Marción supuso un gran desafío para la iglesia del siglo II, pues causó consecuencias que trascendieron en el tiempo. Fue considerado por sus críticos como el hereje por excelencia, el primero que contó con todas las credenciales para terminar convirtiéndose en un enemigo oficial del cristianismo. ¿Fue un reformador? ¿Qué propuso y qué causó?
Para responder a esas preguntas, primero debemos conocer su vida y así comprender el desafío que significó para la iglesia antigua. Al igual que con otros personajes, los aspectos más relevantes de su vida nos llegan por parte de sus críticos: Justino, Ireneo, Tertuliano, Epifanio e Hipólito.
Hijo del obispo del Ponto
En lo que sigue, tendremos en cuenta los trabajos de los teólogos Sebastian Moll y Judith M. Lieu. Marción seguramente nació entre el año 100 y el 110 dentro de una familia cristiana. Su padre era el obispo de la iglesia en la ciudad del Ponto, en la costa del Mar Negro, un territorio ampliamente cristiano según 1 Pedro 1:1. Por lo tanto, como mencionan Tertuliano –en Adversus Marcionem (Contra Marción)– y Epifanio –en Panarion (Medicina contra los herejes)–, Marción debió nacer allá mismo. Del resto de su familia no tenemos datos claros.
Se ha debatido bastante respecto a su ocupación. Se especula que fue armero, comerciante o dueño de barcos, pero cualquiera que haya sido su trabajo, a partir de él logró tener altos ingresos económicos. Sumado a eso, su lugar en la iglesia también ha sido objeto de debate. Toda su conducta en el contexto eclesiástico no era posible en pleno siglo II para un simple laico; Marción debió tener un cargo eclesiástico importante. Algunos han supuesto, con muchas buenas razones, que era obispo o por lo menos su colaborador.
De su espiritualidad no sabemos mucho. Pero es cierto, como mencionan sus opositores, sobre todo Epifanio, que mantenía una alta vida de castidad y renuncia, ascetismo y disciplina. Por tales virtudes era conocido tanto en Asia como en Roma.
Marción en Roma
Dos años son importantes en la trayectoria de Marción –aunque estas fechas siguen siendo debatidas–. Por el año 140-142, Marción dejó su hogar en Asia menor, y se dirigió hacia la capital del mundo: Roma. Pero, ¿por qué dejó su patria, su iglesia y a su padre? Algunos hablan de una gran discusión; otros, de un desliz sexual (un argumento completamente improbable usado para reforzar aún más su imagen negativa); y una gran mayoría hace referencia a una diferencia doctrinal gigantesca que acabó en su excomunión.
De nuevo, como esto lo mencionan sus opositores, hay que tener reservas. Sin embargo, con todo, parece muy acertado creer que Marción fue excomulgado de la iglesia, es decir, que el obispo echó a su propio hijo. ¿Por qué? Lo más seguro, a la luz de los testimonios antiguos y la crítica literaria moderna a los mismos textos, es concluir que Marción comenzó a exponer enseñanzas que iban por un camino diferente al que había recibido la iglesia.
Pero, ¿por qué Roma? No lo sabemos. Marción llegó a la ciudad imperial con las manos llenas: sabemos de un gran donativo para la iglesia allí, lo que hoy serían varios miles de dólares (200.000 sestercios en aquel tiempo). Si comenzamos a interpretar este gesto, nos perderemos en la historia. Con buena o mala intención, Marción quiso ser recibido y el dinero podía darle un buen uso. Las hipótesis al respecto son variadas: soborno, ayuda a la comunidad, etc.
Finalmente, Marción llegó a Roma tras largos viajes. No disponemos de fechas exactas, pero sabemos que no había obispo en la ciudad. No podemos decir mucho respecto a si él se encontró con una vacante que quería ocupar. Sin embargo, entre ese tiempo, fue admitido en la Iglesia romana, no como obispo –pues sabemos que luego Pío I llegó a esa posición–, sino como miembro común y corriente.
Los “dos dioses” de Marción
Fue en este periodo que su imagen empezó a volverse oscura: nuevos desarrollos en su enseñanza hicieron ruido en los presbíteros romanos. La historia se volvería a repetir. Por el año 144, la iglesia que lo recibió terminó despidiéndolo. Algunos escriben que hubo un importante sínodo romano para tratar este caso y se decidió cortar la comunión de Marción con la Iglesia de Roma (¡pero sin antes devolverle todo el dinero que les había donado al llegar!)
Ese año es importante porque es el último que podemos fijar en la vida de Marción. A partir de él perdemos el rastro del resto de su vida. Se desconocen el lugar y año de su muerte, y su actividad tras irse de Roma. Se ha dicho que volvió a otros sectores de Oriente y fundó allí una comunidad con su propio gobierno, su propia doctrina y su propia biblia. A mediados del siglo II, Justino describió en su Primera Apología que Marción logró persuadir a muchas y diversas personas a confesar a otro dios, uno supuestamente mayor que el Creador.
Es común hablar de Marción y referirse a su creencia en dos supuestos “dioses”, algo que ha sido llamado “dualismo”, aunque no creo que esa definición sea tan precisa. Esta perspectiva teológica, desde luego, no es un invento: ya había un dualismo gnóstico, uno persa y uno platónico. Lo evidente es que para él existían dos dioses reales, irreconciliables entre sí; dos seres actuantes y poderosos, pero radicalmente diferentes. De hecho, un erudito concluye que ese contraste entre ambos dioses es el centro mismo de la teología de Marción.
Pero, ¿qué creía este maestro al respecto? ¿Cuáles son sus afirmaciones y los fundamentos de las mismas? Sobre este “dios malo”, el teólogo Adolf von Harnack, quien escribió un brillante estudio sobre Marción –Marcion: Das Evangelium vom fremden Gott (Marción: el evangelio del Dios extraño), 1924–, plasmó lo siguiente:
En el dios del libro anterior [el Antiguo Testamento] vio [Marción] un ser cuyo carácter era de justicia severa y, por lo tanto, ira, beligerancia y falta de misericordia (...) le pareció creíble que este dios fuera el creador y señor del mundo (...) el dios de la creación era para Marción un ser que reunía en sí mismo todas las gradaciones de atributos, desde la justicia hasta la malevolencia, desde la obstinación hasta la inconsecuencia.
El dios malo es creador de la materia; es soberano y poderoso, pero bélico y hostil a los hombres. No podemos detenernos en el origen filosófico-gnóstico de estas ideas, pero es correcto situar a Marción dentro de una larga herencia de maestros gnóstico-cristianos, que venían desde los últimos años del siglo I y se desarrollaron sobre todo durante la primera y segunda mitad del siglo II (esto es claro tan solo con ver la primera parte del tratado Contra las Herejías de Ireneo). Tertuliano dedicó especialmente el primer libro de su Adversus Marcionem para presentar, según dijo, “al dios de Marción, quien carece completamente de todos los atributos del Dios verdadero”.
Pablo, su apóstol preferido
De todos los autores del Nuevo Testamento (NT de aquí en adelante), Marción tenía una gran predilección por Pablo. Para él, como señalan los teólogos Adolf von Harnack y Alexander B. Bruce, Pablo fue el único apóstol que logró comprender correctamente la predicación de Jesús de Nazaret. ¿Qué del resto? Todos los demás acabaron pervirtiendo su mensaje con doctrinas hebreas que correspondían al Antiguo Testamento (AT de aquí en adelante) y que, en primera instancia, reflejaban al dios malo, al ser creador y soberano del AT.
¿Qué hacer entonces con los documentos del NT? Según Marción, era necesario editar lo que se conocía como “Nuevo Testamento” —los evangelios y las epístolas—, conservando únicamente un material revisado que reflejara fielmente el mensaje auténtico de Jesús según la interpretación de Pablo, en contraste con los demás textos, especialmente con la literatura de Israel. En pocas palabras, como señala el historiador y escritor George Robert Stow Mead: “Su evangelio [el de Marción] era presumiblemente la colección de dichos en uso entre las iglesias paulinas de su época”.
Su Antítesis y su biblia
La obra principal de Marción, que nos guía en su comprensión del AT y de la totalidad de la Biblia, es su Antítesis. Como dice Frend, en esta obra señalaba la grandeza del evangelio, pero la contrastaba con las Escrituras de Israel. La Antítesis es una obra perdida, pero ha sido posible reconstruirla en parte gracias a los testimonios de sus opositores, sobre todo de Tertuliano.
Aunque no es un texto definitivo, muestra los contrastes más básicos que realizó Marción al poner al “dios creador malo” en un lado, junto con su AT, y el “dios redentor bueno”, en otro, con su NT depurado. Al leer ediciones sobre las Antítesis (por ejemplo, la de Kirby), nos damos cuenta de sus problemas. La lógica de Marción es la siguiente: el dios del AT se arrepintió de escoger a Saúl, por tanto, es inconsistente; quiso destruir a los que adoraron el becerro, y Moisés debió mediar por el pueblo, entonces tal dios es mezquino en su amor e intolerante en su paciencia; se arrepintió también de castigar a Nínive, de modo que es inconstante. Dios llamó a Adán preguntándole: “¿dónde estás?”; luego, no prevé la realidad de todas las cosas.
Para Marción, el dios del AT es severo, pero en el NT es gentil y bondadoso con todos; el dios del AT es altamente bélico, pero “el dios bueno” no actúa en campañas militares, despojando a los pueblos y tomando riquezas de sus vencidos; el dios del AT manda que dos osos maten a cuarenta y dos jóvenes por un simple insulto, pero el dios del NT llama a los niños a venir a él con confianza. Lo más decisivo: el dios del AT es oculto, no se revela visiblemente, y en cambio, el dios del NT se hace presente y visible a todos por medio de Jesús.
¿Qué hay de Cristo? Para Marción, si hay “dos dioses”, hay también lógicamente “dos Cristos”. Esto es fácil de relacionar: hay dos Testamentos en los que se presenta a cada supuesto dios y donde también se anuncia a un Cristo específico. Un Cristo es mandado por el dios creador malo del AT y busca restaurar al pueblo judío; es un Cristo que actúa en guerras, porta armas, produce miedo, amenaza con destrucción y es opuesto en sus planes al dios redentor bueno revelado en el NT. Por otro lado, está “el Cristo del NT”, uno manso, pacífico, que muere en la cruz, y que fue blanco de la oposición de los poderes del dios y el Cristo malos del AT.
Siguiendo estos y otros ejemplos, la conclusión de Marción es que el AT y todo registro del dios de Israel en el NT debe ser rechazado. Por eso, Ireneo se refiere a él –y a sus discípulos– como “el mutilador de las Escrituras”. No es que el AT sea irreal o una mera invención para legitimar los anhelos bélicos y nacionalistas de Israel; es, más bien, un cuerpo de literatura religiosa real que presenta a “un dios verdadero” que actúa en la historia, pero que es enemigo de los hombres y de su redención.
Para Marción, el AT no es Escritura ni revelación cristiana. De ahí su rechazo radical a esta parte de la literatura bíblica que la iglesia había aceptado desde el comienzo. Está demás decir que, de acuerdo a los críticos de Marción, este maestro negaba toda redención del cuerpo humano, como también la realidad física de la humanidad de Jesús. Como señala Tertuliano, para Marción, el Cristo del dios bueno no nació como hombre mediante una virgen y en un pesebre; más bien bajó directamente del cielo a la tierra (una creencia, por cierto, bastante común en grupos gnósticos).
En cuanto al NT, Marción emprendió toda una tarea de edición. Para él, la mayoría de sus autores fueron influenciados por el mensaje del dios creador malo del AT: Pedro, Juan, Marcos, Mateo, etc.. Según él, ellos hicieron interpretaciones inválidas de Jesús y su mensaje, porque se basaron en el marco interpretativo del dios malo, el dios de Israel, el dios del Cristo militar de los judíos.
¿Con qué se quedó Marción? Como señalan todas las evidencias, su canon consistía solo en un NT donde los evangelios pasaron a ser uno solo, el de Lucas, el de sabor más paulino, pero no tal como estaba, sino tal como resultó a partir de diferentes ediciones y profundas mutilaciones literarias. En cuanto a las epístolas, no había nada de Pedro, Juan, Santiago o Judas: las cartas de Pablo eran el cuerpo epistolar del NT. Pero aún aquí Marción aplicó su edición: de las cartas que se consideraban paulinas, solo consideró diez (según Tertuliano) u once (según Epifanio), y estas obviamente liberadas de todo material judío.
El “Evangelio de Marción”
Marción no solo compuso su propio canon, si es que podemos aventurarnos a usar este palabra. Además de haber escrito su Antítesis, hay también otra obra importante: el Evangelio del Señor, el cual podemos reconstruir someramente siguiendo los trabajos de edición que se realizaron durante el siglo XIX. Este Evangelio está dividido en siete partes que recorren el Evangelio de Lucas, desde el capítulo 3 hasta el 24, con varias lagunas entre las narraciones u omisiones completas de ellas.
A modo de ejemplo, la sección 1 abarca los capítulos 3 al 7 de Lucas. Así, la narración inicia con Jesús en una sinagoga de Capernaúm sanando a un endemoniado. La historia sigue hasta el capítulo 7, donde se registra a la mujer que unge los pies de Jesús con su perfume y los seca con su cabello. ¿Qué falta en esta narración? En los Evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc), desde sus inicios, se presentaba el nacimiento de Jesús (Mt y Lc), Su bautismo, tentación y primera proclamación pública (Mt, Mc y Lc). Pero en el Evangelio de Marción se omite todo esto: no se cuenta la historia de la anunciación de Juan y Jesús; tampoco el nacimiento de ambos ni el comienzo de Sus ministerios –con Juan en el Jordán, y con Jesús siendo bautizado, tentado y luego anunciando el reino de Dios–.
¿Por qué ocurre esto? Todo lector de estas narraciones verá el evidente trasfondo judío y la directa referencia que se hace en tales capítulos al AT, especialmente a la profecía. Esto desde luego era un problema para Marción: ¡No era posible que el salvador enviado por el dios redentor bueno fuera un judío, al estilo del mesías profético y militar de Israel! Pienso, como concluyen otros autores, que este es el punto decisivo de su rechazo a tales historias de los Evangelios, como también de su rechazo más general al AT y sus referencias en el resto del NT.
¿Un reformador?
Johnson, el mismo Harnack y otros autores se refieren a Marción como “un reformador” o renovador; un adelantado a su época, alguien que buscó cambiar ciertas orientaciones prácticas y doctrinales en la iglesia de aquel tiempo –la “Gran Iglesia”, como la llaman los estudiosos–. El problema, sin embargo, es que vemos en Marción un intento de presentar una originalidad del cristianismo bajo un método contrario a la misma fe y las Escrituras de la iglesia.
¿Qué logró Marción? Aunque su proyecto fue radical en un tiempo bastante temprano del cristianismo, la iglesia no era ilusa; a pesar de que no había grandes concilios ni declaraciones precisas de la fe, como se vio posteriormente, la iglesia estaba siguiendo fielmente la tradición de los apóstoles que se remontaba hasta el mismo Jesucristo. No se buscaba innovar las prácticas ni modificar las creencias. Así, lo que Marción logró fue que la iglesia reforzara todavía más su esencia: estructuró con mayor detalle su fe (credo), reavivó su identidad (sucesión apostólica), se aferró aún más a su herencia (tradición apostólica) y definió la naturaleza de sus Escrituras Sagradas (canon).
¿Fue todo para su bien? La historia muestra que la providencia divina puede usar hasta a un tal Marción para fortalecer y ayudar a la iglesia en tiempos complejos.
Referencias y bibliografía
The Arch-Heretic Marción (2010) de Sebastian Moll. Mohr Siebeck: Tubingen, 25ss.
Marcion and the Making of a Heretic. God and Scriptures in the Second Century (2015) de Judith M. Lieu. Cambridge University Press: United Kingdom.
Marción, El primer hereje (2014) de Sebastian Moll. Sígueme: Salamanca, p. 16.
History of Dogma de Adolf von Harnack y Alexander Bruce, vol 1, 267ss.
Fragments of a Faith Forgotten (1931) George Robert Stow Mead. London and Benares: London, p. 242.
The Rise of Christianity (1984) de Rodney Stark. Fortress Press: Philadelpia, p. 214.
Marcion. His life, works, beliefs, and impact en Expository Times de P. Foster, vol. 121, no. 6, pp. 7ss.
Adversus Marcionem de Tertuliano. Corpus Christianorum, Series Latina II. Brepols: Turnhout, Libro 1, capítulo 1.
Panarion de Epifanio de Salamina. E.J. Brill: Leiden, Libro 1, #42.
First Apology (1977) de Justino Mártir. Paulist Press: New York, 26ss.
Adversus Haereses de Ireneo de Lyon, vol. 3, 12ss. T&T Clark: Edinburgh.
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