Richard Baxter, el famoso ministro y teólogo puritano, reflexionó sobre Oliver Cromwell, a quien conoció y acompañó en muchos momentos de su vida: “Nunca un hombre fue más ensalzado, y nunca un hombre fue más denunciado y vilipendiado que él”. Sus declaraciones son bastante confiables, ya que el propio Baxter fue capellán del ejército de Cromwell durante cinco años.
Este último fue un personaje envuelto en la controversia constante; generó sentimientos encontrados tanto en su tierra como más allá de las fronteras de su Inglaterra natal. Aunque fue admirado por figuras puritanas de la talla de John Owen y John Milton, Oliver Cromwell fue también denigrado en muchos relatos históricos. Mientras líderes extranjeros lo veían con una mezcla de temor y admiración, en Inglaterra producía opiniones polarizadas: mientras unos detestaban las reformas que promovía, otros lo veían como un visionario con ideas republicanas y cristianas adelantadas a su tiempo.
Su gobierno estuvo marcado por acciones decisivas y enormemente controvertidas: depuso a un rey y no dudó en adoptar medidas drásticas como la masacre de los rebeldes irlandeses, lo que le granjeó un descrédito perdurable. Cromwell, al final, gobernó con un puño de hierro, encarnando las contradicciones de una época de grandes cambios y convulsiones religiosas y políticas. Su legado, teñido por las sombras de sus actos más severos, sigue siendo motivo de debate y análisis, reflejo de los complejos y turbulentos años en los que vivió. A continuación, un resumen de su vida e influencia.
Primeros años
Oliver Cromwell nació el 25 de abril de 1599, cuatro años antes de la muerte de Elizabeth I, en la ciudad de Huntingdon, un pequeño poblado cerca de la ciudad universitaria de Cambridge. Era el único hijo varón de Robert Cromwell y Elizabeth Steward. Oliver creció en un ambiente cargado de política, ya que su padre fue miembro de uno de los parlamentos de Elizabeth I y un terrateniente destacado de la región. Además, se desempeñó como juez de paz, lo que le permitió participar activamente en los asuntos de su región.
Oliver asistió a una escuela local donde estudió gramática. Posteriormente, durante un año, estudió en el Sidney Sussex College de Cambridge. Lamentablemente, cuando tenía tan solo 18 años, ocurrió un evento que marcó su vida: su padre falleció. Tras aquella prematura partida, Oliver tuvo que abandonar sus estudios en Cambridge para cuidar de sus hermanas y de su madre Elizabeth, quien, a diferencia de su esposo, vivió hasta los 89 años. Sin embargo, se considera que durante ese tiempo no abandonó del todo su formación, sino que aprendió leyes en Lincoln’s Inn en Londres, donde los caballeros de zonas rurales solían adquirir algunas nociones de derecho.
En agosto de 1620, a sus 21 años, Oliver Cromwell se casó con la hija de un reconocido comerciante londinense llamada Elizabeth. Con el tiempo, la pareja tuvo cinco hijos y cuatro hijas.
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Formación e influencias
Oliver Cromwell era descendiente, de forma indirecta y por su línea paterna, de un ministro principal del rey Enrique VIII, llamado Thomas Cromwell. Esto le había otorgado a la familia una posición privilegiada y una importante cantidad de tierras que antes pertenecían al clero, cerca de Huntington y en los Fens. Sin embargo, para Oliver la herencia de su familia llegó un tanto diluida. Aunque mantenía el título de caballero, no heredó más que una modesta cantidad de propiedades. Creció en la vecindad de su abuelo, que era frecuentemente visitada por el rey para practicar la caza.
Quizás lo que más llama la atención de la formación de Cromwell fue la influencia protestante que recibió. Él desarrolló un poderoso sentido para reconocer la presencia providencial de Dios en los asuntos a su alrededor. Especialmente durante su tiempo en Londres, ya casado, demostró una profunda conciencia acerca de sus responsabilidades con sus semejantes y una constante preocupación por las personas de su tierra natal. Esto lo condujo a una lucha en su conciencia, que eventualmente lo llevó a una búsqueda espiritual.
Se cree que Cromwell experimentó la conversión cuando tenía cerca de 30 años: un primo suyo le predicó y lo guió hacia una comprensión puritana de la fe, la cual se caracteriza por un sentimiento de pecado en los primeros años antes de que el creyente se considere a sí mismo como un “elegido”. Dicha perspectiva puritana pudo haber motivado un caminar cristiano en Cromwell desde esa edad. Por esa misma época, él vendió todas sus propiedades y pasó a ser un arrendatario de la finca de Henry Lawrence en St. Ives, Cambridgeshire. Lawrence tenía la idea de emigrar a Nueva Inglaterra, y muchos creen que Cromwell quería acompañarlo, aunque el plan finalmente fracasó.
En los primeros años después de conocer el puritanismo, también se empezaron a notar en Cromwell vínculos con los grupos puritanos en Londres, y hay algunas pistas de que asistió a reuniones clandestinas en las que probablemente llegó a predicar.
El Parlamento y Cromwell
Casi desde el momento de su conversión, Cromwell se hizo conocido dentro del parlamento como un orador apasionado y poco escrupuloso, que había lanzado ataques directos contra los obispos del rey Carlos I. Como un convencido puritano, confiaba en que la fe debía ser netamente individual, y que la labor de los clérigos era inspirar a los laicos mediante su ejemplo y predicación. Esta forma de pensar lo distanciaba notablemente de la Iglesia establecida, que defendía la importancia de los rituales y de la autoridad episcopal, y lo llevó a contribuir con sus propios recursos al sostenimiento de predicadores puritanos itinerantes.
Cromwell no temía atacar directamente a la Iglesia alta y a su jerarquía, de la cual siempre se mostró desconfiado, aunque paradójicamente nunca se opuso a la idea de una iglesia estatal. Propuso la abolición de la institución del episcopado y la prohibición de rituales establecidos y oficiales, como los prescritos en el Libro de Oración Común. Consideraba, fruto de sus convicciones puritanas, que cada congregación debía tener el derecho de elegir a sus propios ministros, quienes debían tener la vocación y el don de servicio para predicar y orar de forma extemporánea.
En 1640 tuvo lugar un momento clave para Cromwell: fue elegido como miembro del Parlamento por el municipio de Cambridge, lo cual fue evidencia de sus estrechos vínculos con los puritanos, especialmente con el ala más radical. Durante su tiempo en ese órgano legislativo, Cromwell reafirmó su fama de fervoroso puritano a través de la promoción de reformas radicales. Sus intervenciones eran muy francas frente a los líderes que se le oponían.
Aunque Cromwell compartía las quejas parlamentarias comunes de su tiempo, como las relacionadas con los impuestos, los monopolios y otras cargas sobre el pueblo, fue su fe la que lo llevó a oponerse al gobierno del rey. En noviembre de 1641, junto con sus aliados, le presentó a Carlos I lo que llegó a conocerse como la Gran Protesta, que contenía alrededor de doscientas cláusulas, incluyendo una que censuraba a los obispos y a la parte corrupta del clero. Estas protestas no fueron aceptadas por el monarca, lo que amplió la distancia ideológica entre el monarca y sus críticos en la Cámara de los Comunes.
Más tarde, el rey intentó infructuosamente arrestar a cinco parlamentarios acusándolos de traición; Cromwell no era aún lo suficientemente conocido ni relevante como para estar entre ellos. Sin embargo, en 1642, Carlos I dejó Londres con el objetivo de formar un ejército, lo que desencadenó la Guerra Civil. Entonces, Cromwell empezó a distinguirse, no solo como un puritano ortodoxo, sino también como un hombre capaz de organizar y liderar una fuerza militar.
En julio de 1642 recibió el permiso de la Cámara de los Comunes para armar a ciertas compañías militares en su circunscripción de Cambridge con el objetivo de defenderse. En agosto del mismo año marchó hacia esa zona para alistar tropas y caballería para la guerra, empezando en su ciudad natal de Huntingdon. Convertido en capitán, hizo su primera aparición delante de su tropa antes de la Batalla de Edgehill en octubre de 1642, la primera contienda importante de la guerra.
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Convertido en líder militar
Durante el año siguiente, Cromwell adquirió reputación como un destacado organizador militar y como un hábil hombre de combate. Tan pronto como fue nombrado coronel, en febrero, empezó su tarea de reclutar un regimiento de caballería de primera clase. Se dice que ofrecía un buen trato y una buena paga para su ejército a cambio de una disciplina estricta. Desde el comienzo de la guerra, insistió en que los hombres que sirvieran al bando parlamentario debían ser elegidos de forma adecuada y cuidadosa, así como estar bien entrenados. Era necesario que tuvieran buen comportamiento y convicciones de lealtad, aunque su fe o estatus social no eran realmente relevantes para él.
No obstante, Cromwell no podía separar sus convicciones de fe de su ejercicio militar. Por ejemplo, si sus soldados juraban en vano, eran multados; si se emborrachaban, eran puestos en el cepo para recibir latigazos; si insultaban, también eran castigados; y si desertaban, eran azotados.
Ese mismo año, Cromwell sirvió como líder militar parlamentario en los condados orientales de Inglaterra, una zona que conocía muy bien y que formaba un reconocido bastión de apoyo al parlamentarismo. Estaba decidido a impedir la entrada de realistas (defensores de la monarquía) en los condados orientales y Yorkshire, contando generalmente con el apoyo popular. En julio ganó la Batalla de Gainsborough, en Lincolnshire, y el mismo día fue nombrado gobernador de la Isla de Ely, considerada una zona estratégica contra el avance de las tropas realistas. A partir de entonces, siguieron una serie de victorias de las tropas parlamentarias, lideradas por el general parlamentario Sir Thomas Fairfax, al lado del cual Cromwell luchaba.
El liderazgo de Cromwell fue puesto a prueba nuevamente cuando convenció a la Cámara de los Comunes –que para entonces estaba bastante satisfecha con las victorias– de crear un nuevo ejército que no solo se limitara a defender las zonas parlamentarias, sino que también marchara y atacara directamente al enemigo realista. Siguiendo sus recomendaciones, la tropa se formó a principios de 1644 bajo el liderazgo de Edward Montagu, II conde de Manchester. Cromwell comenzó a tener una posición de liderazgo más influyente dentro de la Cámara de los Comunes debido a sus posiciones políticas radicales.
Tras atacar Lincoln en mayo de 1644, el ejército del conde de Manchester marchó hacia el norte para unirse a sus aliados escoceses y a sus partidarios parlamentarios en Yorkshire, con el objetivo de apoyar el sitio de York. Sin embargo, el comandante en jefe del rey Carlos I, el Príncipe Rupert, levantó el sitio. No obstante, fue derrotado en la batalla de Marston Moor en julio de 1644, lo que permitió a los parlamentarios controlar el norte de Inglaterra.
Cuando el ejército del conde de Manchester regresó al este de Inglaterra para descansar, Cromwell criticó a sus superiores por su lentitud y falta de visión. Concluyó que el conde de Manchester no quería realmente ganar la guerra y a mediados de septiembre de ese mismo año presentó sus quejas. Aunque la disputa entre los comandantes se arregló de forma temporal, especialmente después de la derrota en Newbury, la controversia entre Cromwell y el conde estalló de nuevo.
Entonces Cromwell se dirigió una vez más a la Cámara de los Comunes para entregar una queja detallada acerca de la conducta militar del conde de Manchester. Pero el conde replicó con un ataque a Cromwell en la Cámara de los Lores. Para fortuna de los parlamentarios, las rencillas se arreglaron nuevamente se arreglaron. Para finales de 1644, Cromwell propuso que en adelante no se le permitiera a ningún miembro de ambas cámaras del Parlamento sostener mandos o cargos militares. Su propuesta fue aceptada y también se acordó que se organizara un nuevo ejército bajo el mando de Sir Thomas Fairfax.
Cromwell, quien siempre se había mostrado como un gran admirador de Fairfax, sugirió su nombre, y luego se ocupó de organizar al nuevo ejército, del cual estaba excluido por ser miembro del Parlamento. Sin embargo, el puesto de segundo al mando quedó vacío y, cuando la guerra civil alcanzó su punto máximo en el verano de 1645, Fairfax pidió que Cromwell fuera nombrado en este puesto. Cromwell luchó en las batallas de Naseby y Langport, donde los dos últimos reductos del rey Carlos I en la región fueron destruidos.
En enero de 1646, la Cámara de los Comunes le concedió a Cromwell una recompensa representada en tierras y su servicio se renovó por los siguientes seis meses. Así pudo unirse de nuevo a Fairfax en el sitio a Oxford, del que el rey Carlos I logró escapar antes de rendirse.
Para entonces, Cromwell estaba entusiasmado con el progreso de la guerra, especialmente desde que Fairfax había asumido el mando del ejército y los generales que él consideraba ineficientes habían sido apartados de sus cargos. Como un puritano ferviente, atribuyó cada una de las victorias a la misericordia de Dios y pidió que los hombres que habían servido al país de forma fiel recibieran una recompensa apropiada.
Después de la batalla de Naseby, escribió al presidente de la Cámara de los Comunes, motivándole para que esos “hombres honrados” no se desanimaran:
Aquel que arriesga su vida por la libertad de su país, deseo que confíe en Dios por la libertad de su conciencia, y en ti por la libertad por la que lucha.
Pero el fervor militar de Cromwell se aplacó una vez que la guerra terminó y la Cámara de los Comunes quiso disolver el ejército de manera barata y sencilla. Un decepcionado Cromwell le dijo a Fairfax en marzo de 1647 que “nunca los espíritus de los hombres estuvieron más amargados que ahora”. Se dedicó entonces a intentar conciliar al parlamento con el ejército. Fue nombrado comisionado parlamentario para que planteara los términos en los que el ejército podría disolverse, con la excepción de aquellos hombres dispuestos a participar en una nueva campaña militar en Irlanda.
En mayo de ese mismo año, Cromwell pensaba que los soldados iban a aceptar la disolución del ejército, pero que se negarían a servir en Irlanda. Sin embargo, los líderes civiles de la Cámara de los Comunes decidieron que no podían ni debían confiar en aquella compañía militar y ordenaron que se disolviera. Al tiempo, contrataron a una tropa de Escocia para que los protegiera. A Cromwell jamás le simpatizaron los escoceses y pensaba que los soldados ingleses estaban siendo tratados de forma vergonzosa, así que abandonó Londres el 4 de junio de 1647 para unirse a sus compañeros del ejército.
La Segunda Guerra Civil
Contrario a lo que se podría pensar, este líder político y militar buscaba una salida pacífica a los conflictos, labor a la que se dedicó por el resto de 1647. El ejército, por su parte, estaba cada vez más incómodo e inquieto, y un grupo de soldados capturó a Carlos I al día siguiente de que Cromwell se fue de Londres. Entonces, él y su yerno, Henry Ireton, se reunieron con el rey en dos ocasiones, con el objetivo de persuadirlo para que aceptara un acuerdo constitucional que sometiera al Parlamento.
En ese momento, Cromwell, que no se consideraba a sí mismo un enemigo del rey, se sintió profundamente conmovido por la devoción de este hacia sus hijos, lo que lo llevó a tratar de mantener una postura intermedia entre los parlamentarios y los realistas. Cromwell empezó a asumir la labor de lograr que se superara el sentimiento generalizado dentro del ejército de que no se podía confiar ni en el rey ni en el Parlamento. Bajo la presión de las bases militares, el general Fairfax condujo a sus tropas hacia las casas del Parlamento en Londres.
Cromwell siguió insistiendo en que se debía mantener cierta autoridad en el Parlamento. En septiembre también se resistió a una propuesta de que la Cámara de los Comunes no se dirigiera más hacia la monarquía. Cerca de un mes después, Cromwell ocupó la presidencia del Consejo General del Ejército y afirmó que él mismo no estaba comprometido con ninguna forma o estilo de gobierno en particular y que no había hecho ningún trato con el rey. Por otro lado, temiendo la anarquía, se opuso a medidas extremistas como la abolición de la monarquía o de la Cámara de los Lores, y la introducción de un gobierno constitucional democrático.
Sin embargo, los esfuerzos de Cromwell como mediador entre el ejército, el Parlamento y el rey fracasaron cuando Carlos I escapó del palacio de Hampton Court, donde había permanecido cautivo. Él huyó a la Isla de Wight con el objetivo de entablar negociaciones con algunos emisarios escoceses que le habían ofrecido restaurarlo en el trono bajo sus condiciones. El 3 de enero de 1648, Cromwell renunció a su posición anterior y se dirigió a la Cámara de los Comunes, en donde se refirió al rey como “un hombre obstinado, cuyo corazón Dios había endurecido”. Entonces aceptó un voto de no direcciones, que fue aprobado.
Los seguidores del rey, animados por el acuerdo de su monarca con los escoceses y el fracaso diplomático de Cromwell para unir al parlamento y al ejército, volvieron a levantar las armas, dando inicio a la Segunda Guerra Civil. El general Fairfax inicialmente ordenó a Cromwell dirigirse a Gales para tratar de aplacar el levantamiento allí y luego lo envió al norte con el objetivo de luchar contra el ejército escocés que había invadido Inglaterra en junio.
A pesar de que el ejército liderado por Cromwell era mucho más pequeño en número comparado con los escoceses y los realistas en el norte, logró derrotar a ambos bandos en una campaña en Lancashire. Posteriormente, avanzó hacia Escocia y, tras restaurar el orden en el territorio, Cromwell regresó a Yorkshire y se hizo cargo de Pontefract. Las cartas que mantuvo durante el asedio con el gobernador de la Isla de Wight, cuyo principal deber era vigilar al rey, revelan cómo se posicionaba cada vez más en contra de Carlos I.
Para entonces, se habían enviado comisionados parlamentarios a la Isla de Wight con el objetivo de intentar un último esfuerzo por llegar a un acuerdo con el monarca. No obstante, Cromwell le mencionó al gobernador que el rey no era alguien en quien se podía confiar, que no debían hacerse concesiones en materia de religión o fe, y que el ejército se podía considerar como un poder legítimo capaz de garantizar la seguridad en suelo británico y libertad para todos los cristianos.
Mientras tanto, Cromwell, que aún no había decidido su futuro, permanecía en el norte de Inglaterra. Su yerno Henry Ireton y otros oficiales del ejército del sur tomaron medidas definitivas: escribieron una queja al Parlamento sobre las negociaciones en la isla de Wight y exigieron un juicio para el rey. Aunque Cromwell aún no estaba seguro sobre sus propias opiniones políticas, llegó a admitir que sus tropas estaban de acuerdo con el ejército del sur. Entonces, Fairfax le ordenó regresar a Londres, pero no llegó sino hasta después que su yerno y sus colegas expulsaron de la Cámara de los Comunes a todos los miembros que estaban a favor de continuar las negociaciones con el rey.
Un sorprendido Cromwell afirmó que no conocía el plan para “limpiar” la cámara, “pero ya que se había hecho, se alegraba de ello y se esforzaría por mantenerlo”. Los ánimos subieron y, a pesar de que estaba dudoso, en la Navidad de ese mismo año finalmente aceptó un juicio contra el rey Carlos I, quizá impulsado por Ireton. Cromwell fue uno de los 135 comisionados del alto tribunal de justicia que, cuando el rey se negó a declararse culpable, firmó la sentencia de muerte contra el monarca.
Primer presidente del consejo
Después de que todas las islas británicas fueran declaradas una república y nombradas “Commonwealth of England” (en español, Mancomunidad de Inglaterra), Oliver Cromwell fue nombrado como el primer presidente del Consejo de Estado, el órgano ejecutivo de un Parlamento unicameral. Durante los primeros tres años después de la ejecución del rey Carlos I, el gobierno se dedicó principalmente a campañas militares contra realistas en Irlanda y Escocia. Cromwell también participó en la campaña para reprimir un motín en el ejército de la Mancomunidad, que fue motivado por un grupo de Levelers (Niveladores) –un partido extremista que defendía la igualdad política y social, pero que, según sus opositores querían “nivelar las propiedades de los hombres”–.
Aparte de eso, parece que Cromwell tenía una profunda animadversión por los irlandeses, a quienes consideraba primitivos, salvajes y muy supersticiosos. Ocho años antes, los católicos irlandeses habían masacrado entre 40 000 y 50 000 colonos protestantes ingleses en el Ulster, y muchos en Inglaterra interpretaron la lenta respuesta de Carlos I como una aprobación tácita al hecho. En contraste, como comandante en jefe y Lord teniente, Cromwell inició una intensa campaña contra los irlandeses.
En un capítulo oscuro y contundente de su carrera militar, dirigió su expedición en Irlanda con el objetivo de someter la resistencia católica. Su victoria más notoria fue en Drogheda, donde, tras derrotar al destacamento irlandés, ordenó a sus tropas matar a todos los hombres capaces de portar armas que quedaban en la ciudad. Según Cromwell, esta acción era un “justo juicio de Dios”, justificada bajo su creencia de que serviría para “prevenir el derrame de sangre en el futuro”. Interpretó la masacre, que resultó en la muerte de casi 3500 personas, como una medida necesaria dentro del marco de una guerra brutal. Este episodio, sin embargo, se ha convertido en la mancha más sombría del legado de Cromwell.
Luego de la campaña de Irlanda, al regresar a Londres en mayo de 1650, Oliver Cromwell recibió la orden de comandar un ejército en una nueva campaña militar a Escocia, donde Carlos II había sido nombrado como nuevo rey. El 25 de junio fue nombrado capitán general, pues Fairfax había rechazado el mando. Para entonces, Cromwell sentía cierta simpatía por los escoceses, la mayoría de los cuales eran seguidores del puritanismo, a diferencia de los irlandeses, que eran abierta y fervorosamente católicos.
La campaña en Escocia resultó ser bastante ardua, y, para el invierno de 1650, Cromwell enfermó. Sin embargo, logró derrotar a los escoceses con un ejército numéricamente inferior en la batalla de Dunbar en septiembre de 1650. Un año después, Cromwell derrotó a Carlos II y al ejército escocés; el primero terminó escondiéndose y huyendo, y al segundo lo aniquiló en Worcester. Esta batalla puso fin a las guerras civiles.
Un cansado Cromwell esperaba ahora la paz, un acuerdo político y una gran reforma social en Gran Bretaña. Buscando esto, impulsó un acta de olvido o amnistía. No obstante, el ejército estaba cada vez más descontento con el Parlamento. Los líderes militares creían que los miembros del mismo eran corruptos y que debía elegirse uno nuevo. Una vez más, Cromwell intentó mediar entre los dos bandos, y describió a algunos miembros como “hombres corruptos, injustos y escandalosos para la profesión del evangelio”. Un par de meses después, estableció una asamblea nominal que ocupó el lugar del Parlamento.
En un discurso del 4 de julio, afirmó a los nuevos miembros que debían ser justos y “gobernar en el temor de Dios” para solucionar los asuntos de la nación. Todo parece indicar que Cromwell consideró este “pequeño Parlamento” como una organización constituyente con la capacidad de formar una nueva república puritana. Sin embargo, no pudo soportar su lentitud y llegó a considerar que la “Asamblea de los santos”, como se le llamaba, era demasiado radical. Además, le incomodaba que no se le consultara para ciertos temas.
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Posteriormente describió este experimento de seleccionar santos para dirigir como un ejemplo de su propia “debilidad y locura”. Entonces buscó encontrar vías moderadas y también quiso finalizar la guerra naval iniciada contra los holandeses en 1652. Pero en diciembre de 1653 todo dio un giro inesperado.
Tras un golpe de Estado planeado por un general de división llamado John Lambert y otros oficiales, la gran mayoría de la asamblea de los santos le entregó el poder a Cromwell y éste se decidió a creer, quizá a regañadientes, que Dios lo había elegido para gobernar su nación. Entonces, como comandante en jefe nombrado por el Parlamento, Cromwell consideró que la única autoridad legalmente constituida que quedaba era él mismo. En consecuencia, aceptó un “instrumento de gobierno” redactado por Lambert y sus compañeros oficiales para convertirlo en Lord Protector, cuya labor sería gobernar las tres naciones de Inglaterra.
Lord Protector
Previo a que Cromwell convocara a su primer Parlamento del Protectorado, el 3 de septiembre de 1654 él y su Consejo de Estado aprobaron más de ochenta ordenanzas que definieron su política interior. Su objetivo era reformar la ley, establecer una Iglesia puritana, permitir cierta tolerancia fuera de ella, promover la educación cristiana y descentralizar la administración pública. Sin embargo, se enfrentó a la pesada burocracia política, lo que poco a poco fue apagando su entusiasmo por una reforma legal.
No obstante, consiguió nombrar a ciertos jueces tanto en Inglaterra como en Irlanda. Se opuso ferozmente a los castigos severos por delitos menores, pues consideraba que solo el asesinato, la traición y la rebelión merecían la pena capital. Al respecto, dijo: “Ver a los hombres perder la vida por asuntos insignificantes (…) es algo que Dios tendrá en cuenta”.
Durante el Protectorado, se crearon comités conocidos como “Triers” y “Ejectors”, que tenían el objetivo de garantizar que el clero y los profesores de escuela mantuvieran un alto nivel de conducta. A pesar de la reticencia de algunos miembros de su consejo, Cromwell readmitió a los judíos en el país. También se preocupó por la educación, fue un destacado canciller de la Universidad de Oxford, fundó un colegio en Durham y trabajó para que las escuelas de gramática florecieran como nunca antes lo habían hecho.
Por primera vez en la historia de Inglaterra, los puritanos, aún siendo minoría, se encontraron en una inusitada posición de influencia cultural. En el marco de la Guerra Civil, el Parlamento convocó a 121 clérigos de ese movimiento para llevar a cabo una reforma de la Iglesia de Inglaterra, que no solo cambió la enseñanza, sino que la alineó con la teología reformada continental, ampliamente aceptada entre los puritanos ingleses y los presbiterianos escoceses. De ese encuentro surgió la Confesión de Fe de Westminster (1647).
Además, la nueva Mancomunidad, caracterizada por su ambiente de tolerancia, propició un crecimiento sin precedentes de los grupos inconformistas. Figuras puritanas como John Owen alcanzaron posiciones influyentes en el gobierno. Otros líderes de dicho movimiento impulsaron la formación de un “Parlamento de los Santos”, que trajo reformas significativas como el matrimonio civil, el registro de nacimientos, defunciones y testamentos, además de la atención a los enfermos mentales y la respuesta a las quejas de los prisioneros.
Para Cromwell, el logro más destacado de su administración fue la consolidación de una Iglesia estatal protestante, predominantemente ortodoxa, pero con una estructura supervisora de tipo congregacionalista, aunque esto no fue del agrado de todos los puritanos. Las iglesias disidentes tuvieron libertad de reunión y las decisiones clave se tomaban a nivel de las congregaciones locales. Comités especializados se encargaron de asegurar que los púlpitos y las escuelas de Gran Bretaña fueran ocupados por pastores competentes y devotos, lo que reflejaba un compromiso con la educación religiosa y el liderazgo moral en la comunidad.
Política exterior y relación con el Parlamento
En 1654, Cromwell logró zanjar satisfactoriamente la guerra anglo-holandesa, que, al tratarse de una contienda entre correligionarios protestantes, siempre le había incomodado. Luego surgió la pregunta de cómo emplear mejor su ejército y su armada. Su Consejo de Estado se había dividido, pero finalmente se logró firmar una alianza con Francia en contra de España. Envió una expedición a las Antillas españolas y, en mayo de 1655, logró la conquista de Jamaica. El envío de esta fuerza expedicionaria a la Flandes española para luchar junto con los franceses le dio como fruto la posesión del puerto de Dunkerque.
Cromwell también estaba interesado en sus relaciones con los escandinavos. Aunque admiraba al rey Carlos X de Suecia, su primera consideración al intentar mediar en el Báltico fueron las ventajas que esta participación le podría dar a su propio país. A pesar del énfasis que ponía en sus intereses protestantes en algunos de sus discursos y escritos, el motivo principal de su política exterior pareció ser el beneficio nacional y no el religioso.
Sus políticas económicas siguieron líneas tradicionales, pero fue un opositor a los monopolios, que a su parecer solo beneficiaban a la alta burguesía, enraizada en la monarquía y sus privilegios. Por esa razón, el comercio de las Indias orientales se abrió durante tres años. Sin embargo, Cromwell llegó a conceder a la compañía una nueva carta en octubre de 1657 a cambio de cierta ayuda financiera. Aún no se habían encontrado maneras satisfactorias de endeudamiento, por lo que, al igual que prácticamente todos los gobiernos europeos de su tiempo, las finanzas públicas de Gran Bretaña no estuvieron exentas de dificultades.
Relación con el Parlamento
Cuando el primer Parlamento de Cromwell se reunió, una de sus primeras acciones fue justificar el establecimiento del Protectorado, que según ellos servía para sanar y asentar a la nación tras las guerras. Él argumentaba que su gobierno había evitado la anarquía y un levantamiento social, y se mostró especialmente crítico con los Niveladores. También dijo que deseaban destruir instituciones bien establecidas “por las que Inglaterra ha sido conocida durante cientos de años”. Además, creía que querían socavar esa cualidad de magistratura que la nación poseía naturalmente y “hacer que el inquilino tenga una fortuna tan abundante como el propietario”.
En términos de la religión establecida, Cromwell consideraba que la anarquía religiosa que siguió a la destrucción de la Iglesia oficial anglicana había ido demasiado lejos, pues los predicadores que habían sido ordenados eran frecuentemente interrumpidos, humillados y reprendidos a gritos mientras ejercían su labor en los púlpitos. Con sensatez, Cromwell adoptó una actitud conservadora porque temía que el derrocamiento de la institución de la monarquía pudiera llevar a la nación a un colapso político.
No obstante, los apasionados republicanos, que se habían convertido en líderes del Parlamento recién elegido, no estaban dispuestos a enfocarse en la legislación y, en cambio, cuestionaron toda la base del gobierno de Cromwell. Entonces él insistió en que se debían aceptar los cuatro fundamentos de la nueva Constitución que, según él, habían sido aprobados tanto por “Dios como por el pueblo de estas naciones”. Tales eran: el gobierno de una sola persona y el Parlamento, la convocatoria periódica de parlamentos, el mandamiento de la “libertad de conciencia”, y la división del control del ejército entre el protector y el Parlamento.
Cromwell dijo que prefería ser “arrollado a mi tumba y enterrado con infamia, que dar mi consentimiento” al “desecho voluntario intencional de este Gobierno (...) tan propiedad de Dios, tan aprobado por los hombres”. Entonces les dijo a todos los miembros del Parlamento que, si deseaban permanecer en sus puestos, debían firmar un compromiso de ser fieles a un protector y al órgano legislativo al que ahora pertenecían, bajo la promesa de no alterar el carácter básico de los mismos.
A diferencia de cien republicanos muy convencidos, los parlamentarios aceptaron la propuesta. Sin embargo, aún estaban más preocupados por escribir una Constitución que por cambiar las leyes como quería Cromwell, quien, tan pronto pudo, disolvió el Parlamento, el 22 de enero de 1655. La política de este Lord Protector, quien ya se mostraba autocrático, lo forzó a enfrentarse a una insurrección realista que no prosperó. Sin embargo, Cromwell ya era consciente de que los magistrados locales y los comisionados del ejército estaban observando la situación. Probablemente podía confiar en la aprobación por parte de la nobleza, pero no en su compromiso.
En consecuencia, decidió reforzar la seguridad, ordenándoles a los altos mandos del ejército que reclutaran veteranos de las guerras civiles, de modo que formaran una milicia eficiente, cuyos gastos se iban a financiar con la recaudación de los fondos de los condenados por realismo en la década de 1640. Aprovechando la coyuntura, también se alentó a los generales de las divisiones a promover “una reforma de las costumbres”, que se consideraba como un programa de rearme moral.
Sin embargo, los problemas surgieron cuando el siguiente Parlamento se reunió un año antes, en 1656, para un sufragio sobre el asunto de los impuestos para pagar una guerra por tierra y mar contra la corona española. En ese Parlamento, la política amplia de tolerancia religiosa de Cromwell también fue cuestionada, especialmente en relación con los cuáqueros.
A principios de 1657, el Parlamento votó a favor de invitar a Cromwell a convertirse en rey. Él, dividido entre su deseo de “un acuerdo” y su constante anhelo de hacer una reforma piadosa y puritana, tardó varias semanas en dar respuesta, hasta que finalmente declinó el ofrecimiento. Lo que sí aceptó fue un nuevo acuerdo constitucional que iba a restaurar varios aspectos de la monarquía, incluyendo la Cámara de los Lores. Los republicanos reaccionaron a esto con amargas recriminaciones y acusaciones de lo que consideraban una nueva “servidumbre egipcia”; así lo manifestaron durante la última sesión parlamentaria de Cromwell.
Ahora, el estado de salud de OIiver Cromwell desde la campaña en Irlanda no había sido bueno. En agosto de 1658, después de que una de sus hijas, Isabel, falleciera de cáncer, el propio Cromwell contrajo malaria y fue trasladado a Londres con la intención de que viviera en el palacio de St. James. No obstante, una sucesiva complicación por una infección renal lo llevó a la muerte en Whitehall, a las tres de la tarde del 3 de septiembre de 1658, paradójicamente en el aniversario de algunas de sus mayores victorias militares.
Es muy interesante el discurso que Cromwell pronunció en su lecho de muerte, ya que guarda una gran similitud con la oración sacerdotal de Jesús: “Dales coherencia de juicio, un solo corazón y amor mutuo, y continúa librándolos (...) y haz que el nombre de Cristo sea glorioso en el mundo”.
El ocaso del Lord Protector
Richard Cromwell, hijo de Oliver Cromwell, asumió el título de Lord Protector pero careció del impacto y fervor que caracterizaron a su padre. Bajo su breve liderazgo, el Protectorado se desmoronó. Richard, sin la habilidad para imponerse con maniobras políticas o militares, perdió rápidamente el control sobre el Parlamento. En un giro repentino, Carlos II supo manejar las circunstancias a su favor, utilizando su elocuencia para reconquistar el apoyo parlamentario y restaurar la monarquía.
La influencia puritana, aunque debilitada en Inglaterra y sometida a persecuciones durante las décadas posteriores, encontró un eco duradero más allá del Atlántico. A lo largo del siguiente siglo, el espíritu de libertad que animó a figuras como John Milton y la vehemencia en busca de justicia de Cromwell resurgieron, lo cual alimentó las llamas de la rebelión contra otro monarca británico. Este deseo de autogobierno fue el catalizador que dio inicio al experimento estadounidense: se perpetuaron así los ideales puritanos en un nuevo contexto y se marcó el inicio de una era en la que estos principios modelarían a los Estados Unidos.
¿Un hombre de fe auténtica?
Oliver Cromwell podría ser considerado como un puritano extremo, aunque probablemente no lo fue. Por su formación y naturaleza, nunca fue un hombre cruel ni intolerante. Se preocupaba mucho por sus soldados y se mostró bastante misericordioso al tener que castigar a sus tropas.
Fue un hombre profundamente familiar, dedicado constantemente a cuidar de su anciana madre, de su esposa y de su familia. A pesar de que en muchas ocasiones se difundieron historias, especialmente entre los realistas, de que mantenía amantes, estas afirmaciones siempre carecieron de fundamento: Cromwell siempre fue fiel a su pareja. También se preocupaba por el bienestar espiritual de sus hijos, ya que creía que “a menudo los hijos de los grandes hombres no tienen miedo de Dios ante sus ojos”. Era amante de la música y de la caza, le encantaba escuchar el órgano y llegó a ser un excelente juez de caballos. A pesar de ser un puritano ferviente, permitió que se bailara en la boda de su hija menor.
Con el pasar de los años, su actitud radical se fue menguando y, durante su tiempo como Lord Protector, fue considerado como alguien mucho más tolerante que en su ardiente juventud puritana. Para él, la reforma religiosa de permitir a los congregantes elegir a sus propios ministros y predicadores le llenaba de satisfacción. Fuera de la iglesia oficial, permitió a todos los cristianos practicar su propia religión siempre que se mantuvieran en un marco de orden y bienestar social. Promovió el uso del Libro de Oración Común en las casas privadas e incluso los católicos romanos ingleses estuvieron mejor bajo el protectorado de Oliver Cromwell que antes.
En cuanto a los cuáqueros, muchos de ellos fueron mantenidos bajo arresto por alterar el orden público. No obstante, Cromwell sostuvo una relación de amistad con George Fox, el fundador de la Sociedad de Amigos, con quien constantemente exploraba cuestiones acerca de la fe. Cuando a finales del año 1656 un cuáquero de Bristol entró a la ciudad imitando la entrada de Jesús en Jerusalén, Cromwell intentó, aunque sin lograrlo, salvarlo de la ira del Parlamento que decidió castigarlo por blasfemia. Antes, Cromwell había entrevistado a los líderes de los hombres de la Quinta Monarquía, una secta considerada extrema: les señaló que estaban en la cárcel por sedición, pero dejó claro que absolutamente nadie les impediría predicar el evangelio de Cristo.
La visión histórica de la figura de Cromwell
A lo largo de las distintas épocas, la figura de Oliver Cromwell ha sido objeto de intensos debates y evaluaciones cambiantes. Desde la percepción de un líder audaz y decisivo que elevó la estatura de Inglaterra en el escenario mundial durante el siglo XVII, hasta las críticas severas del siglo XVIII que lo tachaban de hipócrita repulsivo. Sin embargo, fue en el siglo XIX, bajo la influencia del historiador Thomas Carlyle, cuando Cromwell empezó a ser visto como un reformador constitucional que puso fin al absolutismo de Carlos I.
Los críticos contemporáneos no se han quedado atrás en su escrutinio. El análisis de la piedad de Cromwell sobre la providencia de Dios, que antes podría haber sido vista simplemente como religiosidad, ahora se interpreta a través de lentes psicológicos. Los marxistas, por otro lado, lo acusan de haber traicionado los ideales revolucionarios al reprimir movimientos radicales dentro de su propio ejército y resistirse a las políticas de igualdad social promovidas por los Niveladores.
A pesar de las variadas interpretaciones y críticas, Cromwell es generalmente considerado, no tanto un dictador en el sentido estricto de la palabra, sino un líder patriótico que, tras las convulsiones de las guerras civiles, logró restaurar la estabilidad política y contribuir significativamente a la evolución del gobierno constitucional y la tolerancia religiosa en Inglaterra.
Referencias y bibliografía
Oliver Cromwell - Mediation, Civil War, Protector | Britannica
The Puritan Moses | Christian History
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