La escena religiosa de uno de los países con mayor predominancia católica en el mundo está cambiando. Aunque históricamente allí ha preponderado el catolicismo, en las últimas décadas ha ocurrido lo impensable: una minoría de cristianos evangélicos ha acelerado su crecimiento y ha hecho sentir su influencia.
Entre los años 1950 y el 2000, la población de católicos disminuyó en un 10 %, pasando del 98 % al 88%, pero solo se necesitaron otros 20 años, entre el 2000 y el 2020, para que hubiera otra disminución del 10%. De acuerdo con el último censo realizado por el gobierno mexicano en 2020, aunque una inmensa mayoría del 77.7 % de la población sigue afiliándose al catolicismo, más de 14 millones de personas se consideran evangélicas, es decir, el 11.2 % de la población.
¿Cómo es que esto ha ocurrido en un país sin orígenes protestantes? ¿Acaso se debió a la influencia de los misioneros ingleses y estadounidenses que arribaron a Latinoamérica, o antes de eso ya había alguna forma de evangelicalismo? En este artículo, trazaremos una trayectoria general del ascenso del protestantismo en México, desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta la segunda mitad del siglo XX.
La “contaminación” de la “herejía” luterana en Latinoamérica
España y Portugal colonizaron lo que más adelante sería Latinoamérica mientras tenían fuertes lazos con la Iglesia católica. El Nuevo Mundo, otorgado por el Papa a estos reinos, no permitía otra fe que no fuera la de esa institución. Así, las colonias española y portuguesa evitaron el evangelismo protestante en América.
Al igual que en Europa, la Inquisición reprimió las ideas protestantes en el continente americano. En sus archivos, hay registros de condenas a muerte por dichas creencias, cuyos juicios previos se realizaron por sostener ideas “luteranas”, pero casi nunca por desarrollar una actividad proselitista. Así como en España, el tribunal católico en Latinoamérica estuvo enfocado en reprimir lo que llamaban “la contaminación de la herejía luterana”, por medio de una serie de medidas y penas que detenían su filtración.
Sin embargo, no hubo una presencia organizada de lo que ellos consideraban “luteranos”. En la práctica, así llamaban a todos los que no eran católicos. En su mayoría, estas personas eran inmigrantes británicos, holandeses, alemanes o provenientes de otros territorios protestantes europeos.
Dos grandes eventos históricos tuvieron lugar de forma paralela: la conquista de América y la Reforma. Por ejemplo, en 1519, Hernán Cortés puso a Tenochtitlán bajo el dominio de la Corona de Castilla y solo dos años antes Martín Lutero había clavado las 95 tesis en la iglesia de Wittenberg.
De hecho, la conquista de América tuvo efectos directos sobre la Reforma, pues los metales preciosos americanos permitieron a Carlos V y a su sucesor, Felipe II, financiar sus guerras contra los príncipes protestantes y frenar la expansión de las ideas reformistas tanto en Europa como en sus territorios de ultramar. Esto nos permite afirmar que la historia no es una serie de acontecimientos que ocurren de forma lineal, sino una red en la que suceden en paralelo y están conectados de alguna manera.
Sin embargo, tras la derrota de la Armada Invencible (la flota enviada por Felipe II para invadir a la Inglaterra de Isabel I), las fuerzas navales británicas dominaron los mares y fundaron varias colonias en el Caribe. De esa manera, las ideas protestantes arribaron a Latinoamérica, aunque la Inquisición controlaba los puertos para evitar la llegada de biblias y de cualquier otro material de esa corriente. A pesar de ello, se logró ingresar una parte significativa. Muchos afirman que entre los siglos XVI y XVIII, llegaron a México algunos adeptos, pero no el protestantismo como tal.
Independencia de México y la idea de un Estado laico
Tras la independencia de México, finalizada en 1821, hubo propuestas para separar el Estado del catolicismo y permitir el protestantismo. En su caso, y probablemente también en el del resto de Latinoamérica, la independencia de España fue política, pero no religiosa. Por eso, se protegió la religión católica, que seguía siendo la única oficial.
Joaquín Fernández de Lizardi abogó por un gobierno republicano en 1823. Al respecto dijo: “...bajo el sistema republicano, la religión [católica] del país debe ser, no la única, sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra”. En esa época, México mejoró sus lazos con países protestantes que, en general, eran considerados para ese entonces como más avanzados social y económicamente. Los políticos latinoamericanos aspiraban a modelos de desarrollo similares, con más libertades civiles, entre ellas, la de cultos como el protestantismo.
Pero el protestantismo en México se volvió parte integral de una lucha política. La expresión pública de cualquier creencia religiosa diferente al catolicismo se prohibió en la Constitución de 1824, y se determinó que uno de los deberes del Estado era continuar con lo que en términos religiosos fue el proyecto colonial. Esta Carta Magna, muy influenciada por la estadounidense, no garantizó la libertad religiosa, pues solo reconoció el catolicismo y prohibió otros cultos en público, a pesar de que se buscaba fomentar la inmigración.
En esa primera constitución de México se declaró que habría separación de poderes, pero se estableció una “república católica” sin libertad de cultos. Por su parte, los líderes liberales veían en el protestantismo una oportunidad para quitar de la educación la influencia católica y promover una sociedad más ilustrada y libre. Así, en los inicios de la República Mexicana, el liberalismo y el protestantismo estuvieron mezclados; los de esa corriente eran amigos del protestantismo, más por razones políticas que religiosas.
Algunas décadas después, en la Constitución de 1857, que fue de corte liberal, dicho movimiento vio en la libertad de cultos la posibilidad de que la sociedad recibiera una mejor educación y la cultura no fuera dominada por la Iglesia católica. Así, entre liberales y conservadores hubo una guerra en el siglo XIX que tuvo tintes religiosos. Los primeros pensaban que, si había un cambio religioso, tal vez también hubiera un cambio social, una transformación en la educación y un progreso generalizado.
Benito Juárez, una de las figuras mexicanas más influyentes de la historia, es un ejemplo de ese pensamiento liberal. Para él, las ideas protestantes funcionaban como aliadas contra la ignorancia y la falta de educación del pueblo. Juárez fue uno de los principales promotores de la separación de la Iglesia y del Estado, pues creía que ambas instituciones no tenían nada que ver la una con la otra: “Desearía que el protestantismo se ‘mexicanizara’ conquistando a los indios; éstos necesitan una religión que los obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios para los santos”.
La llegada del protestantismo a otras naciones se había visto como la apertura al desarrollo social e intelectual, y los liberales querían emular eso en la Ciudad de México. A esto se debió que las ideas del educador escocés Diego Thomson siempre fueron bien recibidas.
La influencia de Diego Thomson
Diego Thomson fue un personaje clave en la historia del protestantismo en Latinoamérica. Llegó a la región en 1818, durante la formación de la mayoría de estados independientes, para promover el sistema educativo lancasteriano, el cual había impulsado por diferentes países. Pero quizá su labor más destacada, y por la que es más conocido, es por fundar sociedades bíblicas en varios lugares, entre ellas la Sociedad Bíblica Mexicana.
Thomson estuvo dos veces en México. La primera, entre 1827 y 1830, en la región central del país; la segunda, entre 1842 y 1844, en la Península de Yucatán. Al llegar por primera vez, encontró una librería que tenía varios centenares de biblias sin vender por una prohibición del Cabildo. Compró todo el inventario y logró despacharlo en su totalidad. Lo mismo hizo con un cargamento que requirió veinticuatro mulas para su transporte desde la costa hasta el interior del país, en donde agotó todas las existencias.
Aunque el objetivo de su primera visita solamente era distribuir las biblias de la Sociedad Bíblica Británica, no solo logró hacerlo ampliamente en el país, sino que también creó pequeños grupos en los que se estudió la Palabra. Su labor fue clave para el protestantismo, ya que abrió la puerta a una gran sucesión de ‘colportores’ que distribuyeron copias de las Escrituras en México.
Un movimiento autóctono
Hacia finales de la década de 1850, surgió un movimiento llamado “los Padres Constitucionalistas”, en el que sacerdotes católicos, alineados con el movimiento liberal y la Constitución del 57, fundaron la Iglesia Católica Apostólica Mexicana. Tenían en común dos características: se identificaban con la gesta de los liberales mexicanos, quienes se oponían a la Iglesia católica tradicional en términos religiosos y políticos, y basaban cada vez más sus creencias en la lectura de la Biblia. Al romper con la Iglesia, algunos clérigos se convirtieron en pastores protestantes.
Algunos protestantes mexicanos como Manuel Aguilar Bermúdez –líder de la Iglesia de Jesús– y Juan Amador –director de La antorcha evangélica, primer periódico protestante en México– fueron muy destacados. Otro personaje muy importante para el protestantismo en ese tiempo fue Manuel Aguas, un sacerdote dominico quien, a través del estudio de la Biblia en 1868, se convirtió al protestantismo. Muchos lo han denominado “el Lutero mexicano”. Fue un pastor muy eficaz y se le considera uno de los precursores más destacados del protestantismo en esa nación.
Es importante decir que él leyó la Biblia traducida por Casiodoro de Reina y revisada por Cipriano de Valera. En esa lectura tuvo la convicción de que, como sacerdote católico, realmente no conocía lo que hasta ese momento estaba descubriendo. Así, rompió con la Iglesia católica y se unió al movimiento de la Iglesia de Jesús, del cual se hizo líder al poco tiempo.
Cuando tales sucesos se dieron a conocer en los diarios de la época, hubo un gran estremecimiento en la Ciudad de México. Eso fue en abril de 1872, cuando públicamente empezó a predicar como pastor evangélico protestante. A esa comunidad asistieron muchos otros que se convirtieron y se volvieron influyentes en las distintas denominaciones que se empezaron a instalar en esta ciudad.
Al menos en sus inicios, el protestantismo mexicano fue un movimiento autóctono. Los líderes nacionales y las comunidades locales lo iniciaron y consolidaron sin depender únicamente de los esfuerzos misioneros extranjeros, como sí ocurrió en la mayoría de los países latinoamericanos. En 1870, llegaron las denominaciones metodista, presbiteriana, congregacionalista y bautista, y se sorprendieron de encontrar zonas protestantes localizables en México. A partir de ese momento se empezaron a fundar escuelas, periódicos y organizaciones sociales para continuar con el avance del protestantismo en la región.
La Revolución mexicana
La libertad de cultos que se había planteado en la Constitución de 1857 fue un asunto complejo en la historia mexicana. Sin embargo, durante los mandatos de Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, hubo cierta paz entre los que eran católicos y los que no, pero la Revolución de 1910 avivó un enfoque anticlerical, así que muchos protestantes se unieron al bando liberal, que prometía más libertad para vivir su fe. Esto llevó al establecimiento de la Constitución de 1917, que redujo la influencia de la Iglesia católica y dio más espacio a los evangélicos.
En la Revolución mexicana, hubo participación de un buen número de protestantes evangélicos que se identificaron con la lucha y participaron en distintos niveles. Aunque solo algunos tomaron las armas, los protestantes apoyaron en la difusión de ideas y la simpatización con el movimiento. Otros se involucraron cuando se derrocó la dictadura de Porfirio Díaz a través de iniciativas educativas, o siendo secretarios o amanuenses de los líderes revolucionarios que tenían poca escolaridad.
Así, después de que el régimen de la Revolución fue instalado, los protestantes simpatizaron con él, pues defendía la libertad de creencias. En ese sentido, el protestantismo mexicano, así como el latinoamericano, coincidió con el proyecto de fortalecer los estados laicos. Pero, además de este hecho histórico, otros dos fenómenos impulsaron el crecimiento del protestantismo.
El pentecostalismo y la urbanización
Originado principalmente en los Estados Unidos, el movimiento pentecostal se expandió hacia México desde las décadas de 1910 y 1920. A diferencia de las denominaciones históricas, las cuales avanzaban lentamente, el pentecostalismo comenzó a crecer mucho y de manera constante.
En abril de 1906 inició el famoso “Avivamiento de la Calle Azusa” en Los Ángeles, California, evento que es considerado por muchos como el nacimiento del movimiento Pentecostal moderno y que continuó hasta aproximadamente 1915. Algunos mexicanos lo presenciaron, regresaron a su país y difundieron el pentecostalismo en la zona norte a lo largo de los años 20. Esto favoreció significativamente el crecimiento de los evangélicos como grupo religioso.
Finalmente, la urbanización jugó un papel clave en el crecimiento de la población evangélica en México y en toda Latinoamérica. Después de la Segunda Guerra Mundial, las ciudades comenzaron a recibir gente de diferentes regiones e incluso de otros países, convirtiéndose en centros que ofrecían una multiplicidad de visiones del mundo y relaciones de toda clase. Vivir bajo el orden tradicional católico ya no era necesario. Según algunos expertos en sociología, muchas de las personas que migraron del campo a la ciudad perdieron sus lazos de comunidad y vinieron a encontrarlos en las iglesias evangélicas de las metrópolis.
Para 1916, el total de evangélicos en México alcanzaba los 30 000; en 1937, se había triplicado, alcanzando casi 90 000; para 1952, superó los 330 000; y en 1960, casi alcanzó el millón.
Una obra divina
Es increíble que el protestantismo lograra sobrevivir en un país que sigue siendo predominantemente católico. Podría considerarse un milagro que, aún con la oposición de la Inquisición española y los esfuerzos del catolicismo a lo largo de los siglos, pudiera surgir y desarrollarse como un movimiento autóctono, potenciado luego por la influencia de misioneros extranjeros. Además, a pesar de que muchos consideran que las creencias bíblicas son irracionales, es sorprendente cómo el protestantismo fue sinónimo de progreso, razón por la cual llegó a ser impulsado por partidos políticos liberales.
Definitivamente, la presencia del evangelicalismo en México es una obra divina, llevada a cabo por el Espíritu Santo a lo largo de muchos siglos. Entonces, ¿qué podemos esperar del crecimiento de la iglesia cristiana evangélica mexicana en la actualidad? Al ver la historia, ¿no deberíamos confiar en que el avance del evangelio es respaldado por Dios?
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