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Rembrandt (1606-1669) es considerado por muchos el mayor pintor protestante de todos los tiempos. En sus creaciones, la fe y el arte se combinan de forma prodigiosa. Su magistral obra llega a conectar la más alta inteligencia, la ternura sutil de los sentimientos y la complejidad del carácter humano. Sin embargo, también fue alguien muy controversial por su moralidad y carácter, que lo llevaron a enfrentar serios problemas económicos y sociales. Con todo, ¿por qué podemos afirmar que su espiritualidad se sobrepuso a sus errores?
De estudiante de las artes a pintor aristócrata
Rembrandt Harmensz Van Rijn nació el 15 de julio de 1606 en la ciudad de Leiden, Holanda. Fue el noveno hijo de Harmen Gerritszoon van Rijn (1568-1630), quien pertenecía a la iglesia reformada holandesa, y Cornelia Willemsdochter van Zuytbroeck (1568-1640), que era católica. Aunque Rembrandt no nació en la aristocracia, su padre era molinero y su madre provenía de una familia de panaderos, lo que les permitía tener cierta comodidad y holgura económica.
Luego de culminar su educación básica, Rembrandt fue a la escuela latina de la Universidad de Leiden. Sin embargo, pronto dejaría sus estudios universitarios para convertirse en aprendiz de un pintor llamado Jacob Isaacsz van Swanenburg (1571-1638). Durante tres años, de 1621 a 1623, el joven se aplicaría al aprendizaje del arte junto al viejo pintor.
Alentado por la experiencia como aprendiz de artista, Rembrandt decidió que se convertiría definitivamente en un pintor, así que abandonó su ciudad natal y se fue a Amsterdam para continuar estudiando durante algunos meses junto al reconocido pintor Pieter Lastman (1583-1633). Durante este tiempo, empezó a desarrollar una profunda afinidad por un nuevo estilo artístico: el dramatismo de claroscuro.
Motivado por la aceptación inicial de su arte, Rembrandt regresó a Leiden entre 1624 y 1625 y abrió su propio estudio en colaboración con el pintor Jan Lievens (1607-1674). En su nuevo taller, Rembrandt se dedicó a la pintura por encargo y también impartió clases. Durante los seis años siguientes, el pintor sentó las bases de muchas de sus obras y preocupaciones posteriores.
Su momento dorado llegó en 1629, cuando fue descubierto por la aristocracia, lo que le permitió pintar por encargo, obteniendo cierto renombre en la comunidad artística. “El hijo del molinero de Leiden es muy alabado, pero antes de su tiempo”, escribió un crítico sobre su obra.
En 1631, Rembrandt entabló una relación comercial con Hendrick Uylenburgh (1587-1661), un empresario de la pintura de Ámsterdam que tenía un gran taller de arte. Al parecer, Rembrandt se inspiró en Uylenburgh para abandonar la ciudad de Leiden, que para ese entonces se encontraba en franco declive, y trasladarse a Ámsterdam, que prosperaba como centro económico y artístico. Una vez allí, empezó a trabajar en el taller de Uylenburgh, probablemente como una estrategia o requisito para entrar al gremio de artistas de la ciudad.
En 1634, Rembrandt sería aceptado en el gremio de artistas de San Lucas de Ámsterdam y también se casaría con la bella y rica Saskia van Uylenburgh (1612-1642), sobrina de Hendrick Uylenburgh, en una ceremonia reformada, lo que lo convirtió en miembro de la burguesía de la ciudad. Su nueva esposa también se convertiría en la inspiración de algunas de sus pinturas más famosas.
Rembrandt también era un gran aficionado al lujo, gusto que se materializó cuando en 1639 se endeudó para comprar una casa extravagante en la que viviría con su esposa.
Perseguido por la tragedia
A pesar de ser un matrimonio muy feliz y próspero, la tristeza pronto llegó al hogar. De los tres hijos que engendró la pareja, solo uno, llamado Titus van Rijn (1641-1668), sobrevivió a la infancia. No obstante, este último embarazo dejó a Saskia muy mal de salud, lo que la llevó a la muerte al año siguiente, en 1642.
Para cuidar al pequeño Titus, y mientras Saskia padecía de la enfermedad que la llevó a la muerte, la pareja contrató a una mujer para que fuera la niñera del bebé, e incluso siguió siéndolo luego de la muerte de la madre. Rembrandt se enredó en una relación romántica con la niñera, lo que le causó amargas complicaciones legales y de imagen.
Hacia 1647, Rembrandt empezó una relación pública con otra joven, Hendrickje Stoffels (1626-1663), a quien él mismo había contratado para que le ayudara con sus labores domésticas. Luego la pareja tuvo una hija, lo que metería en problemas a Hendrickje, ya que ella era miembro de la iglesia reformada. Hendrickje sería excomulgada luego de reconocer la falta, mientras Rembrandt no sufrió las consecuencias, ya que no hacía parte de la Iglesia.
Sus excesos económicos y la inmoralidad, poco tolerada en la sociedad holandesa, lo llevaron a estar a punto de caer en bancarrota, e incluso tuvo que vender la mayoría de sus pinturas y una buena parte de su colección de antigüedades para poder salir de la crisis. Aun así, el dinero recaudado no fue suficiente, así que finalmente tuvo que vender su lujosa casa y parte de su taller, y mudarse a un departamento más modesto. Sus finanzas poco organizadas terminaron por traerle descrédito e incluso dificultad para vender sus propias pinturas.
Y la tragedia seguía persiguiéndolo, ya que en 1663 murió Hendrickje, y en 1668 falleció Titus, su hijo. Probablemente, al no poder soportar la pena de sus dos pérdidas, Rembrandt murió al año siguiente, 1669, dejando solo una hija, 650 pinturas, 280 grabados y 1400 dibujos.
Hasta aquí la vida de Rembrandt no dista mucho de la de cualquier otro pintor talentoso, lujurioso e irresponsable. Entonces, ¿qué hizo que Rembrandt sea tan reconocido e incluso alabado en los círculos cristianos?
Un apasionado de las escenas bíblicas
Vale la pena aclarar que, a pesar de que muchas de sus pinturas tratan sobre temas bíblicos, la fe de Rembrandt nunca fue ampliamente reconocida o validada en su tiempo. Nunca tuvo un diario o escribió algo al respecto, por lo que gran parte de su testimonio cristiano es incierto. Además, debemos ver un poco el tiempo en el que Rembrandt vivió y desarrolló la mayor parte de su obra.
Los artistas de ese entonces en Holanda pintaban mayormente paisajes, bodegones y escenas de la vida cotidiana. Esta nueva visión del arte había sido moldeada en la cultura artística en gran medida gracias al protestantismo, ya que el arte podía permitirse una mayor libertad para ampliar su temática más allá de los temas explícitamente religiosos. ¿Por qué el arte debe centrarse solo en la religión si Dios es dueño de toda la creación?
Sin embargo, para Rembrandt era diferente, ya que a él le interesaban mucho los temas bíblicos que había escuchado de su madre, probablemente en la iglesia de su infancia. De hecho, al menos una tercera parte de sus obras tratan temas bíblicos.
Otro factor interesante en las obras de Rembrandt es el destacado valor que le dio a las mujeres. El pintor se permitió agregar personajes femeninos en las narraciones bíblicas que representaba en sus pinturas, incluso cuando no se mencionaban explícitamente en las Escrituras. Un ejemplo excelente de esto es Jacob bendiciendo a los hijos de José, en el que la esposa de José se encuentra cerca, mirando reflexivamente a su familia.
Sus escenas bíblicas transmiten una gran pasión y capturan la emoción de sus personajes de una forma magistral. Incluso, sus obras llegan a involucrar al propio espectador en las escenas. Esto lo lograba, en gran medida, haciendo un uso magistral de la luz, ya que en la mayoría de sus cuadros la luz surge de la oscuridad, creando un movimiento emocional que atrae al espectador hacia el cuadro.
Entonces, aunque los pintores contemporáneos también recrearon escenas bíblicas, nunca lo hicieron con la calidad, pasión y maestría de Rembrandt. Incluso era tal la predilección del pintor por estas escenas, que constantemente se incluía a sí mismo en los cuadros bíblicos. En El levantamiento de la cruz, se vistió con sus ropas modernas para enfatizar su participación personal en la crucifixión.
Rembrandt, el hijo pródigo
Es muy interesante la forma en la que Rembrandt representó la escena de El hijo pródigo de 1635, en la que se ve cómo el pródigo que derrocha su dinero en las tabernas con su mujer, a la que representó como una prostituta. Su primera esposa le sirvió de modelo. No obstante, al final de su vida, justo un año antes de su muerte, pintó El regreso del hijo pródigo, que representa al pecador opulento que vuelve a casa a la presencia de su padre.
Es muy seguro que Rembrandt se haya identificado con el hijo pródigo arropado por un padre cariñoso. Su comportamiento obstinado, ya sea en lo que respecta al sexo o al dinero, debió de pesar mucho en su conciencia y le causó un enorme sentido de culpa y deseo de perdón. De esta manera, mostraba a la humanidad tal y como era: pecadora y necesitada de redención.
El cuadro, que ha sido motivo de muchos estudios, es hoy interpretado como un importante reflejo del mismo viaje espiritual de Rembrandt, especialmente de la relación entre el pecado y la gracia. Incluso, algunos consideran que el cuadro es un autorretrato del artista. Un perfecto resumen de la travesía espiritual plasmada con una ternura y un realismo únicos.
La obra también dice mucho de la gracia a todos los que lo observan, porque Rembrandt reconoce con ternura a cada uno de los personajes. El hijo mayor no está aminorado, ya que está de pie a la derecha con gran dignidad y solemnidad. Entre el padre y el hijo mayor, un mayordomo está sentado reflexionando sobre la extraordinaria escena que ha contribuido a facilitar. La mujer que mira desde atrás de la columna es probablemente la madre de los dos hijos. La segunda mujer que se ve de perfil en la parte superior izquierda es probablemente la esposa del hermano mayor.
En conclusión, y por lo que vemos en su obra, Rembrandt no solo leía las Escrituras, sino que participaba en ellas, sabiendo que era un pecador que necesitaba salvación. Se identificaba con todos los personajes que retrataba; conocía y podía transmitir el significado de la gracia de Dios a través de Jesucristo como pocos artistas han podido hacerlo.
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