La influencia de George Whitefield, Jonathan Edwards y John Wesley en el evangelicalismo es innegable. Los primeros dos fueron los oradores más reconocidos del Gran Despertar en América, y el tercero fue el fundador del metodismo y uno de los predicadores más influyentes en Gran Bretaña. Pero estos “héroes de la fe” son controversiales por una razón en común: los tres aceptaron la esclavitud, y dos de ellos compraron esclavos.
Muchos estudiosos no evangélicos se refieren a ellos como esclavistas y afirman que sus enseñanzas bíblicas fueron manchadas por esa conducta. En cambio, muchos académicos cristianos justifican sus acciones por el contexto sociocultural en el que vivieron, e incluso otros cuentan sus historias casi ignorando el punto de la esclavitud o tocándolo solo de manera tangencial.
¿Será que estos tres grandes predicadores fueron “hombres de su tiempo”? ¿Qué significa eso? Sean McGever, en su recién publicado libro Ownership: The Evangelical Legacy of Slavery in Edwards, Wesley, and Whitefield (en español, Propiedad: el legado evangélico de la esclavitud en Edwards, Wesley y Whitefield), se plantea esa pregunta:
Las personas usan esta frase para introducir una suspensión de juicio debido a una brecha cronológica. Cuando decimos que alguien era un “hombre de su tiempo”, también debemos responder a qué hombre (o mujer) y a qué tiempo nos referimos. Los escépticos como yo hacemos otra pregunta: ¿por qué deberíamos suspender el juicio sobre esa persona? En el caso de Lincoln, su legado de abolir la esclavitud trae inmediatamente la credibilidad necesaria para una consideración simpática.
En otras palabras, según McGever, la brecha cronológica en sí misma no justifica las acciones de nadie. Aunque alguien sea un “hombre de su tiempo”, influenciado por la cultura y la época, ha de actuar con valores que trasciendan esos factores. Tal es el caso de Abraham Lincoln, quien no siempre se opuso a la esclavitud e incluso defendió la colonización para enviar a los afroamericanos a colonias en Liberia y América Central, pero con el tiempo adoptó una postura abolicionista, es decir, buscó acabar con el comercio de esclavos y, de hecho, tuvo un papel fundamental en su emancipación total.
Entonces, ¿qué podemos decir de estos tres grandes teólogos? En el presente artículo, quiero explicar brevemente cuál fue la relación de cada uno de ellos con la esclavitud, una práctica claramente contraria a la dignidad humana. Según McGever, idealmente todos debieron defender la “…verdad atemporal de que ningún ser humano debería ser dueño de otro ser humano”, pero solo uno de ellos llegó a hacerlo.
Si bien en la actualidad la esclavitud no es legal (aunque sí es real en diferentes formas de abuso y en la trata de personas), estas historias nos desafían a cuestionarnos sobre qué tan influenciados somos por nuestra sociedad y cultura, al punto de aceptar prácticas antibíblicas. A medida que revisamos los hechos, necesitamos hacernos la siguiente pregunta:
¿Serás recordado como un hombre o una mujer “de tu tiempo”? (...) Podrías responder que no te importa cómo serás recordado. Pero debería importarte. Es una pregunta importante porque no se trata realmente de las generaciones futuras; es una pregunta que da forma a nuestras decisiones presentes. Nos ayuda a pensar profundamente sobre cuáles creencias y acciones son atemporales, en lugar de productos de nuestra ubicación, cultura y época actuales (…) ¿Son tus creencias y acciones un reflejo de tu época, crianza y cultura? ¿O están fundamentadas en algo más profundo y atemporal? Los chistes racistas de Lincoln reflejan el prejuicio común entre algunos de los hombres blancos de su época, pero su creencia de la esclavitud es injusta es atemporal.
George Whitefield: esclavitud por amor a los huérfanos
La trayectoria que llevó a George Whitefield (1714-1770) a su relación con la esclavitud comenzó en 1732, a sus 18 años. En ese momento estudiaba en Oxford, usando una beca de tipo “servitor”, a través de la cual estudiantes pobres realizaban tareas y servicios domésticos para estudiantes más ricos, lo cual les daba los recursos necesarios para estudiar. Mientras era sirviente en el Pembroke College, se unió al Holy Club (Club Santo) por invitación de Charles Wesley.
Por la influencia de los hermanos Wesley y de otros miembros del club, las creencias de Whitefield fueron confrontadas. Allí entendió que la fe no se trataba de simples acciones religiosas, sino que debía experimentar una verdadera transformación interna. Tal fue su convicción de pecado y arrepentimiento, que se impuso a sí mismo el ejemplo sufriente de Cristo: salía a orar al aire libre, en el frío, incluso tumbado en el suelo. Esto le generó graves problemas de salud, por lo que tuvo que volver a Gloucester.
Una vez allí, Whitefield comenzó a predicar cada vez que tenía oportunidad, y nueve meses después, con la fama de un apasionado joven ministro, volvió a Oxford a terminar sus estudios. Sus amigos lo animaron a ordenarse como ministro y, aunque él fue reticente por un tiempo, la visita al obispo de Gloucester lo convenció. Ese hombre estaba tan impactado por el carácter de Whitefield, que lo nombró diácono de la Iglesia de Inglaterra en 1736, a la edad de 23.
Durante aproximadamente dos años predicó en Gloucester, Dummer y Stonehouse a personas comunes, lo cual marcó en él su característico estilo directo y apasionado a la hora de pronunciar sus sermones y le confirió una creciente fama. En 1738 viajó a América del Norte, a la colonia de Georgia, por invitación de los hermanos Wesley, quienes servían allí como misioneros. Desde que recibió su carta en 1737, había decidido que Dios lo había llamado a servir en ese lugar.
En cuanto llegó a Savannah, comenzó a ejercer sus funciones como párroco y a predicar apasionadamente, por lo que rápidamente encontró el favor de la población local. Incluso, comenzó a ser más tolerado que John Wesley, cuya práctica de la religión era más estricta.
Allí, Whitefield encontró una gran necesidad. El clima y las enfermedades del lugar habían hecho que muchos de los que procedían de Inglaterra murieran, por lo que sus hijos quedaron huérfanos. Otros veían a América como su escape de las cárceles de deudores, y supuestamente fueron para trabajar y pagar sus deudas. Sin embargo, al llegar a Georgia abandonaron a sus familias y se dirigieron a otras colonias del norte donde no eran conocidos. ¿Quién iba a cuidar de los niños desamparados? A Whitefield ahora no solo le apasionaba la predicación bíblica a la gente del común; también el cuidado de los más débiles.
Así, volvió a Inglaterra para ser ordenado en 1739 y recaudó los fondos y permisos necesarios para construir un hogar en el que iba a acoger huérfanos en Georgia. El orfanato fue fundado al sur de Savannah y se le dio el nombre de Bethesda, cuyo significado es “casa de misericordia”. Este se convirtió en uno de los ministerios más queridos por Whitefield y al cual le dedicó un gran esfuerzo. Sin embargo, la realidad económica de las colonias hizo bastante difícil sostenerlo.
Para sostener Bethesda, Whitefield tuvo diferentes tipos de plantaciones a lo largo de los años, pero se dio cuenta rápidamente de que pagar mano de obra blanca era muy costoso; en Georgia había tierra abundante, pero mano de obra escasa. Inicialmente, Whitefield consideró que los esclavos podrían ayudar a aliviar las inmensas dificultades financieras de su casa hogar. Con el tiempo, adquirió la creencia de que los esclavos negros estaban mejor equipados para trabajar en el terrible clima de verano en Georgia. Pero la esclavitud era ilegal en Georgia desde 1733, año en el que se fundó.
Sus convicciones a favor de la esclavitud fueron influenciadas por algunos encuentros importantes. Uno de ellos se dio en 1740, en pleno desarrollo del Gran Despertar, en el que muchas personas volvieron a las iglesias por la predicación apasionada de varios ministros. De ellos, los más influyentes fueron Whitefield y Edwards, quienes se encontraron ese año en Northampton. Cuando el primero vio cómo el segundo trataba a sus esclavos de manera tan digna, incluyéndolos en las actividades religiosas y familiares, se convenció de que debía promover un mejor trato para ellos en las colonias.
En 1740 escribió su famosa A letter to the inhabitants of Maryland, Virginia, North and South Carolina (en español, Una carta a los habitantes de Maryland, Virginia, Carolina del Norte y del Sur), que es una de las primeras publicaciones impresas proesclavitud de las que se tiene registro. Si bien allí no afirmó que la esclavitud debería legalizarse, sí dejó clara su posición de que a los esclavos se les debía dar un mejor trato, principalmente en lo relacionado con la evangelización.
Sin embargo, con el pasar de los años, Whitefield comenzó a abogar por la legalización de la esclavitud en Georgia. Parte de su argumentación era que el uso de “negros” sería útil para el desarrollo económico de la colonia, y que sin ellos realmente no sería posible mantener muchas de las plantaciones, incluida la que sostenía a Bethesda. Aunque por años intentó hacer funcionar el hogar a través del trabajo de los mismos huérfanos, era necesaria una producción mayor que, en su opinión, solo podía llevarse a cabo si se adquirían esclavos.
Entre 1740 y 1751, Whitefield adquirió varios esclavos de manera ilegal para sostener Bethesda, argumentando que su orfanato era prioritario. Para 1751, en parte gracias a su influencia y sus esfuerzos, la prohibición finalmente fue levantada. Desde allí y hasta su muerte en 1770, Whitefield adquirió aproximadamente 50 esclavos para su plantación de 4000 acres en Carolina del Sur, los cuales legó a la Condesa de Huntington, Selina Hastings, para que continuara su obra evangelística.
Si bien Whitefield nunca estuvo de acuerdo con el acto mismo de “esclavizar”, sí defendió el derecho que tenían los cristianos a poseer esclavos, especialmente para propósitos como el suyo en Bethesda. Además, él siempre dijo que la Biblia mostraba que los esclavos podían vivir bien bajo el cuidado de familias cristianas, y que las dificultades temporales de la esclavitud no se comparaban con las riquezas eternas de recibir el evangelio por parte de un buen maestro.
En conclusión, aunque Whitefield abogó por la predicación del evangelio y un mejor trato para los esclavos negros, permitió que la necesidad económica de su orfanato determinara su proceder en cuanto a la esclavitud. Como muchos historiadores han resaltado, esto es inmensamente paradójico: a la vez que se esforzaba por el bienestar de los huérfanos vulnerables, aprovechó la tendencia de la época hacia la esclavitud para responder a la necesidad. ¿Acaso el fin justifica los medios?
Jonathan Edwards: las contradicciones de un predicador de clase alta
Jonathan Edwards nació en 1703 en East Windsor, Connecticut, en una sociedad donde la esclavitud era una práctica común. La familia Edwards se encontraba entre las figuras prominentes de la sociedad colonial estadounidense, y se destacaba tanto en el ámbito religioso como en el social. Su padre, Timothy Edwards, era un respetado ministro congregacional, mientras que su madre, Esther Stoddard, era hija de Solomon Stoddard, uno de los clérigos más influyentes de Nueva Inglaterra.
Tanto el padre de Jonathan como su abuelo practicaron la esclavitud: era bastante común que los ministros religiosos tuvieran esclavos que se encargaban de las tareas domésticas, de manera que ellos pudieran entregarse con mayor libertad al ministerio. La educación de Jonathan Edwards reflejaba la posición de su familia en la sociedad colonial. A sus 13 años fue aceptado en el Yale College, una de las instituciones educativas más prestigiosas de la época, donde se graduó con altos honores.
En aquella época, se opuso a la tendencia de muchos jóvenes a alejarse de la fe puritana, y en cambio buscó conocer a Dios con profunda devoción. Mezcló su fe con la ciencia; leyó e interactuó con los planteamientos de John Locke (1632-1704), Isaac Newton (1643-1727) y todo el movimiento de la Ilustración. Su tiempo en Yale no solo le proporcionó una sólida formación teológica y filosófica, sino que también le permitió establecer conexiones importantes con otros líderes religiosos y académicos.
En 1727 se casó con Sarah Pierrepont (1710-1758), con quien llegó a tener 11 hijos. Tras completar su educación, Edwards asumió el cargo de ministro en Northampton, Massachusetts, sucediendo a su abuelo Solomon Stoddard en 1729. Esta posición era una de las más destacadas en Nueva Inglaterra, ya que Northampton era una de las comunidades más importantes y respetadas de la región. Como ministro, Edwards continuó con la tradición de su familia de liderazgo religioso, pero también se destacó por su rigor intelectual y su devoción espiritual.
Claramente, Jonathan Edwards hizo parte de la élite puritana en Northampton desde su niñez, y heredó la costumbre de poseer esclavos para atender las tareas domésticas de su extensa familia. En 1731, adquirió a su primera esclava en un barco negrero en Newport, Rhode Island: Venus, una adolescente de aproximadamente 14 años. Los registros también indican que Edwards poseía a un “niño negro” llamado Titus y a una segunda esclava llamada Leah, aunque los historiadores no están seguros de si la familia simplemente le dio a Venus un nuevo nombre bíblico tras su bautismo.
En los años siguientes, la familia continuó adquiriendo esclavos. Para los habitantes de Nueva Inglaterra de su misma élite, la participación de los Edwards en el comercio y la posesión de esclavos no era excepcional. Los colonos británicos como Jonathan no veían la esclavitud como un abuso a la dignidad humana, sino como una extensión de las prácticas de servidumbre ya aceptadas en la sociedad, o como las relaciones de dependencia tan comunes en ese momento (evidentes, por ejemplo, entre los padres/esposos con sus hijos y esposas). Esta perspectiva de la esclavitud resultaba conveniente económicamente para los habitantes de Nueva Inglaterra, la cual se beneficiaba grandemente de sus vínculos con el comercio de esclavos del Atlántico.
Incluso, al final de la década de 1740, cuando su congregación en Northampton se quejó de la extravagante vida de clase alta de Edwards, las críticas que recibió por tener esclavos estuvieron más relacionadas con la riqueza que ello le generaba que con algún abuso a la dignidad humana.
En 1741, Edwards escribió una carta en borrador que revela varios de sus pensamientos acerca de la esclavitud. Los miembros de una congregación cercana a Northampton se quejaron de que su pastor estuviera en posesión de un esclavo y el cuerpo clerical le pidió a Jonathan que preparara una respuesta. Por eso preparó dicha carta, en la cual defendió la autoridad del clérigo y acusó a los miembros de hipocresía, pues ellos mismos estaban beneficiándose de la esclavitud y no se cuestionaban su complicidad con el sistema. Edwards dijo: “Son partícipes de lo que es indudablemente cruel. Son partícipes de una esclavitud mucho más cruel que aquella contra la que objetan en los que tienen esclavos aquí”.
Sin embargo, como explica Richard Anderson de Princeton, Edwards también condenó la crueldad del comercio de esclavos con base en las enseñanzas escriturales. Reconoció que Dios había permitido a los israelitas capturar y esclavizar a los cananeos, pero argumentó que esto representaba solo una instancia específica. Los cristianos no podían, según Edwards, transformar una situación bíblica particular en una regla. El documento revela, de manera más general, la creencia de Edwards en la igualdad espiritual —pero no terrenal— de europeos y africanos, una actitud reflejada en sus esfuerzos por convertir a los esclavos al cristianismo.
Así, la mayoría de los esclavos que Edwards adquirió fueron comprados localmente, quizás con la única excepción de Venus, cuya transacción implicó una participación directa en el comercio transatlántico de esclavos, un sistema que involucraba la captura y transporte forzado de africanos a través del Atlántico. Esto demuestra que su visión sobre la esclavitud fue madurando con el tiempo. De hecho, hacia el final de su vida, desaprobaba completamente ese tipo de comercio.
Aunque nunca llegó a condenar la esclavitud en sí misma, sus escritos resultaron ser esenciales para el fundamento conceptual del abolicionismo. Su obra The Nature of True Virtue (en español, La naturaleza de la virtud verdadera) es un ejemplo de esta constante contradicción en Edwards. Allí él afirmó que el amor a Dios es la esencia misma de la virtud; esta no surge del amor propio o del altruismo terrenal, sino de un deseo de ver la gloria de Dios manifestada por encima de todo en todas las personas. De ahí que un cristiano virtuoso anhele que otra persona escuche el evangelio, no solo para evitarle el castigo eterno, sino principalmente para que la gloria de Dios se manifieste en ella.
McGever explica que la lógica de Edwards en esta obra hace que la esclavitud sea “hermosa” por sí misma y traiga gloria a Dios cuando se empareja con otras estaciones en la vida:
Hay una belleza de orden en la sociedad, que es del tipo secundario, como cuando los diferentes miembros de la sociedad tienen todas sus funciones, lugares y estaciones asignadas, de acuerdo con sus diversas capacidades y talentos, y cada uno mantiene su lugar y continúa en su propia ocupación (…) Hay algún acuerdo natural de una cosa con otra, alguna igualdad y proporción en cosas de naturaleza similar y de una relación directa una con otra. Así es en los deberes relativos, deberes de los hijos hacia los padres y de los padres hacia los hijos, deberes de los esposos y esposas, deberes de los gobernantes y súbditos, deberes de la amistad y el buen vecindario, y todos los deberes que debemos a Dios.
Para Edwards, los deberes de los gobernantes y súbditos, que son bíblicamente similares a los de amos y esclavos, son ejemplos de los deberes basados en clases sociales, cuyo objetivo final es darle gloria a Dios. Sin embargo, Edwards también articuló la benevolencia desinteresada como el mandato ético clave para glorificarlo a Él:
La virtud verdadera consiste esencialmente en la benevolencia hacia Dios y buscará el bien de cada ser individual, a menos que se considere que no es consistente con el mayor bien del ser en general.
Edwards creía que la virtud verdadera es buscar el bien último de otra persona sin considerar si hay un beneficio propio o no. En ese sentido, buscar la libertad de los esclavos podría traer más gloria a Dios que mantenerles en su estado de sumisión. Él no desarrolló completamente esta idea, pero sus seguidores posteriores, los edwardianos, sí, y crearon el concepto de “benevolencia desinteresada”, una base clave para su abolicionismo.
En resumen, Jonathan Edwards, el famoso predicador del Gran Despertar, construyó un profundo razonamiento teológico que puso la gloria de Dios en el centro de la virtud cristiana. Murió en 1758, cuando el abolicionismo todavía no tenía fuerza en América. Sus meditaciones, aunque guiaron a las siguientes generaciones a terminar con la esclavitud, no tuvieron en él un efecto tal que lo llevara a abandonar su práctica.
John Wesley: el predicador que tuvo suficiente tiempo para arrepentirse
John Wesley nació el 28 de junio de 1703 en Epworth, Lincolnshire, Inglaterra. Fue el decimoquinto hijo de Samuel y Susanna Wesley. Creció en un hogar profundamente religioso, influenciado por el ministerio de su padre como rector y la devoción espiritual de su madre. En 1720, Wesley ingresó al Christ Church College de Oxford, donde se destacó académicamente y comenzó a formar sus ideas teológicas. Estando allí, en 1729 Wesley formó el Holy Club junto con su hermano Charles y otros estudiantes. Esta experiencia temprana de comunidad y disciplina espiritual sentó las bases para su ministerio.
Así, su fuerte anhelo por servir a Dios y predicar el evangelio lo llevó a aceptar en 1735 la invitación del Dr. John Burton y de James Oglethorpe, el fundador de la colonia de Georgia, para viajar a América. La misión tenía dos objetivos principales: evangelizar a los colonos ingleses y a los nativos americanos, y servir, junto con su hermano Charles, como pastores para la comunidad de Savannah. También buscaba renovar su fervor espiritual y poner a prueba sus principios religiosos en un entorno nuevo y desafiante.
Al llegar a Georgia, Wesley fue testigo del trato a los esclavos en la colonia. Observó de primera mano las duras condiciones y el trato inhumano que se les daba: eran forzados a trabajar en condiciones extremadamente difíciles, sufriendo castigos físicos severos y viviendo en circunstancias de gran opresión. Esta experiencia inicial dejó una impresión duradera en él, quien ya tenía una sensibilidad hacia la justicia y la igualdad debido a sus creencias. Sin embargo, no pudo hacer mucho para cambiar la situación de los esclavos.
De hecho, consideró que su experiencia ministerial en Georgia fue un fracaso, por al menos tres razones. Primero, su relación con los colonos no fue buena: intentó imponer la estricta disciplina religiosa que practicaban en el Holy Club, pero esta no fue bien recibida. Segundo, encontró obstáculos en sus intentos de evangelizar a los nativos americanos: las barreras lingüísticas y culturales, junto con la falta de recursos y apoyo adecuado, dificultaron significativamente sus esfuerzos misioneros. Tercero, tuvo una controversia personal: se enamoró de la sobrina del magistrado local, pero ella se casó con otro hombre, por lo que Wesley terminó negándole la Comunión, razón por la cual recibió una demanda legal.
Todo esto lo llevó a volver a Inglaterra en 1737. Como señala McGever, a pesar de los terribles hechos que había presenciado, Wesley guardó silencio con respecto a la esclavitud, y se enfocó más en su relación personal con Dios. La mayoría de los historiadores señalan la importancia de una reunión en la calle Aldersgate en Londres el siguiente año. Allí, durante la lectura del prefacio de Martín Lutero a la Epístola a los Romanos, Wesley experimentó lo que describió como un “extraño calor en el corazón”, convirtiéndose a Cristo. Sin duda ese fue el momento más importante de su vida, pero también hizo que todo lo que había experimentado en Georgia quedara en el olvido por más de treinta años.
Durante las décadas de los años 40, 50 y 60, John Wesley desarrolló su importante ministerio metodista en Inglaterra. Influenciado por la fama de su antiguo amigo George Whitefield, quien predicaba al aire libre, se convirtió en uno de los predicadores más influyentes de Inglaterra al enseñar de la misma forma. Sus seguidores se organizaron en “clases” de once estudiantes y un líder, en las cuales leían la Biblia, oraban y recolectaban recursos para la caridad. Esto se convirtió en un gran movimiento con el pasar del tiempo.
Durante esas mismas décadas, Wesley desarrolló la misma convicción frente a la esclavitud que Whitefield y Edwards: no creía que la institución en sí misma tuviera que ser eliminada, sino que debía cambiar la manera en la que los amos trataban a los esclavos y el procedimiento por el cual se comercializaban. De hecho, con el pasar de los años, trabajó en pro de que los esclavos fueran educados y cristianizados.
El pastor Samuel Davies, otro reconocido predicador del Gran Despertar, tuvo una importante influencia en Wesley. Este hombre les predicó el evangelio personalmente a cientos de esclavos, quienes se convirtieron al cristianismo, y extendió su campaña de alfabetización a más de mil esclavos con la ayuda de ministros presbiterianos que él mentoreaba. Wesley menciona en su diario una carta que recibió de él en 1756, en donde se ven los impresionantes efectos de la labor evangelizadora entre los esclavos negros, quienes “aprovechaban cualquier momento de ocio para leer”.
Según McGever, aunque Wesley tuvo las mismas creencias que Edwards y Whitefield, no compró esclavos a causa de sus condiciones geográficas específicas: su ministerio estuvo enfocado en Inglaterra, a diferencia de los dos primeros, quienes predicaron principalmente en América. De hecho, Whitefield también ministró bastante tiempo en Inglaterra, pero sus esclavos estaban en América. En otras palabras, Wesley no los tuvo solo porque no tenía necesidad de ellos.
Pero, ¿cómo es que Wesley llegó a ser un importante promotor de la libertad para los esclavos? McGever dice que Wesley tuvo un regalo que Edwards y Whitefield no: una vida larga, pues murió en 1791, a sus 87 años. En cambio, Whitefield falleció en 1770, a sus 55, y Edwards en 1758, a sus 54. ¿Qué habría sucedido si Wesley hubiera muerto a la edad de 55? ¡Apenas y habría alcanzado a recibir la carta de Samuel Davies!
Wesley rompió su silencio sobre los abusos de la esclavitud en 1774, al publicar Thoughts Upon Slavery (en español, Pensamientos sobre la esclavitud). En ese momento tenía 71 años; en palabras de McGever, habían transcurrido “37 años de silencio” desde que vio los abusos en Georgia. Entonces hizo una condena enérgica, basada en argumentos morales, religiosos y humanitarios, de la esclavitud y del comercio de esclavos. Afirmó que se trata de una práctica inhumana y una grave violación de los principios cristianos de amor, justicia y dignidad. Su razonamiento no salió principalmente de la Biblia (labor que desarrollaron otros teólogos más adelante), pues quiso evitar críticas innecesarias por parte de personas que interpretaban los pasajes de maneras diversas.
Al menos dos cosas lo llevaron a hacer la transición de una simple defensa por la educación de los esclavos, a un rechazo total a la esclavitud. Primero, la escatología de Wesley cambió en la década de los años 60, cuando adoptó una perspectiva postmilenialista (aunque algunos argumentan que también tiene algo de premilenialista): creía que Cristo regresará después de un período de mil años de justicia y paz, una era para la que los cristianos deben trabajar activamente. Segundo, en los primeros años de la década de los años 70, se expuso a los pensamientos de Anthony Benezet, un influyente abolicionista que registró detalladamente todos los brutales abusos que producía este comercio, y con quien mantuvo una prolongada correspondencia.
Desde entonces, Wesley se convirtió en uno de los mayores defensores de la libertad y el abolicionismo. Inicialmente se opuso a todas las formas de adquisición de esclavos y les pidió a los comerciantes de esclavos que renunciaran inmediatamente a sus trabajos. A mediados de sus 80 años, llegó a abogar por la emancipación total.
Además, a causa del movimiento metodista, que llegó a América en la década de 1760, su influencia se extendió bastante. Uno de sus impactos más notables estuvo en la vida de William Wilberforce (1759-1833), un miembro evangélico del Parlamento que desarrolló una gran campaña en contra de la esclavitud.
Así, en resumen, Wesley pudo adoptar una perspectiva antiesclavista gracias al don de una vida larga, que le permitió revisar la postura abolicionista con mayor seriedad. Esto deja ver que le tomó 50 años completar el proceso de cambio, lo cual es un testimonio de que las normas culturales pecaminosas son extremadamente difíciles de erradicar de la sociedad.
Pecadores y santos
Whitefield, Edwards y Wesley adoptaron a lo largo de sus vidas una visión cristianizada de una práctica tan pecaminosa como la esclavitud. Creyeron, al igual que los cristianos evangélicos de su época, en tres normas generales de conducta sobre la esclavitud:
- Que debían evitar la adquisición indebida de esclavos, pues se trataba de un robo forzado de personas traídas del otro lado del Atlántico. Pero se permitían comprar a los descendientes de esclavos.
- Que su relación de esclavitud debía guiarse por la virtud cristiana, siguiendo el patrón “bíblico”: los esclavos deben ser obedientes y los amos deben ser moderados.
- Los esclavos tenían que ser evangelizados, aunque su conversión no implicara emancipación.
Después de revisar la relación de estos tres grandes teólogos con la esclavitud y ver cómo sus contextos los llevaron a abrazarla en diferentes medidas, somos desafiados a encontrar una perspectiva correcta sobre ellos. ¿Acaso debemos ignorar sus errores con el objetivo de resaltar sus logros? ¿O debemos condenarlos por sus posturas?
Al final de su libro, McGever nos invita a meditar en la genealogía de Jesús desarrollada en Mateo 1. El apóstol no solo tomó la decisión contracultural de incluir mujeres, sino que puso allí algunas que no parecían las más dignas: dos prostitutas (Tamar y Rahab), una gentil (Rut) y una con quien David cometió adulterio (Betsabé). Entre las muchas razones para esto, McGever indica que, en el pueblo de Dios, creado gracias a la obra redentora de Cristo, los pecadores y las personas despreciadas son bienvenidas, e incluso usadas por Dios para llevar a cabo Sus planes.
Por eso, explica McGever, los cristianos del pasado deben ser vistos de manera integral y sus errores han de ser un recordatorio de la necesidad de gracia que ellos también tuvieron:
Nuestros héroes humanos son tanto pecadores como santos, y deben ser recordados de esta manera. Los evangélicos tenemos nuestra propia genealogía que se remonta a esclavistas como Whitefield y Edwards. No necesitamos ocultar o ignorar estos hechos. Necesitamos el coraje y la sabiduría del mismo Dios que inspiró la honestidad genealógica estratégica de Mateo. Muchos evangélicos blancos tienen una genealogía espiritual que se remonta a una generación a personas como John Stott y Billy Graham, otra generación atrás a Aimee Semple McPherson, D.L. Moody y Charles Spurgeon; luego más atrás a personas como Charles Finney, y se origina con Edwards, Whitefield y Wesley. Si examinas a cada uno de ellos, todos estos cristianos evangélicos tienen defectos. Todos son tanto pecadores como santos.
Así, las historias de los grandes e imperfectos predicadores Edwards y Whitefield, confrontan hoy a la iglesia, llevándola a enfocarse en sus propios errores motivados por la adaptación a la cultura:
Reconocer los fracasos de nuestros héroes nos obliga a reconocer el mal que han hecho, responsabilizándolos plenamente por sus acciones y cualquier creencia falsa subyacente; no tienen excusa. También debemos aprender de sus errores. Si nuestros ojos se han abierto a sus fracasos, ya no podemos pretender estar ciegos a los nuestros. Estamos llamados a amarlos, como compañeros pecadores caídos que necesitan el perdón de Dios, y si esto es difícil (lo cual es probable), recordamos que Jesús nos insta a perdonar a otros como hemos sido perdonados nosotros mismos.
¿Qué tanto nos estamos dejando permear por el individualismo, la ideología LGTBIQ+, el libertinaje sexual, el consumismo en cuanto a la iglesia local, y la falta de radicalidad en la predicación del evangelio, entre muchas otras actitudes propias de nuestra cultura? Quizás, al igual que Wesley, tengamos el tiempo suficiente para retractarnos y perseguir una mentalidad bíblica, pero quizás no. Entonces, ¿seremos recordados como “hombres y mujeres de nuestro tiempo”?
Referencias y bibliografía
Jonathan Edwards Sr. | Esclavitud Princeton
Carta de Samuel Davies a John Wesley | Log College Press
Tres ‘padres fundadores’ evangélicos y su complicada relación con la esclavitud | Christianity Today
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