La primera estación de radio cristiana misionera surgió en el corazón de un estadounidense, se cristalizó en Latinoamérica y se convirtió en luz para las naciones. Así fue como la idea de una persona pasó a ser una voz de esperanza para millones.
Prisioneros de guerra y ciudadanos de países bajo dictaduras encontraron fe y esperanza gracias al Evangelio presentado por la HCJB. Adolescentes y jóvenes sumidos en adicciones recibieron a Cristo en su corazón y empezaron su proceso de transformación. Un ciego expresó su gozo por las transmisiones que podía oír. En medio de la tristeza por no poder ver a su hermana, que estaba al otro lado del muro de Berlín, una mujer en la Alemania occidental expresó su hambre por la Palabra de Dios.
Esos son solo algunos de los testimonios que los radioescuchas de La Voz de los Andes han dado a conocer a quienes durante años les han compartido el evangelio y, en cierta forma, los han discipulado. En esta oportunidad, recopilaremos los inicios de la estación que usó las ondas radiales, la cultura y la fe para llevar a cabo la Gran Comisión por todo el mundo.
El hombre que recibió la visión
El estadounidense Clarence Wesley Jones (1900-1986) nació en una familia devota y dedicada a la Gran Comisión. Su padre participaba en los programas de evangelización del Ejército de Salvación y él, a sus 12 años, se involucró como músico en una banda de aquel movimiento. Pasó por varios instrumentos hasta que se decidió por el trombón. Luego, en 1918, comenzó a tocar en la banda del Tabernáculo de la Iglesia Moody. Fue allí en donde, al escuchar al pastor Paul Rader, tuvo convicción de su necesidad de Cristo, así que le entregó su vida.
Casi de inmediato, inició un programa misionero para dedicarse a la obra cristiana, se graduó en 1921 y empezó a ayudar al evangelista Charles Neighbor como cantante de sus reuniones y colaborador en la organización de eventos. En una de esas campañas conoció a Katherine Welty, con quien se casó en 1924. Pero fue un par de años antes que empezó a forjarse su vínculo con la radio, el cual lo acompañaría hasta sus últimos días.
“Por fin vamos a combatir a Satanás en su propio territorio: ¡el aire!”, dijo Rader.
En 1922, se unió al equipo de la nueva iglesia que Rader había iniciado: Tabernáculo del Evangelio de Chicago (Chicago Gospel Tabernacle). El pastor tenía varios proyectos y C.W. Jones se involucró en ellos; uno era realizar las primeras transmisiones religiosas de radio en la ciudad, allí tocó el trombón y desde ese entonces empezó a considerar aquellas ondas como un campo misionero para predicar el evangelio en lugares remotos y a tribus con las que no se tenía contacto.
Hubo acogida por parte de los habitantes de Chicago, así que, en 1923, empezaron a transmitir con regularidad y él se convirtió en el director de la programación de la emisora. De hecho, desarrolló un programa para niños llamado Tabernacle Scouts, una semilla que más tarde dio lugar a Awana, un ministerio que lleva el evangelio a los más pequeños y los capacita para servir. Jones también se rodeó de personas que lo capacitaron en liderazgo y administración. Aquello lo preparó para lo que vendría.
En 1928, Clarence asistió a una conferencia y recibió el llamado a ser misionero en América del Sur y, según un archivo del Wheaton College, su esposa Katherine también. Dios puso en su corazón que “Él debería ir allí y establecer la primera estación misionera de radio, la pionera”, se lee en el libro Una Visión Compartida, el cual expone a detalle la historia de HCJB. Entonces, ese mismo año hizo un viaje a Venezuela, Colombia, Panamá y Cuba para investigar las posibilidades de desarrollar el proyecto que le permitiría transmitir mensajes evangelísticos y música, pero la respuesta no fue favorable.
El libro, que fue publicado por la World Radio Missionary Fellowship (Fraternidad Misionera de la Radio Mundial), narra que Jones regresó a su país desanimado y con muchas dudas acerca de la visión que había tenido. En contraste, el archivo de la biblioteca del Wheaton College asegura que “volvió a los Estados Unidos todavía decidido a encontrar la manera de comenzar una estación”. Lo cierto es que en 1930 se aclaró de manera importante su panorama, pues supo que él y su esposa no realizarían aquella empresa solos.
Mejor son dos que uno… y mejor son diez que dos
Clarence y Katherine Jones conocieron a Reuben y Grace Larson, y a John y Ruth Clark, misioneros en el Ecuador de la American Christian and Missionary Alliance (CMA), que en español se conoce como Alianza Cristiana y Misionera (AC&M). Fue en ese momento que el proyecto se puso sobre ruedas y todos acordaron construir una estación de radio en ese país. Clarence debía conseguir el equipo y la financiación, mientras Reuben gestionaría el permiso del gobierno, en donde tenía contactos. Pronto, Paul Young, misionero en Ecuador desde 1919, se sumó a ellos; su esposa lo apoyó aunque no se involucró tanto como las demás.
Los Larson y los Clark dieron a conocer la idea a la AC&M para que les permitieran dedicarle tiempo al proyecto. El director de misiones extranjeras les dio una respuesta positiva, pero dijo que la estación no sería un proyecto de la AC&M. El equipo se completó cuando Stuart Clark, hermano de John, y su esposa Erma también se sumaron a la iniciativa. Él y Reuben presentaron el contrato al gobierno ecuatoriano para que les dieran el aval y se comprometieron a conceder el 20% de la programación. Sin embargo, un funcionario lo descartó por considerar contraproducente autorizar una emisora protestante en un país católicorromano. Para entonces, en los pueblos había carteles que prohibían la entrada a protestantes y los nuevos creyentes podían llegar a ser totalmente rechazados por su comunidad.
La mano de Dios
Stuart Clark fue astuto y supo acercarse a Luis Calisto, el abogado del gobierno, quien se interesó en el proyecto y los apoyó. La solicitud hecha por Larson y Clark llegó a las manos de un alto funcionario del cual dependía que el documento llegara a la oficina del Presidente. Él también pensó en el conflicto religioso que aquello generaría, pero les aseguró a los misioneros: “hay algo dentro de mí que me impele a poner mi firma en este contrato”.
Finalmente, el secretario del entonces presidente vio el documento y lo puso encima de todos. Pero al día siguiente notó que estaba al final, así que volvió a ponerlo encima. Según el libro Visión Compartida, hizo lo mismo varias veces hasta que el primer mandatario le prestó atención. El Congreso aprobó el proyecto y el dirigente del país firmó un decreto que permitía la creación de la primera estación de radio en el Ecuador.
El archivo del Wheaton College expone que el 15 de agosto de 1930 “lograron obtener una licencia y un contrato de 25 años para transmitir la programación oficial”. Jones fue a los Estados Unidos para conseguir recursos, pero se embarcó hacia Ecuador el 19 de ese mismo mes. En el puerto de Guayaquil conoció a unos ingenieros de radio norteamericanos que acababan de realizar una investigación sobre la viabilidad de transmitir radio en ese país. Según ellos, las posibilidades eran nulas debido a la gran cantidad de montañas. Antes de viajar, en Washington, también le sugirieron que la línea ecuatorial representaba un problema, que evitaran el Ecuador. Como el plan era establecer la emisora en Quito, que está a 2850 metros sobre el nivel del mar y a 16 kilómetros de la línea, el panorama parecía empeorar.
“Donde Dios apunte con su dedo, la mano de Dios abrirá la puerta”, C.W. Jones.
Entonces Jones empezó a considerar la opción de trasladarse al menos a Guayaquil, que está a nivel del mar, pero en su interior percibía que Dios lo guiaba a Quito, por más ilógico que pareciera. Los otros misioneros estuvieron de acuerdo y el 3 de octubre la radiodifusora recibió el nombre HCJB, La Voz de los Andes, cuyas siglas significan Hoy Cristo Jesús Bendice o Heralding Christ Jesus’ Blessings en inglés (Proclamando las bendiciones de Cristo Jesús).
A la vez, milagros y avances fueron disipando los obstáculos. Por ejemplo, en Ecuador solamente había seis receptores de radio. Jones hizo un trato con dos hombres que se comprometieron a importarlos y venderlos; ellos hicieron llegar seis más para la primera transmisión. Además, los misioneros formaron la World Radio Missionary Fellowship (Fraternidad Misionera Mundial de Radio), una organización que les permitiría oficializar las donaciones recibidas. A pesar de la reciente Gran Depresión y de las finanzas ajustadas, hubo provisión y gradualmente la estación llegó a tener una base financiera sólida.
Tomaron en arriendo una propiedad llamada la Quinta Corston, adecuaron la casa que allí había sido construida y ubicaron el receptor en lo que antes fue un cobertizo para ovejas. Un tubo se quemó antes de la emisión inaugural y Clarence tuvo que viajar 6 horas para pedirle un repuesto a Carlos Cordovez, pionero de la radiodifusión en Ecuador, quien accedió a entregarlo.
Huellas en la historia, pero sobre todo en la predicación del evangelio
El 25 de diciembre de 1931, la HCJB realizó la primera emisión de radio para el Ecuador en español e inglés, con un pequeño transmisor de 200 vatios. Su programación se enfocó en la educación, la cultura y la religión (en ese orden), así que hicieron programas sobre agricultura, salud, higiene, inglés básico, historia del Ecuador con dramatizaciones en inglés, entre otros. Solían transmitir la música en vivo, ya fuera cristiana, folclórica o clásica, con letras en español o en quichua. De hecho, llegaron a crear programación en 18 idiomas y en más de 20 dialectos indígenas.
Para expandir su alcance en el Ecuador, entregaron 50 receptores a cristianos dispuestos a compartir las transmisiones con sus comunidades. Algunos reunían a decenas de personas. También armaron una Radio Rodante: un vagón con amplificación y parlantes que les permitían llevar el evangelio a pueblos pequeños. “Pronto fueron viendo que donde antes los misioneros habían sido apedreados en las calles, ahora podían ejercer su ministerio libremente”, se afirma en Visión Compartida. Además, el uso de la onda corta les permitió llegar a toda América y Europa, e incluso a lugares remotos de la tierra, como la Unión Soviética, Japón, Sumatra, el alto Ártico de Alaska y Australasia, es decir, Australia, Melanesia y Nueva Zelanda
En 1937, el exsacerdote y entonces evangelista español, Manual Garrido Aldama, se unió al equipo y no tardó en convertirse en uno de los locutores más reconocidos. Se interesó en la emisora cuando vio que un misionero en el Perú sintonizó La Voz de los Andes a la entrada de la iglesia y quienes pasaban por allí, entraban después de detenerse a oír la música. Dios lo usó como instrumento para que varios católicos aceptaran a Cristo como Salvador. Ese año también se instaló un transmisor de 1 000 vatios que les permitió llegar a aproximadamente 90 millones de oyentes de habla hispana en América Central y del Sur.
Poco tiempo después, el empresario R.G. LeTourneau proveyó gran parte de los recursos y el espacio para que el pastor e ingeniero Clarence Moore, junto al radioaficionado Bill Hamilton, construyeran un transmisor de 10 000 vatios, que Moore llevó a Quito a finales de 1939. Hizo una torre de 30 metros para ponerlo a funcionar, pero de los extremos de la antena salían chispas de más de un metro en forma de arco. Se enfrentaba a algo nuevo, por primera vez alguien ponía una antena tan alta a 2 800 metros sobre el nivel del mar. El calor estaba fundiendo la antena, así que Moore, frustrado, suspendió sus labores y se fue a orar hasta que supo cómo solucionar el problema. Eliminó las puntas de la antena e hizo otros procedimientos que finalmente lo llevaron a crear la antena cúbica, patentada como invención suya.
En 1940, el mundo estaba en plena Segunda Guerra Mundial y en el tercer mes de ese año se realizó la conexión oficial del nuevo transmisor de 10 000 vatios. Después de eso, un aviador estadounidense se sorprendió al identificar la voz de su pastor en su regreso de una misión a Japón. El departamento de inglés creó un programa especial para los jóvenes norteamericanos y británicos que prestaban servicio tan lejos de su hogar y la Cruz Roja de Nueva York les enviaba mensajes a través de la HCJB.
También se conoció el testimonio de una checa, quien aseguró que las transmisiones en su idioma les daban a ella y a otros esperanza para vivir en medio de la represión que experimentaban en su país. Sin desmeritar todo aquello, lo que más impacta es el milagro de la salvación. Por ejemplo, japoneses budistas conocieron a Jesús como Salvador y se supo que ciertos misioneros se sorprendieron al llegar a comunidades en las que encontraban hermanos en la fe e iglesias ya conformadas, todo gracias al mensaje que escucharon a través de la radio.
En definitiva, La Voz de los Andes tiene más testimonios de vidas transformadas por el evangelio que años de existencia, lo cual es mucho decir, porque lleva más de nueve décadas al aire. Su historia nos deja en evidencia la verdad que Romanos 1:16 nos brinda: el evangelio es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.
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