La Compañía de Jesús, quizá más conocida por el nombre de sus miembros ―los jesuitas―, fue iniciada por un sacerdote vasco llamado Ignacio de Loyola. La orden fue aprobada de manera oficial por el Papa Pablo III en 1540. Pero antes de hablar sobre ella,conozcamos primero a su fundador.
Ignacio de Loyola
Nació como Iñigo López de Loyola, en el seno de una familia rica en la región vasca del norte de España. La posición de su familia era tal, que este fue enviado a la corte española para ser paje. Posteriormente, él habló de la vida cortesana con entusiasmo, dijo que había aprendido mucho de las armas, el juego y el amor cortés. Pero más tarde, en su autobiografía escribió que era “un hombre dado a las vanidades del mundo cuyo principal deleite consistía en los ejercicios marciales, con un gran y vano deseo de ganar renombre”.
Pero, en 1521, en una batalla contra los franceses por la ciudad de Pamplona, España, fue alcanzado por una bala de cañón del tamaño de un puño. Iñigo, que medía 1,65 m, fue ayudado a volver a Loyola por soldados franceses, quienes admiraban su valor. Le operaron de la rodilla derecha y le extirparon un hueso que sobresalía. La herida y posterior cirugía le mantuvieron siete semanas en cama recuperándose.
Durante ese tiempo, Loyola empezó a leer libros religiosos. En un libro de un monje de la orden cisterciense, la vida espiritual se concebía como una santa caballería; la idea le cautivó. Entonces, durante su convalecencia recibió visiones espirituales, de modo que, cuando se recuperó, había resuelto llevar una vida de frugalidad para hacer penitencia por sus pecados.
En febrero de 1522, Loyola se despidió de su familia y se dirigió a Montserrat, un lugar de peregrinación en el noreste de España. Pasó tres días confesando los pecados de su vida y luego se decidió a dejar su carrera militar, entregando su espada y su daga cerca de la estatua de la Virgen María para simbolizar la ruptura con su antigua vida.
Luego se dirigió a Manresa, una ciudad situada a 50 kilómetros de Barcelona, para pasar quizá los meses más decisivos de su vida (de marzo de 1522 a mediados de febrero de 1523). Vivió como un pordiosero, comió y bebió poco, se flageló y durante un tiempo no se cortó el enmarañado cabello ni las uñas. Asistía diariamente a misa y pasaba siete horas diarias rezando, a menudo en una cueva a las afueras de la ciudad.
Pero un día, estando sentado junto al río Cardoner, “los ojos de su entendimiento comenzaron a abrirse”, escribió más tarde, refiriéndose a sí mismo en tercera persona, “y, sin ver visión alguna, entendió y conoció muchas cosas, así espirituales como de la fe”. Allí, en Manresa esbozó los fundamentos de su librito llamado Ejercicios espirituales.
Posteriormente, tras una peregrinación a Tierra Santa, regresó a Europa. “Después de la peregrinación supo que era voluntad de Dios que no se quedara en Jerusalén. Meditó en su corazón lo que debía hacer y finalmente decidió estudiar durante un tiempo para poder ayudar a las almas”, escribió el propio Loyola más tarde sobre su experiencia.
Optó por aplazar el sacerdocio, que solo le habría llevado unos pocos años de estudio, por una formación más intensa y duradera de 12 años. Entonces, Loyola se decidió por estudiar en Barcelona y luego en Alcalá, donde empezó a ganar seguidores. Pero pronto cayó bajo sospecha de herejía, como persona no ordenada que animaba a otros a reflexionar sobre sus experiencias espirituales, la jerarquía eclesiástica desconfiaba de él.
Fue encarcelado y juzgado por la Inquisición española, el primero de muchos encuentros de este tipo con la Inquisición. Tras ser declarado inocente, se trasladó a Salamanca, donde fue encarcelado de nuevo (y absuelto). Debido al fuerte hostigamiento de las autoridades romanistas, en 1534, él y sus compañeros abandonaron España para estudiar en París.
Durante su larga estancia en la capital francesa, donde finalmente cambió su nombre de Íñigo por el de Ignacio, obtuvo el codiciado título de Maestro en Artes y reunió a más compañeros (entre ellos, Francisco Javier, quien se convirtió en uno de los mayores misioneros jesuitas). En 1534, él y su pequeño grupo hicieron votos de pobreza, castidad y obediencia, aunque aún no habían decidido fundar una orden religiosa.
Jesús incorporado
En 1537, el grupo decidió moverse a la ciudad de Venecia, y allí Ignacio y la mayoría de sus compañeros fueron ordenados. Durante los 18 meses siguientes, trabajaron y rezaron juntos. Un compañero recordó más tarde acerca del fundador de la compañía: “Cuando no lloraba tres veces durante la Misa, se consideraba privado de consuelo”.
En ese tiempo Ignacio tuvo una de sus visiones más decisivas. Él mismo declaró que, estando un día en oración, había visto a Cristo con una cruz al hombro, y junto a Él estaba Dios Padre, que le dijo: “Quiero que tomes a este hombre [se refería a Ignacio] por siervo tuyo”. Entonces, según Loyola, Jesús le dijo: “Mi voluntad es que nos sirvas”.
Según el propio Ignacio, en esta visión también se le dijo cómo debía llamarse su grupo y que debían ser como una compañía de comerciantes de pieles, pero centrados en hacer la voluntad de Dios.
En 1540, el pequeño grupo obtuvo la aprobación del Papa, a quien juraron obedecer como voz de Cristo. Le pusieron el nombre que se le había indicado a Loyola, determinaron un método de toma de decisiones y lo eligieron a él como superior general. Así comenzaron para Ignacio 15 años de vida administrativa en Roma.
La visión y la disciplina de los jesuitas, como llegaron a ser llamados, cautivaron la atención de Europa. Pronto se encontraron miembros de la orden en las principales ciudades europeas, así como en el nuevo mundo: Gao, Ciudad de México, Quebec, Buenos Aires y Bogotá. Abrieron hospicios para moribundos, ayudaban a los pobres, fundaron orfanatos y abrieron escuelas.
Constituciones de la Compañía de Jesús fue probablemente la obra más importante de los últimos años de Ignacio. Sus seguidores abandonaron algunas formas tradicionales de vida religiosa (como el canto del oficio divino, los castigos físicos y la vestimenta penitencial), en favor de una mayor adaptabilidad y movilidad. La orden debía estar conformada por misioneros católicos “dispuestos a vivir en cualquier parte del mundo donde hubiera esperanza de la mayor gloria de Dios y del bien de las almas”.
Ignacio fue canonizado por el Papa Gregorio XV en 1622.
La Compañía de Jesús
Después de la muerte de Ignacio de Loyola en 1556, la Compañía de Jesús continuó creciendo y expandiéndose en todo el mundo. Los jesuitas se comprometieron con una amplia gama de actividades, incluyendo la educación, el proselitismo, la predicación y el servicio a la Iglesia y a la sociedad en general. A medida que la orden se expandía, también enfrentaba desafíos y conflictos tanto dentro como fuera de la institución eclesiástica.
Uno de los sucesores más notables de Ignacio fue el español Diego Laynez, quien fue el segundo Superior General de la Compañía de Jesús. Laynez desempeñó un papel fundamental en la consolidación del orden y en la promulgación de las Constituciones Jesuitas, que establecían la estructura y las normas de la sociedad.
Otra figura clave de las primeras décadas de la Compañía de Jesús fue Francisco Javier, uno de los primeros compañeros de Loyola. Francisco Javier viajó a Asia y desempeñó un papel fundamental en la expansión de la Iglesia católica en regiones como India, Japón y el sudeste asiático.
También hay que destacar a Pedro Canisio, un fuerte promotor del catolicismo, especialmente en Alemania; así como a Roberto Bellarmino y a Francisco Suárez, teólogos y defensores de la tradición catolico-romana.
Generalmente se considera que la Compañía de Jesús fue un producto de la Contrarreforma católica y es que la orden religiosa desempeñó un papel clave en la respuesta del catolicismo al protestantismo.
Los jesuitas y los protestantes
La Contrarreforma buscaba abordar las críticas y las acusaciones planteadas por los protestantes y pretendía restaurar la posición de la Iglesia católica en ese contexto. Entonces, los jesuitas emergieron como una orden religiosa nueva en su época y como uno de los principales actores en esa lucha por la preservación y expansión de la fe católica.
Motivados por su apego a la doctrina romanista, se comprometieron en áreas como educación, misiones, predicación y defensa de la doctrina católica. Quizá el aspecto por el que son más conocidos es la educación, y es que los jesuitas pusieron un fuerte énfasis en la formación académica como método para contrarrestar la propagación del protestantismo. Establecieron una red de escuelas, colegios y universidades en toda Europa y otras partes del mundo.
Los jesuitas también asumieron un fuerte compromiso con la propagación del catolicismo en todo el mundo. Francisco Javier es un ejemplo destacado de esto, ya que trabajó en llevar la doctrina católico-romana a Asia. Los de la Compañía de Jesús adoptaron sus enfoques de evangelización según las culturas locales y las circunstancias, lo que contribuyó al crecimiento y la preservación del catolicismo en diferentes partes del mundo, incluyendo la misma Europa.
Además, los jesuitas se destacaron por su peculiar habilidad para comunicar la fe de manera efectiva a través de la catequesis. Esta formación de nuevos católicos estaba fuertemente infiltrada por una lealtad sólida a la autoridad papal.
Finalmente, los miembros de esta comunidad jugaron un papel central al acudir a debates teológicos y proponer fuertes apologías para contrarrestar las ideas protestantes. Existen algunos debates muy famosos entre jesuitas y protestantes, como el de la predestinación, la misa y la autoridad de la iglesia.
Conclusión
Es posible considerar que los esfuerzos jesuitas por deslegitimar al movimiento protestante pudieron surgir como intentos de mantener el status quo del clero, o quizá tenían el propósito de contrarrestar lo que ellos consideraban una amenaza a la fe cristiana tradicional. No conocemos con precisión sus motivaciones para defender al catolicismo, pero sí podemos notar que su labor contrarrestó el impulso protestante.
Los jesuitas también le dieron al catolicismo-romano un impulso intelectual del que había carecido durante siglos, lo que le permitió a la Iglesia católica revalidar su posición en muchas esferas intelectuales, a la vez que le dio la posibilidad de persuadir a muchos de regresar a Roma.
A partir del siglo XVI, la Compañía de Jesús fue ganando influencia al interior de la iglesia. Eso les dio la posibilidad de seguir moldeando una nueva forma de pensar dentro del catolicismo romano, y de haber tenido repercusiones hasta hoy.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |