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Piero Mariano Vermigli (como fue nombrado originalmente por sus padres) era nativo de la ciudad de Florencia (Italia), la misma ciudad de la Familia Médici, de los pintores Sandro Botticelli (1445-1510) y Miguel Ángel (1475-1564), y del prereformador Girolamo Savonarola (1452-1498), quien había sido ejecutado en la Piazza della Signoria un año antes del nacimiento de Vermigli (1499) a causa de su intento de reforma moral en la iglesia italiana.
El teólogo reformado y ginebrino Teodoro de Beza (1519-1605) describió a Vermigli como “un fénix surgido de las cenizas de Savonarola”, ya que este traería de vuelta un intento de reforma para Florencia y toda Italia.
Vermigli, al igual que otros reformadores de su tiempo, tuvo una inclinación hacia Dios y lo religioso desde su juventud, ingresando así al monasterio (la Badia Fiesolana) a la edad de 15 años. Este hecho lo reconoció y expresó años después siendo ya profesor de teología en Zúrich: “Desde muy joven, cuando aún vivía en Italia, decidí ir tras esto por encima de las demás artes y estudios humanos: aprender y enseñar principalmente las divinas Escrituras”. Aquí se unió a la Congregación Agustina de los Canónigos Lateranenses, estudiando y practicando, podemos imaginar, la doctrina y espiritualidad agustinianas basadas en la Regla de San Agustín.
El siguiente paso en la carrera teológica de Vermigli fue su ingreso a la entonces célebre y reconocida Universidad de Padua en 1518. Allí se dedicó al estudio diligente de la Escritura, del teólogo agustino medieval Gregorio de Rímini (c. 1300-1358), y de la filosofía aristotélica (para lo que aprendió griego). Allí también conoció al inglés Reginald Pole (1500-1558), quien por un tiempo estuvo entre sus amigos más cercanos, y también a los italianos Pietro Bembo y Marcantonio Flaminio; próximos líderes de la reforma italiana. Sus años en Padua fueron en total ocho, y terminaron en su ordenación como sacerdote y en su graduación como doctor en teología.
En el año 1526 fue ordenado como predicador de la orden agustiniana, un rango que pocos podían alcanzar. Durante los siguientes años se dedicó a este oficio como predicador itinerante, visitando diferentes iglesias y monasterios a lo largo de Italia. Siendo reconocido como un excelente y elocuente predicador por su orden, otras puertas le fueron abiertas. Fue nombrado abad de la Abadía de San Giuliano en Spoleto, y como tal procuró una agenda reformista en lo moral (no aún en lo doctrinal), tanto en las iglesias como en los monasterios, que para él estaban plagados de lujos y vicios excesivos. Lo mismo hizo en Nápoles, donde en 1537 fue nombrado abad del monasterio San Pietro ad Aram. Sin embargo, allí recibiría una mejor iluminación que lo llevaría a ver también la necesidad de una reforma doctrinal.
Ya en Nápoles, una ciudad dominada entonces por España, Vermigli fue influenciado por el reformador y exiliado español Juan de Valdés (c. 1498-1541), un promotor influyente de la reforma italiana. A través de este maestro espiritual y sus seguidores, Vermigli leyó algunos escritos de reformadores como Martín Bucero, Ulrico Zuinglio y Felipe Melanchthon, y conoció y aceptó la doctrina protestante de la justificación por la fe. Fue en este tiempo cuando se hizo consciente de los errores doctrinales de la iglesia de Roma, lo cual lo llevó a una ‘conversión evangélica’. Así, también por este tiempo en Nápoles, hizo una controversial pero célebre exposición de 1 Corintios, en la que explicó que Pablo en el capítulo 3 no habla de un purgatorio, según su interpretación y la de los Padres. Esto casi le cuesta su cargo como abad, pero gracias a su apelación al papa y a la ayuda influyente de dos amigos cardenales en Roma (Gasparo Contarini [1483-1542] y el ya mencionado Pole), no fue depuesto de dicho cargo.
A pesar de su ‘conversión’ y de cierta ‘persecusión’, Vermigli permaneció dentro del sistema eclesiástico de la iglesia romana en Italia, manteniendo también sus oficios eclesiásticos. De esta manera, en 1541, fue nombrado prior con autoridad episcopal sobre el monasterio y la iglesia de San Frediano en Lucca, posición que aprovechó para formar una escuela a favor de la causa de la Reforma, la cual ha sido llamada “la primera y última escuela teológica reformada en la Italia pretridentina” (Philip McNair). Aquí promovió el estudio de las tres lenguas clásicas (latín, griego y hebreo) con algunos de los mejores lingüistas que produjo la Reforma entonces: Paolo Lacisio, Celso Martinengo y Emanuel Tremelio; los cuales serían luego útiles para la academia protestante en Estrasburgo, Ginebra, Cambridge y Heidelberg. En esta escuela Vermigli también expuso las cartas paulinas, en especial Romanos. Asimismo, enseñó la doctrina protestante a sus más cercanos pupilos, entre los que se encontraba Girolamo Zanchi (1515-1590), quien luego sería un importante teólogo reformado en Alemania. Esto lo hacía, según el mismo Zanchi, a través del estudio de reformadores como Bucero, Melanchthon, Enrique Bullinger (1504-1575) y Juan Calvino (1509-1564), por los que Vermigli tenía un especial afecto. Junto con este avance teológico surgió una iglesia reformada en Lucca, a la que Vermigli predicaba en italiano cada domingo en la basílica de la ciudad. De esta manera, Vermigli llevo a cabo una reforma tanto doctrinal como moral en esta pequeña parte de Italia.
No obstante esto, Vermigli experimentó una crisis de conciencia y ya no veía sostenible estar bajo la autoridad y jurisdicción de una iglesia como la de Roma, sobre todo después de que se reinstauró la inquisición en Italia en 1542, lo cual llevó a que crecieran las sospechas hacia él y sus compañeros de reforma.
Una carta del tribunal de la inquisición de Roma sugería arrestar a Vermigli por enseñar al pueblo “a participar [de la Cena] solo en memoria de los sufrimientos de Cristo, y no porque crean que esta hostia contiene su muy sagrado cuerpo”. Poco después se le ordenó asistir a una asamblea de la orden agustiniana en Génova. Considerando que era una trampa para arrestarlo, y siguiendo el consejo de sus amigos, Vermigli decidió no asistir y así aprovechó para huir de Lucca. Ahora era un hombre, como él mismo dijo, “libre de hipocresía”. Sabía que ya no podía de buena conciencia tener una relación con Roma y su sistema. Esto lo expresó en una carta consolatoria que escribió a la iglesia de Lucca luego de su exilio.
Al igual que Vermigli, otros líderes de la reforma italiana también huyeron, y de esta manera la inquisición logró su cometido en Italia.
No obstante, el intento de reforma en Italia no quedó sin fruto. De este surgieron varios teólogos, como Zanchi, que fueron importantes en las reformas de los países que los acogieron. Tampoco Vermigli se dio completamente por vencido con la reforma en Italia, sino que después de su exilio escribió y publicó su única obra en italiano: Una exposición del Símbolo Apostólico, la cual sirvió como un tratado evangelístico en su país natal. Pero el mayor fruto de la reforma italiana fue Vermigli mismo, cuyo trabajo ayudó al avance reformista de al menos tres países: Alemania, Inglaterra y Suiza.
Su primer destino fue Estrasburgo, donde sirvió como profesor de teología en el Colegio de Santo Tomás junto con Martín Bucero. Allí se destacó especialmente como exegeta bíblico, comentando los libros de Génesis, Éxodo, Levítico, Lamentaciones y los Profetas Menores.
Años después fue invitado por el reformador Thomas Cranmer (1489-1556) a Inglaterra, donde fue profesor de la Universidad de Oxford; defendió la doctrina reformada de la Cena en la “disputa eucarística de oxford” de 1549; preparó la edición de 1552 del Libro de Oración Común, participó en la formulación de los 42 Artículos de la Religión de 1553, y formó a próximos teólogos ingleses como John Jewel (1522-1571).
Luego de algunos años turbulentos en Inglaterra y de otro paso por Estrasburgo, Vermigli fue a Zúrich, donde pasó los últimos años de su vida y carrera reformista entre 1556 y 1562. Allí escribió comentarios exegéticos sobre Jueces y Romanos, y asistió con Beza al Coloquio de Poissy (1561).Su obra magna, una sistemática de teología llamada Lugares Comunes, fue publicada póstumamente en 1576 en latín.
Teniendo todo esto en cuenta, no fueron exageradas las palabras de Calvino cuando lo llamó “el milagro de Italia”.
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