En junio de 2022, la reina Isabel II recorrió una alfombra roja en el castillo de Windsor para encender un árbol de luz altísimo que sirvió de faro principal para conmemorar el Jubileo de Platino de su reinado. Siguiendo su ejemplo, su nieto encabezó el encendido en el Palacio de Buckingham y, a continuación, en toda Gran Bretaña y la Mancomunidad, se encendieron unas 3500 antorchas para conmemorar la ocasión. Una secuencia de antorchas conectadas a lo largo de la nación era una antigua forma de advertir una invasión, pero en la era moderna ha llegado a servir como símbolo de unidad para celebrar aniversarios y acontecimientos importantes.
En este ensayo, pretendo aplicar esta imagen de la antorcha como metáfora para establecer una conexión histórica en lugar de geográfica. Oxford, sede de la universidad más antigua de Inglaterra, es conocida como “la ciudad de las agujas de ensueño” por su horizonte marcado por docenas de campanarios que surgen como faros de las capillas e iglesias universitarias. La aguja de las agujas, o la antorcha de las antorchas, descansa sobre la University Church of St. Mary the Virgin (St Mary’s) o, en español, Iglesia universitaria de Santa María la Virgen (SMV), que de aquí en adelante llamaremos simplemente “Santa María”.
El primer registro escrito de la iglesia de Santa María en Oxford aparece en el Libro Domesday de Guillermo el Conquistador, del siglo XI. Desde su fundación en el siglo XII hasta el siglo XVII, la Universidad estuvo conectada a la SMV, especialmente en términos de propiedad física. Esta última acogía las reuniones de los dirigentes de la institución educativa, albergaba su biblioteca y acogía la concesión de títulos.
En efecto, no solo ha recibido académicos. Por sus pasillos y desde su púlpito desfilaron destacadas figuras de la historia eclesiástica de Inglaterra, como John Wycliffe, los mártires marianos, los puritanos cromwellianos, los tratadistas del Movimiento de Oxford, y gigantes del siglo XX como Martyn Lloyd-Jones y C. S. Lewis. Por supuesto, esto ni siquiera incluye a los muchos, si no todos los monarcas y jefes de Estado de todo el mundo que la han considerado como el lugar a visitar durante su estancia en Oxford. Estas razones son solo una parte del motivo por el que se cree que Santa María es la iglesia más visitada de Gran Bretaña.
Para los evangélicos de habla inglesa, anglicanos o no, la historia y la teología del cristianismo en Inglaterra es nuestra herencia. Cuando leemos una Biblia inglesa o adoramos como protestantes, nos paramos sobre los hombros de mujeres y hombres que preservaron esa herencia en nuestra lengua. Por lo tanto, mi objetivo en este artículo es pequeño y específico: repasar la historia y la teología de los evangélicos en Inglaterra a través de una selección de sermones evangélicos predicados en Santa María, Oxford, desde el siglo XVI hasta el XX. Mi intención es, además de destacar una parte fascinante y útil de la historia de la Iglesia, mostrar que estos sermones funcionan como faros que sostuvieron la luz del evangelio desde “la aguja de las agujas” de Oxford. No solo brillaron en su siglo; también transfirieron la luz de la Buena Noticia al siguiente.
En el siglo XXI, qué o quién es un evangélico es una cuestión que necesita definición dado el uso y abuso de ese término. Aunque el cuadrilátero de David Bebbington presenta una cuadrícula probada, para este ensayo utilizaré la definición compatible pero simplificada de Thomas Kidd: “Los evangélicos son protestantes renacidos que aprecian la Biblia como la Palabra de Dios y que enfatizan una relación personal con Jesucristo a través del Espíritu Santo”. Así, cuando me refiero a “teología e historia evangélicas” con respecto a los sermones predicados en Santa María, me refiero a sermones marcados por las tres características de conversión, Biblia y vida vivida en relación con la presencia divina de Dios.
1. Una antorcha matutina como precursora medieval
La Universidad de Oxford fue la primera universidad europea centrada en las artes liberales. Fue formada oficialmente en 1214, pero las reuniones para enseñar y aprender a orillas del Támesis, en Oxfordshire, datan de al menos un siglo antes. En el siglo XIV, la Oxford medieval contaba con un sistema de colegios universitarios que acogían a filósofos y eruditos, uno de los cuales era John Wycliffe.
Siendo aún un erudito de Oxford, su llamamiento a la traducción de la Biblia al inglés brilló como el lucero del alba de la Reforma, ya que prefiguró las posteriores luces brillantes de William Tyndale y Martín Lutero. El faro de Wycliffe desde Oxford desafió a Roma y al statu quo de la vida eclesiástica. En una época en la que todos estaban obligados a asistir a los servicios religiosos, pero nadie entendía el latín utilizado por los sacerdotes, su impulso por una nueva Biblia amenazó a los guardianes de las Escrituras.
Como en todas las iglesias de Inglaterra y Roma, solo a los sacerdotes de Santa María se les permitía leer la Biblia. Cuando llegaban a una parte importante de la lectura hacían sonar una campana para incitar a la congregación a responder. Esta respuesta automática hacia las Escrituras –y los sacerdotes como emperadores vestidos con ropas nuevas, por así decirlo– fue lo que movió a Wycliffe a la acción.
Mientras las campanas del cura repicaban en Santa María, Wycliffe se arriesgó a organizar a sus amigos para que le ayudaran en una traducción clandestina de la Biblia de la Vulgata latina al inglés. Como describe Melvyn Bragg, esta empresa hizo de Oxford “el lugar más peligroso de Inglaterra... que desafiaba a la mayor fuerza del país y ponía en la palestra pública la autoridad de la lengua revelada de Dios”. Por difícil que resulte de comprender para los evangélicos contemporáneos, cuestionar la Biblia en latín en la Inglaterra medieval era cuestionar la esencia y la autoridad de la Iglesia.
Wycliffe también cuestionó la práctica de Roma de la “simonía” (su oferta de beneficios espirituales a cambio de un precio), así como el hecho de que el Papa tuviera la autoridad para nombrar obispos, y persiguiera el poder político de manera general. Sus agitaciones dieron lugar a una bula papal de excomunión para él por parte del Papa Gregorio XI. No obstante, su esfuerzo no transformó a la Iglesia en Inglaterra, y pasó otro siglo y medio antes de que la Biblia se leyera en inglés en Santa María y en otras iglesias.
Sin embargo, ese día llegó y, por lo tanto, Wycliffe sirve como un preámbulo adecuado, un lucero del alba para la posterior predicación evangélica de Santa María. A pesar de que no fue honrado en Oxford o Inglaterra, llegó a ser conocido como el Doctor Evangélico (Doctor Evangelicus) por los seguidores de Jan Hus.
2. Una antorcha encendida en el siglo XVI
William Tyndale, otro oxoniense, tomó el relevo de Wycliffe en el siglo XVI. Comenzó a predicar el mismo año (1521) en que el cardenal Thomas Wolsey, temeroso de la Reforma de Lutero, quemó todos los “libros heréticos” fuera de la catedral de San Pablo de Londres, incluidos los ejemplares que quedaban de la Biblia de Wycliffe en inglés. Así, en 1524, Tyndale abandonó Inglaterra para traducir la Biblia al inglés y enviarla de vuelta de forma encubierta, lo que hizo con éxito ya que “el ruido de la nueva Biblia resonó por todo el país”.
Además, con la llegada del nuevo arzobispo del rey, Thomas Cranmer (1489-1556), en 1533, la nueva Iglesia de Inglaterra insistió en ver la Biblia leída por los fieles, incluso en la Santa María de Oxford. Aunque las acciones de Tyndale llevaron a su ejecución en 1536, el rey político Enrique VIII vio la necesidad de un cambio de perspectiva y permitió, en 1537, el comienzo de la impresión oficial de la Biblia en inglés en Inglaterra.
La muerte de Enrique VIII dio a Cranmer libertad arquitectónica a la hora de impulsar reformas dentro de la Iglesia de Inglaterra. Eduardo VI, con nueve años de edad, recibió la orientación de Cranmer y de otros que produjeron un Libro de Oración Común (1549), una importante primicia litúrgica para la lengua inglesa que le dio forma a la historia política, social y religiosa de Inglaterra. De hecho, C. S. Lewis señaló más tarde que “los grandes logros de Cranmer como traductor se hunden en el anonimato corporativo del Libro de Oración Común”.
Sin embargo, la muerte de Eduardo VI en 1553 trajo consigo el regreso de la influencia de Roma a través de María I (la sanguinaria). Más que influencia, María I buscó la erradicación de todos aquellos que ayudaron a la Reforma de su padre en Inglaterra. Esto llevó al encarcelamiento de Cranmer en Oxford, junto con los obispos Hugh Latimer y Nicolas Ridley. Leslie Williams explicó que “María había elegido a este trío para representar todo lo que el nuevo régimen odiaba”.
A partir de abril de 1554, los reformadores fueron juzgados en Santa María mediante una serie de agotadoras disputas que pretendían documentar su herejía contra Roma para el día en que se restableciera su autoridad eclesiástica. Mientras el trío estaba encarcelado, las autoridades reunieron a una multitud para recibir y adorar la Eucaristía de manos de un sacerdote frente a su ventana, un signo visible del fin del movimiento de la Reforma. Los meses de encarcelamiento continuaron hasta que María I nombró a su primo, el cardenal Pole, como legado papal para restablecer la conexión oficial con Roma y permitirles ejecutar a los herejes.
Casi dieciocho meses después del inicio de su encarcelamiento, el trío fue juzgado de nuevo en Santa María. Hoy en día, en la sillería de madera del presbiterio, todavía hay agujeros de los clavos que, según se cree, se utilizaron para construir la plataforma en la que se encontraban. Al negarse a declarar su lealtad al Papa y a retractarse, Latimer y Ridley fueron condenados a muerte. En octubre de 1555, ambos desfilaron frente a la celda de Cranmer camino al lugar de ejecución, fuera del Colegio Balliol. Cranmer miraba angustiado mientras Latimer gritaba: “Anímo, Maestro Ridley, y sé valiente. Por la gracia de Dios, hoy encenderemos una gran vela en Inglaterra que, confío, jamás se apagará”.
En los meses que siguieron, eruditos simpatizantes de Roma vinieron a persuadir a Cranmer para que se retractara. Prometieron que eso le salvaría la vida, ya que no había esperanza de indulto. El primer arzobispo anglicano se mantuvo firme hasta enero de 1556 cuando, tras meses de prueba física y soledad, buscó la manera de firmar los documentos de retractación y lo hizo. María y Pole no cedieron, sino que enviaron a otros comisionados papales para despojarlo de toda su dignidad, obligándole a retractarse cinco veces más, quitándole todos sus bienes y degradando aún más su salud y su estado mental, todo ello mientras contaban los días para su ejecución, el 21 de marzo de 1556.
Cranmer se dirigió a Santa María y una gran multitud observó cómo su cuerpo desaliñado y debilitado subía a una nueva plataforma instalada cerca del púlpito. Los obreros que levantaron la plataforma en la iglesia descuartizaron la piedra de la base de una de las columnas para anclar la estructura de madera y, hoy en día, la piedra cortada permanece; es un monumento en sí mismo.
Cranmer soportó un sermón del cardenal Pole que explicaba a las masas por qué se enfrentaba a la ejecución a manos de la reina, a pesar de que se retractó. Este relató las creencias heréticas del acusado y defendió la necesidad de justicia. A lo largo del sermón, Cranmer mostró una visible angustia y dolor. Al concluir, Pole lo invitó a hablar y a hacer pública su retractación para que “los hombres comprendan que sois un verdadero católico”.
El discurso de Cranmer a la multitud no fue un sermón en el sentido tradicional, pero allí, en Santa María, se retractó de sus retractaciones y dio testimonio de su fe evangélica protestante ante el asombro y la ira de los reunidos. Cuando Cranmer aceptó la invitación de Pole a responder, primero se arrodilló y rezó en voz alta. En su oración, se dirigió al Dios de la Trinidad y relató el evangelio de la Biblia: “No diste a tu Hijo, oh Padre celestial, a la muerte solo por los pecados pequeños, sino por todos los pecados más grandes del mundo, para que el pecador vuelva a ti de todo corazón, como yo lo hago aquí en este momento”.
Concluyó con una recitación del Padre Nuestro de Mateo 6, se puso en pie y se dirigió a los reunidos afirmando que esperaba decir algo “por lo que Dios pueda ser glorificado, y vosotros edificados”. Tanto su oración como sus comentarios iniciales revelan algo de su relación con la presencia divina de Dios, un distintivo evangélico.
A continuación, dirigió cuatro exhortaciones a la multitud para que viviera piadosamente en la iglesia y en la sociedad después de su muerte. En esas exhortaciones, citó pasajes bíblicos que transmitían su creencia de que la Biblia tiene autoridad para guiar la vida cristiana. Explicó entonces que había un asunto que necesitaba tratar y que le había irritado “más que cualquier otra cosa que haya hecho o dicho en toda mi vida”, es decir, una afirmación clara sobre lo que creía.
Cranmer recitó el Credo de los Apóstoles, y concluyó que creía en “toda palabra y sentencia enseñada por nuestro Salvador Jesucristo, sus apóstoles y profetas, en el Nuevo y Antiguo Testamento”. Tras su afirmación del Evangelio y las Escrituras, enumeró todas las cosas a las que renunció, explicando que, aunque se había retractado de sus enseñanzas, lo hizo en contra de lo que estaba en su corazón por miedo a la muerte.
Así, ya sin temor, repudió la autoridad papal, refiriéndose al papa como “enemigo de Cristo y anticristo, con toda su falsa doctrina”. Finalmente, rechazó la visión católica romana de los sacramentos, afirmando las opiniones protestantes que había publicado, declarando con audacia que en el día del juicio, la visión papal “tendrá que avergonzarse de mostrar su rostro”.
Ante este dramático giro de los acontecimientos, Cranmer fue bajado de la plataforma y llevado fuera, al lugar de ejecución de Latimer y Ridley. Mientras se preparaba para la muerte, puso primero en la llama su mano derecha, con la que firmó las retractaciones, y la mantuvo allí hasta que murió. El sermón de Cranmer representa su vida vivida por la verdad de la Biblia, su mensaje evangélico de conversión y su llamada a una vida en relación con Dios. Esta antorcha encendida en Santa María cumplió las palabras de Latimer de que, como una vela, las verdades por las que murieron estos mártires no se habían apagado.
3. Una antorcha para la piedad en el siglo XVII
Para los evangélicos que conocen sobre los puritanos a finales del siglo XX y principios del XXI, los puritanos son más venerados por su pureza doctrinal y su piedad que por su participación en la Guerra Civil de Inglaterra. Sin embargo, para hablar de su contribución al desarrollo de la historia religiosa de Inglaterra, hay que hacerlo a la manera cromwelliana, es decir, refiriéndonos también a sus defectos. Algunos de ellos incluyen las diversas formas en que estos purificadores participaron en la destrucción de muchos edificios antiguos, o lo que Eamon Duffy llama el “despojo de los altares”.
Con el reinado estabilizador y comprometedor de Isabel I, las iglesias renovaron su arquitectura y su práctica para eliminar la iconografía católica, a veces con la violencia comparable a la de una sierra de vaivén moderna. Duffy lamentó este cambio de imagen al observar que la “Reforma fue un despojo de las observancias familiares y queridas, la destrucción de un vasto y resonante mundo de símbolos que [el pueblo] comprendía y controlaba”. Independientemente de si la gente prefería la Reforma, en las décadas de 1570 y 1580 una nueva generación, impregnada del lenguaje de Cranmer, señaló Duffy, “creía que el Papa era el Anticristo, la Misa una momificación, [y] no miraba al pasado católico como propio, sino como otro país, otro mundo”.
William Laud (1573-1645) fue canciller de Oxford durante la década de 1630 y sus acciones reforzaron el sentimiento antipuritano. Aunque durante mucho tiempo se pensó que tenía “simpatías papistas”, sirvió a Carlos I como arzobispo desde 1633 y trató de llevar la conformidad ceremonial a todos los puritanos no conformistas. En Oxford, dirigió la puesta en práctica de un retorno a la ceremonia romana, en parte, a través de mejoras arquitectónicas, incluyendo a la Iglesia Santa María. Robin Usher la clasificó como “un escaparate de la innovación eclesiástica”.
Aquella iglesia continuó siendo el centro de culto de Oxford, un sentimiento subrayado por Jacobo I, quien exigió “que los miembros menores celebraran el culto en Santa María y no en las parroquias de la ciudad, donde se rumoreaba que la influencia puritana era fuerte”. Estas acciones y otras, como la ampliación de su pórtico en 1637, con una estatua de la Virgen con el Niño, la primera escultura colocada en el exterior desde la Reforma, crearon tensiones. Cabe destacar que el cronista Anthony Wood explicó que en septiembre de 1642, cerca del comienzo de la Guerra Civil inglesa, la estatua recibió disparos de fusil por parte de soldados parlamentarios, una fuerte reacción por parte de quienes temían que el pórtico señalara el regreso de la autoridad papal.
En respuesta, Laud afirmó que no tenía conocimiento de los orígenes de la estatua, aunque existen razones creíbles para dudar de esa afirmación. Como señaló Nathaniel Brent, un líder puritano del Merton College de Oxford, “no había altares en [Oxford] hasta que el arzobispo llegó a ser canciller. Últimamente se han colocado crucifijos e imágenes en los colegios universitarios”.
La influencia de Laud en Oxford e Inglaterra disminuyó con la Guerra Civil y con su destitución, además de la del jefe de Estado. Se permitió entonces a las congregaciones “determinar sus formas de enseñanza y culto cristiano”. Esta época de interregno, en la que Oliver Cromwell ejercía como Lord Protector, dio lugar a discusiones presbiterianas sobre “el arreglo del Gobierno y la Liturgia de Inglaterra”, así como a la propagación de iglesias congregacionalistas y bautistas independientes.
John Owen (1616-1683), capellán de Cromwell, vicecanciller de Oxford, ministro independiente y teólogo, es considerado “el principal defensor del alto calvinismo en la Inglaterra de finales del siglo XVII”. Su relación con la Universidad de Oxford comenzó durante sus días como estudiante de licenciatura y maestría, a partir de sus 12 años en 1628 (lo que no era raro), hasta 1637. Por lo tanto, Owen maduró durante la era laudiana en Oxford, y los cambios teológicos y estructurales de Laud probablemente no encajaban bien con su educación puritana.
De hecho, probablemente la primera experiencia de Owen en Santa María fue escuchar sermones en latín. No mucho después de la visita del monarca en 1636, que marcó el punto álgido de la influencia de Laud y de su publicación de los nuevos Estatutos en junio de 1637, Owen dejó Oxford para servir como un capellán de familia. La tumultuosa década de 1640 vio crecer su reputación como predicador y teólogo de la Independencia.
Tras la ejecución de Carlos I, predicó ante el Parlamento, lo que llevó a Oliver Cromwell a reclutarlo como capellán personal y a nombrarlo decano del Christ’s Church College de Oxford en 1651. Owen recibió el título honorario de Doctor en Divinidad (1653), luego fue vicerrector hasta 1657, y durante esa época tuvo influencia sobre la enseñanza de los estudiantes universitarios.
Desde 1652 hasta 1657, Owen y su colega, el también puritano independiente y presidente del Magdalen College, Thomas Goodwin, predicaban los domingos por la mañana en los colegios locales y luego, por la tarde, un programa regular de sermones a los estudiantes universitarios en Santa María. Crawford Gribben señaló: “Estos sermones, dirigidos a la población universitaria de la ciudad, combinaban el modo teológico con el devocional”. La propensión de Owen a desafiar la formalidad, sin duda, ganó adeptos entre los estudiantes. Llevaba grandes cintas alrededor de las rodillas, botas de cuero español y, sobre el pelo empolvado, un sombrero ladeado.
Sin embargo, fue su enfoque homilético el que tuvo un efecto duradero. Anthony Wood relató que el “elegante comportamiento de Owen en el púlpito... podía, por la persuasión de su oratoria... mover... los afectos de su admirado auditorio casi a su antojo”. Tras la muerte de Oliver Cromwell, al no contar con el favor de su hijo, Owen y Goodwin fueron sustituidos por líderes presbiterianos y a partir de entonces no predicaron en Santa María. No obstante, los sermones que Owen dio allí, aunque no se conservan, sirvieron de base para sus obras posteriores, como La mortificación del pecado (1656), Comunión con Dios (1657) y La tentación (1658).
Sus sermones sobre la comunión con Dios sirven como ejemplo principal de él como antorcha evangélica predicando desde el púlpito de Santa María a favor de la piedad, especialmente porque enfatizaban la relación del creyente con el Dios Trino. Este énfasis práctico se hizo para edificación, en contraste con la politización de la teología en el mundo que rodeaba a Owen y las presiones que sentía “para gobernar una comunidad universitaria inquieta y agitada, y gestionar sus asuntos bajo un gobierno en agitación política”.
Como explica Gribben, él vio que “la inclinación escolástica de gran parte de la predicación y escritura de mediados del siglo XVII no estaba produciendo la piedad que [él] creía que debía producir”. Así, como señalan Beeke y Jones, en sus sermones “Owen abrazó la idea de disfrutar de la Trinidad y la amplió mediante el concepto de comunión distinta con cada persona divina”, aunque dos tercios del material se centran en la comunión con el Hijo, “porque sin Cristo no puede existir comunión entre Dios y el hombre”. Esto se ve justo al comienzo de Comunión con Dios, donde citó 1 Juan 1:3 para mostrar a su audiencia estudiantil que la comunión de los creyentes es con Dios mismo.
Owen continuó mostrando cómo “esta comunión distinta, entonces, de los santos con el Padre, el Hijo y el Espíritu, está muy clara en la Escritura”. Él mismo explicó que “desde la entrada del pecado, ningún hombre tiene comunión con Dios”, pero, a través de la “manifestación de la gracia y la misericordia perdonadora... en Cristo tenemos audacia y acceso con confianza a Dios”. Owen afirmó en un sermón posterior:
Como Cristo era Dios y hombre en una sola persona, pudo sufrir y soportar cualquier castigo que se nos debiera… Había espacio suficiente en el pecho de Cristo para recibir las puntas de todas las espadas afiladas por la ley contra nosotros. Y había fuerza suficiente en los hombros de Cristo para soportar la carga de esa maldición que se nos debía.
En respuesta, Owen exhortó:
Recibamos, pues, a Cristo en todas sus excelencias y glorias, tal y como se nos entrega. Pensemos en Él frecuentemente por la fe, comparándolo con otros amores, como el pecado, el mundo y la justicia legal. Entonces lo preferirás cada vez más por encima de todos ellos y los considerarás basura en comparación con Él.
La comunión con Dios, entonces, es tanto “perfecta y completa” como “inicial e incompleta”. Es perfecta y completa, explicó Owen, “en la plena demostración de su gloria”, e inicial e incompleta “en los primeros frutos y amaneceres de esa perfección que tenemos aquí en gracia”.
Los sermones de Owen predicados en Santa María funcionaron como antorchas de piedad en una época de confusión y distracción para los estudiantes que vivían en Oxford durante el interregno. Su énfasis en la relación que un creyente puede tener con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo es solo un ejemplo de su predicación evangélica, y señalaba una forma de vivir en una época de incertidumbre.
4. Una antorcha de advertencia en el siglo XVIII
John Wesley estudió primero en Oxford en 1720. En aquella época, la mayoría de graduados de dicha Universidad terminaban ejerciendo una carrera ministerial en la Iglesia de Inglaterra, para lo cual él se preparó. Tras culminar sus estudios, ejerció como tutor a partir de 1729 y allí se reunió con su hermano Charles y otros tres compañeros para seguir una forma metódica de piedad. Al principio, su autodisciplina les valió el nombre de “Santo Club”, y eventualmente el de Metodistas. George Whitefield se unió al grupo poco después de matricularse y escuchó a John Wesley predicar en Santa María sobre “La circuncisión del corazón”. Thomas Kidd explicó que este sermón le mostró a Whitefield que “la verdadera santidad estaba disponible a través del Espíritu Santo”, lo que le ayudó en su propia conversión en los meses siguientes.
Sin embargo, aunque fue el líder del Santo Club de Oxford y predicador en Santa María, el impacto de Wesley en la historia del cristianismo en Inglaterra no se dio con toda su fuerza sino hasta su conversión, que tuvo lugar tras un viaje misionero a América. Iain Murray explicó que “a pesar de sus grandes ambiciones de trabajar entre los indios, [Wesley] era en su interior un hombre insatisfecho... había buscado la santidad interior de la vida y no la había encontrado”.
Wesley luchó con la seguridad de su salvación hasta que leyó la interpretación de Martín Lutero sobre Gálatas en 1738, donde sintió su corazón “extrañamente cálido”. A partir de ese momento, predicó un evangelio fervoroso por toda Gran Bretaña, a menudo enfrentando oposición y burla. Esto sirvió para encender un fuego que Mark Noll señaló como un punto de inflexión en la historia del cristianismo. Noll afirmó: “La labor de revitalización [del evangelio] por parte de los Wesley, en efecto, creó el evangelicalismo moderno a partir del legado del protestantismo de la Reforma”.
Así, cuando se le dio la oportunidad de regresar a Oxford para predicar en Santa María, Wesley se centró en el evangelio y en el estado del cristianismo en la ciudad. Predicó allí en 1738 un sermón de Efesios 2, que explicaba que la salvación “implica una liberación de la culpa y el castigo, por la expiación de Cristo… De modo que el que así es justificado, o salvado por la fe, en verdad ha nacido de nuevo”. Cada vez más, se sentía incómodo con el statu quo que observaba en la iglesia y llegó a la conclusión de que muchos predicadores no habían nacido de nuevo.
Predicando un viernes y el día de San Bartolomé, Wesley entró en Santa María con una procesión que incluía, con todo su atuendo, al Vicecanciller, los Proctores y los Doctores en Divinidad. Jim Coleman anotó que, debido a su celo recién descubierto desde 1738, Wesley subió al púlpito no “como un enemigo, sino más bien como un intervencionista”. Utilizando Hechos 4:31 –“Y todos fueron llenos del Espíritu Santo”–, introdujo su tema lentamente y luego comenzó a levantar la voz. Su hermano, Charles, señaló más tarde: “Nunca he visto una congregación más atenta. No se les escapaba ni una palabra”.
Wesley se centró rápidamente en sus puntos principales y explicó que usaría la palabra “cristianismo”, no como un “sistema de doctrinas, sino en lo que se refiere a los corazones y las vidas de los hombres”. Dividió su sermón en tres partes: el comienzo del cristianismo, su propagación de unos a otros y luego hasta los confines de la tierra. Concluyó con una aplicación práctica, preguntando dónde existía ese cristianismo y luego, “con tierno amor”, preguntó: “¿Es esta una ciudad cristiana? ¿Se encuentra aquí el cristianismo, el cristianismo bíblico? (...) ¿Están todos los magistrados, todos los jefes y gobernadores de colegios y salones unidos en un solo corazón y una sola alma?”.
Profundizando aún más, preguntó a los profesores encargados de “formar las tiernas mentes de la juventud... ¿están ustedes llenos del Espíritu Santo? ... ¿Recuerdan continuamente a los que están bajo su cuidado que el único fin racional de todos nuestros estudios es conocer, amar y servir ‘al único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien Él ha enviado’?”. A estas preguntas retóricas, Wesley respondió que temía que no fuera así y que los líderes de la Universidad se caracterizaran más bien por el orgullo, la pereza e “incluso una proverbial inutilidad”.
A los estudiantes, Wesley les hizo el mismo tipo de preguntas, dando a entender su conmiserativa infidelidad. Atestiguó que, en una ocasión, él también juró “observar todas aquellas costumbres de las que entonces no sabía nada” y concluyó que se trataba nada menos que de perjurio. Cuestionar a quienes habían prestado juramentos falsos causó un malestar significativo y, por si fuera poco, reprendió a su auditorio: “Ni siquiera pueden ni quieren soportar la conversación sobre el cristianismo”.
Benjamin Kennicott, un estudiante que lo escuchó, escribió más tarde que el sermón “causó una conmoción universal”. Wesley sabía que su mensaje había tenido el efecto deseado y más tarde escribió en su diario: “Prediqué, supongo que por última vez, en Santa María [Oxford]. Que así sea. Ahora estoy limpio de la sangre de estos hombres. He liberado completamente mi propia alma”. Señaló que el Vicerrector le pidió sus notas, lo que significaba que probablemente “todos los hombres eminentes de la Universidad” lo leerían, un pensamiento que hizo que admirara "la sabia providencia de Dios”.
Wesley se propuso utilizar a los metodistas dentro de la Iglesia de Inglaterra para combatir la apatía. Sin embargo, el aumento de las críticas, las diferencias teológicas y el acceso limitado a las iglesias, le llevaron a una separación cada vez mayor de los metodistas. Su sermón en Santa María inició este éxodo y funcionó como una antorcha de la predicación evangélica en el sentido de que, a partir de la Biblia, llamaba a sus oyentes a buscar una conversión genuina que resultara en una verdadera relación con Dios.
5. Una antorcha bajo tierra en el siglo XIX
A lo largo del siglo XIX, los evangélicos florecieron dentro de la Iglesia de Inglaterra bajo la influencia predicadora de Charles Simeon en Cambridge y de J. C. Ryle en Liverpool. Sin embargo, a pesar de una fuerte presencia evangélica, Oxford se consumió por lo que más tarde terminó convirtiéndose en el movimiento anglocatólico, el debate sobre las teorías de Darwin, el avance del socialismo y, en general, una lucha contra una crisis de fe. En pocas palabras, la Biblia fue cuestionada y desechada en esta época por personajes como Darwin y, en Oxford, por el agnóstico T. H. Huxley. Como dice un chiste, haciendo referencia al recorrido de la calle Turl de sur a norte, desde High Street [Calle Alta] y Santa María hasta Broad Street [Calle Amplia], cerca del Jesus College:
¿En qué se parece la Iglesia Anglicana a la calle Turl?
Respuesta: En que va de High (Alta) a Broad (Amplia), pasando por Jesús.
Además, el poeta de Oxford de esta época, Percy Shelley, y su amigo, John Keats, junto con el crítico literario Matthew Arnold, tiñeron la universidad de tintes románticos y desearon volver a apuntar a una estética medieval. Estos son los elogios de Arnold a Oxford:
Hermosa ciudad, tan venerable, tan encantadora, tan indemne a la feroz vida intelectual de nuestro siglo, tan serena. (...) Y sin embargo, empapada de sentimiento como está, extendiendo sus jardines a la luz de la luna, y susurrando desde sus ciudades los últimos encantos de la Edad Media, ¿quién negará que Oxford, por su inefable encanto, nos sigue llamando cada vez más cerca de la verdadera meta de todos nosotros, al ideal, a la perfección, a la belleza?
Este énfasis en la belleza no contradecía la teología evangélica, pero en su época, y en Oxford, era una distracción. El llamamiento a volver a una visión romántica de la Edad Media encajaba bien con un nuevo movimiento que surgió entre los principales clérigos anglicanos de Oxford: el Tractarianismo.
John Henry Newman, el popular vicario de Santa María, junto con John Keble, Edward Pusey y otros, formaron lo que Christopher Snyder denominó “una contraparte espiritual del movimiento romántico... que cuestionaba la existencia de diferencias teológicas reales y significativas entre el anglicanismo y el catolicismo y pedía el retorno de los elementos litúrgicos medievales”. El Movimiento de Oxford, como llegó a ser conocido, también adoptó el nombre de Tractarianismo tras la publicación de noventa documentos polémicos o Tracts entre 1833 y 1841.
El temor a un retorno del papismo ha sido (y sigue siendo) una tensión permanente para los anglicanos. Eamon Duffy observó que, dada la historia del catolicismo romano en Inglaterra, la liturgia y la arquitectura funcionan como el ámbar de Parque Jurásico, “vestigios de ese pasado que demostraron ser sorprendentemente poderosos a la hora de remodelar el futuro de la Iglesia de Inglaterra”. Diarmaid MacCulloch ancla el origen de la tensión en la vía de Isabel I de “un sistema teológico protestante y un programa protestante para la salvación nacional cobijados dentro de una estructura eclesiástica católica en gran medida anterior a la Reforma”.
Una de las razones por las que hubo una respuesta nacional a los tractarianos fue la tracción que ganaron entre los estudiantes. Heather Ellis explicó que el Movimiento de Oxford llegó “a ser temido como el lugar de un movimiento juvenil revolucionario que se dedicaba a especulaciones teológicas criptocatólicas tan peligrosas para el sistema anglicano como cualquiera inspirada en la ideología de la Revolución Francesa”. Así, a medida que aumentaban las críticas hacia los líderes de Oxford, muchos temían que hubiera una flota de estudiantes cruzando el Tíber hacia Roma.
El análisis de la obra y la teología de Newman, Pusey y Keble, está más allá del alcance de este artículo, pero no hace falta decir que su movimiento generó un amplio interés y críticas. En un nivel, la crítica es teológica. Cuando los tratadistas afirmaron que su énfasis estaba en la adiáfora de la liturgia y la experiencia ceremonial, quedó claro que había importantes modificaciones doctrinales. Como señala Carl Trueman, la deriva teológica de la Iglesia de Inglaterra “es, en general, una historia de fracaso en la aplicación de los Treinta y Nueve Artículos y en llevar adelante la teología que contienen”.
En el siglo XIX, el pastor bautista londinense Charles Spurgeon siguió de cerca el Movimiento de Oxford y expresó su preocupación en una serie de cuatro sermones que comenzaron con La regeneración bautismal en junio de 1864. Spurgeon declaró: “Veo esto surgir por todas partes: una creencia en la ceremonia, una confianza en la ceremonia, una veneración por los altares, las fuentes y las iglesias… Aquí está la esencia y el alma del papismo, asomándose bajo el ropaje de un decente respeto por las cosas sagradas”. Geoffrey Chang explicó: “La preocupación de Spurgeon no era meramente por el crecimiento de la ceremonia y el ritual, sino por lo que esas cosas representaban, es decir, una ‘confianza en la ceremonia’ en lugar de una confianza en Cristo”.
Sin embargo, Oxford también vio el efecto positivo que estos desafíos tuvieron en el fortalecimiento de la fe de muchos, e incluso en el regreso de algunos escépticos después de ver disminuida la fe de sus padres, evidencia de lo que Timothy Larsen llamó “la crisis victoriana de la duda”. El cristianismo en la era victoriana, y por lo tanto en Oxford, es complejo porque, por un lado, como dice Larsen, “la Biblia era una presencia dominante en el pensamiento y la cultura victoriana” y funcionaba en el centro del diálogo, la predicación y el avance misionero.
Pero, por otro lado, el modernismo naciente, el romanticismo y el tractarianismo se combinaron en Oxford, para minimizar, huelga decirlo, los tipos de predicación ejemplificados por Owen y Wesley en siglos anteriores. En otras palabras, la predicación evangélica en Santa María pasó a la clandestinidad en el siglo XIX, incluso mientras en la Universidad surgía una respuesta específica y coordinada al Movimiento de Oxford.
Kenneth Stewart observa que el auge del Tractarianismo “tuvo el efecto involuntario de generar un tremendo interés renovado en todo el mundo de habla inglesa por las principales personalidades y escritos de la Reforma”. En 1843, casi 300 años después del martirio de Latimer, Ridley y Cranmer, la Iglesia Anglicana Baja erigió una aguja conmemorativa cerca del lugar de su ejecución en respuesta directa al Movimiento Tractariano, para recordar a la nación que éstos daban “testimonio de las verdades sagradas que habían afirmado y mantenido contra los errores de la Iglesia de Roma”. Aunque era una respuesta a un movimiento dentro de Oxford, el monumento representaba las opiniones generalizadas del resto de la Iglesia de Inglaterra que, según Andrew Atherstone, era tan anticatólica como antitractariana.
Edmund Ffoulkes (1819-1894), vicario e historiador de Santa María que abandonó el anglicanismo por Roma en la década de 1850, para regresar tras un cambio de opinión en la década de 1870, observó cómo la nación aplaudía el monumento a los mártires:
Porque Inglaterra sigue sintiendo en lo más profundo de su ser que la Reforma, cualesquiera que fueran sus defectos cuando bullía, la liberó finalmente para desarrollarse con firmeza a lo largo de los 300 años transcurridos desde entonces, y convertirse en lo que es ahora.
Como el monumento se asemeja a una aguja sin un edificio eclesiástico, existe una leyenda que algunos guías turísticos de Oxford cuentan a sus clientes: dicen que la aguja es la parte superior de un edificio eclesiástico enterrado bajo tierra, solo para luego señalarles unas escaleras cercanas que conducen a los baños públicos. De forma similar, cabe decir que la predicación evangélica en Oxford no se llevó a cabo con regularidad para el siglo XIX en Santa María, si es que tuvo lugar en absoluto. Sin embargo, aunque estuviera oculta, y fuera representada por un nuevo monumento a los mártires evangélicos, terminó resurgiendo.
6. Una antorcha de esperanza en el siglo XX
Los primeros años del siglo XX también sufrieron las consecuencias del auge de la alta crítica de la Biblia en el siglo XIX, lo cual desafió las creencias tradicionales. Además, los avances científicos ejercieron aún más presión sobre la fe. Los evangélicos, enfrentados a estos desafíos, se dividieron internamente en temas como la interpretación de las profecías bíblicas (escatología) y cómo interactuar con la cultura en general. David Bebbington describió el evangelicalismo de este periodo como un “caminar aparte”, ya que para “la Segunda Guerra Mundial, el evangelicalismo se había fragmentado mucho más de lo que lo había hecho un siglo antes”.
Además, Diarmaid MacCulloch sostuvo que el advenimiento de las Guerras Mundiales del siglo XX llevó a la muerte a la propia cristiandad. Dijo: “A finales de los años sesenta, la alianza entre emperadores y obispos que Constantino había generado por primera vez era un fantasma; una aventura de quince siglos había llegado a su fin”. No obstante, a lo largo del tumultuoso siglo XX, el evangelicalismo prosperó en muchas iglesias y una nueva generación de estudiantes buscaba respuestas.
Como ejemplo, el influyente exmédico londinense, y entonces pastor evangélico, D. Martyn Lloyd-Jones, predicó a una congregación llena de estudiantes un domingo por la noche en Santa María en 1941. Sin embargo, en Oxford, la mayor influencia para los evangélicos llegó a través del compañero de almuerzo de Lloyd-Jones durante esa visita: C. S. Lewis.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Lewis se mantuvo mucho más ocupado que de costumbre. Sus esfuerzos por completar su estudio de la literatura inglesa del siglo XVI quedaron en un segundo plano mientras hablaba en varias bases de la Royal Air Force y grababa Right and Wrong: A Clue to Meaning in the Universe (en español, Lo correcto y lo incorrecto: una pista del significado del universo), una serie de cuatro discursos radiofónicos para la BBC de Londres. Recibidas con gran éxito, las charlas de Lewis se convirtieron en Mero cristianismo.
Antes de esto, en junio de 1941, Lewis predicó un sermón dominical en Santa María titulado El peso de la gloria. Justin Taylor documentó que en los meses previos al sermón de Lewis: “Ciudades británicas sufrieron el lanzamiento de 100 toneladas de explosivos en incursiones aéreas. Esto incluyó 71 ataques a Londres, ubicada a unos 96 kilómetros al sureste”. Sin embargo, a pesar de la guerra, una de las mayores multitudes en la historia de Santa María se reunió esa noche. Lewis ganó audiencia en los años de la guerra, en parte, debido a su claridad. Como señaló Jason Baxter, “una de las principales preocupaciones de Lewis era encontrar maneras de transponer, traducir y recrear la atmósfera del mundo antiguo en una lengua vernácula moderna”.
Alister McGrath comentó acerca de la razonabilidad de la fe que Lewis transmitió en su sermón. Afirmó: “El punto de partida del planteamiento de Lewis es una experiencia –un anhelo de algo indefinido y posiblemente indefinible, que es tan insaciable como evasivo…”. El sermón universitario El peso de la gloria... es la declaración más elegante de [este] argumento”. Aunque se considera un sermón, Lewis no siguió la práctica homilética común. El texto de referencia es de Apocalipsis 2, pero no lo aborda directamente, solo lo hace al final. En cambio, el sermón de Lewis se parece más a un discurso, pero entonces resonó como sigue resonando hoy, al inspirar esperanza y conocimiento de Dios.
La sección inicial de El peso de la gloria fue, quizá, la más familiar, pues le sugirió a su público estudiantil, que vivía en tiempos de guerra, que la abnegación no es la más elevada de las virtudes, sino el amor. Luego, los amonestó:
…parece que Nuestro Señor encuentra nuestros deseos no demasiado fuertes, sino demasiado débiles... Somos... como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de barro en un tugurio porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar.
Lewis procedió a pintar un cuadro esperanzador del cielo con Jesucristo basado en la autoridad de las Escrituras, que es un “bien transtemporal, transfinito” y, por tanto, cualquier deseo nuestro puesto en otra cosa que no sea Dios no nos satisfará. Sin embargo, nos complacemos con demasiada facilidad y estamos dormidos bajo el encanto maligno de la mundanalidad: las filosofías modernas que prometen satisfacción de las cosas terrenales. A este respecto, George Marsden señaló:
Al tejer sus diversos hechizos para romper el encanto cegador del desencanto moderno, Lewis no denigra el papel de la razón. Por el contrario, utiliza todos sus poderes racionales para ampliar las capacidades de su audiencia, para reconocer otras dimensiones de la realidad más allá de las conocidas por la sola razón instrumental.
Para romper este encantamiento, para ver lo que es la verdadera realidad, Lewis argumentó que el uso de la historia, o la imaginería fantástica, es útil “para despertarnos del malvado encantamiento de la mundanidad” que nos impide escuchar las “noticias de un país que aún no hemos visitado”. Como comentó Kevin Vanhoozer, “la imaginación de Lewis no es el opio del pueblo, sino una dosis de cafeína que nos despierta”.
Lewis explicó que nuestra concepción del cielo es simbólica, pero la diferencia entre eso y lo que podríamos concebir por nuestra cuenta, es que nos llega a través de la autoridad de las Escrituras y promete que estaremos con Cristo y seremos como él. Estaba haciendo mucho más en su sermón, pero, para nuestros propósitos, estaba atando su idea a la Palabra y usando argumentos bíblicos para mostrarle a su audiencia que no solo es posible conocer a Dios en una relación, sino que aquello también es deseable por encima de cualquier otra cosa. Esta idea, cuando uno la considera en su totalidad, es gravosa y conlleva un peso de gloria “que nuestros pensamientos difícilmente pueden sostener”.
Baxter sostuvo que “fue Dante, más que ningún otro autor, quien enseñó a Lewis sobre cómo “construir” imágenes de peso que pudieran aludir a la verdad dinámica de las realidades espirituales”. Este es el caso aquí, ya que Baxter mostró que Lewis tenía en mente la ilustración de Dante de un poeta contemplando las montañas cercanas, “que no solo parecen altas, sino vertiginosas, como si ejercieran peso por el mero hecho de ser tan altas”. Esta idea de peso conecta con 2 Corintios 4:17, por supuesto, y transmite, como Dante, la idea de una santidad “‘pesada’, tan pesada como la masa de las montañas”.
Sin embargo, a pesar del peso, Lewis mostró que, siguiendo 1 Corintios 8:3, los que aman a Dios lo conocerán, y serán conocidos por Él. Esta es la esperanza ascendente a la que señaló a su audiencia en medio de un futuro terrenal incierto durante los días de la Segunda Guerra Mundial y los efectos destructivos de la modernidad sobre la teología cristiana y la verdad bíblica.
Gracias a Lewis y a otros en Oxford, a finales del siglo XX empezaron a llenarse los focos de evangelicalismo y los efectos de dos guerras mundiales llevaron a muchos a encontrar respuestas en la teología evangélica. Un estudiante, James Packer, se convirtió a Cristo en 1943, y al año siguiente fue invitado a trabajar como bibliotecario junior en la organización estudiantil Christian Union de Oxford. Un clérigo octogenario había donado recientemente su biblioteca y Packer recibió el encargo de clasificarla en el sótano de North Gate Hall.
Situado en Oxford, el sótano se encontraba a pocos metros del lugar donde Cranmer fue encarcelado, y no lejos de donde Wesley ejercía su ministerio, Packer descubrió un conjunto de las obras de John Owen. En el momento de ese descubrimiento, según contó más tarde, emocionalmente su vida “estaba por los suelos” y “Dios utilizó [a Owen] para salvar mi cordura”. Más que simplemente resolver el asunto de Packer, su “recuperación” literal de los puritanos, a pocas cuadras de Santa María, dio inicio a un nuevo movimiento que no solo haría renacer el interés por estos precursores evangélicos, sino que también ayudaría a proporcionar un anclaje a la Palabra de Dios durante las tumultuosas décadas de 1960 y 1970 en el Reino Unido y en el extranjero.
7. Conclusión: antorchas desde la aguja
Cuando se visita la Iglesia universitaria de Santa María, quizá la mejor vista que ofrece la aguja es hacia Oxford. Tras ascender varios tramos de escaleras, el turista se acerca a la cima solo después de subir los últimos 60 escalones de piedra, puestos en forma de espiral. La ardua subida se ve recompensada por unas vistas dignas de postal de todo el núcleo de la Universidad. A pesar de toda la historia y la teología que se ha desarrollado en Santa María, es desde la aguja desde donde se puede ver hacia donde brilla la antorcha.
Los sermones evangélicos analizados en este artículo brillaron, como antorchas, desde Santa María. Fueron predicados por evangélicos en contextos específicos de la historia del cristianismo en Oxford e Inglaterra y articularon la teología evangélica, en la mayoría de los casos, a un público de estudiantes. Volviendo a la definición de Thomas Kidd, vemos que todas comparten la creencia común en la necesidad de que los creyentes nazcan de nuevo tras la predicación del evangelio recuperada en la Reforma protestante. Además, todas se basan en la creencia de que la Biblia es la Palabra de Dios y se predican desde la confianza en su autoridad. Por último, tienen como objetivo inspirar o desafiar el crecimiento en una relación personal con Dios, reconociendo la naturaleza vital de su presencia divina en la vida cristiana.
Cuando la reina Isabel II encendió las antorchas del jubileo, cautivó a una nación y los llevó a todos a hacer una pausa en sus ajetreadas y distraídas vidas para mirar hacia arriba, hacia las luces encendidas y brillantes, en un momento de celebración. Del mismo modo, el examen de la teología y la historia evangélicas a través de los sermones predicados en la Iglesia universitaria de Oxford sirve para señalar al lector, a través de estas antorchas de la aguja, el mensaje compartido de esperanza del evangelio para un nuevo siglo.
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Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Jason G. Duesing en The Gospel Coalition, bajo el título Beacons from the Spire: Evangelical Theology and History in Oxford’s University Church. Allí se encuentran las citas y notas al pie correspondientes.
Jason G. Duesing
Jason G. Duesing es preboste y profesor de Teología Histórica en el Seminario Teológico Bautista Midwestern de la ciudad de Kansas, en Missouri.
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