El territorio geográfico y político en Sudamérica conocido como Brasil fue descubierto por los europeos, específicamente portugueses, a finales del siglo XV, a causa de los esfuerzos exploratorios del navegante Pedro Álvares Cabral (c. 1467/1468 – c. 1520). Por supuesto, la religión inmediatamente establecida por el reino de Portugal en este territorio fue el cristianismo de tradición romana/papal.
Unas décadas después, en 1555, Nicolas Durand de Villegagnon (1510-1571), un explorador francés, estableció una colonia llamada «Francia Antártica», en Guanabara/Janeiro, con el apoyo del rey Enrique II y el militar hugonote Gaspar de Coligny.
Villegagnon, también un protestante recién convertido, tenía la intención de construir un refugio en Brasil para los hugonotes franceses y suizos que eran perseguidos en Europa, además del interés económico por la nueva tierra. Asimismo, deseando que se fundara una iglesia reformada, Durand solicitó ayuda por cartas a la iglesia de Ginebra en Suiza.
Estas cartas no se conservaron, pero el hecho ha quedado registrado en el diario personal de Jean de Léry (1534-1613), entonces un joven estudiante de teología, quien en 1556 también se embarcó para ir a Brasil. Esto es lo que Léry dice de la carta:
«La carta pedía que la iglesia de Ginebra enviara inmediatamente a Villegagnon ministros de la Palabra de Dios y con ellos a otras numerosas personas "bien instruidas en la religión cristiana" para reformarlo mejor a él y a su gente y "llevar a los salvajes al conocimiento de su salvación"».
De acuerdo con Léry, esta fue la respuesta de la iglesia ginebrina:
«Al recibir estas cartas y escuchar estas noticias, la iglesia de Ginebra inmediatamente dio gracias a Dios por la extensión del reino de Jesucristo en un país tan lejano y también tan extraño, y entre una nación enteramente sin conocimiento del Dios verdadero».
Por decisión del Consejo de Pastores, la iglesia envió dos ministros:
«El martes 25 de agosto [1556], como consecuencia de una carta en la que se pedía a esta iglesia que enviara ministros a las nuevas islas [Brasil] que los franceses habían conquistado, fueron elegidos el Sr. Pierre Richier y el Sr. Guillaume Chartier. Estos dos fueron posteriormente encomendados al cuidado del Señor y enviados con una carta de esta iglesia».
A través de ellos Calvino envió también dos cartas para Villegagnon, las cuales igualmente se perdieron, pero podemos imaginar que contenían instrucciones y ánimos para la fundación de una iglesia en el «nuevo mundo».
Cuando al año siguiente (1557) llegaron los ministros Richier (1506-1580) y Chartier, junto con centenares de colonos hugonotes (entre estos estaba Léry), se celebró un servicio de acción de gracias en la primera iglesia protestante del continente americano. Richier predicó un sermón y se cantaron salmos. Todo esto conforme al orden de la iglesia reformada de Ginebra.
El trabajo misionero de evangelización iba a estar enfocado en los «tupinambás», una tribu indígena que residía en la bahía de Guanabara ocupada por los franceses. Sus relaciones con estos eran positivas; de hecho, de mutuo beneficio comercial por la producción de sal. Sus prácticas religiosas eran espiritistas, místicas y supersticiosas. Los sacrificios humanos y el canibalismo eran costumbres arraigadas. Las guerras con otras tribus eran comunes y los enemigos capturados eran devorados.
Frente a toda esa barbarie algunos colonos apenas podían creer que los nativos fueran hombres, aunque con algo de hipocresía, se debe admitir, ya que en las guerras religiosas de Europa no faltaban actos barbáricos, como la exposición de los cuerpos despedazados de los enemigos vencidos, que eran muchas veces otros connacionales y hermanos cristianos.
Richier, uno de los ministros, tenía cincuenta años de edad, había sido monje carmelita y era ahora un pastor ordenado en Ginebra, pero aun así esta obra representó un gran reto para él. En una carta a un anónimo, este expresa su frustración por la aparente inutilidad de sus esfuerzos evangelísticos. Señala el cotidiano canibalismo de los nativos, sus muchos vicios y el hecho de que no saben que existe un Dios. Y concluye frustradamente: «Así, nuestra esperanza de ganarlos para Cristo está completamente extinguida. Y esto es grandemente significativo y nos entristece mucho a todos».
A pesar de todo esto, él mantiene la esperanza de que algunos de los jóvenes con él puedan convertirse en intérpretes y así facilitar la educación de los nativos. También espera la llegada de más colonos franceses para incrementar la fuerza de producción económica. Por lo que pide que «sean encomendados a las fervorosas oraciones de todas nuestras iglesias». De Chartier hay menos que decir, quien era veinte años menor que Richier. Ambos enviaron una carta a Calvino dando un reporte de todo el viaje, pero sin hablar mucho de la misión evangelística como tal.
Pero los problemas reales empezaron cuando se celebró la primera Cena del Señor. Villegagnon no se sintió complacido con la celebración, y quería que se hicieran cambios para acomodarla más a la usanza de la iglesia de Roma, añadiendo elementos ajenos a la Cena ginebrina, tales como mezclar el vino con agua, usar ropas sacerdotales y elevar el pan.
Richier se opuso a dichas prácticas, y Villegagnon mostró su verdadera cara al prohibir todo culto a Dios en la zona. Se acordó enviar al joven Chartier a Ginebra para que este consultara con Calvino y los pastores acerca de la polémica. Mientras tanto Richier podía continuar los servicios de la palabra. Aun así Villegagnon se radicalizó en sus ideas, queriendo imponer ahora la doctrina de la transubstanciación en la congregación.
Como consecuencia, los reformados fueron expulsados de la colonia, y sorprendentemente fueron recibidos y hospedados con amabilidad por los miembros de la tribu tupinambá. Más allá de su barbarie, los tupinambás tenían aún un sentido de humanidad, como reconoció Léry en su diario.
Los nativos eran pacíficos entre sí, estaban organizados socialmente por la poligamia, las mujeres eran trabajadoras y cuidaban a sus hijos con afecto materno, y todos honraban con sepelios a sus muertos. Sus leyes de hospitalidad eran muy importantes para ellos, y trataban con atención a cualquier visitante extraño que no consideraran un enemigo.
Todo esto llevó a Léry a afirmar que en este último sentido los nativos eran incluso mejores que «algunos que se hacen llamar cristianos». Pero a pesar del tiempo (unos dos meses) que convivieron con los nativos, no hubo ninguna conversión (hasta donde se sabe).
Finalmente hicieron contacto con un navío que pudiera llevarlos de vuelta a Europa. Cinco laicos decidieron quedarse, pero fueron capturados por Villegagnon, quien les exigió redactar un documento en el que declararan su fe. Esto lo hicieron en unas cuatro horas, escribiendo una confesión de fe que empezaba con estas palabras:
«Según la doctrina del apóstol San Pedro en su primera carta, todos los cristianos deben estar dispuestos a dar respuesta a la esperanza que poseen, con toda mansedumbre y benevolencia».
Esta confesión contaba con 18 artículos y afirmaba el solus Christus y la doctrina reformada de la Cena, convirtiéndose en la primera confesión reformada/protestante de América. Hoy es conocida como la Confesión de Guanabara (1558).
Luego de esto tres de los redactores fueron ejecutados por Villegagnon (uno se retractó), siendo así los primeros protestantes que morían como mártires en América. Estos fueron Pierre Bour don, Jean Bortel y Matthieu Verneuil. Otro de ellos, Jean Boles, continuó predicando un tiempo entre los nativos, pero fue martirizado años después (1567) por los jesuitas que operaban en la bahía.
Los demás hugonotes y colonos reformados, entre ellos Richier, volvieron con éxito a Francia, aunque no sin grandes pruebas a lo largo de la travesía marítima, en la que sufrieron hambre hasta el punto, según cuenta Léry, de considerar el canibalismo.
Ya a salvo en Francia Richier se residenció en La Rochelle, donde fue ordenado como ministro. Publicó un libro denunciando los abusos de Villegagnon, llamado Refutación de las locas ilusiones, execrables blasfemias, y errores y mentiras de Nicolas Durand, quien se hace llamar Villegagnon (1561).
Por su parte, Léry contrajo matrimonio y fue ordenado como pastor. Contó la historia de los tres mártires protestantes en Brasil, que quedó registrada en la Historia de los mártires (1570) de Jean Crespin (c. 1520-1572). También escribió su propio libro: Historia de un viaje hecho en la tierra de Brasil (1574), que ha sido muy útil para la antropología moderna de América.
Es evidente que aquella obra misionera fue un fracaso, al menos en cuanto a su intención última de fundar una iglesia para los colonos y convertir a los nativos. La misma colonia fue luego dominada por los portugueses, y Villegagnon regresó a Francia. No obstante, esta fue un primer intento misionero protestante que inspiraría a otros en el futuro, y fue una muestra de la preocupación de la iglesia reformada de Ginebra por la extensión del reino de Dios en el mundo.
A menudo se suele presentar a Calvino como el autor y protagonista de aquella obra, pero su participación fue desde la lejanía y a través de una breve correspondencia. La obra en realidad fue de la iglesia ginebrina y su Consejo de Pastores, y los protagonistas fueron los ministros Richier y Chartier, junto con laicos voluntariosos como Léry y los mencionados mártires. Estos fueron los primeros misioneros protestantes en Brasil, y sus nombres e historias merecen nuestro recuerdo y veneración.
Bibliografía: Jean De Lery, History of a Voyage to the Land of Brazil, trad. Janet Whatley (University of California Press: California, 1992); Calvin and World Mission, ed. Thomas Schirrmacher (VTR Publications: Alemania, 2009); James I. Good, Calvin and the New World (Journal of the Presbyterian Historical Society, 1909), vol. 5; The Confession of Guanabara en John Gillies, The Martyrs of Guanabara (Moody Press, 1976).
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