La historia de la humanidad podría definirse, en cierta forma, como un conjunto de luchas de unos grupos queriendo imponer sus ideas sobre otros. Quizás ese concepto explicaría el por qué de las guerras, las conquistas, las clases sociales, los poderes políticos, etc. Lastimosamente, el cristianismo no saldría como un agente impune o desentendido de aquellas luchas.
Si bien estamos de acuerdo en que la difusión del evangelio es un acto de amor al prójimo necesario, no han sido pocos los intentos de imponer por la fuerza los valores cristianos en la sociedad. Sin embargo, hoy los papeles se están invirtiendo: existe una cultura de la cancelación que deja en evidencia un enorme deseo por silenciar cualquier voz que se oponga a la ‘corriente’, que en realidad no es la mayoría, pero sí es poderosa.
Quienes no se adhieren a los conceptos de los movimientos feministas, de las comunidades LGBT y de los afromericanos, rápidamente son tachados como retrógrados, machistas, misóginos, homófobos y racistas. Los cristianos no somos los únicos con opiniones divergentes a las de esos colectivos. Sin embargo, cada vez es más evidente que no solo la libertad de expresión está en peligro, también la de culto y hasta la de pensamiento.
Lo anterior no es una afirmación infundada, más bien surge de lo que le ha sucedido a Isabel Vaughan-Spruce, una católica que dirige el grupo provida March for Life UK. Ella fue arrestada dos veces entre diciembre de 2022 y marzo de 2023 por orar en silencio a las afueras de una clínica de abortos, en Birmingham, Inglaterra.
Entonces, es bueno que empecemos a preguntarnos qué debemos hacer los cristianos en un escenario en el que se lucha por validar diversas ideologías, pero solo si son acordes a determinados puntos de vista. ¿Es mejor que callemos mientras esperamos que esta sociedad líquida y relativista se derrame o que alcemos nuestras voces ante aquello que no consideramos moralmente correcto? ¿Cuáles son las batallas que el pueblo cristiano debería pelear y de qué forma podría hacerlo?
Pero antes, quizás sea necesario enfrentarnos a esos momentos en los que el cristianismo fue predominante, aunque no necesariamente por el poder del evangelio.
Una perspectiva histórica
Como se mencionó al principio, hubo momentos en los que el cristianismo fue predominante y hasta impositivo. Por ejemplo, gracias al Edicto de Milán (313 d.C.), los seguidores de Jesús pudieron vivir su fe en libertad tras años de persecución. Sin embargo, empezaron a recibir tantos beneficios económicos, políticos y sociales, que posiblemente muchos se sumaron a la religión por interés.
Si bien el decreto no surgió como tal de la comunidad cristiana, sí provino de Constantino, quien dijo haber tenido un encuentro con Jesucristo. El punto es que, aunque las medidas de entonces no fueron represivas, sí dejaron en evidencia que la política podía favorecer a la religión y fortalecerla. Además, ese fue el preludio para un decreto mucho más contundente.
El Edicto de Tesalónica (380 d.C.) declaró el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano y obligó a que todos la profesaran como propia. No solo se ordenó el cierre de los templos paganos, sino que se prohibieron los ritos de otras religiones y se empezó a diluir toda voz que quisiera oponerse. Este hostigamiento hizo que se perdiera la libertad de culto que el Edicto de Milán había generado.
También podríamos traer a colación los intentos de los puritanos por predominar en la Iglesia anglicana (1603) y, de esa forma, influenciar el gobierno inglés. De 1653 hasta 1658 finalmente lo lograron, pero no a través de la iglesia sino de Oliver Cromwell, un devoto puritano que hizo lo posible por gobernar la nación según los principios de aquel movimiento. Restringió las actividades que veía como vicios, concentró el poder en sus manos y puso en peligro las libertades civiles: su intento de establecer un Estado puritano fracasó.
En 1660, Carlos II subió al trono y se inició una persecución contra los puritanos, así que varios dejaron el país y se fueron a países con más libertad religiosa. Precisamente, llegaron a las colonias inglesas en Norteamérica y allí pudieron establecer un gobierno conforme a sus creencias. Aunque allí el resultado fue, aparentemente, positivo, quizás porque se hizo desde la libertad y la separación de la Iglesia y el Estado.
Por supuesto, es pertinente mencionar la Inquisición. Aunque hace parte de un momento oscuro de la Iglesia católica como tal, e incluso afectó directamente a los cristianos reformados, no se puede ignorar que ahora la cultura de la cancelación también arremete contra esa corriente del cristianismo. Ahora, definamos ese término resaltado en negrilla para tener claridad sobre lo que estamos hablando.
Una nueva forma de censura
La cultura de la cancelación es una persecución mediática, social, digital y hasta económica que se impone sobre una persona u organización por haberse mostrado en contra de las luchas actuales. Agustín Laje, politólogo y conferencista argentino, la definió como una “censura cool” impuesta por las ‘minorías’ o los ‘oprimidos’, “en virtud de quienes ha de cancelarse todo aquello que pueda ofenderlos. Se trata de la dictadura del buenismo”.
Al hablar con el diario Expreso de Perú, este conferencista explicó que efectivamente antes había censura de todo aquello “que comprometiera un dogma religioso o (...) la continuidad de un gobierno amparado en los ‘intereses nacionales’”. Pero ahora hay una inversión radical en la que las minorías son las que censuran a las mayorías, y esto es más astuto y peligroso, porque legitima la censura por fuera del poder. El efecto de eso, y el quid del asunto de este artículo, es el gran peligro que corren la libertad de culto, de expresión y pensamiento. Laje lo explicó así:
Todo esto choca de lleno contra los derechos a la libertad individual, empezando por la libertad de expresión. La gente se siente cada vez menos libre para expresarse, en un mundo donde absolutamente todo es potencialmente ofensivo. Con ello, es la propia democracia la que está en peligro, pues no hay democracia allí donde los individuos no sienten libertad para expresarse.
Lo que pasará es precisamente eso: democracias que son más bien oligarquías, gobierno de minorías. ¿O no son hoy las minorías que logran el favor de los medios de comunicación las que gobiernan en los hechos? ¿Por qué las “minorías” pueden expresar su desprecio a las mayorías en redes sociales, pero las mayorías no pueden expresar su forma de ver el mundo en esas mismas redes, cuando esa forma es opuesta a los intereses de las “minorías”?
Precisamente, “No puedo decir nada sobre mi fe”: la sutil persecución hacia los cristianos occidentales de la que pocos hablan es un artículo que se publicó recientemente en BITE. En él se trataron temas como la autocensura y la presión que en la actualidad sienten los cristianos en países seculares. Es una realidad a la que se enfrentan hoy los creyentes y los sectores más conservadores: “Vivimos el fin de la democracia en todas sus formas”, dijo Laje.
Pero, a pesar de las dificultades obvias que todo esto genera, ¿es posible que la iglesia cristiana use estas situaciones, y los ejemplos históricos antes mencionados, para reflexionar sobre los métodos que ha usado para dar a conocer el evangelio y practicar su fe? ¿Se podría concluir, entonces, que el camino a la libertad nunca será la imposición de los valores cristianos, por más buenos y necesarios que estos sean?
La cultura de cancelación cristiana
En los 90, una fuerte corriente dentro del cristianismo se encargó de buscar y exponer mensajes subliminales en música, programas de televisión, libros, formas de vestir, y un largo etcétera. Esto generó no solo divisiones entre la Iglesia, sino una enorme incomodidad en personas que querían acercarse al evangelio pero se sintieron rechazadas, y en algunos casos efectivamente lo fueron. Otras que estaban o crecieron dentro de las comunidades de fe, se vieron abrumadas por tantas prohibiciones y terminaron desertando.
Incluso, muchos niños crecieron en una especie de cultura de cancelación en la que sus padres cristianos les prohibieron entretenerse con una gran cantidad de contenidos. A algunos les habrán explicado el por qué, si es que ellos mismos lo sabían, pero a otros solo los llenaron de muchos “no”, en vez de ayudarles a desarrollar una capacidad crítica y fundamentada en la Palabra.
¿Acaso esto no fue una cultura de la cancelación? No escuchar, no ver, no compartir con quienes sí consumían esos contenidos… ¿Era esa la forma? Por ejemplo, se tachó al rock and roll como un género diabólico y se condenó a quienes querían ‘cristianizar’ ese estilo de música. Pero bien lo dijo Larry Norman, precursor del rock cristiano, en una de sus canciones: Why should the devil have all the good music? (¿Por qué el diablo debería tener toda la buena música?).
En un artículo de Christianity Today, el teólogo y pastor Russell Moore señaló las ‘cacerías de brujas’ en las que se ha visto envuelta la autora británica J.K. Rowling por su saga de libros de Harry Potter. La primera fue hace veinte años, cuando los cristianos evangélicos intentaron prohibir sus libros porque creían que era “una amenaza que llevaría a la próxima generación a la brujería y las prácticas ocultas”. También aseguraron que leer sus libros era abrir una puerta en el mundo espiritual.
La segunda, viene de un sector bastante diferente. Rowling se ha manifestado en contra de las teorías de género que, para ella, disminuyen a las mujeres como categoría biológica con términos como ‘personas embarazadas’ o ‘menstruantes’. También se ha dicho que sus puntos de vista ponen en peligro a las personas transgénero, dando a entender, incluso, “que la existencia misma de las ideas es un acto de agresión”, aseguró Moore.
En otras palabras, ¿quién diría que al menos una opinión sobre un tema sería algo en común entre cristianos y J.K. Rowling? ¿Acaso no es evidente que cristianos y progresistas han cancelado de forma similar a aquellos con quienes no concuerdan? ¿Hasta dónde va a llegar la censura? Ahora que incluso se ha transgredido la libertad de pensamiento, ¿la Iglesia cristiana seguirá actuando igual?
Las batallas que la Iglesia cristiana podría pelear
Llegamos a un punto en el cual la Iglesia tendrá que decidir cómo invertir su energía y en qué hacerlo. Para Agustín Laje, la batalla es y debe ser cultural, esto es: buscar la transformación de instituciones y dispositivos culturales, tales como escuelas, universidades, iglesias, medios de comunicación, arte, órganos de propaganda del estado, fundaciones, etc.
Juan Sebastián Cortés, politólogo y secretario de la fundación provida Nazer Colombia, se adhiere a esa propuesta y reconoce que se ha tenido la idea errónea de que la religión funciona al reprimir a quienes piensan diferente. Pero que “el deber ser es una sociedad de libertades”. En ese sentido, esa búsqueda incesante del cristianismo porque se prohíba el pecado podría resultar infructuosa. “Nos hemos reducido a ver al diablo en cada cosa y no a poner a Dios en cada cosa”, expresó.
Para él, un joven cristiano que creció con la libertad de ver contenidos variados pero desde un punto de vista crítico, la forma adecuada es competir: no prohibir las películas con las que no se esté de acuerdo, sino sacar unas mejores no solo en contenido moral, sino en “estructura de la historia, desarrollo de personajes, tramas y calidad”. Así que este es un llamado a la acción para aquellas personas que se dedican a esa industria y al arte en general, y están dispuestas a hacer algo al respecto.
De forma concreta, Cortés enlistó las causas por las cuales deberían luchar los cristianos:
- Defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
- Dignificación de la vida en la promoción de los derechos humanos.
- Defensa de la libertad.
- Promoción de modelos de educación, política y economía que, ajustados a los principios bíblicos, sirvan a la sociedad.
- Nuestra principal batalla es la de llevar el evangelio, esto trae como consecuencia un impacto positivo en la cultura.
Principios prácticos y bíblicos para enfrentar la cultura de la cancelación
His Steps es una fundación que se creó con el ánimo de llevar el evangelio a poblaciones de la costa caribe colombiana y de realizar entrenamientos misioneros para que otros cristianos hagan lo mismo. Andrés Berdugo, su fundador, no concibe la ‘Buena noticia’ como un mensaje político, pero reconoce que sí tiene repercusiones en ese aspecto de la sociedad; se trata de anunciar la verdad y eso, inevitablemente, causará distorsión en el mundo.
La iglesia del libro de los Hechos lo comprendió y actuó de una forma que, según Berdugo, puede ser una guía para la cristiandad actual:
- Ser fieles a la verdad del evangelio.
- Ser prudentes: si a sus miembros les tocaba esconderse por un tiempo o huir de una persecución, lo hacían.
- Confiar en el plan de Dios sin importar las circunstancias temporales. “Dios hace su obra en los tiempos, sin importar las circunstancias particulares de las épocas, incluso usó políticos no creyentes para cuidar de Su iglesia”, explicó.
- Agradecer a Dios por aquellas personas que ejercen un contrapeso civil por las verdades de Dios, pero no dejar de lado que a la iglesia de los Hechos no se le vio tratando de tomar posiciones políticas.
¿Qué se debe tener en cuenta con respecto a la libertad de expresión?
Para Berdugo, abogado con formación académica en Colombia y Estados Unidos, una frase que resume y explica la libertad de expresión es la de Jordan Peterson, un profesor que lucha contra la imposición de ciertos pronombres en Canadá: el Estado no tiene por qué regular mi lengua (paráfrasis). Él explica que las instituciones no deben entrometerse en la individualidad de las personas y que, al menos en la legislación de EE. UU., no es correcto que controlen el contenido de un discurso.
Lo que buscan esas leyes es que el estado no pueda regular lo que una persona piense o diga, pero en caso de que no lo esté haciendo, entonces ya no se trata de un tipo de gobierno liberal, sino de uno autocrático. En resumen, sí es un asunto serio que en Inglaterra se capture a alguien por orar y se le cuestione por eso. La libertad de culto, explica Berdugo, está ligada a la individualidad de las personas y no debería ser transgredida.
Referencias:
https://cvclavoz.com/blog/entrevistas/agustin-laje-explica-que-es-la-batalla-cultural/
https://adf.uk/isabel-arrested-again/
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