Escucha este artículo en formato podcast:
Los historiadores debaten si “el primer emperador cristiano” era en realidad un verdadero creyente. Algunos piensan que buscaba poder sin principios y que quería inflar su ego al ir contracorriente. Muchos sostienen que la religión que tenía era, en el mejor de los casos, una mezcla de paganismo y cristianismo con fines puramente políticos.
Pero Constantino (272-337) fue un personaje central para la historia de la cristiandad occidental. Merece una atención especial, no solo por su influencia en el predominio cristiano en Occidente, sino también por su peculiar perspectiva de la conversión y de la vida de fe: él no veía a la religión sin política ni a la política sin religión.
Constantino trató de equilibrar su rol como emperador del vasto y poderosísimo Imperio romano con su fe cristiana. Esto arroja una gran cantidad de interrogantes sobre la veracidad de su fe y sobre su papel, positivo o negativo, en el posterior dominio del cristianismo. En este artículo, analizaremos la vida y la fe de Constantino el Grande.
Hijo de un tetrarca
Constantino, cuyo nombre es una forma diminutiva del nombre Constancio, nació un 27 de febrero, alrededor del 272, en Naissus —la actual Serbia—, que en ese entonces formaba parte de la provincia romana de Moesia Superior. Su padre, Flavio Valerio Constancio, era un distinguido oficial del ejército. Se cree que su madre, Helena, era la hija de un posadero de la ciudad de Naissus.
En el año 293, el destino de Constancio tomó un giro crucial al ser elevado al rango de César, es decir, emperador adjunto bajo el título de Constancio I Cloro, y asignado a la jurisdicción de Occidente bajo el mando directo de Maximiano. Esto ocurrió bajo un sistema llamado Tetrarquía, que había sido establecido por Diocleciano para asegurar un gobierno más eficiente y estable del vasto Imperio romano. Lo dividió entonces entre cuatro gobernantes: dos Augustos y dos Césares.
Este ascenso implicó sacrificios familiares significativos: en el 293, Constancio se vio obligado a separarse de Helena para contraer matrimonio con la hijastra de Maximiano, un movimiento estratégico diseñado para fortalecer las alianzas políticas. Mientras tanto, Constantino fue enviado como garantía política al corazón del Imperio de Oriente, a la corte del emperador Diocleciano en Nicomedia. Durante estos años formativos, no solo fue moldeado por las intrigas y las enseñanzas de la corte imperial, sino que también fue testigo y partícipe de eventos cruciales que definirían su futuro.
Eusebio, el futuro obispo de Cesarea, relató haber visto al joven Constantino en un momento decisivo, cuando acompañaba a Diocleciano a través de Palestina hacia una campaña militar en Egipto. La estancia de Constantino en la corte imperial, que era eminentemente latina, marcó profundamente su vida e identidad. Aunque su educación no alcanzó los pináculos literarios que la élite de su tiempo podría haber esperado, sí desarrolló en él una afinidad notable por el latín, idioma con el cual siempre se sintió más a gusto.
La fe cristiana, por otro lado, se cruzó en su camino tanto en los ambientes cortesanos como en las urbes del oriente. Desde el año 303, durante la severa persecución a los seguidores de Cristo iniciada por Diocleciano, hoy conocida como la Gran Persecución, el cristianismo se convirtió en un asunto de importancia crítica en las políticas públicas, especialmente en la parte oriental del Imperio, donde las persecuciones fueron intensas.
Su llegada al poder
En el 305, los emperadores Diocleciano y Maximiano, en un acto extraño e inusual, decidieron abdicar, cediendo sus cargos a sus emperadores adjuntos, Maximino y Severo. Esto significó que Galerio ascendió al rango de Augusto en el Oriente, mientras que Constancio se convirtió en Augusto en Occidente. Sin embargo, este cambio en la cúspide del poder ignoró a Constantino, que vio cómo Maximino en Oriente y Severo en Occidente eran elevados a posiciones de mando.
Ante esta situación, Constancio solicitó la presencia de su hijo, quien entonces tuvo que atravesar los territorios controlados por Severo para reunirse con su padre en Gesoriacum. Juntos, cruzaron a Gran Bretaña y llevaron a cabo una campaña militar en el norte, hasta que Constancio falleció en Eboracum, en el año 306. Allí, el ejército proclamó inmediatamente a Constantino como emperador. Esto iba en contra de las reglas de la Tetrarquía, lo que significaba que las cosas no irían bien en el futuro.
Este ascenso desató una compleja cadena de conflictos. Majencio, hijo de Maximiano, se rebeló y logró suprimir a Severo, quien había sido proclamado emperador de Occidente por Galerio y posteriormente reemplazado por Licinio. Cuando Maximiano se vio rechazado por su propio hijo, buscó alianza con Constantino, solo para traicionarlo después, lo que llevó a su muerte o a un forzado suicidio en el 310.
Constantino había consolidado lazos familiares al tomar a Fausta, hija de Maximiano, como su segunda esposa en el 307. Tras la muerte de Galerio en el 311, se planificó que el Imperio debía ser dividido, con Constantino como emperador de Occidente y Licinio compartiendo Oriente con Maximino. Pero el plan no iba a poder llevarse a cabo sin que antes se quitaran algunos escollos del camino.
Entonces Constantino lanzó una invasión a Italia en el 312. Tras una campaña fulminante, derrotó a su cuñado Majencio en la batalla del Puente Milvio, cerca de Roma. En el 313, Licinio derrotó a Maximino, convirtiéndose en el único emperador oriental. Entonces, las tensiones se agudizaron entre él y Constantino, inicialmente por la derrota y muerte de Maximino, y luego por el control de los Balcanes. Constantino atacó y derrotó a Licinio en varias batallas decisivas que se dieron entre el 314 y el 316, obligándolo a ceder territorios. La paz se mantuvo frágil y, en el 324, lanzó una campaña final que culminó en las batallas de Adrianópolis y Crisópolis, con las que derrotó definitivamente a Licinio.
Constantino logró su sueño: convertirse en la única cabeza del Imperio romano. Así le puso fin a la tetrarquía establecida por Diocleciano y revivió de alguna manera el gobierno de un solo emperador romano.
Constantino y la fe cristiana
Pero debemos devolvernos al año 312 para entender la relación entre Constantino y la fe cristiana. La leyenda sobre su fe es más o menos así: se cuenta que antes de la crucial batalla del Puente Milvio, Constantino recibió instrucciones en un sueño de marcar los escudos de sus soldados con el monograma cristiano Chi-Rho (ΧΡ), las primeras letras griegas de la palabra “Cristo”. Sabemos esto gracias a la narración del apologista cristiano Lactancio.
Sin embargo, esta versión de la historia no es la única que existe. Eusebio ofrece una narrativa ligeramente distinta, describiendo cómo Constantino, en plena campaña contra Majencio, presenció en el cielo el mismo símbolo acompañado de la promesa In hoc signo vinces: “En este signo vencerás”. Aunque esta versión fue compartida por el propio emperador en los últimos años de su vida, es considerada más problemática que la primera, principalmente por el hecho sobrenatural de la visión de una cruz en el cielo. Constantino aplastó al ejército de Majencio, lo que le confirmó la idea de que el Dios de los cristianos estaba de su lado y lo había elegido. Pero estaba aún lejos de lograr ser el hombre más poderoso del Imperio.
Posterior a la Batalla del Puente Milvio, tuvo que confirmar una alianza previamente establecida con Licinio. Poco después de la caída de Majencio, Constantino se encontró con Licinio en Mediolanum, la actual Milán, para sellar una serie de acuerdos políticos.
Uno de los frutos más notables de este encuentro fue lo que hoy se conoce como el Edicto de Milán, que afirmaba la tolerancia hacia los cristianos, pero que muy interesantemente ordenaba la restitución de propiedades personales y corporativas que habían sido confiscadas durante las persecuciones previas. Sin embargo, es importante aclarar que este decreto no convertía al cristianismo en la religión oficial del Imperio.
Constantino, como alguien que respaldaba el cristianismo, no solo buscó la restitución a los cristianos, sino que extendió su influencia. Ya en el 313, había hecho significativas donaciones al obispo cristiano de Roma, incluyendo la propiedad imperial de Letrán, donde pronto se erigió una nueva catedral: la Basílica Constantiniana. También promulgó una serie de leyes que otorgaban a la Iglesia y a su clero ciertos privilegios e inmunidades fiscales y legales.
Como expresó en una carta del mismo año al procónsul de África, el clero cristiano debía estar libre de distracciones de oficios seculares: “...cuando son libres de prestar servicio supremo a la Divinidad, es evidente que confieren grandes beneficios sobre los asuntos de Estado”.
En otra carta oficial dirigida al obispo de Cartago, Constantino mencionó al obispo español Osio de Córdoba, quien más adelante en su gobierno desempeñó un papel crucial como consejero y posiblemente fue una figura clave en su conversión. La alusión a Osio pudo deberse a que estuvo con Constantino en Galia antes de la campaña contra Majencio. Estas acciones no solo subrayan la profunda conexión del emperador con el cristianismo, sino también su estrategia para integrar la fe dentro de la estructura del poder imperial.
Surgen hasta aquí preguntas clave alrededor de la vida de Constantino: ¿cómo influenció el cristianismo en sus logros y triunfos militares y políticos después del Edicto de Milán? ¿Qué papel ejerció este emperador en la consolidación posterior del cristianismo? ¿Qué podemos saber sobre su muerte y qué podemos concluir sobre su fe personal?
[Puedes leer: Edictos de Milán y Tesalónica: los decretos que establecieron la relación entre la Iglesia y el Estado]
La fe de Constantino era aún imprecisa en tiempos del Edicto de Milán, pero pocos en ese momento cuestionaban su autenticidad. En el año 314, él envió un mensaje a los obispos reunidos en el Concilio de Arles. Escribió sobre cómo Dios no permite a las personas “vagar en las sombras”, sino que les revela la salvación: “Lo he experimentado en otros y en mí mismo, pues no anduve por el camino de la justicia (...). Pero el Dios Todopoderoso, que se sienta en la corte del cielo, me concedió lo que no merecía”.
A lo largo de su vida, Constantino atribuyó sus logros y triunfos a su cristianismo y al apoyo divino que aseguraba recibir. Tras su posterior victoria sobre Licinio en el 324, manifestó que su expedición desde las costas de Gran Bretaña era parte de un designio divino, viéndose a sí mismo como el instrumento escogido por Dios para erradicar la impiedad. Además, en una carta dirigida al rey persa Sapor II, Constantino proclamó que, amparado por el poder divino, su misión era traer paz y prosperidad a todas las tierras.
Es común que se considere que la conversión de Constantino al cristianismo no fue más que una maniobra política y que realmente él no fue un verdadero cristiano. Sin embargo, esta postura puede llegar a simplificar en exceso el contexto de la época, en el que se esperaba que el éxito político y militar fuese un reflejo de la piedad religiosa.
Para ser más claros, durante una guerra romana, la competencia por el favor divino era intensa: cada bando reclamaba su propio apoyo celestial. No era inusual, entonces, que Constantino hubiera buscado una ayuda divina para legitimar su ascenso al poder. Lo verdaderamente notable de su historia es cómo, con el tiempo, esa alianza posiblemente circunstancial con el cristianismo se transformó en un compromiso personal profundo y duradero, lo cual redefinió su reinado y, en consecuencia, la historia del Imperio.
Señales de las convicciones de Constantino
Podemos tener algunas pistas sobre las creencias de Constantino, en especial en algunas cartas que escribió entre el 313 y el 320, cuando abordó el cisma donatista en el norte de África. Este conflicto teológico giró en torno a la aceptación de sacerdotes y obispos que habían renunciado a su fe durante las persecuciones y que luego buscaban ser reincorporados a la Iglesia. Constantino estaba profundamente preocupado por la división que había encontrado dentro de la Iglesia; temía que aquello ofendiera a Dios y, por ende, atrajera consecuencias nefastas para el Imperio y para su propio gobierno.
Desde su perspectiva, ese cisma no era más que una obra de Satanás, y aquellos que seguían el camino de la división solo podían esperar la condenación eterna en el juicio final. Para él, la tarea de los fieles cristianos era demostrar paciencia y humildad, emulando así a Cristo. Esta actitud no solo era vista como una virtud, sino como un sustituto del martirio, algo que ya no era posible en los nuevos tiempos de paz para la Iglesia. Constantino nunca dudó que su responsabilidad como emperador incluía erradicar el error y promover la fe cristiana verdadera y ortodoxa. Su autoproclamación como “obispo de los que están fuera de la iglesia” refleja esta misión.
Sus constantes declaraciones, tanto en correspondencia con funcionarios imperiales como con el clero cristiano, subrayan un compromiso con el cristianismo que era decidido y claro. Por su parte, Eusebio, un gran admirador de Constantino, describió su fe como una conexión especial y personal con el Dios cristiano, y destacó su faceta espiritual, que se entrelazaba íntimamente con su liderazgo político y militar. Lo describió como “resplandeciente con todas las virtudes que otorga la piedad”.
Influencia concreta de Constantino en el establecimiento de la ortodoxia
Un legado muy importante de Constantino que pocos conocen es su papel en uno de los concilios más importantes de la historia de la iglesia: el Concilio de Nicea. Este emperador se sintió obligado a actuar frente a la complicada controversia del arrianismo, un debate teológico que examinaba la naturaleza de la Trinidad con un nivel de detalle y un lenguaje griego que distaban mucho de la formación educativa de Constantino y de su temperamento impaciente y pragmático.
Antes del concilio, Constantino buscó zanjar el asunto por otros medios: envió una carta a Arrio de Alejandría, el principal implicado, sugiriendo que el conflicto era el resultado de un exceso de ocio y debates académicos innecesarios, y que la cuestión en disputa era trivial y fácil de resolver.
Su optimismo, sin embargo, fue algo ingenuo. La controversia alcanzó un punto álgido con el Concilio de Nicea, inaugurado en el verano del 325, con un discurso del propio emperador. Sin embargo, ni su carta, ni el Concilio de Nicea, ni un segundo mensaje en el que instaba a aceptar las conclusiones del mismo, lograron apaciguar una disputa marcada por la intransigencia y la sutileza de las cuestiones teológicas en juego.
El Concilio de Nicea coincidió con las celebraciones del vigésimo aniversario del reinado de Constantino. En un gesto de reciprocidad por la participación del emperador, los obispos fueron honrados en estos festejos. Sin embargo, la situación cambió drásticamente con la visita de Constantino a Occidente en el 326 para replicar las celebraciones en Roma, lo que desencadenó la mayor crisis política de su reinado. Durante su ausencia en Oriente, y por razones aún no del todo claras, Constantino ordenó la muerte de su hijo mayor Crispo y de su esposa Fausta, madrastra de Crispo. Además, su visita a Roma fue menos que exitosa: su negativa a participar en una procesión pagana molestó a muchos romanos. Tras una estancia breve, Constantino partió de aquella ciudad para nunca regresar.
Los últimos años del reinado de Constantino estuvieron marcados por acontecimientos decisivos. Tras vencer a Licinio, renombró Bizancio como “Constantinopla” y comenzó su expansión para convertirla en su capital permanente. Sería la “segunda Roma” o “Nueva Roma”, pero pronto la gente empezó a llamarla Constantinopla. La consagración de dicha urbe en mayo del año 330 simbolizó la ruptura definitiva entre los emperadores y la ciudad de Roma, una separación que venía gestándose desde hacía más de un siglo. Aunque Roma seguía siendo un centro de gran riqueza y prestigio, ya para ese momento su relevancia política se estaba diluyendo.
Posiblemente, en un intento de redimir las tragedias familiares, en el 326, la madre de Constantino, Helena, emprendió una peregrinación a Tierra Santa. Su viaje fue emblemático, no solo por su devoción, sino también por las generosas donaciones y por la fundación de iglesias en lugares como Jerusalén, Belén y otros sitios considerados como santos.
El punto culminante fue el hallazgo del Santo Sepulcro en Jerusalén. Este descubrimiento llenó de profunda alegría a Constantino, quien no solo financió generosamente la construcción de la gran basílica del Santo Sepulcro, sino que también participó activamente en el diseño y decoración del nuevo templo, al ofrecer recursos ilimitados para asegurar su esplendor y majestuosidad.
La pasión de Constantino por la construcción de iglesias se manifestó también con especial énfasis en Constantinopla, particularmente en las iglesias de la Santa Sabiduría, hoy conocida como Santa Sofía, y de los Santos Apóstoles. En Roma, la imponente iglesia de San Pedro comenzó en el año 320, beneficiándose de las generosas dotaciones por parte de Constantino. Además, las iglesias en Tréveris, Aquileia, Cirta en Numidia, Nicomedia, Antioquía, Gaza, Alejandría y otros lugares, crecieron directa o indirectamente gracias al interés del emperador en la construcciones de lugares de culto cristianos.
Por otro lado, Constantino no solo fue un gobernante, sino también un devoto estudioso de la fe. Incluso antes de vencer a Licinio, había llevado al teólogo y polemista Lactancio a Tréveris para educar a su hijo Crispo. Con el paso del tiempo, encargó nuevas copias de la Biblia para satisfacer las necesidades de las crecientes congregaciones de Constantinopla.
El emperador también diseñó una oración especial para sus tropas y solía llevar consigo una capilla móvil en sus campañas militares. Además, promulgó numerosas leyes que reflejaban su sensibilidad cristiana, como la abolición de la crucifixión, la santificación del domingo, el establecimiento días festivos en las celebraciones cristianas y el otorgamiento de privilegios al clero.
En cuanto a su bautismo, Constantino había deseado recibirlo en el río Jordán. Sin embargo, posiblemente debido a la falta de tiempo y a la reflexión sobre las responsabilidades inherentes a su cargo, lo postergó lo más que pudo. Como los pecados de aquellos con obligaciones públicas se consideraban incompatibles con la virtud cristiana, algunos líderes de la Iglesia retrasaban el bautismo de esos hombres hasta momentos previos a su muerte.
Precisamente, cuando se preparaba para una campaña contra Persia, cayó enfermo en Helenópolis. Tras el fracaso de los tratamientos médicos, intentó regresar a Constantinopla, pero su salud se deterioró rápidamente, y tuvo que permanecer en cama cerca de Nicomedia. Allí, finalmente, Constantino recibió el bautismo, con la púrpura imperial reemplazada por las túnicas blancas de un recién convertido. Falleció unas horas después, en el año 337.
Fue sepultado en la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, lugar que eligió por una convicción literal de ser el sucesor de los apóstoles, ya que, según él, había dedicado su vida y su reinado a la expansión del cristianismo.
Legado de Constantino para el cristianismo
No podemos negar que la conversión de Constantino al cristianismo influyó profundamente en sus políticas y acciones gubernamentales. Una de sus mayores contribuciones fue la fundación de Constantinopla, concebida como una ciudad cristiana, que se convirtió en un símbolo poderoso de la nueva era cristiana del Imperio. Bajo su gobierno, se establecieron leyes que favorecieron al cristianismo y se construyeron estructuras significativas que le dieron fuerza a esta religión y, a la vez, modelaron la identidad cultural y religiosa dentro del Imperio bizantino.
Por otro lado, es necesario dejar claro que Constantino no dejó ver un deseo explícito de imponer el cristianismo como la religión del Estado. “La lucha por la inmortalidad”, dijo, “debe ser libre”. También se puede ver que sus convicciones cristianas fueron creciendo con el paso del tiempo. Esto le dio relevancia y protagonismo a la fe cristiana conforme el emperador le abría camino mientras él se hacía más devoto.
Constantino es a menudo interpretado como el corruptor de la iglesia primitiva, pero en realidad, su conversión al cristianismo fue un punto de inflexión que transformó profundamente la religión. Contrario a ser un líder que buscaba poder sin principios, lo más probable es que fuera un creyente sincero que abolió los sacrificios paganos y permitió a los cristianos practicar su fe libremente.
Por lo tanto, su gobierno no debería ser asociado con el inicio del constantinianismo, que critica la fusión corrupta de la Iglesia y el Estado, sino que podría ser reconocido por haber liberado al cristianismo de la persecución, permitiendo su práctica sin temor y facilitando su expansión dentro del Imperio.
Esta perspectiva podría reivindicar a Constantino: en lugar de ser considerado un villano, se debería destacar su papel crucial en la historia del cristianismo como un líder que contribuyó significativamente a su legitimación y prevalencia en el Imperio romano. Estemos o no de acuerdo, no podemos negar que Constantino cimentó el cristianismo como la religión predominante, marcando un antes y un después en la historia de esta fe y del mundo occidental.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |