Guillermo Farel nació en el año 1489 en Gap, Francia, donde creció en un entorno familiar muy vinculado al cristianismo romanista (o católico). Desde joven fue preparado académicamente y estudió en la Universidad de París bajo la tutela de Jacques Le Fèvre d’Étaples, un filófoso y teólogo humanista-francés que le enseñó griego, latín y hebreo, y que lo introdujo a las nuevas ideas protestantes del momento, sobre todo a la justificación por la fe. Se dice que profetizó al joven Farel: “Hijo mío, Dios renovará el mundo, y tú serás testigo de ello”.
Farel adoptó rápidamente estas ideas y su celo por ellas creció desmedidamente. Después de graduarse como Magister en Artes, enseguida se convirtió en predicador en Meaux, a donde había acompañado a su maestro Jacques, pero por su radicalismo se le prohibió predicar. Tuvo que volver a su ciudad de origen, Gap, donde siguió predicando, pero pronto también tuvo que retirarse a causa de amenazas de persecución. Su predicación estaba dirigida contra el Papa, las imágenes y el celibato, y hablaba de nuevas ideas religiosas que sonaban extrañas para las personas comunes.
En una ocasión, sobre su trabajo de predicación él mismo se explicó:
Voy predicando a Cristo, quien murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Quien crea en él se salvará; los incrédulos se perderán. He sido enviado por Dios como mensajero de Cristo, y estoy obligado a predicarlo a todos los que quieran oírme.
En 1523 decide irse a Basilea, Suiza, un nuevo país en el que su predicación será bien recibida; de hecho, fue uno de los pioneros del protestantismo en suelo suizo. Allí conoció a Juan Ecolampadio, también reformador, quien enseguida lo acercó al mundo protestante de Suiza. Este ya tenía contacto con Lutero, al que por cartas habló bien de Farel. Luego el mismo Farel pasó por Zúrich, donde conoció a Ulrico Zuinglio, y de ahí a Estrasburgo, lugar en el que conoció a Martín Bucero y Wolfgang Capito.
En 1526 se residenció en Berna y se dedicó a trabajar allí como maestro en una escuela. Esto lo hizo hasta que en 1528 el Sínodo de Berna adoptó la Reforma protestante y dio permiso legal a Farel de predicar por aquellas tierras. Este se lanzó a la aventura y comenzó a predicar en varios distritos berneses como Lausana o Neuchâtel. Predicaba en calles, casas y mercados y nada lo detenía. En especial en Neuchâtel introdujo con éxito la reforma; como resultado allí se publicaría en 1531 una traducción francesa de la Biblia que serviría de base para otras traducciones.
No obstante, el celo del predicador también tuvo consecuencias negativas que no ayudaron a la imagen de la reforma. En Neuchâtel Farel recibió una pequeña capilla en la que predicar, la cual le empezó a quedar pequeña con tantos oyentes. Él los persuadió de ir a la iglesia principal de la ciudad y tomarla por la fuerza. El populacho entró violentamente a aquel templo y destruyó sus altares, imágenes, estatuas y crucifijos. Después del acto iconoclasta Farel de manera exultante exclamó: “Por la gracia de nuestro Señor tenemos ahora un grande y hermoso lugar en el que predicar; porque es hermoso ver todo lo que ha sido limpiado en la iglesia”.
En una nota más positiva, Guillermo fue clave para la unión entre los valdenses (de Pedro Valdo), un grupo ascético y proto-protestante de la Edad Media en Piamonte, Italia, que compartía frontera con los suizos. Los valdenses se unieron a las iglesias reformadas de Francia y Suiza en el llamado "Sínodo de Chanforan", formando ahora parte del nuevo movimiento reformista. Farel los visitó en 1532 y les recomendó fundar academias, recolectó dinero para ellos y les envió algunos maestros, como Roberto Olivetan, traductor-biblista y primo de Calvino.
Pero su trabajo más trascendental lo realizaría en Ginebra, ciudad a la que llegó en 1532, y de la que Zuinglio le había hablado como un buen campo para la Reforma. Sin embargo, primero tenía que sufrir algunas molestias. Al arribar varios de los principales sacerdotes ginebrinos empezaron una persecución contra él. Lo consideraban un blasfemo y un “perro luterano”, y lo amenazaron con lanzarlo al río Ródano. Pero Farel logró huir de la turba sacerdotal gracias a la ayuda de simpatizantes de la Reforma que residían en Ginebra.
También por la protección e influencia de poderosos magistrados de Berna pudo permanecer en Ginebra predicando privadamente en casas y sosteniendo debates públicos con teólogos romanistas como Guy Furbity, un dominico tomista. Las discusiones se volvieron acaloradas y Farel se hacía popular entre la gente. Los sacerdotes fueron dejando poco a poco la ciudad en tanto sentían que perdían terreno en la misma, lo que se ratificó en 1535 cuando el Consejo ginebrino adoptó la Reforma y prohibió el romanismo.
Entre los primeros cambios de reforma que se adoptaron estuvieron la abolición de la misa, la remoción de imágenes y esculturas en los templos, el establecimiento de un colegio protestante para los niños, la ordenación de ministros y diáconos evangélicos, la predicación diaria de sermones en la catedral Saint Pierre, la introducción de la Cena al estilo de Zuinglio, el cierre del comercio los domingos y, en general, la imposición de una disciplina más estricta. Estas fueron las primeras reformas de la historia de Ginebra.
Pero el mejor aporte que hizo Farel a Ginebra fue traerle a Juan Calvino, a quien había identificado como un joven predicador con gran talento. En 1536 este muchacho de 27 años venía escapando de Francia hacia Basilea, donde planeaba estudiar, y en el camino se detuvo con la idea de pasar solo una noche en Ginebra. Cuando ese día se conocieron, Farel persuadió a Calvino de que se quedara en la ciudad y trabajara allí como su asistente, ayudándolo construir una nueva iglesia protestante. Se dice que Guillermo lo exhortó así:
No tienes otra razón para rechazar mi solicitud que tu amor por el estudio; pero te digo en el nombre de Dios Todopoderoso que, si no te unes a mí en la obra del ministerio, Dios te castigará por preferir tu propio placer antes que el servicio del Señor.
Ante la insistencia, y creyendo que era la voluntad divina, Calvino terminó aceptando. Él luego confesó: “Por esta imprecación [de Farel] fui presa de tanto terror que desistí del viaje que había emprendido”. Esta decisión fue crucial para el joven Calvino, quien en ese momento no imaginaba que dedicaría el resto de su vida a la reforma de Ginebra y que todo su legado se vincularía con ella. La historia de la Reforma debe a Farel el que esto ocurriera.
Por dos años Calvino y Farel trabajaron juntos en la reforma de Ginebra. Durante este tiempo los dos hombres desarrollaron una cercana amistad. Esto fue así hasta que el Senado ordenó el destierro de ambos. La razón era que parte de la elite ginebrina consideraba que sus reformas eran muy radicales. No les gustaba la doctrina de excomunión de Calvino ni el uso de los diez mandamientos como regla de vida cristiana, todo lo cual se expresaba en una nueva confesión de fe que Farel proponía y que ellos creían era una nueva forma de tiranía.
Esta confesión fue redactada por Farel y Calvino; fue titulada como la “Confession de la Foy” para los “habitans de Geneve”; fue aprobada por el Consejo; y fue publicada en 1536. Consistía de 21 artículos y su fin era que sirviera como una confesión general para la unidad y armonía de fe de los ginebrinos. Estaba basada solamente en textos de la Biblia bajo la interpretación protestante de los Reformadores, y estaba inspirada en el Catecismo Mayor de Lutero. Esta empieza así:
La palabra de Dios es la regla de la fe. Solo hay un Dios, quien debe ser adorado en espíritu y en verdad, y en quien debemos poner toda nuestra confianza: sabio, poderoso, justo, clemente y misericordioso, es el único Señor de la conciencia y su voluntad es la única norma de todo bien, por lo que debemos ser guiados únicamente por sus leyes perfectas.
Al principio la confesión solo tenía un uso litúrgico, siendo leída todos los domingos en la catedral, pero cuando se intentó establecer como un deber civil que todos los ciudadanos debían suscribir empezaron los problemas. Era una confesión que “todos los burgueses y habitantes de Ginebra, y súbditos del país, deben jurar guardar y mantener”. Varios grupos religiosos y políticos (romanistas, anabautistas y libertinos), que aún habitaban en Ginebra, se quejaron, y tensiones fueron generadas en el Senado.
Habiendo sido expulsados de Ginebra en 1538, los caminos de Farel y Calvino se separarían; sin embargo, estos mantendrían una correspondencia mensual por casi 20 años. Calvino estaría un tiempo en Estrasburgo y luego regresaría a Ginebra. Guillermo volvió a Neuchâtel, donde retomaría su labor reformista y pasaría el resto de su vida. Especialmente se dedicó a pastorear Neuchâtel y a circular por otras ciudades de Suiza y Francia como predicador itinerante, una actividad que aún practicaba con celo y emoción.
Por ejemplo, en 1542 visitó Metz, al noreste francés, donde predicó en el cementerio de una iglesia dominica. Las personas acudían a escucharlo con gran interés (se dice que hasta tres mil en un día) y muchas eran bautizadas al estilo protestante sin ceremonias papales. Los monjes solían hacer sonar las campanas de la iglesia para obstruir su voz, pero su tono atronador era más fuerte. Finalmente, las autoridades emprendieron una persecución en su contra y Farel nuevamente tuvo que huir.
Pero Guillermo no era solo predicador; también jugó un rol como un Reformador de la primera generación a la par de Zuinglio o Lutero. Por eso tuvo que abordar los problemas más generales de la reforma, como la separación entre luteranos y reformados, la cual lo preocupaba grandemente, ya que deseaba la unión permanente entre los protestantes. Con este fin fue parte del Consensus Tigurinus (1549) y escribió también un tratado “Sobre los sacramentos” en el que evitó toda polémica y cualquier punto de desunión, buscando antes la armonía.
Como Reformador de Suiza y aliado de Calvino estuvo presente en la ejecución de Miguel Serveto, el médico español que fue acusado de herejía en Ginebra. En 1553 Calvino lo contactó para que este volviera temporalmente a Ginebra y lo asistiera en el proceso contra Serveto. Guillermo pensaba que los herejes que hacían errar a otros debían recibir el mayor castigo: la muerte. En este sentido pensaba igual que todos los Reformadores de su tiempo. En una ocasión dijo:
Me consideraría a mí mismo un criminal digno de muerte si causara que una sola alma apostatara de la fe cristiana. No puedo, pues, juzgar con más indulgencia a los demás de lo que haría conmigo mismo.
No obstante, trató de persuadir a Serveto para que este abjurara su propia doctrina, así como también presentó al Senado una solicitud del mismo Serveto para que se le diera una muerte menos dolorosa que las llamas, la cual se rechazó. En prisión exhortó a Serveto que confesara a Cristo como su Dios y caminó a su lado hacia la hoguera tratando de convencerlo por una última vez. A pesar de esto no protestó su ejecución, sino que la consideró justa y, de esta manera, no pudo evitar del todo su participación en aquel acto barbárico.
Pero este no fue el único escandalo en el que se involucró. A los casi 70 años de edad, Farel, que hasta ahora había permanecido soltero y célibe, decidió casarse con una adolescente, Marie Thorel, a la que superaba con más de 50 años de edad. Esta era hija de una viuda pobre que llegó a Neuchâtel desde Francia. El matrimonio se celebró en 1558. Esto causó conmoción entre la gente común a causa de la diferencia de años. Calvino se disgustó con la situación, ya que le pareció una imprudencia, y la amistad se vio un poco afectada.
No obstante, dicha amistad era ya tan fuerte que no podía disolverse por nada, excepto por la muerte. En 1564 Calvino envió una carta a Farel contándole de su enfermedad y anunciándole su pronto fallecimiento: “Adiós, mi mejor y más verdadero hermano. Y puesto que es la voluntad de Dios que permanezcas tras mí en el mundo, vive consciente de nuestra amistad”. Guillermo enseguida viajó a Ginebra y le dio una última visita a su viejo amigo. Al morir Calvino, Farel escribió: “¡Ojalá pudiera morir por él! ¡Qué hermoso curso ha felizmente terminado!”.
Farel mismo ya estaba llegando también a su fin en este mundo. Pero a pesar de esto se mantuvo muy ocupado hasta el final. En sus últimos años visitó ciudades en las que antes había predicado, como Gap (1561) y Metz (1565), donde predicó públicamente con la misma pasión de un joven a los protestantes que habitaban allí. Estos reconocían con clamores:
¡Vean, este hombre es el mismo de siempre! Nunca lo conocimos abatido, ni siquiera cuando el peligro hizo decaer nuestro ánimo. Cuando estábamos dispuestos a dejarlo todo, permaneció firme, confiando firmemente en su Señor y animándonos con su heroísmo cristiano.
Al regresar a su casa en Neuchâtel enfermaría por unas semanas hasta su muerte tranquila un 13 de septiembre de 1565. Los habitantes y las iglesias de la ciudad se lamentaron profundamente por su partida, a quien consideraban un padre espiritual. Su cuerpo fue sepultado en la catedral de la ciudad. En esta misma ciudad, en 1876, se erigió una estatua en conmemoración suya. Ginebra no se olvidó de él, y en 1909 se erigió también una estatua suya que es parte del famoso Muro de la Reforma.
Tras esta desaparición física de Farel quedó su leyenda como predicador de la Reforma para el pueblo común. Su excesivo celo sirvió para que el mensaje reformista recorriera suiza y llegara a los lugares más bajos, recónditos y humildes, a donde muchos hombres de academia no se atrevían llegar. Pero al mismo tiempo se codeó con las grandes mentes de su siglo, y tuvo la humildad de cederles su lugar cuando lo veía apropiado, como en el caso de Calvino, para el que fue no solo su pupilo sino también un querido amigo.
Bibliografía: Philip Schaff, History of the Christian Church, Volume VIII: Modern Christianity. The Swiss Reformation. § 60. William Farel (1489–1565); Melchior Kirchohofer, The Life of William Farel (London, 1837); Guillaume Farel (1489-1565) en museeprotestant.org; 500 Years of the Reformation - William Farel (1489-1565) en apuritansmind.com; The French Firebrand en desiringgod.org.
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