Oh, cómo sabe el delicioso café,
más exquisito que cien besos,
más dulce que el vino moscatel.
Café, café tengo que tomar,
y quien quiera complacerme,
¡ah, que me dé café!(Christian Friedrich Henrici)
El maestro Johan Sebastian Bach tiene en su haber muchas composiciones notables, varias de ellas sublimes y con muchas referencias a las Escrituras. Una poco conocida, cuyo libreto fue escrito por Christian Friedrich Henrici (Picander), es la Schweigt stille, plaudert nicht – Kaffeekantate o, en español, Cantata BWV 211 - Silencio, no habléis o Cantata del café. Hace unos años, el académico de canto Hanns Stein, de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, tradujo el texto y además realizó una versión escenificada y en castellano de esta obra. Él mismo la explicó así:
Se trata de un padre que le prohíbe tomar café a su hija, aficionada a la deliciosa bebida (considerada un peligro en aquel tiempo). La amenaza con toda clase de castigos: que no le comprará más ropa, que no le permitirá salir ni asomarse a la ventana. Ella resiste y canta loas al café.
Es bien sabido que Bach era un ferviente seguidor de las enseñanzas de Martín Lutero, y que fue en gran medida influenciado doctrinal y musicalmente por él. También se le conoce por su constante dedicación a componer piezas para alabar y darle gloria a Dios.
Entonces, ¿por qué compuso una cantata relacionada con un tema quizás más banal como el café (en especial si tenemos en cuenta el tono ligero y cómico del texto que musicalizó)? Pero, más importante aún: ¿qué relación hay entre esta famosa bebida y la fe cristiana? ¿Cuándo se popularizó y qué tanto incidió el aumento de su consumo en la espiritualidad de los protestantes o, más bien, en el ejercicio de su fe? Para comenzar, develemos la relación entre Bach y el café.
Bach en el Starbucks de su época
En una publicación de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, escrita por Juliette Appold, jefa de la Sección de Música, se expone que Bach estuvo muy involucrado con el Collegium Musicum de la ciudad, un conjunto de interpretación que Georg Philip Telemann fundó en 1702. Esto ocurrió mientras era cantor de la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig. Bajo la dirección del propio Bach, la cual asumió desde 1729 hasta 1741, el grupo empezó a presentarse con regularidad en el Café Zimmerman, un centro social para caballeros de la ciudad.
Fue en aquella época, mientras frecuentaba ese lugar de reunión –cuyo primer nombre era una clara evidencia de la bebida que más se consumía–, que musicalizó la Cantata del Café, más precisamente entre 1732 y 1735. Si bien se trataba de una ópera cómica, Appold ofrece un curioso contraste de cómo pudo ser la relación de este compositor con una de las bebidas más populares de la historia:
La obra ridiculiza tanto la salvaje popularidad del café en la Leipzig del siglo XVIII como la creencia ligeramente mojigata de algunos miembros de la sociedad de la época de que beber café era un mal hábito que había que abandonar. (...) Tal vez, de haber nacido en este mundo moderno, habríamos encontrado a Bach en su Starbucks local de Leipzig, inspirándose (y alimentándose dulcemente) de la alegría del café como lo hizo en el Café Zimmerman.
Podría decirse que Bach disfrutó del café en una época en que la bebida gozó de gran popularidad.
Ahora, antes de establecer una conexión específica entre Back, el café y el cristianismo, vale la pena revisar cómo se popularizó el café y de qué forma impactó la sociedad.
Una bebida popular… y “bendita”
En un primer momento, el café se consumía masticando los granos crudos o en una masa obtenida tras machacar los frutos y mezclarlos con grasa. Sin embargo, más tarde el café se convirtió en una bebida obtenida de la maceración de los granos en agua fría y, a partir del siglo XIII, se procedió a secar los granos al sol y tostarlos al fuego antes de preparar la infusión, tal y como se sigue realizando en la actualidad.
La presencia del café en el Cercano Oriente era habitual; las primeras cafeterías de la historia se abrieron bajo el nombre “kahvehane”, que significa “cafetería otomana”. Para el siglo XV, el café fue introducido en el mundo islámico por peregrinos musulmanes. Los líderes políticos no pudieron detener su popularidad mientras se extendía por Persia, Egipto, Turquía y el norte de África. El café era tan popular en la cultura que las mujeres turcas podían divorciarse de sus maridos si no les proporcionaban una cantidad suficiente. Fuentes antiguas señalan que en La Meca, en el siglo XVI, había más de 600 cafeterías en Constantinopla (hoy Estambul), que se usaban como centros de tertulia y artes.
Aquel panorama cambió en el siglo XVII, con la configuración y uso intensivo de las rutas comerciales que conectaron a Oriente con Occidente; entre los muchos productos que comenzaron a circular, estuvo el café. En la obra El sabor del Paraíso, Wolfgang Schivelbusch narra cómo el café llegó a varios lugares del continente europeo y hubo una explosión en su consumo:
La situación cambió a mediados del siglo XVII. De repente se puso de moda todo un conjunto de sustancias exóticas hasta entonces desconocidas. Junto con el chocolate, el té y el tabaco, el café hizo su entrada en el escenario de la cultura del lujo europea. Apareció en varios lugares diferentes a la vez y luego se extendió en un patrón de cerco casi estratégico: en el sur surgió en los centros comerciales levantinos, Venecia y Marsella; en el norte, en los puertos de transbordo del nuevo comercio internacional, Londres y Amsterdam. Desde estas cabezas de puente conquistó rápidamente el interior. Alrededor de 1650 el café era prácticamente desconocido en Europa y, a lo sumo, se utilizaba como medicamento. Alrededor de 1700 estaba firmemente establecido como bebida, no, por supuesto, para toda la población, pero sí entre los estratos que marcaban tendencias en la sociedad.
El café fue ganando aceptación y, eventualmente, se transformó en una bebida tan popular que incluso existe una leyenda de que el Papa Clemente VIII la bendijo para que no fuera propiedad de Satanás, debido al profundo vínculo que existía entre el café y el islam. Así también, incluso algunos doctores vendían este producto con fines médicos, mientras que otros desacreditaban su valor curativo.
Una muy famosa en Francia fue Café de Procope, que logró atraer a un público muy variado, incluidas ciertas personalidades de renombre, como Benjamin Franklin; François-Marie Arouet –más conocido como Voltaire–, de quien se dice que llegó a beber cincuenta tazas al día; y Jean Jaques Rouseau, que pidió café en su lecho de muerte. Entre tanto, a principios del siglo XVIII en Londres, particularmente en 1650, el primer café de Inglaterra abrió sus puertas al público.
Cafés, intelectualismo y sociabilidad
En aquella época, las cafeterías eran conocidas como “universidades de un centavo”, porque con esa cantidad de dinero se podía pagar una taza de café y tener largas horas de conversación. A causa de esto, proliferaron los cafés en los que, por cierto, se dice que pudo haber comenzado la costumbre de dar propina, pues los clientes pagaban unos peniques extra para mejorar el servicio. Posteriormente, se sumaron el chocolate y el té como dos nuevas opciones.
En el Nuevo Mundo, la transformación respecto a los hábitos de consumo de bebidas diarias también llegó: en 1689, se inauguró la primera cafetería estadounidense en Boston. Tal fue su importancia que al lugar se le conoció como “el cuartel general de la revolución”, debido a que John Adams, James Otis y Paul Revere eran asiduos visitantes. Después de que el rey Jorge impusiera impuestos al té, se planeó el Boston Tea Party en la Green Dragon Coffee House. El consumo de café se convirtió en un símbolo de patriotismo durante la Revolución Americana.
Así describió el historiador Jules Michelet los efectos del café en la sociabilidad:
Los tiempos auspiciosos de la revolución, el gran acontecimiento que creó nuevas costumbres e incluso modificó el temperamento humano, (...) proporcionó lugares públicos para que todo tipo de personas se reunieran y hablaran, al tiempo que rebajaba el consumo de alcohol.
Anaclara Castro Santana, investigadora de la literatura y cultura británicas de los siglos XVII al XIX, narró en Exóticos, ilustrados y polémicos placeres del Imperio: el chocolate, el té y el café en la literatura inglesa (1650-1834) que cuando el café llegó a las islas británicas, se generó una relación inmediata entre este y las actividades intelectuales. También señaló que el primer establecimiento para socializar alrededor de dicha bebida se abrió en Oxford, una ciudad con un ambiente de erudición por albergar la primera sede universitaria del mundo anglosajón.
Asimismo, Castro hizo anotaciones sobre el dominio casi exclusivo de los cafés por parte de los varones, quienes acudían a dichos lugares a demostrar sus conocimientos, talentos y capacidad de raciocinio. Al respecto, dijo: “La relación café-actividad intelectual no causa en absoluto extrañeza a los lectores modernos. En ese entonces —como ahora— el café era alabado por su capacidad para agudizar y agilizar los procesos mentales e inclusive levantar el estado de ánimo…”.
El protestantismo y el café
En ese proceso de masificación, los puritanos tuvieron una influencia muy importante. Respecto a esto, la periodista e historiadora Valorie Clark dijo:
Los puritanos fueron uno de los pocos grupos religiosos que adoptaron rápidamente el café. En Inglaterra, los puritanos habían protestado durante mucho tiempo contra el consumo generalizado de cerveza, que consideraban que llevaba a los bebedores al pecado (en las ciudades, la cerveza había sido considerada durante mucho tiempo como una fuente de hidratación, ya que era difícil conseguir agua potable). Por lo tanto, el surgimiento de las cafeterías como centro de participación cívica y comunitaria fue visto como una gran victoria para el lobby antialcohol.
Esto contribuyó a que cesara la conocida controversia de que el café causaba esterilidad y mortinatos, como se señaló en el artículo Solee's Report on the History of Coffee (Informe de Solee sobre la historia del café), de Reformation21. Así, la connotación del café como una bebida extraña, maligna o al menos sospechosa, cambió a otra mucho más positiva, de tal manera que hacia 1670 el café se había extendido por toda Europa, incluida Alemania.
Ahora, considerando la cronología de su expansión a lo largo de Europa, podemos llegar a la conclusión de que, al menos en las primeras etapas del camino de la Reforma y en la vida de Martín Lutero, el café no fue su aliado para mantenerse despierto en las largas noches de meditación en torno a los Salmos, cuando redactó las 95 Tesis, o en la titánica labor de traducir la Biblia al alemán. Sin embargo, el impacto del café no tiene que ver solo con lo gastronómico, sino también con la construcción de formas de sociabilidad, como se resume en el artículo de Reformation21:
Hoy damos por sentada a esta bebida mística, pero su historia revela el fuerte impacto que ha tenido el café en muchas culturas diversas a nivel social, político y económico. Ha sido compañero tanto de ricos como de pobres, utilizado por sus cualidades medicinales y como combustible para los pensadores de la época, así como lugar de encuentro de ideas y revoluciones.
En este mismo sentido, al café se le ha llegado a dar el nombre de “la poción protestante”. El autor e historiador James Howell destacó las virtudes del café, entre ellas que era el motor de sociedades más sobrias, pues por largo tiempo el primer trago matutino había sido de cerveza o vino, debido a la falta de agua potable. Con ello también se produjo una simbiosis entre la teología reformada y la cafeína, pues se energizó a la muy conocida “ética del trabajo protestante”.
En su artículo God Caffeinated His World: Coffee, Tea, and Soda to the Glory of Christ (Dios cafeinizó Su mundo: café, té y soda para la gloria de Cristo), David Mathis, editor ejecutivo de Desiring God, resumió aquella relación con las siguientes palabras: “La utilidad del café puede ir más allá de ayudar a los ejercicios espirituales matutinos (meditación y oración) y contribuir a los esfuerzos energéticos para satisfacer las necesidades de los demás durante el día”.
Esto podría explicar la razón detrás del rechazo de muchos protestantes hacia el alcohol y el reemplazo por el “vino árabe”, como fue conocido el café durante mucho tiempo. De hecho, Nicolás Artusi, periodista y sumiller de café, quien escribió un libro sobre la historia de esta bebida, asegura: “El café se convirtió en el aliado principal de aquellos que buscaban terminar con la embriaguez endémica, y tomó el papel de bebida cotidiana. Incluso relegó a la cerveza a los festejos; allí donde hubo tabernas se abrieron cafeterías”.
Compañía diaria en el presente
Desde su legendario, accidentado y casual descubrimiento, el café fue desarrollando una relación diversa y dinámica con sus consumidores. Su uso se ha transformado: ha tenido fines medicinales, se ha convertido en un motivo de reunión, un hábito o hasta un placer culpable, e incluso su preparación se ha tornado un arte.
El uso medicinal sigue vigente. Investigaciones recientes han demostrado que el café es una bebida muy saludable: de tres a cinco tazas al día podrían prevenir el cáncer de intestino, de hígado y de ovario. Además, de acuerdo a informes del Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer (2007), se ha descubierto que ayuda a prevenir la diabetes tipo dos, la enfermedad de Parkinson, la cirrosis hepática, los cálculos biliares y que reduce la cantidad de enzimas hepáticas en la sangre. Algunos estudios demuestran que el consumo moderado de café podría aumentar el rendimiento deportivo y la resistencia, mejorar la concentración y el estado de alerta al conducir, además de mejorar la función cognitiva de nuestro cerebro a lo largo del día.
David Mathis explica de manera simple y eficiente cómo funciona el café en nuestro cuerpo en la vida cotidiana: “¿Cómo funciona la cafeína? No es un estimulante directo sino indirecto. Es como poner un bloque de madera debajo del pedal del freno de nuestro cuerpo. En realidad, no nos da energía, pero evita que nuestro cuerpo se ralentice y se canse”. Ahora bien, desde un punto de vista más antropológico, sin duda se ha transformado en un “brebaje social”. Clark comenta:
Quizás porque el café no se considera una droga ni un “intoxicante” en el sentido que preocupa a la mayoría de la gente, se ha convertido en la bebida social aceptable de la mayoría de las comunidades religiosas. Gracias a las bendiciones de los líderes religiosos, el café se convirtió en una forma aceptable para que la gente se conectara fuera de los lugares de culto. Una vez rechazado por los conservadores de casi todas las religiones, hoy podría decirse que el café es una religión en sí misma, con sus propios rituales, adoradores y devoción únicos. Para los no religiosos, la capacidad del café para unir a la comunidad puede cumplir el papel comunitario que alguna vez desempeñó el culto.
Es un hecho que la llegada del café a Europa generó un profundo cambio en la esencia misma de la forma de vida. Como lo explica el historiador francés Jules Michelet, esta fue: “La más auspiciosa revolución de esos tiempos, el gran evento que creó nuevas costumbres, e incluso modificó el temperamento humano”. Resulta fascinante entrever cómo fue el entramado que la Providencia dispuso a lo largo de los siglos, incluso en detalles tan particulares como un brebaje, el cual llegaría a despertar y energizar las largas jornadas de trabajadores, ya fuera en los campos, fábricas, oficinas o púlpitos.
Ahora bien, respecto a la relación y mayordomía en torno al consumo del café, no está de más considerar un sabio consejo que deja David Mathis en su artículo:
Las Escrituras no mencionan la cafeína, pero sí nos dan todo lo que necesitamos para observar, aprender y decidir sabiamente cómo nosotros, como cristianos, podemos usar (o abstenernos) fielmente de la cafeína para la gloria de Cristo, es decir, para nuestra búsqueda de la felicidad; un gozo que exalta a Cristo para nosotros y los demás. Al igual que con otras sustancias poderosas, ya sea que se produzcan naturalmente en la creación o que surjan del cultivo humano, Dios nos hizo para buscar el uso prudente y promotor de vida (en lugar de disminuir la vida) de Su mundo creado.
Referencias y bibliografía
Bach and the Coffee Cantata - Juliette Appold | NLS Music Notes
When Coffee Becomes A Religious Experience por Valorie Clark | Sprudge Special Projects Desk
La historia del café | Cafés Candelas
Un viaje por los orígenes del café por Liliana Martínez | El Tiempo
Solee's Report on the History of Coffee por The Housewife Theologian | Reformation 21
Coffee and the Protestant Ethic, por Wolfgang Schivelbusch Monday | PDF Coffee
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