Nikolaus Ludwig von Zinzendorf nació como hijo de un conde sajón del Sacro Imperio Romano, y de ascendencia noble, en Dresden, Alemania. Su fecha de nacimiento quedó registrada por su madre en una Biblia familiar, siendo ésta el 26 de mayo de 1700. Ella lo llamó “mi primer hijo primogénito que es un regalo”, y añadió una oración pidiendo “al Padre de misericordia que gobierne el corazón de este niño para que camine irreprensiblemente por la senda de la virtud: que el camino de este sea fortificado en su Palabra”.
Seis semanas después de nacer, el padre murió de tuberculosis, quedando Zinzendorf bajo el cuidado de tres mujeres: su madre, su tía y su abuela. A los tres años su madre lo dejó solo con su abuela, Henriette Katharina von Gersdorf, ya que se casó con otro hombre. La abuela era una mujer aristócrata y profundamente espiritual; una pietista, de hecho. Ella se encargaría de la formación inicial de Ludwig, siendo conocida como “la corona de las mujeres ilustres” en Alemania. Hablaba hasta ocho idiomas y era poeta, pintora, música y mecenas de diferentes instituciones benéficas.
Esta notable mujer era cercana a Phillip Jakob Spener, el teólogo y padre del pietismo en Dresden. El pietismo se proponía buscar a Cristo de una manera personal. Enfatizaba el alejamiento del mundo, lo que sobre todo en su contexto significaba alejarse del baile, el teatro y la vana socialización. Un mejor camino era el canto de himnos y la oración. Se trataba, en definitiva, de un movimiento espiritual dentro del luteranismo protestante.
Spener, como amigo de la abuela Henriette, fue el padrino de Zinzendorf y también su primer maestro. La educación pietista pronto tendría influencia en el niño. Este creció en un ambiente donde rápidamente se familiarizó con textos bíblicos e himnos evangélicos. Cuando aprendió a escribir él mismo redactó oraciones en forma de “cartas de amor” a Jesús, y cuando obtuvo conciencia pasaba horas orando en su habitación. La lectura del Catecismo Menor de Lutero también era parte de la devoción diaria del niño.
Además de esta educación religiosa en casa, Zinzendorf, a partir de los 10 años, asistió a la escuela de August Hermann Francke, conocida como el “Paedagogium”. Este fue un profesor luterano al que se le suele atribuir la creación de las escuelas públicas en Alemania. Allí el niño pasaría sus próximos seis años de vida bajo el cuidado de un tutor personal y la dirección académica del maestro Francke. Para cuando terminó sus estudios podía leer en griego, conocía el hebreo y dominaba el latín y el francés además de su alemán nativo.
Acerca de este tiempo en la escuela de Francke, Zinzendorf expresó en su diario las cosas que disfrutó:
Las reuniones diarias en la casa del profesor Francke, los relatos edificantes acerca del reino de Cristo, la conversación con testigos de la verdad en regiones distantes [misioneros], las relaciones con varios predicadores, la huida de varios exiliados y prisioneros; en fin, la alegría de aquel hombre de Dios (Francke) en la obra del Señor, junto con varias pruebas que la acompañaban, aumentaron mi celo por la causa del Señor de una manera poderosa.
El ahora joven sentía una atracción natural hacia la teología y la religión a causa de su formación temprana, pero el deseo de su familia era que fuese conde, como su padre, en el gobierno local y que, por lo tanto, cursara la carrera de Derecho en la universidad. La realidad es que desde su nacimiento Zinzendorf ya estaba destinado a ser un conde y parecía que nada podía cambiar este destino. Incluso su abuela le recordó que su lugar estaba en el servicio público. Con este propósito lo enviaron a los 16 años a Wittenberg, donde emprendería el estudio formal de las leyes para luego trabajar en alguna corte.
En 1716 ingresó a la Universidad de Wittenberg, un centro académico del luteranismo ortodoxo, en el que el pietismo no era visto con buenos ojos. Zinzendorf era pietista de corazón, pero esto no representó un problema para su carrera, ya que se preocupaba más por la unidad de los cristianos que por las diferencias de doctrina. De hecho, intentó reconciliar a los profesores de Wittenberg con su anterior profesor Francke, a quien estos veían con recelo, aunque en esto fracasó. Pero en lo que no fracasó fue en sus estudios, los cuales terminó en 1719.
Aquel mismo año de su graduación emprendió un viaje por Europa, que entonces era conocido como el “Grand Tour”: una costumbre entre los jóvenes de clase alta que consistía en viajar por varias ciudades europeas con el fin de realizar turismo, enriquecerse culturalmente y hacer contactos. Zinzendorf conoció Renania, Holanda y Francia, y aprendió inglés. En París permaneció un tiempo, exponiéndose al arte y la cultura de la ciudad, y forjando una amistad con Louis-Antoine de Noailles, un famoso cardenal católico romano.
Pero este viaje fue diferente para él. El arte y la cultura sólo le sirvieron como instrumentos para pensar más acerca de su relación espiritual con Jesús. Cuando estaba en el museo de artes en Dusseldorf, Alemania, no pudo quitar su mirada de un cuadro: el Ecce Homo (“He aquí el hombre”) del pintor italiano Domenico Fetti, quien lo había compuesto durante el barroco del siglo XVII. La pintura muestra a un Jesús casi desnudo con heridas de látigo, una corona de espinas y una vara como un irónico cetro, mientras es llevado por un judío y un romano hacia la cruz.
En la inscripción del cuadro podía leerse: “Yo he hecho esto por ti; ¿qué has hecho tú por mí?”. Estas palabras llegaron al corazón del joven Zinzendorf, quien cayó en cuenta de que había descuidado y enfriado su relación de niñez con Jesús. Su amor hacia él no había menguado en cuanto a sentimientos se trataba, pero sí en cuanto a su actuar. No que viviera una vida desordenada, sino que no estaba viviendo según lo que creía era el llamado de Jesús para él. Así que frente a aquella pintura pensó para sí mismo: “Lo he amado durante mucho tiempo, pero nunca he hecho nada por él. A partir de ahora haré lo que me guíe a hacer”.
Al terminar el viaje, Zinzendorf, todavía siguiendo las directrices de su familia, y con compromisos ya adquiridos, regresó en 1521 a su lugar de nacimiento, Dresden, donde ahora trabajaría como consejero judicial del rey en la corte sajona. Pero esto no era su deseo ni veía en el Derecho su vocación, sobre todo después de la experiencia en el museo. El joven desanimado, ya de 21 años, apenas pudo trabajar durante un año en el gobierno, y finalmente tuvo que tomar coraje y abandonar todo ese proyecto familiar. “La obra del Señor”, como él la llamaba, lo esperaba.
Por este tiempo también contrajo matrimonio con la ahora condesa Erdmuthe Dorothea de Reuss (sur de Alemania), quien era una mujer de convicciones pietistas. Esta lo ayudaría en la obra que el Conde estaba por empezar e influenciaría positivamente su carácter, ablandándolo, ya que este por su crianza era muy fuerte y cerrado cuando se trataba de esparcimiento y diversión. Esta le daría 12 hijos, de los cuales solo cuatro llegarían a la adultez.
En 1522 Zinzendorf comenzó a dedicar su servicio a “la obra del Señor”, fundando un refugio en Sajonia para los cristianos moravos con el dinero que había adquirido de una herencia familiar. Pronto estos moravos perseguidos y oprimidos por la iglesia católica romana comenzaron a llegar desde Bohemia y Moravia. La comunidad se empezó a conocer como “Herrnhut”, que significa “bajo la mirada del Señor”.
Para 1725 había unos 90 moravos en Herrnhut y para 1726 unos 300, gracias a los esfuerzos de un moravo llamado Christian David, quien frecuentemente viajaba en búsqueda de otros moravos necesitados de refugio, a los que guiaba hasta la comunidad. Pronto el lugar se convirtió en una pequeña aldea. El Conde, siendo un luterano, trató de anexar y mantener a los refugiados dentro de la parroquia luterana. La comunidad era espiritualmente vigorosa, por lo que atrajo a personas de otras denominaciones, como católicos, reformados, separatistas y anabautistas.
En 1727 Zinzendorf se mudó con su familia a Herrnhut, al orfanato del lugar. Como si fuera un pastor hacía visitas casa por casa, brindando consejo a las familias desde la Biblia. Con el fin de establecer la armonía y la paz en la comunidad, presentó un manual de reglas comunitarias, que se conoce como “el Acuerdo de la Hermandad”. Se nombraron 12 ancianos para la guía del pueblo y se ordenaron servidores para la seguridad, la salud y la asistencia económica. El lema del Conde era: “no puede haber cristianismo sin comunidad”.
En aquel mismo año Zinzendorf, por accidente, descubrió en una biblioteca una copia de la constitución de la “Unidad de los Hermanos” del siglo XV, un movimiento husita que seguía las enseñanzas de Jan Hus tanto en Bohemia como en Moravia. Era una edición reciente y recomendada en el prefacio por el famoso Juan Amos Comenio. El Conde cayó en cuenta de que la iglesia morava era más antigua que la luterana y notó que esta antigua constitución declaraba principios de religión muy similares a los que ya se seguían en Herrnhut.
Zinzendorf compartió la constitución con los “hermanos” de Herrnhut y todos decidieron que lo mejor era aplicarla en su comunidad para restaurar a la antigua iglesia morava. Aquí empezó la congregación de la “Unidad de los hermanos” en Alemania o la conocida “iglesia morava”. Esta nueva iglesia pronto se convirtió en una comunidad fervientemente espiritual. El 13 de agosto de 1527, durante la celebración de la Cena en la capilla parroquial, se dice que hubo una “manifestación del Espíritu Santo”, lo que para muchos fue como un “día de pentecostés” y representó la renovación de la iglesia morava.
De esta iglesia morava, por el deseo de expandirse, pronto surgió un importante proyecto misionero. Zinzendorf, en un viaje a Copenhague, conoció a un hombre negro, llamado Anthony Ulrich, que le contó de la necesidad de la evangelización a los esclavos en las Indias Occidentales Danesas (hoy las Islas Vírgenes de EE.UU. en el mar caribe), de donde él era originario y donde se encontraba su familia. Ya había iglesias luteranas allí pero solo para los blancos.
El Conde buscó a dos hombres jóvenes y preparados de la comunidad en Herrnhut, Leonard Dober y Tobias Leupold, para que se encargaran de esta misión. Estos se ofrecieron convencidos de que esto era el llamado de Dios. Así, un 18 de agosto de 1531, los dos hombres fueron despedidos por la congregación morava en un servicio conmovedor lleno de oraciones e himnos. Estos fueron los primeros misioneros protestantes de la era moderna, anticipándose incluso al famoso William Carey.
En dos décadas Zinzendorf y la iglesia morava enviaron misioneros por todo el mundo: a Groenlandia, Laponia, Georgia, Surinam, la costa africana de Guinea, Sudáfrica, el barrio judío de Ámsterdam, Argelia, Ceilán, Rumanía y Constantinopla. En total más de 70 misioneros, de una comunidad de 600 personas, fueron enviados. En especial la década de 1732-42 fue de oro para las misiones moravas (y en general cristianas), algo que nunca se había visto al menos en términos de expansión misionera.
Las misiones continuaron unas décadas más y para cuando el Conde murió ya había enviado al menos 226 misioneros por todo el mundo. De hecho, él mismo actuó como misionero, visitando una vez en 1538 la isla “Saint Thomas” dentro de las Islas Vírgenes, y viajando por Nueva Inglaterra (hoy Estados Unidos) desde 1741 hasta 1743, estableciendo iglesias en Nueva York y Pensilvania. En la ciudad norteamericana de Bethlehem puso una base misionera y desde allí hizo viajes a las localidades cercanas de los indígenas-nativos.
Al dejar Nueva Inglaterra tuvo que volver a Inglaterra en 1543, ya que había sido expulsado de Sajonia en 1738 por el gobierno y el luteranismo ortodoxo a causa de su liderazgo sin ordenación en la iglesia morava y a causa de una traducción suya de la Biblia, versión conocida como “Ebersdorf”, que se consideraba se desviaba de la versión luterana estándar. Durante el exilio fungió como obispo de la iglesia morava y también fundó iglesias de esta tradición en Holanda e Inglaterra. En una de esas iglesias, en Londres, se convertiría el famoso John Wesley, luego fundador de los metodistas.
El exilio duró hasta 1747, cuando las autoridades de Sajonia derogaron su sanción de destierro. Dos años después reconocieron legalmente a la iglesia morava. Zinzendorf regresó a Herrnhut pero su vuelta causó problemas debido a su imponente liderazgo. Parece que el Conde pedía que lo llamaran “obispo”, buscando un estatus alto que estaba en tensión con el egalitarismo de los moravos. También ordenó como anciano a su hijo Christian Renatus, el cual no tenía una buena reputación moral y el cual afirmaba ser “la herida del costado de Cristo” y casi que una encarnación de este.
En medio de aquel tenso ambiente, en 1749 Zinzendorf destituye a su hijo y deja nuevamente Herrnhut. Se mudó otra vez a Londres, donde la iglesia morava acababa de ser reconocida legalmente por el Parlamento Inglés. Desde allí hizo un segundo viaje a Nueva Inglaterra, en 1754, en el que logró que la iglesia morava fuera también reconocida en el nuevo mundo. Ya antes había hecho un acuerdo con el colonizador Thomas Penn, propietario de Pensilvania, con el fin de que los moravos pudieran emigrar al nuevo continente, por lo que la presencia morava allí había sido una realidad durante algunos años.
En Londres la influencia de los moravos crecía y el Conde puso su oficina principal allí. Pero en 1755 pasó algo que cambió todo para la familia. El joven hijo, Renatus, murió de tuberculosis a los 25 años. La madre, Erdmuthe, quedó devastada y no dejaba de visitar su tumba. Zinzendorf tomó la decisión de regresar con ella a Sajonia, pero esta moriría apenas un año después, en 1756. El Conde, al año siguiente, se casó con otra mujer: Anna Nitschmann, una líder entre las mujeres moravas.
Cuando llegó el año 1760 Zinzendorf estaba en bancarrota, débil y cansado. Sus últimos días los pasó en Herrnhut hasta que cayó en cama. En su lecho de muerte se dice que dijo al obispo David Nitschmann:
¿Imaginabas al principio que el Salvador haría tanto como ahora mismo vemos, en los diversos asentamientos moravos, entre los hijos de Dios de otras denominaciones y entre los paganos? Yo solo le pedí unas pocas de las primicias de estos últimos, pero ahora hay miles de ellas. Nitschmann, ¡qué formidable caravana de nuestra iglesia se encuentra ya en torno al Cordero!
Al día siguiente el Conde dio su último aliento. Sus palabras expresan que estaba satisfecho por haber cumplido “la obra del Señor” que tanto lo había apasionado y por la que fue capaz de dejar su carrera en el mundo de la política. Su influencia en la iglesia morava fue grande, tanto en Europa como en el nuevo mundo, y su contribución a las misiones protestantes fue la de un pionero. Sin duda ahora sí había hecho algo por el Jesús que siempre amó.
Bibliografía: Nikolaus Ludwig, count von Zinzendorf en britannica.com; Nikolaus von Zinzendorf: Christ-centered Moravian “brother” en christianitytoday.com; Zinzendorf, Nikolaus Ludwig von (1700-1760) en missionaries.griffith.edu.au; The Rich Young Ruler … Who Said Yes! en christianhistoryinstitute.org/.
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