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Esta mujer sirvió como médica misionera, atendiendo y formando a otros, durante más de 20 años en África. Sirvió en medio de una feroz oposición por parte de los gobiernos hostiles. Fue terriblemente maltratada y padeció muchos sufrimientos por su empeño de obedecer al llamado del Señor. Bienvenidos a este resumen de la vida de Helen Roseveare (1925-2016).
Cueste lo que cueste
Helen Roseveare nació en 1925 en el condado de Hertfordshire, Inglaterra, donde su padre era profesor de matemáticas en una escuela local. Fue criada por sus padres en la tradición de la Iglesia Anglicana. Mientras era una niña y participaba de la escuela dominical, una de sus maestras le contó en una ocasión sobre la India y sobre la profunda necesidad de misioneros en este país oriental. En ese momento, la pequeña Helen decidió que dedicaría su vida a las misiones.
Al ser maestro, el padre de Helen daba mucha prioridad a la educación, así que la impulsó a estudiar medicina. Estando en la facultad, Helen se unió a la Unión Cristiana Intercolegiada de Cambridge, la organización cristiana estudiantil más destacada de la Universidad. Allí se convirtió en una participante activa de todas las reuniones de oración y de estudio bíblico.
Pero en el invierno de 1945 Helen viajó a un retiro de estudiantes en el que el evangelio fue revelado a su corazón y la joven se convirtió al Señor. Esa misma noche dio testimonio de su conversión y habló públicamente sobre su deseo de dedicar su vida a las misiones. Ella dijo: "Iré a donde Dios quiera que vaya, cueste lo que cueste".
Después de la reunión, subió a una montaña a orar. Posteriormente recordaría que ella misma le diría al Señor: “Ok, Dios, hoy lo digo en serio. Adelante, hazme más como Jesús, cueste lo que cueste. Pero, por favor, cuando sienta que no puedo soportar más y grite: ‘¡Alto!’ ¿Ignorarás mi ‘alto’ y recordarás que hoy te dije ‘adelante’?”
Servicio en el Congo
Después de graduarse de Cambridge con un doctorado en medicina, se fue a estudiar durante seis meses a la Cruzada mundial de evangelización. Una vez terminó sus estudios allí, se fue a Bélgica para aprender francés y luego viajó a Holanda para recibir un curso de medicina tropical con el objetivo de viajar a África. En marzo de 1953, con tan solo 28 años, Helen llegó al Congo. Decidió trabajar y vivir entre la comunidad local mientras aprendía a hornear ladrillos y a la vez ayudaba a construir un hospital.
Pronto emprendió su misión de abrir un centro de maternidad y fundar una escuela de capacitación para enfermeras cristianas que sirvieran como enfermeras evangelizadoras. Ellas tendrían también la misión de dirigir pequeñas clínicas y dispensarios médicos en otras regiones del país. Sus compañeros y pacientes le empezaron a llamar Mama Luka, en honor a Lucas, el escritor y médico del Nuevo Testamento.
En 1955, dos años después de su llegada a África, se le pidió a Helen que trasladara su trabajo a siete millas de distancia a Nebobongo para dirigir un centro de maternidad y lepra que había sido abandonado. El trabajo de Helen allí fue tan importante que en poco tiempo ayudó a transformar el centro en un hospital con más de cien camas que atendía a mujeres, niños y a pacientes con la enfermedad de lepra. En el centro también se desarrolló, bajo el liderazgo de Helen, una escuela de capacitación de paramédicos y se abrieron cuarenta y ocho clínicas rurales en los alrededores.
A través de estos años de arduo trabajo y lucha, el Señor le reveló a Helen sus pecados de obstinación, impaciencia y orgullo racial. Con su exceso de trabajo, pronto Helen se encontró disputando con colegas y ciudadanos, hasta que su pastor local la animó a pasar una semana fuera en oración y ayuno. A través de esta experiencia, recibió renovación.
Debido a sus luchas y a su cansancio, en 1958, decidió pedir una licencia y regresar a Inglaterra para descansar y recibir más formación médica. Allí conoció a un joven médico inglés y pronto se desarrolló un romance. Helen consideró casarse, pero sintió que el Señor quería que permaneciera soltera. Después de una profunda lucha, finalmente aceptó el plan divino y en 1960 regresó al Congo.
¡Me amaba!
En enero de 1960 el gobierno belga acordó la descolonización. El Congo obtuvo su independencia y se convirtió en la República Democrática del Congo. Inmediatamente la nueva nación se deslizó hacia un vacío político cuando el gobierno belga abandonó abruptamente la región, lo que provocó conflictos internos, que llevaron a rebeliones que desembocaron en la Guerra Civil en 1964.
Durante este tiempo, muchos misioneros y diplomáticos regresaron a casa porque fueron atacados, torturados y a menudo ejecutados. Helen decidió quedarse. El suyo era el único hospital en un radio de más de 160 kilómetros, así que sentía que tenía una responsabilidad. Cuando llegaron los rebeldes, los aldeanos trataron de protegerla, pero fue capturada. Todas las instalaciones médicas fueron destruidas y Helen se convirtió en uno de los diez misioneros protestantes puestos bajo arresto domiciliario por las fuerzas rebeldes durante varias semanas. Finalmente fueron trasladados y encarcelados por el nuevo gobierno.
Posteriormente ella narraría el horror de este tiempo así: “Me encontraron, me arrastraron de los pies, me golpearon en la cabeza... me tiraron al suelo, me patearon, me arrastraron por los pies solo para golpearme de nuevo: el dolor punzante de un diente roto, una boca llena de sangre pegajosa y mis lentes desaparecidos”. Dijo sobre sus captores que “Eran brutales y generalmente estaban borrachos. Maldecían, golpeaban, usaban la culata de rifles y garrotes. Fuimos apresados, arrojados a las cárceles, humillados y amenazados”.
El sufrimiento de Helen llegaría a su punto más alto el 29 de octubre de 1964 cuando fue violada. Mas tarde relató sobre esta experiencia: “En esa terrible noche, golpeada y maltratada, aterrorizada y atormentada, indeciblemente sola, había sentido que por fin Dios me había fallado. Seguramente Él podría haber intervenido antes, seguramente las cosas no debieron haber ido tan lejos. Había alcanzado lo que parecía ser la máxima profundidad de la desesperada nada”.
Pero en medio de esa terrible oscuridad ella sintió que el Señor le decía: “Me pediste, cuando te convertiste por primera vez, el privilegio de ser misionera. Eso es todo. ¿No lo quieres?... Estos no son tus sufrimientos. Son míos”.
Más tarde señaló la bondad de Dios a pesar de este gran mal: “A través de la experiencia brutal y desgarradora de la violación, Dios se encontró conmigo, con los brazos extendidos de amor. Fue una experiencia increíble: estaba tan absolutamente allí, tan totalmente comprensivo, su consuelo era tan completo, y de repente lo supe, realmente sabía que su amor era indeciblemente suficiente. ¡Me amaba!”
El privilegio de servir al Señor
Finalmente, Helen fue liberada a principios del año 1965 y pudo regresar al Reino Unido. Pero en 1966 regresó al Congo y aceptó el desafío de construir un nuevo hospital en una nueva ubicación. Dejó su trabajo en Nebobongo y se trasladó a Nyankunde, en el noreste de Zaire (como se llamó al país en ese momento), para establecer un nuevo centro médico. Al llegar al sitio, descubrió que tenía que construirlo desde cero. Un médico misionero trabajó con ella mientras capacitaba a médicos locales. Antes de que pudieran comenzar su formación médica, tuvieron que ayudar a construir las instalaciones, por lo que pusieron ladrillos y construyeron el hospital.
La labor de Helen allí también fue admirable. Logró establecer un hospital con 250 camas, una sala de maternidad, una escuela de formación para médicos, un centro para el tratamiento de la lepra y varios otros servicios médicos. Con el paso del tiempo, la RDC reconoció oficialmente el nuevo hospital que trajo subsidios gubernamentales y más estudiantes.
Se nombró una nueva pareja para supervisar la misión, y en 1973 el tiempo de Helen en África estaba llegando a su fin. Ese año Helen regresó al Reino Unido debido a sus quebrantos de salud y se instaló en Irlanda del Norte. Estando allí se dedicó a trabajar como abogada misionera.
Pasó sus últimos años escribiendo, hablando en público y alentando a las nuevas generaciones de misioneros a seguir el llamado. A menudo revisaba la palabra "privilegio". Por todo lo que soportó: las penurias, la soltería, los sufrimientos, etc., todo se disipó en lo que ella llamó el gran privilegio de ser usada para el Señor. Helen falleció a la edad de 91 años, el 7 de diciembre de 2016.
¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Cuando escuchas la frase “el privilegio de servir al Señor” qué es lo que viene a tu mente? ¿Has podido experimentar la gracia del Señor en tus momentos de sufrimiento? ¿De qué maneras la vida de Helen Roseveare te ha inspirado?
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