindaba instrucción bíblica y clases de artes escénicas, costura y artesanías.
Corrie y su familia hacían parte de la Iglesia Reformada Holandesa. Su fe los inspiraba a servir permanentemente a sus vecinos y a ofrecer refugio, comida y dinero a los más necesitados. Su disciplina cristiana era estricta: la Palabra de Dios, leída en la mañana y la noche, era el pulso que regía el hogar. Los corazones generosos de Casper y Cornelia, los padres de Corrie, acompañaban la abundancia de la Escritura. Ignorando las limitaciones de su propia escasez y pobreza, a menudo daban hasta lo último que tenían a los necesitados.

En 1940, a pesar de la declaración de neutralidad de los Países Bajos en la guerra, el ejército Nazi invadió el país e impuso su campaña de persecución y segregación a los judíos. Para 1942, los arrestos de la Gestapo se ejecutaban con toda su fuerza. Corrie, ya de 50 años, vivía con su hermana mayor y su padre, cuando un día escuchó el primer golpe de un atemorizado vecino judío en su puerta. Habiendo cuidado de once hijos adoptivos cuando los suyos propios ya habían crecido, Casper ten Boom no se atrevió a rechazar a alguien en necesidad.

En mayo de ese mismo año, una mujer bien vestida llegó hasta el hogar de los ten Boom con una maleta en la mano y les dijo que era judía, que habían arrestado a su esposo varios meses antes y que su hijo se había escondido. Tenía miedo de volver a su casa porque los nazis la habían visitado recientemente, pero escuchó que los ten Boom habían ayudado a sus vecinos judíos y les preguntó si podían hacerlo con ella también. Casper le dijo que podía quedarse, a pesar de que la sede de la policía estaba a solo media cuadra de distancia.

Un escondite para los perseguidos y campo de concentración
A partir de ese momento, Corrie y su hermana Betsie decidieron abrir su hogar para atender a refugiados, ya fueran judíos o miembros del movimiento de resistencia buscados por la Gestapo. Corrie empezó a usar su trabajo como relojera y la tienda de su padre como fachadas. Mientras tanto, la familia estableció contacto con los trabajadores de la resistencia, quienes les ayudaron a construir un escondite en la casa de la familia. Conforme la obra avanzó, fueron dándoles hospedaje a más judíos, particularmente a aquellos difíciles de esconder, como una mujer con un bebé y una anciana con dificultad para respirar.
Sin embargo, un informante holandés habló con los nazis sobre la labor de los ten Boom y la Gestapo allanó la casa el 28 de febrero de 1944. Corrie, su padre, su hermano, sus dos hermanas, y otros miembros de la familia fueron arrestados. Además, la policía detuvo a varios trabajadores de la resistencia que habían entrado involuntariamente en la casa durante la redada, así como a muchos familiares que habían asistido a una reunión de oración en la sala de estar.
En total, ese día, en aquel lugar que fungía de relojería, casa y escondite, arrestaron a unas 30 personas. Después de mantenerlas retenidas brevemente, la policía estatal las liberó a todas, menos a tres de los diez miembros de la familia ten Boom. Se trataba de Corrie, de su hermana mayor Betsie y de su padre Casper, quien enfermó en la cárcel y murió solo diez días después de la detención.
Después de tres meses en prisión, que en su mayoría transcurrieron en una celda de total aislamiento para Corrie, ella y su hermana Betsie fueron transferidas a un campo de concentración en Holanda por tres meses más. Las hermanas estuvieron juntas nuevamente sin saber que se avecinaban los peores horrores.

El 8 de septiembre de 1944, las dos hermanas fueron transferidas a otro campo de concentración, esta vez en Alemania. En el viaje, lograron esconder una Biblia en una bolsita que Corrie se colgó en el cuello. Ya en el campo, las dos hermanas tuvieron que soportar vergonzosas inspecciones, golpes y azotes, piojos y moscas, enfermedades e insalubridad, hambre y trabajos forzados en medio de temperaturas heladas. Fue ahí donde Corrie y Betsie sintieron un llamado a no permanecer pasivas y empezaron a ministrar el Evangelio.
Sobre esto, la misma Corrie recordó tiempo después:
Una cosa se hizo claramente evidente: la razón por la cual ambas estábamos aquí. Desde que amanecía hasta que se apagaban las luces, en cualquier momento en que no estábamos en las filas para el pase de lista, nuestra Biblia era el centro de un círculo de ayuda y esperanza cada vez más amplio. Como vagabundas apiñadas alrededor del fuego ardiendo, nos reuníamos para recibir luz y calor en nuestro corazón. Mientras más oscura se hacía la noche a nuestro alrededor, la Palabra de Dios ardía más brillante, más verdadera y más hermosa.

Un legado de amor y compasión
Betsie murió el 16 de diciembre de 1944 y Corrie fue liberada semanas después. En menos de seis meses abrió un centro de rehabilitación cristiano para las víctimas de la guerra y, con el tiempo, convirtió su vieja casa en un hogar para aquellos holandeses que habían trabajado para los nazis. Apenas un año después de su liberación, Corrie publicó un libro y empezó a viajar para compartir su historia.
Pero la prueba de fe más grande vino cuando, después de una conferencia, un alemán que recientemente había creído en Cristo se le acercó para saludarla. No se trataba de cualquier hombre: él había sido uno de los guardias frente a los cuales Betsie y ella habían sido forzadas a desnudarse en el campo de concentración. Consciente de su insuficiencia para conducirse con bondad y de su falta de fortaleza en sí misma para extender su mano y perdonarlo, ella oró: “Jesús, no puedo perdonarlo. Dame Tu perdón”.
El amor abundante que brotó de su corazón luego de esa oración la hizo darse cuenta de que “la sanidad del mundo no descansa en nuestro perdón ni en nuestra bondad, sino en los Suyos. Cuando Dios nos ordena amar a nuestros enemigos, junto con el mandamiento, nos da el amor que necesitamos”.

En su autobiografía, Corrie mencionó repetidamente que, detrás de convertir su casa en un escondite para judíos, había motivaciones cristianas, particularmente la fuerte creencia de su familia en un principio básico de la fe: la igualdad de todos los seres humanos ante Dios. Corrie Ten Boom fue una mujer común, pero con una formación firme y a la vez sensible. Su testimonio de fe, misericordia y entrega nos reta a dejar de centrarnos en nuestros propios deseos y aspiraciones, y correr hacia el llamado del Evangelio.
¿Serías capaz de entregar tu vida para servir a otros, aun a quienes te han hecho daño? ¿Qué te motiva a ayudar y ser compasivo con tu prójimo: tu reputación, una recompensa o el Evangelio?

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