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Han pasado más de 250 años desde que John Newton escribió Sublime gracia [en inglés, Amazing Grace] y la presentó a su congregación el día de Año Nuevo de 1773. Había sido pastor en la tranquila ciudad mercantil de Olney durante casi una década, pero su vida anterior había sido de todo menos tranquila.
Había atravesado muchos peligros, dificultades y trampas: decisiones imprudentes, entre ellas, una relación amorosa; traumas y secuestros; estuvo a punto de naufragar, y de morir de hambre y de enfermedad; fue esclavizado y luego se volvió traficante de esclavos. Pero al final, fue un hombre transformado. Se convirtió en un consejero espiritual sabio, un predicador poderoso, un compositor de himnos popular y, a su debido tiempo, un abolicionista valiente. Cuando se publicó su autobiografía, poco después de su ordenación, la gente del pueblo se le quedaba mirando cuando lo veía por la calle. Sublime gracia, desde luego.
De las muchas historias sorprendentes que hay detrás de la canción, una de las más conmovedoras tiene que ver con la amistad de Newton con el atribulado poeta William Cowper. El día que la congregación cantó Sublime gracia fue el último día de Cowper en la iglesia.
Años dorados de amistad
William Cowper había sufrido una gran angustia mental e incluso había tenido tendencias suicidas diez años antes. En un manicomio a las afueras de Londres, se recuperó, por la gracia de Dios, justo en la época en que Newton llegó a Olney como pastor. Ambos se conocieron tres años más tarde y se hicieron muy amigos.
De hecho, Newton lo invitó a mudarse a Olney y durante unos doce años fueron prácticamente vecinos, con solo un pequeño huerto entre la vicaría y la casa de Cowper en la plaza del mercado. Este último había estado viviendo en Cambridgeshire con la viuda Mary Unwin y su familia, y se mudaron todos juntos a la casa que llamaron “Orchardside” [en español, Junto al huerto], contentos de pensar que estarían en un lugar donde se predicaba y amaba el Evangelio.
Cowper y Newton tenían mucho en común. Ambos habían perdido a sus madres cuando solo tenían seis años, habían sufrido abusos en el internado y eran “hombres de letras” con intereses literarios. Pero, sobre todo, ambos se tomaban en serio su fe en Cristo.
Durante seis años su amistad fue creciendo. Newton, quien era mayor que el tímido Cowper por más de seis años, lo animó a compartir la labor pastoral, las reuniones de oración y la escritura de himnos. Esa fue la época dorada de su relación. Newton admiraba las dotes poéticas de su amigo, y uno u otro escribía himnos cada semana para los servicios parroquiales. En Olney había un avivamiento local y, cuando se inauguró un nuevo edificio para las reuniones de oración, Cowper escribió con una sensación real de la presencia de Dios:
Jesús, doquier tu grey se juntará,
Tu trono de gracia contemplará;
Donde te busquen, te encontrarán,
Y cada sitio, en sagrado se transformará.
Había indicios, sin embargo, de que Cowper seguía luchando de vez en cuando con la angustia del alma. Cuando la Sra. Unwin, que era como una madre para él, enfermó gravemente, escribió con cierta melancolía sobre un “vacío doloroso” en su espíritu, en comparación a como estaba justo después de su conversión:
Qué paz sentí en aquel momento,
¡Cuán dulce es aún su recuerdo!
Mas dejaron un hueco profundo,
Que no se llenará en este mundo.
Sin embargo, sorprendentemente, pudo convertir esta melancolía espiritual en un himno ejemplar de oración por un acercamiento a Dios. Era una oración para todos nosotros.
[Puedes leer: William Cowper y su dura batalla contra la depresión]
Se abre un abismo
Más tarde, escribir de esta manera se haría más difícil. En 1771 sintió una profunda inquietud y le dijo a Newton: “Mi alma está entre leones”. Un año después, Newton observó: “Cowper está en las profundidades tanto como siempre”. Pero a decir verdad, ninguno de estos problemas predijo lo que sucedería el 2 de enero de 1773. Fue totalmente inesperado.
Al día siguiente de cantar Sublime Gracia en la iglesia, Newton fue llamado urgentemente a Orchardside. Cowper había vuelto a caer en una oscura depresión y tenía tendencias suicidas. Fue un colapso total. Tres semanas después, sucedió lo mismo: Newton y su esposa Mary fueron a Orchardside a las cuatro de la mañana y se quedaron allí cuatro horas. Luego, en algún momento de febrero, Cowper afirmó oír una voz divina que le anunciaba su propia condenación: estaba singularmente maldito por Dios.
Se había abierto un abismo de desesperación espiritual. Al año siguiente, Cowper expresó toda su horrible angustia en un poema titulado Odio y venganza, mi porción eterna, en el que se describía a sí mismo como “más vil que Judas; más aborrecido que él”. Mientras que, según la historia bíblica, los hijos de Coré fueron tragados por un terremoto en el juicio de Dios, el destino de Cowper era estar “en una tumba carnal... sepultado en vida”. Newton siguió siendo su amigo, pero ya no podía ser su consejero espiritual de la misma manera.
En abril, y durante catorce meses, Newton y Mary acogieron a Cowper y a la Sra. Unwin en su propia casa y estuvieron en vigilancia constante para prevenir el suicidio. Newton buscó medicinas para su amigo, e incluso probó una de las nuevas máquinas de electroterapia, por si eso podía ayudar. Al final, nada funcionó. Cowper encontró el camino hacia una especie de cordura a través de su poesía, su erudición clásica, su escritura de cartas y su contemplación de la naturaleza. De hecho, se convirtió en uno de los grandes poetas de su época. Pero la desesperación espiritual nunca desapareció y, en ocasiones, estuvo a punto de hundirse bajo las olas. Esto fue lo que reflejó en su último poema, en 1799, donde describió a un náufrago perdido en el mar, pero concluyó:
Perecimos, cada uno solo;
Mas yo, en mares de mayor tempestad,
Y sumergido en abismos de mayor profundidad.
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Vela en la ventana
Newton se marchó de Olney a Londres en 1780, y podemos seguir el curso de la amistad de los dos hombres en sus cartas. Mantuvieron un genuino afecto mutuo e incluso cordialidad en su correspondencia, aunque hubo momentos de tensión, cuando Cowper se adentró en diferentes círculos sociales que eran menos sinceros espiritualmente de lo que Newton hubiera esperado. A este último le costó desprenderse de su papel de mentor, celoso del bienestar espiritual de su amigo. También le resultaba difícil ser marginado o mantenido al margen de algunos de los proyectos literarios de Cowper.
Sin embargo, la amistad perduró hasta el final. Me parece que esto es lo que ocurre a veces con los amigos a lo largo de los años: se superan las molestias, se reconcilian, se aprende a dejar que el amor cubra multitud de pecados (por ambas partes) y simplemente se permanece en vigilia. Recuerdo las maneras en que he intentado mantener una relación afectuosa con amigos que se han apartado de la fe o se han alejado por razones desconocidas. Aunque duela perder algo de intimidad, uno mantiene una vela en la ventana.
Me parece muy conmovedor ver cómo Newton nunca se dio por vencido en cuanto a la espiritualidad de Cowper, sino que rodeó su enfermedad mental dentro de una perspectiva de fe más amplia. Era como si Newton perseverara por él. En 1780, le escribió desde Londres a su amigo: “¡Qué extraño que tu juicio esté tan nublado en un solo punto, y que sea uno tan obvio y sorprendentemente claro para todos los que te conocen!”. No estaba dispuesto a compartir la desesperación espiritual de William.
En cambio, añadió, “aunque tus consuelos hayan estado suspendidos por tanto tiempo, no recuerdo un solo día desde que te sobrevino la calamidad en que no pudiera percibir una evidencia tan clara y satisfactoria de la gracia de Dios contigo, como en tus épocas más brillantes y felices”.
La última carta de Cowper fue a Newton, y no pudo evitar recordar aquellos tiempos en que la fe parecía segura. “Pero yo era poco consciente de lo que me esperaba, y de que se avecinaba una tormenta que en un momento terrible oscurecería, y en otro aún más terrible, borraría para siempre esa perspectiva”. Entonces, cerró su carta despidiéndose: “Adiós, querido señor, a quien en aquellos días llamé querido amigo, con sentimientos que justificaban el apelativo”.
Piedad en la tormenta
A menudo, para ambos hombres, la imagen de la tormenta parecía la más adecuada. Si Newton había enfrentado sus tormentas en el mismo Atlántico Norte, las de Cowper eran internas. Fue cerca del comienzo de sus problemas que escribió con fe:
Dios se mueve de manera misteriosa,
Sus maravillas para realizar.
Él da pasos en el mar
Y sobre la tormenta va a cabalgar.
Creo que Newton siguió creyendo esto por su amigo hasta el final. Como Cowper había escrito en este mismo himno:
Santos temerosos, tomen nuevo valor,
Las nubes que tanto temen
Están llenas de misericordia, y se abrirán
En lluvias de bendiciones sobre sus cabezas.
Cowper también había escrito antes sobre la sangre de Cristo “extraída de las venas de Emmanuel”, y en una de las estrofas anticipaba su propia muerte. Un día, este poeta volvería a cantar:
Entonces, en una canción más noble y dulce
Cantaré tu poder de salvar;
Cuando esta lengua que pobre balbucea
Yazca silenciosa en la tumba.
Este fue el fuerte hilo de fe al que Newton se aferró por su amigo. No podemos darle sentido a todo el sufrimiento de esta vida, pero podemos confiar en una misericordia más allá de la tumba. Cantar de los Cantares 8:6 (NBLA) dice: “...fuerte como la muerte es el amor”.
El caso de Cowper tuvo que ser el reto pastoral más difícil de la vida de Newton. Seguramente le rompió el corazón. Escribió: “Después de los deberes de mi ministerio, atenderlo era mi misión de vida”. No era en absoluto un amigo perfecto, pero Newton ofrece un buen ejemplo de lo que puede significar caminar con amigos que atraviesan el valle de sombra de muerte. La “sublime gracia” de Dios es lo suficientemente profunda para todo esto y más.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Bruce Hindmarsh en Desiring God, bajo el título Amazing Grace in Deep Despair.
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