Malula es una pintoresca localidad de Siria, rodeada por escarpadas paredes de piedra que se levantan a más de 1.600 metros de altura, donde se soportan cientos de casas construidas prácticamente una sobre otra. Pero lo que la hace especial no es su ubicación o accidente geográfico, sino el ser una de las tres únicas poblaciones en el mundo donde aún se habla en arameo, aquel idioma en que Jesús predicó y ejerció su ministerio. A diferencia de las otras dos comunidades, Jabain y Bakah, Malula conserva la tradición de la Iglesia Ortodoxa Siríaca, mientras que las anteriores ya se han convertido al islam, al igual que la mayor parte de Siria.
Preservar esta lengua semítica antigua no ha sido nada fácil. El idioma sobrevivió a la llegada del islamismo en el siglo VII, el cual propagó consigo el árabe en todo el territorio. Pero Malula conservó su idioma y sus costumbres cristianas ortodoxas. Sin embargo, más recientemente, estuvieron a punto de perderlo todo con la toma del lugar por parte del grupo islamista opositor del presidente Bashar al-Ásad, Al Nusra, filial siria de Al Qaeda, que entre el 2013 y 2014 destruyó sus templos, conventos, casas, secuestrando a muchos y acabando con la vida de otros, menguando significativamente la población de Malula, mucha de la cual se vio obligada a huir del sitio hacia otros lugares del mundo.
Actualmente, poco a poco los habitantes anteriores han ido regresando para levantar las ruinas que quedaron y traer nueva vida a Malula, mientras que el conflicto en Siria les da tregua. Una de sus emblemáticas edificaciones que sobrevivió la guerra fue el Convento Santa Tecla, construido en honor a quien se dice que fue discípula del apóstol Pablo y dedicó su vida al servicio de los huérfanos e indefensos. Según narra la leyenda, cuando Santa Tecla huía de los romanos que la perseguían por negarse a renunciar al cristianismo, se encontró atrapada por una enorme montaña que, tras levantar un clamor a Dios, se dividió formando un cañón por cuyos pasadizos ella logró escapar.
Por este singular acceso a la montaña es que Malula recibe su nombre, dado que en arameo significa “entrada”. Al transitar este mágico pasadizo del cañón, de rocosas y curvas paredes, se llega a lo más alto de la montaña, donde se encuentra el monasterio San Sergio, edificado cerca del siglo IV en las ruinas de un templo pagano. Este corrió la misma suerte que el convento Santa Tecla durante el combate entre las fuerzas del gobierno y los extremistas islámicos; su cúpula fue destruida y fueron saqueadas las reliquias del lugar.
En los últimos años, gracias a la reconstrucción de la ciudad, los habitantes de Malula han vuelto a recibir visitas de turistas que llegan a estas tierras con la expectativa de asistir a los servicios religiosos donde se recitan las Sagradas Escrituras en arameo. Aunque es una variante moderna del idioma, los devotos han manifestado sentir una cercanía especial cuando logran escuchar la oración del Padre Nuestro en la lengua en que Jesús originalmente la expresó.
Malula y su misión de preservar el arameo
En el mundo se han extinguido cientos de lenguas con el transcurrir de los siglos y el arameo está cerca a ser una de ellas. Este idioma surgió alrededor del 1.200 a.C. con la civilización aramea, proveniente de los pueblos semitas, a los cuales los historiadores llamaron de esta manera por hacer referencia a los descendientes de Sem, hijo de Noé, según la tradición bíblica. Estas poblaciones se esparcieron a lo largo de Mesopotamia, que comprendía los territorios de Irak, Jordania, Palestina, Siria y parte de Irán.
En el siglo VIII a.C., el arameo se convirtió en la lengua franca de Medio Oriente, gracias a que era la segunda lengua de los asirios, mientras que los babilonios lo empleaban para el comercio. Posteriormente, fue el idioma oficial de la dinastía Aqueménida que dominó el Imperio persa. Por supuesto, el pueblo de Israel no fue ajeno al gran impacto del arameo; en el año 586, tras el exilio a Babilonia, los judíos se apropiaron de este idioma en su cotidianidad, desplazando el hebreo, su lengua originaria, la cual pasó a ser utilizada únicamente por la clase culta o para tratar asuntos teológicos. Se evidencia también su influencia en los capítulos del profeta Daniel y de Esdras que fueron escritos en arameo y no en hebreo antiguo, como en el resto del Antiguo Testamento.
Esta dinámica perduró por siglos, aun hasta la llegada de Jesús, quien dio sus enseñanzas y sermones en arameo, el idioma común de la época, a fin de que todo el que lo escuchase pudiera entenderle. “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?” Esta frase, lanzada por él mientras en agonía colgaba del madero, que traduce “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, es una de las pocas que encontramos escritas en arameo en los Evangelios.
Si bien fue la lengua predominante desde el siglo VIII a.C., superando al griego, persa y latín, el panorama del arameo como lingua franca fue cambiado cuando el emperador Alejandro Magno logró sus conquistas que propiciaron la expansión del griego a lo largo y ancho del Medio Oriente. Con la llegada del Imperio romano, el helenismo ya estaba permeando definitivamente la cultura del territorio, conllevando a que el griego fuese el idioma más comúnmente utilizado. Por esto, luego de la resurrección de Cristo y el inicio de la propagación del evangelio, los autores del Nuevo Testamento no escribieron en el arameo que originalmente escucharon de Jesús, sino en griego, para que tanto judíos como gentiles de la época pudieran comprender el mensaje.
Sumado a esto, siglos más tarde, con la llegada del islamismo a Siria, la mayoría de las ciudades dejaron atrás el arameo y empezaron a adoptar el árabe, junto con las creencias musulmanas. De esta manera, este idioma, hablado por un sinnúmero de personas en épocas pasadas, actualmente es conservado solo por la pequeña comunidad de Malula, ciudad que además de ser Patrimonio de la Humanidad por sus antiguas edificaciones que aún se recuperan de los vestigios de la guerra, posee una riqueza sin igual por preservar entre sus gentes la lengua que predominó en siglos pasados en todo Medio Oriente y fue utilizada por el mismo Mesías.
Es por esto que, a fin de evitar que se pierda completamente esta lengua cargada de historia, en Malula se dio apertura a un instituto para enseñar formalmente a leer y escribir el arameo; a este lugar acudían no solo sus habitantes, sino personas del exterior que tenían el anhelo de profundizar en el idioma hablado por Jesús. No obstante, la institución también fue víctima del conflicto en 2013, quedando prácticamente destruida por los extremistas que asaltaron sus instalaciones e incendiaron sus aulas.
Hasta el día de hoy, el instituto no ha vuelto a abrir sus puertas, sin embargo, con la ayuda de medios tecnológicos, algunos jóvenes de Malula realizan una labor de clases digitales para instruir a otros en el arameo, con la esperanza de que perdure por muchas generaciones más.
La batalla de la fe en medio de una guerra civil
Malula es especial para el cristianismo no solo por conservar el mismo idioma de Jesús, sino porque en sus alrededores se dieron momentos claves de la iglesia primitiva. Fue a unos cuantos kilómetros, en Damasco, donde el apóstol Pablo tuvo su encuentro con Jesús; también se encontraba cercana la antigua ciudad de Antioquía, donde se fortaleció la iglesia y el apóstol Pedro fue obispo.
Sin embargo, el cristianismo en Siria empezó a decaer debido a las diferencias doctrinales que se dieron con el paso de los siglos y terminaron en el Cisma de Oriente, en el año 1054, lo que resultó en la consolidación de la Iglesia Ortodoxa Siríaca y su separación de la Iglesia de Roma.
Al mismo tiempo, el cristianismo ortodoxo se debilitó desde el siglo VII, cuando la región fue invadida por musulmanes que impusieron el islam, expulsando a los obispos y restringiendo la proclamación del evangelio. A esto se sumó el Imperio otomano de los siglos posteriores, bajo el que estuvo subyugado Siria hasta la Primera Guerra Mundial. Los otomanos-turcos son hoy culpados de varios genocidios hacia comunidades cristianas ortodoxas, matanzas que provocaron que disminuyera drásticamente el porcentaje de cristianos en la región.
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Después de estos acontecimientos, misioneros protestantes empezaron a llegar al territorio sirio cerca del año 1848 para avivar la llama del evangelio apagada tras las masacres y los desplazamientos, objetivo que ha sido frustrado por la persecución de la cual también han sido víctimas.
A la fecha, como resultado de toda esta historia, el 90% de la población siria profesa el islam. El porcentaje restante está conformado por seguidores de distintas corrientes: la Iglesia Ortodoxa Siríaca, Iglesia Ortodoxa de Antioquía, la Iglesia Católica Melquita, entre otras. Dentro de este grupo, tan solo el 3.3% corresponde a los protestantes, que suman alrededor de 638.000 personas actualmente.
El momento crítico que vive hoy el protestantismo en Siria se debe en gran medida al conflicto de más de una década ocasionado por los grupos extremistas como Al Qaeda y el Estado Islámico. La guerra que inició hace cerca de 11 años ha conllevado a que los habitantes, sirios e iraquíes, sufran grandes dificultades, pero han sido mayormente afectados los cristianos, quienes han sido atacados por militantes islámicos, han perdido sus trabajos, hogares e, incluso, sus vidas.
Muchos han tenido que huir para poder salvarse a sí mismos y sus familias, como consecuencia, el número de cristianos protestantes se ha reducido. Según el reporte del ministerio Puertas Abiertas, la iglesia perdió más del 60% de sus miembros, gran parte de ellos, con posiciones de liderazgo en las congregaciones.
A pesar de esto, en la última década la iglesia protestante en Siria ha permanecido en medio de bombardeos, escasez de alimentos y falta de atención médica. Según relatos de los pastores que se han quedado para perseverar, las iglesias han sido destruidas y miembros de sus congregaciones han fallecido en medio de sus servicios debido a alguna bomba inesperada que cae en la zona. No obstante, entre miedos, lágrimas e incertidumbre, la guerra se ha convertido en una oportunidad para estrechar lazos con personas de otras religiones.
Los misioneros locales han podido llevar las buenas nuevas de salvación a miles de personas que por los daños y las atrocidades cometidas por las facciones extremistas islámicas en la guerra civil se han endurecido hacia el islam. Esta ha sido la motivación de muchos ministros que, teniendo la oportunidad de migrar a sitios más seguros y tranquilos, donde sus esposas puedan estar en paz y sus hijos crecer sin estar en peligro de muerte, valientemente han decidido quedarse para socorrer a aquellos en necesidad y aflicción debido al conflicto, buscando mostrar el amor de Cristo en estas obras desinteresadas y de misericordia, exponiendo sus vidas tan solo por ver a la iglesia prevalecer y con la esperanza de que se extienda el conocimiento del evangelio en este lugar que en un principio fue cuna del cristianismo.
El resultado de ello es que la comunidad de creyentes sirios se ha avivado a pesar de la guerra. Actualmente, existen ministerios que a través de las iglesias locales brindan educación teológica y organizan grupos de estudio con cristianos de habla árabe, que cada vez son más. De igual manera, en vista de la urgencia de fortalecer la obra misionera, ministerios especializados trabajan a lo largo del territorio distribuyendo Biblias, apoyando el discipulado y la capacitación del liderazgo, proveyendo también consejería y recursos para los centros que abastecen las necesidades de las comunidades.
A pesar de la admirable labor de los servidores, esta obra requiere mucho más respaldo de la iglesia universal, con oración, recursos económicos y misioneros, a fin de que en Malula y en toda Siria, aun si el arameo llegase a extinguirse y quede en el olvido, prevalezcan en medio de ellos las palabras de Jesús, capaces de levantar a la iglesia de los escombros y llevar aliento, consuelo y esperanza a un país sumido en guerra.
Por eso Malula es importante, porque es un símbolo y un testigo de lo que el cristianismo significa para los sirios, y para nosotros, que podemos ver como la semilla de la fe en Cristo se ha mantenido viva durante milenios, solo esperando a que un día vuelva a germinar y a dar fruto abundante, allí, en la región en la que todo empezó.
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