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Hace pocos años, mientras dirigía a un grupo de cristianos que recorrían varios lugares de la Reforma a lo largo del Rin en Suiza, Alemania y los Países Bajos, nuestro grupo hizo una excursión de un día a Marburger Schloss o el Castillo de Marburgo, para ver el famoso lugar del encuentro entre los dos titanes reformadores Martín Lutero (1483-1546) y Ulrico Zuinglio (1484-1531).
Para llegar al castillo, había que subir una dura cuesta por calles medievales salpicadas de casas que databan de la misma época en que los dos reformadores alemanes también atravesaron la ciudad hacia el castillo. Ambos hombres eran cristianos notables a los que Dios había utilizado de maneras espectaculares para llevar una auténtica reforma a sus respectivas tierras de Sajonia y Suiza. Sin embargo, también eran seres humanos pecadores, con los defectos comunes a los de su clase.
Cuando pensamos en las cuestiones debatidas durante la Reforma alemana, vienen a la mente asuntos como la justificación y la autoridad de las Escrituras. Pero, por muy polémicos que fueran estos temas principales, la naturaleza de la Cena del Señor también fue objeto de un intenso debate. ¿Está Cristo presente en la Mesa? Y si es así, ¿cómo? Eso es lo que Lutero y Zuinglio vinieron a debatir.
¿Cómo está presente Cristo?
La Iglesia medieval había definido la naturaleza de la presencia de Cristo con respecto a los elementos del pan y el vino en 1215 mediante el dogma de la transubstanciación. De acuerdo con esta doctrina, en un determinado momento de la celebración eclesiástica de la Mesa, cuando el sacerdote pedía para que el Espíritu Santo descendiera sobre el pan y el vino, éstos se transformaban en el cuerpo mismo y la sangre misma de Cristo. Dejaban de ser pan y vino, aunque eso es lo que parecían ser para todos los sentidos humanos.
No es de extrañar que este dogma diera lugar a todo tipo de supersticiones, como la adoración de los propios elementos y una profunda ansiedad por la recepción de la Mesa. Lo que debía ser un lugar de consuelo y un medio de gracia que fortaleciera al creyente y le diera la seguridad de la salvación, se convirtió en un obstáculo de ignorancia y miedo.
Todos los reformadores rechazaban claramente el dogma medieval de la transubstanciación, pero estaban profundamente divididos en cuanto a la respuesta a la pregunta: “¿Cómo, pues, está Cristo presente en la Mesa?"
Disputa protestante
Desde el punto de vista de Lutero, el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes “en, con y bajo” el pan y el vino. Al igual que cuando un atizador de hierro se pone al rojo vivo si se deja en el fuego el tiempo suficiente, así el pan y el vino contienen realmente el cuerpo de Cristo después de la oración de consagración. Al contrario del dogma romano de la transubstanciación, el pan seguía siendo pan y el vino seguía siendo vino, pero ahora contenían el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Cómo ocurría esto? Lutero se contentó con dejarlo en el ámbito de lo que hoy llamamos misterio.
Para Zuinglio, la participación en la Cena del Señor era un acontecimiento comunitario en el que el pueblo de Dios se reunía para ser alimentado por Cristo a través de Su Espíritu. De hecho, en la manera de pensar de Zuinglio, la Cena del Señor “no es verdadera comida si Cristo no está presente”. El pan y el vino son “los medios por los que se logra una unión casi mística con Cristo”. Ciertamente resulta irónico que Zuinglio habría repudiado con ardor lo que se ha dado a conocer como la postura “zuingliana” sobre la presencia de Cristo en su Mesa: a saber, que la Cena del Señor es simplemente un memorial. Sin embargo, Zuinglio rechazó la idea de Lutero de la presencia de Cristo en los elementos, ya que no podía estar de acuerdo con la convicción de Lutero de que el cuerpo humano de Cristo era ubicuo (es decir, capaz de estar presente en todas partes).
Encuentro en Marburgo
Al gobernante alemán Felipe de Hesse (1504-1567), que había abrazado las convicciones reformistas, le angustiaba profundamente que la división entre los reformadores pusiera en peligro el futuro político de la Reforma: le preocupaba que los príncipes católicos romanos trataran de explotar esta división para hacer retroceder políticamente el avance de estas ideas.
Por ello, Felipe organizó un coloquio en su castillo en Marburgo en el otoño de 1529, con la esperanza de sanar la división entre los dos gigantes de la Reforma. Hay que señalar que Lutero acudió a la reunión de mala gana, mientras que Zuinglio estaba ansioso por poner fin a su desacuerdo. Junto a Lutero y Zuinglio, fueron invitadas otras figuras clave, como el irenista Martín Bucero (1491-1551), el colaborador de confianza de Lutero, Felipe Melanchthon (1497-1560), y el reformador de Basilea, Johann Ecolampadio (1482-1531).
El primer día de la conferencia, el 1 de octubre, Felipe dispuso que Melanchthon se reuniera con Zuinglio y que Ecolampadio consultara con Lutero. Pensó (con razón) que reunir a las dos figuras principales inmediatamente después de sus respectivos viajes, incluida la dura caminata hasta Marburger Schloss, podría no ser sabio. Al día siguiente, sin embargo, Zuinglio y Lutero se reunieron. Fue una reunión explosiva que no logró unir a los dos líderes cristianos.
Acuerdo y desacuerdo
Lutero insistía en que “esto es mi cuerpo” significa simplemente eso: la palabra “es” debe tomarse literalmente; el pan es el cuerpo de Cristo. Zuinglio, convencido de que el cuerpo resucitado de Cristo había ascendido al cielo y no podía estar literalmente presente en todos los lugares donde se celebraba la Cena del Señor, insistía con la misma vehemencia en que los elementos debían ser, por tanto, vehículos a través de los cuales Dios se encontraba con quienes acudían a la Mesa con fe.
Sin embargo, como en todo desacuerdo teológico, algo más que la teología los dividía. El hecho de que el dialecto sajón de Lutero fuera prácticamente incomprensible para un hablante de alemán suizo como Zuinglio, ha sido visto por Bruce Gordon como una parábola de su mutua incapacidad para entenderse y de sus diferentes visiones de la vida cristiana. En resumen, sus “puntos de vista sobre Dios y la humanidad, sus diferencias como suizo y alemán” (aunque ambos hombres eran firmes en sus convicciones) y “su autocomprensión como profetas, hacían imposible el acuerdo”.
Aun así, fueron capaces de redactar una declaración sobre la eucaristía. El siguiente artículo, el 15, viene después de catorce puntos sobre los que había pleno acuerdo entre los dos reformadores alemanes:
Decimoquinto, todos creemos y sostenemos con respecto a la Cena de nuestro amado Señor Jesucristo que ambas clases [pan y vino] deben usarse según la institución de Cristo; también que el Sacramento del Altar es un sacramento del verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo y que la participación espiritual del mismo cuerpo y sangre es especialmente necesaria para todo cristiano. Asimismo, que el uso del sacramento, como el de la palabra, ha sido dado y ordenado por Dios Todopoderoso para que las conciencias débiles sean así estimuladas a la fe por el Espíritu Santo. Y aunque en este momento no hemos llegado a un acuerdo en cuanto a si el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo están presentes corporalmente en el pan y el vino, no obstante, cada parte debe mostrar amor cristiano a la otra en la medida en que la conciencia lo permita, y ambas partes deben orar diligentemente a Dios Todopoderoso para que, a través de Su Espíritu, nos confirme en el entendimiento correcto.
Aquí vemos que Zuinglio, al igual que Lutero, afirma que la Cena del Señor es vital para la vida cristiana, ya que es un medio por el cual el Espíritu Santo fortalece la fe de los creyentes. Lamentablemente, la observación final relativa a la demostración del amor cristiano no llegó a materializarse.
El legado de la división
En última instancia, Lutero se negó a reconocer al reformador suizo como un cristiano genuino, por lo que su división siguió sin sanar. Tras el coloquio, Lutero concluyó que Zuinglio era un hombre “corrompido” que no tenía parte con Cristo y que era “siete veces peor que cuando era papista”.
Como temía Felipe de Hesse, los príncipes católicos romanos se aprovecharon de esta división. Dos años más tarde, en octubre de 1531, unos siete mil soldados católicos romanos atacaron el cantón de Zúrich. Zuinglio salió a su encuentro en Kappel, donde él y otros quinientos protestantes fueron asesinados en el campo de batalla. Las tropas católico romanas habían estado confiadas en que los príncipes luteranos alemanes no apoyarían a Zuinglio, y de ahí la audacia de su ataque contra Zúrich. Cuando Lutero se enteró del fin de Zuinglio, se mostró tajante: Zuinglio había muerto “en gran pecado y blasfemia”.
La división entre estos dos hombres de Dios de habla alemana y su triste legado es un recordatorio aleccionador del peligro de dividirse por cuestiones que no pueden demostrarse bíblicamente como primarias. Cuando nos enfrentamos a la división cristiana, y nuestros días están igualmente llenos de antipatía y malentendidos entre creyentes, todos necesitamos orar la oración que Zuinglio pronunció antes del comienzo de aquel famoso coloquio en Marburger Schloss:
Llénanos, Señor y Padre de todos nosotros, te suplicamos, con Tu tierno Espíritu, y disipa en ambos lados las nubes de incomprensión y pasión.
Este artículo fue traducido y ajustado por Carolina Ramírez. El original fue publicado por Michael AG Haykin en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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