Al conocer a Jim, el corazón de Elisabeth fue cautivado en todas sus dimensiones. La admiración que sentía por su compañero de estudios crecía al observar su pasión por el evangelio, su deseo de servir a otros y su carácter íntegro. Sin embargo, Jim no se encontraba en la misma posición que Elisabeth: su ferviente deseo de ir a las naciones ocupaba la prioridad de sus días, así que no consideraba tener una relación amorosa con nadie.
Pero Dios, quien planifica todas las historias antes de que comiencen, permitió que las vidas de Jim y Elisabeth se unieran para llevar el evangelio a uno de los lugares más difíciles del Ecuador. No obstante, los propósitos de Dios son mucho más grandes de lo que podemos pensar; este matrimonio también terminó convirtiéndose en un testimonio para las generaciones futuras de que todo es pasajero y todo pierde su valor, incluso la vida propia, al compararlo con la dicha de conocer íntimamente al Salvador del mundo.
Un hogar lleno de historias y piedad
Sin embargo, esta historia no comienza con Elisabeth, sino con Fred, un predicador itinerante, y Clara, una quiropráctica que vivía en la ciudad de Portland, Oregon. Ambos se conocieron, se casaron y formaron un hogar centrado en Dios y en Su Palabra. Tuvieron cuatro hijos fruto de su matrimonio: Robert, Herbert, Jim y Jane. Entre juegos, escuela y comidas, los pequeños aprendieron la importancia de la oración, el estudio bíblico y de vivir una vida piadosa rendida a Cristo.
Jim nació el 8 de octubre de 1927 y hablaba con denuedo sobre Cristo desde muy temprana edad. Sus padres no solo lo educaron con un amplio conocimiento en las Escrituras sino también con astucia para defender su fe. A la edad de ocho años le dijo a su madre: “Mamá, el Señor Jesús puede venir cuando quiera. Él pudiera salvar a toda la familia porque ahora soy salvo, y Jane es aún una bebé para que lo conozca”.
Desde pequeño, tomó la decisión de ser misionero. Fue inspirado por la predicación de la Palabra, la vida de sus padres, las visitas a su hogar de misioneros y las historias de William Carey y Amy Carmichael, quienes dejaron todo para seguir a Cristo.
Deportes, educación y pasión por las misiones
Sus años en la secundaria Benson Polytechnic, con una educación vinculada a los Hermanos Libres (o de Plymouth) –un movimiento cristiano del siglo XIX, que promovía la simplicidad, la vida comunitaria y la interpretación literal de la Biblia–, se enfocaron en estudios técnicos y vocacionales, de los cuales Jim escogió el dibujo técnico. El joven Elliot no solo se distinguió académicamente, sino también por sus cualidades de carácter y liderazgo. Una de sus resoluciones fue mantenerse apartado de toda actividad frívola y de poco uso, por lo que se ganó el respeto de sus compañeros al demostrar disciplina y fuerza en atletismo y lucha libre, con lo cual le dieron el apodo de “hombre de goma”.
Incluso prefirió mantenerse alejado de las conversaciones políticas y bélicas, y de un enfoque total en una carrera atlética, con el fin de darle prioridad a su fe y a sus aspiraciones misionales. Siempre llevaba consigo una pequeña Biblia, que utilizaba constantemente para hablar sobre Cristo mientras se aventuraba con sus compañeros en toda clase de juegos. En esos primeros años, Jim no tenía tiempo para las chicas. Una vez se le citó diciéndole a un amigo: “Los hombres domesticados no son de mucha utilidad para la aventura”.
Al graduarse de la secundaria en 1945, decidió aplicar para estudiar Griego en Wheaton College, donde se convirtió en la estrella de la lucha libre. Su carácter amable, disciplinado e inteligente lo llevó a involucrarse en diferentes actividades como oratoria, literatura, arte, música y teatro. Pero su principal deseo era aplicar todas sus habilidades para el servicio de Dios y esto se vio reflejado en la importancia que daba a las disciplinas espirituales. Jim comenzaba sus mañanas leyendo su Biblia y orando. En su diario, escribió:
Nada de esto llega a ser ‘algo viejo’, porque es Cristo en forma escrita, la Palabra Viva. No se nos ocurriría levantarnos por la mañana sin lavarnos la cara, pero a menudo descuidamos la limpieza purificadora de la Palabra del Señor. Nos despierta a nuestra responsabilidad.
Fue en esa temporada que comenzó a llevar ese diario, el cual, en un futuro no muy lejano, se convertiría en el testigo de su profunda devoción a Cristo y de su perspectiva espiritual sobre la vida terrenal. En cientos de hojas, Jim anotaba sus más profundas reflexiones, deseos, metas, temores y gozos. Al momento de su muerte, había escrito más de 800 entradas en cuatro cuadernos. El 28 de octubre de 1949, al pensar sobre el costo del sacrificio y la eternidad, escribió su famosa frase: “No es un necio el que da lo que no puede guardar, para ganar lo que no puede perder”. Esta era un eco de las palabras que Cristo dijo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará”, Mr 8:35 (RVR1960).
En Wheaton, conoció a Peter ‘Pete’ Fleming, su compañero de cuarto y futuro aliado de misión, y a Ed McCully, con quien compartió conversaciones que llevaron a este último a entregar su vida a las misiones. A pesar de sus diferentes personalidades, pues Jim era más introvertido y reflexivo mientras que McCully era extrovertido y carismático, formaron un vínculo que los llevó a ser no solo amigos sino colegas de ministerio. Juntos tuvieron un programa de radio llamado The March of Truth (La marcha de la verdad), donde compartían creativas estrategias para compartir el evangelio mientras enseñaban principios bíblicos para la vida y la fe. Años después, Ed dijo que Jim fue una de sus mayores influencias espirituales.
Elliot era popular, simpático y atlético. Su cabello era castaño claro y tenía un rostro dulce, con rasgos definidos que reflejaban su carácter compasivo. Sin embargo la apariencia física o los logros académicos no eran lo más importante. Su mirada estaba puesta en el llamado de hacer discípulos en todas las naciones por medio de la enseñanza del evangelio de Jesucristo. Sobre esto, oró en su diario: “Señor, prospera mi camino, no para que adquiera una posición social elevada, sino para que mi vida sea una demostración del valor de conocer a Dios”.
Durante el verano de 1947, al visitar México para aprender sobre el trabajo misionero, Jim se sintió atraído a una cultura y un lenguaje diferentes a los suyos. A partir de entonces, albergó en su corazón el deseo de servirles a las comunidades indígenas no contactadas. En ese tiempo observó diferentes métodos para relacionarse con otros, aprender de ellos y comunicarse efectivamente.
Amigos unidos por la mutua admiración
En Wheaton no solo conoció a sus compañeros de misión y muerte, sino a su compañera de vida: Elisabeth Howard, quien más tarde se convirtió en su esposa, tomó su apellido y contó su historia. En su libro Pasión y pureza, Elisabeth Elliot relata cómo en 1948, mientras estudiaban en la misma clase de Griego, se sintió inmediatamente atraída a Jim por su amor a Dios y su compromiso con las misiones. Por su parte, Jim admiraba de ella su tímida fuerza y su deseo de compartir el evangelio con los no alcanzados.
Elisabeth, conocida como “Betty”, se preparaba para ser traductora de la Biblia y, para sorpresa de ambos, el cariño entre ellos fue creciendo a pesar de sus diferentes personalidades. Sin embargo, Jim tenía claro que no quería comprometerse en una relación que pudiera obstaculizar su llamado misionero; consideraba que una relación romántica no debía convertirse en una distracción para cumplir los propósitos de Dios. Así que se propuso esperar y orar en búsqueda de claridad respecto a si Elisabeth formaba parte del plan divino para su vida. Jim invitó a Elisabeth a una cita que ella aceptó, pero después canceló.
Los domingos, Jim solía tomar el tren hacia Chicago y hablar con las personas sobre Cristo. A pesar de sus esfuerzos, eran muchas las veces que se sentía ineficaz al compartir el evangelio con pocas personas. En su diario escribió:
No hay fruto aún ¿Por qué soy improductivo? No puedo pensar en que solo he guiado a uno o dos al reino. Seguramente este no es el poder de la manifestación de la resurrección. Siento que soy como Raquel, “dame hijos o moriré”.
Un periodo de espera, oración y preparación
En 1949, después de graduarse de Wheaton, se dedicó a diversas actividades que contribuyeron a su formación como misionero. Al no tener una respuesta concreta sobre su llamado a servir en el extranjero, Jim regresó a Portland. En junio de 1950, se inscribió en el Instituto Lingüístico de la Universidad de Oklahoma, donde escuchó por primera vez sobre los huaoranis (aucas).
Desde entonces, su propósito fue aprender lenguas indígenas para desarrollar alfabetos que permitieran a las tribus acceder a la Palabra de Dios. Además, colaboró activamente en otras iniciativas evangelísticas con jóvenes en diferentes lugares de los Estados Unidos. Se preparó como orador, escritor y organizador para comunicar claramente el mensaje de salvación entre sus oyentes. Al compartir su deseo de ser misionero en el extranjero, su familia y amigos trataron de convencerlo de quedarse en su país, pues sus capacidades intelectuales y su amplia capacitación podrían ser de gran utilidad en las iglesias y grupos universitarios americanos. Pero Jim estaba resuelto.
En su diario escribió que no encontraba razones para quedarse cuando en otros lugares había un obrero cristiano por cada 50.000 personas, mientras que en los Estados Unidos había uno por cada 500. También argumentó que la población de la India equivalía a la de Norte América, África y América del Sur combinadas, por lo que no era posible ignorar el llamado a salir de su patria para alcanzar a personas que no conocían la nación celestial.
En el Instituto de Lingüística, Jim concretó su interés por el Ecuador y las tribus indígenas en la Amazonía al aprender sobre sus costumbres, lenguaje y creencias –totalmente alejadas del cristianismo y establecidas sobre prácticas místicas–. Mientras comenzaba a planificar su viaje, oraba por un compañero de ministerio. En su diario escribió lo siguiente:
9 de agosto
Dios acaba de darme fe para pedir por otro joven que vaya, quizás no este otoño, pero pronto, para unirse a las filas en las tierras bajas del este de Ecuador. Allí debemos aprender: 1) español y quichua, 2) a conocernos unos a otros, 3) la selva y la independencia, y 4) a Dios y la manera de Dios de acercarse a los quichuas de las tierras altas. Desde allí, por Su gran mano, debemos movernos hacia las tierras altas ecuatorianas con varios jóvenes indígenas cada uno y comenzar el trabajo entre los 800.000 habitantes de las tierras altas. Si Dios se demora, los nativos deben ser enseñados a expandirse hacia el sur con el mensaje de Cristo reinante, estableciendo grupos del Nuevo Testamento a medida que avanzan. Desde allí, la Palabra debe ir al sur hacia Perú y Bolivia. ¡Los quichuas deben ser alcanzados para Dios! Suficiente sobre la estrategia. Ahora, a orar y actuar.
Dios contestó sus oraciones al poner en el corazón de Pete Fleming el deseo por ir a Ecuador. Ambos se prepararon para comenzar su ministerio junto a la Christian Missionary Alliance, una organización enfocada en equipar y enviar misioneros a lugares no alcanzados a trabajar con comunidades indígenas.
Inicios de la labor misionera en Ecuador
El 2 de febrero de 1952, Jim Elliot se despidió de sus padres y tomó un barco desde San Pedro, California hasta la capital de Ecuador, Quito, en América del Sur. El viaje de dieciocho días proporcionó un tiempo de reflexión y expectativas que puso bajo oración, entre ellas la relación con su amiga “Betty”, con la que mantuvo correspondencia durante cinco años a partir del momento en el que se conocieron. Él estaba dispuesto a afrontar el celibato, considerando que podía iniciar con las actividades misioneras sin ninguna distracción. Aún así, no descartó totalmente la idea del casamiento. Pero, cuando no estaba ocupado, Jim pensaba en Elisabeth.
El primer año, Jim y Pete se instalaron en Quito para aprender español y luego se mudaron al territorio de Shandia, una pequeña comunidad indígena en la región amazónica. Allí, ambos jóvenes comenzaron a aprender quichua, la lengua nativa de los indígenas, para poder relacionarse con ellos. Jim y Pete trabajaron en un campamento de chicos y adquirieron experiencia para vivir en la selva. Su rutina diaria incluía las prácticas de la oración y la lectura de la Biblia, caminatas con los niños, apoyo en la escuela, creación de estudios bíblicos, enseñanza de las Escrituras, aprendizaje de la cultura local, así como ayuda social y médica. Además de otras actividades, también realizaban viajes de reconocimiento que duraban varios días, adentrándose en la selva a pie o en canoa.
En mayo, Elisabeth decidió viajar a Ecuador para colaborar en la misión y la traducción de material evangelístico. Permaneció en Quito para aprender español y, posteriormente, se trasladó a otra zona de la selva, donde trabajó en la traducción de la Biblia documentando las características del idioma. Durante ese tiempo y tras un periodo de reflexión en el que consideró los grandes beneficios del matrimonio, Jim se dio cuenta de que extrañaba profundamente a Elisabeth y deseaba ser más que su amigo. Sin embargo, tenía claro que no podía entablar una relación romántica hasta que Dios mostrara que sus caminos estaban dirigidos en la misma dirección.
Tras una larga espera, llena de profundas conversaciones y cientos de cartas, decidieron iniciar una etapa de cortejo. Se casaron en octubre de 1953, en el cumpleaños 26 de él. Dos años después, le dieron la bienvenida a su única hija, Valerie.
Tras una corta luna de miel, Jim y Elisabeth continuaron su trabajo en la selva. Muchas veces, Jim participaba con familias misioneras que también realizaban el mismo trabajo entre los indígenas. Esto lo impacientaba porque pensaba que se estaba distrayendo de la misión que había en su corazón: llegar a los no alcanzados, a aquellos que nunca habían tenido contacto con hombres blancos. Sin embargo, en medio del servicio con otros misioneros, conoció a los que serían sus amigos en la muerte: Roger Youderian y Nate Saint.
Gracias al trabajo de discipulado y enseñanza, comenzaron a evidenciar la obra de Dios en los corazones de las personas. Fundaron una pequeña iglesia a las afueras de la selva, en Shell, donde hasta el día de hoy se puede visitar la casa de Nate Saint. Fue allí donde iniciaron las reuniones destinadas a alcanzar a los huaorani, también conocidos como aucas.
Una operación arriesgada
Jim, el piloto Nate Saint, su amigo Ed McCully, Roger Youderian y Pete Fleming, planificaron por meses el primer contacto. Una mujer huaorani, quien había huido de la tribu, comenzó a enseñarles el lenguaje. Mientras Nate sobrevolaba la selva en busca de asentamientos, los otros armaban paquetes para lanzar a las comunidades desde el aeroplano, con el fin de demostrar su pacífica intención y comunicación.
En enero de 1956, aterrizaron en Palm Beach, una pequeña playa del río Curaray en medio de la selva y esperaron a los primeros huaoranis. Tres personas se acercaron y mantuvieron contacto con los misioneros. Jim trató de interactuar con las pocas frases que había aprendido. Intercambiaron regalos y se prepararon para el día siguiente con gran gozo por el éxito de la primera “conversación”.
Sin embargo, uno de los indígenas que había formado parte de ese grupo mintió a la tribu sobre las intenciones de los misioneros y esto produjo una resolución mortal: la matanza de los cinco hombres al día siguiente. Antes de partir, Jim mantuvo una conversación con Elisabeth sobre los peligros de la misión. Ella no estaba de acuerdo con el acercamiento de cinco hombres y afirmó que podría tomarse como una amenaza antes que como un intento de conexión. Jim le dijo “Si Dios quiere que sea de esa manera, querida, estoy listo para morir por la salvación de los aucas”.
El 8 de enero de 1956, cuando terminaron de almorzar, los hombres se ocuparon en construir una jungla y una casa en miniatura en la arena, con la intención de mostrar a los huaorani cómo hacer una pista de aterrizaje para iniciar no solo visitas continuas sino, en el futuro, vivir entre ellos. Después, los cinco entonaron gozosamente el himno We Rest on Thee (Descanso en ti):
Descansamos en ti, nuestro Defensor y Escudo,
no avanzaremos solos frente al enemigo;
fuertes en tu fuerza, seguros en tu tierno cuidado,
Descansamos en ti y en Tu nombre marchamos.
(...)
Descansamos en ti, nuestro Escudo y nuestro Defensor;
tuya es la batalla y tuya será la alabanza.
Cuando pasemos por las puertas de esplendor perlado,
victoriosos descansaremos contigo por días sin fin.
Dolor en la tierra, gozo en el cielo
A las 3:00 p.m., dos mujeres huaoranis salieron de la selva. Jim y Pete las observaron y caminaron hacia el río para saludarlas. Al acercarse, observaron que no parecían amistosas. En ese momento escucharon un grito a sus espaldas y vieron a un grupo de 10 huaoranis con sus lanzas listas para atacar. Jim alcanzó a agarrar su pistola pero no la utilizó; se había prometido que no mataría a ningún huaorani que no conociera al Señor, incluso si eso significaba morir.
Las primeras lanzadas llegaron con precisión a los cuerpos de Jim y Pete. Jim fue el primero en morir, mientras que Pete, con dolor, insistía en preguntar por qué los estaban atacando. Nate Saint y McCully también fueron atravesados por las lanzas mientras que Roger trató de llegar al radio del avión para informar del ataque. Los huaorani destrozaron la avioneta y botaron las pertenencias y los cuerpos de los hombres al río. Luego volvieron a su aldea, la quemaron y huyeron a la selva, con la expectativa de una posible venganza.
Al día siguiente, Johnny Keenan, otro piloto y misionero, fue en búsqueda de sus compañeros. Al aproximarse al lugar del aterrizaje, vio desde los cielos la aeronave destruída y supo que lo peor había ocurrido. El jefe del comando Caribe, el general William K. Harrison, fue contactado desde la base de radio de HCJB para informar que cinco hombres se encontraban desaparecidos en territorio huaorani. Un grupo de militares ecuatorianos, periodistas de la revista Life, algunos indígenas y el misionero Frank Drown formaron un equipo de búsqueda que llegó a Palm Beach el 11 de enero de 1956.
Los cuerpos de cuatro de los misioneros fueron identificados gracias a sus anillos de boda y sus relojes. Fueron enterrados durante una tormenta tropical en la selva ecuatoriana el 14 de enero. El reloj de Nate Saint había parado de funcionar a las 3:12 p.m.
Al recibir las noticias, sus esposas contestaron “El Señor ha cerrado nuestros corazones al dolor y a la histeria, y los ha llenado con Su perfecta paz”. Frente a los ojos del mundo, esta era una dolorosa pérdida, pero muchas veces Dios usa nuestros planes frustrados para hacer algo mejor. Así, al creyente le recuerda que su seguridad no se halla en los planes o expectativas, en personas o posesiones, sino en el Inmutable Salvador. En el caso de los cinco misioneros, sus muertes no solo fueron el inicio para que los huaoranis conocieran el evangelio; también llevaron a que el mundo entero quisiera entender por qué Cristo es más valioso que la vida misma.
La cosecha del sacrificio
Los frutos de la misión se dieron a través de la muerte de aquellos cinco misioneros, pero también de los corazones de sus respectivas esposas y demás familiares, quienes dieron testimonio de Jesucristo al perdonar y servir a quienes los habían asesinado. Algunos meses después, Elisabeth escribió:
Hoy me hallo sentada en una chocita de paja (…) a pocos kilómetros al suroeste de ‘Palm Beach’. En otra casucha de paja, a menos de cinco varas [unos cuatro metros] de distancia, se hallan sentados dos de los siete hombres que dieron muerte a mi esposo.
El mundo conoció a Jim gracias a su esposa Elisabeth, quien se convirtió en una aclamada autora con su libro Puertas de esplendor, en el que narró el corazón de esta historia. Una de sus citas más dulces es la siguiente:
En algún momento durante sus dos primeros años de universidad, Jim tomó conciencia de las implicaciones personales y directas del mandato del Señor Jesús de ir y predicar el evangelio. Un pequeño cuaderno de hojas sueltas, negro y portátil, que lo acompañó durante sus días universitarios, contiene evidencia de su preocupación por los millones de personas que no habían tenido la oportunidad de escuchar lo que Dios había hecho para acercar al hombre a Él. Este cuaderno fue encontrado en la playa del Curaray después de la muerte de Jim, con sus páginas esparcidas por la arena, algunas lavadas completamente de tinta, otras manchadas de lodo y lluvia, pero aún legibles. Además de los nombres de cientos de personas por las que Jim oraba, las notas contenían también una receta para fabricar jabón (sin duda anotada con la idea de la vida pionera en algún campo misionero); apuntes para sus propios sermones, predicados en inglés, español y quichua; notas sobre el idioma auca; y varias páginas de estadísticas misioneras escritas mientras estaba en la universidad, de las cuales el siguiente es un extracto:
- 1700 idiomas no tienen ni una palabra de la Biblia traducida.
- 90% de las personas que se ofrecen para el campo misionero nunca llegan allí. Se necesita más que un simple ‘¡Señor, estoy dispuesto!’.
- 64% de la población mundial nunca ha oído hablar de Cristo.
- 5000 personas mueren cada hora.
- Hay un trabajador cristiano por cada 50.000 personas en tierras extranjeras, mientras que hay uno por cada 500 en los Estados Unidos.
El ejemplo de Jim Elliot inspiró a una generación entera a renunciar a las comodidades de sus países para dejarlo todo por el evangelio y cautivó el corazón de muchos jóvenes para Cristo. Sin saberlo, su vida y muerte renovaron el compromiso de la iglesia local con los no contactados.
Referencias y bibliografía
La Historia de Jim Elliot | Holiness Today
Jim Elliot | Misiones Transculturales
Jim Elliot | Gospel Hall Audio
Jim and Elisabeth Elliot: A Deep and Delighted Love | Michele Morin
Jim Elliot Biography - Story Of The Man From 'End Of The Spear' Movie | Inspirational Christians
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |