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Para nadie es desconocido que la revolución tecnológica en las últimas décadas ha cambiado nuestra manera de ser y de entendernos. Lo que creíamos que sería un auténtico avance para el desarrollo moral e intelectual del ser humano se ha convertido, como lo expresó muy bien Julia Bell en su libro Atención radical, en una auténtica era de la distracción. El periodista Bruno Patino también reflexionó sobre esta realidad en su publicación La civilización de la memoria de pez:
Nos habían prometido el infinito. Creíamos que el ciberespacio no tendría más límites de los del ingenio humano. En cambio, somos como peces, encerrados en la pecera de las pantallas, sometidos al ritmo de notificaciones y mensajes. Nuestra mente da vueltas en redondo, de tweets a videos de YouTube, de Snaps a correos, de lives a push, de aplicaciones a newsfeeds, de mensajes provocadores escritos por un robot a imágenes filtradas por un algoritmo, de datos manifiestamente falsos a buzz fuera de lugar. Como peces, creemos que vamos a descubrir un universo a cada instante, sin darnos cuenta de la repetición infernal en la que nos encierran las pantallas digitales a las que entregamos nuestro tesoro más preciado: nuestro tiempo.
Al parecer, nos estamos rodeando de la cultura del ‘algoritmo totalitario’ donde los macrodatos, al puro estilo ‘orwelliano’, nos están observando y controlando. Quizá sea una exageración de mi parte. Sin embargo, la realidad circundante nos lleva a pensar que el mundo del internet, en especial las redes sociales, están socavando la verdad, el contenido de todo lo que se dice y la libertad que nos distingue como una sociedad supuestamente más ilustrada que las anteriores civilizaciones de la historia.
Por todo lo anterior es que el notable semiólogo y filósofo Umberto Eco nos dijo que el drama del internet es que ha “generado una invasión de necios”. De hecho, Jaron Lanier, el hombre que acuñó el concepto ‘realidad virtual’ y uno de los padres fundadores de la web 2.0, planteó que:
El problema es la incesante, robótica y, en última instancia, absurda modificación de la conducta al servicio de manipuladores ocultos y algoritmos indiferentes. …La hipnosis puede ser terapéutica siempre que confiemos en quien nos hipnotiza, pero ¿quién confiaría en un hipnotizador que trabaja para terceros desconocidos? ¿Quién? Al parecer, miles de millones de personas.
A toda esta revolución tecnológica, hay que añadirle la preocupación por el concepto reiterado en los sistemas de streaming sobre el transhumanismo, la edición genética o, como nos plantea Antonio Diéguez, el auge de la inteligencia artificial y sus consecuencias morales.
No menos importante es comprender la cultura actual de la cancelación, del victimismo, de la corrección política, de la censura, de la ciencia ficción como realidad en las generaciones de centennials. Es una civilización de la nostalgia soviética para algunos o de la decadencia nacionalista para otros, el fin de la democracia o la república frente a los populismos políticos contemporáneos, etc.
De esta manera, pareciera que la tesis de Francis Fukuyama sobre El fin de la historia se ha pospuesto y, más bien, como dijo el filósofo Byung Chul Han, “El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria”. De nuevo nos encontramos en la era de la esclavitud del hombre por el hombre, con la única diferencia de que este nuevo paradigma está marcado por una Revolución Digital.
Ante toda esta realidad cultural, me pregunto: ¿tiene todavía sentido el evangelio? ¿Será que el cristianismo, como enunció don Miguel de Unamuno, se encuentra en una agonía? ¿O todos estos desafíos nos plantean una tremenda oportunidad para construir puentes desde el Evangelio con la cultura secular actual? He de confesar que soy muy optimista, como lo fue el apóstol Pablo en su estadía en Atenas, según nos relata el médico Lucas en su segunda obra: los Hechos de los Apóstoles o Hechos del Espíritu Santo.
Atenas, por cierto, no era el destino original de Pablo. Él llegó allí tras haber sido expulsado de Berea por los judíos (Hechos 17:14–15) y mientras esperaba a Silas y Timoteo. En ese proceso se sintió perturbado al ver que Atenas era “una ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 17:16). En medio de esa compleja realidad, el apóstol logró desarrollar tres puentes con la cultura de su época. En primer lugar, pasó a la sinagoga en Atenas, en donde tuvo la posibilidad de discutir, dialogar y refutar con judíos y gentiles temerosos de Dios acerca de Jesús, el Galileo.
Su primer puente fue con la cultura religiosa de su época al argumentar, por medio de lo que hoy es el Antiguo Testamento, que Jesús realmente era el Mesías. Para Simon Kistemaker, “Los judíos de Atenas habían introducido la enseñanza de las Escrituras entre los atenienses y habían tenido éxito en persuadir a algunos de ellos para que aceptaran sus doctrinas. Suponemos que los miembros de la sinagoga en Atenas eran menos que en las de Berea y Tesalónica”.
En ese primer paso, se destaca la cualidad del predicador panegírico, cuya capacidad teológica lo llevó a discernir que siempre la inquietud social es temporal y que la teología como misterio es eterna. Además, se concluye que lo que más atrae a la gente es el drama no la contemplación.
En segundo lugar, Pablo de Tarso se dirigió al Ágora, un mercado ateniense rodeado de edificios, o pórticos, que funcionaba como centro de la vida social y económica de la ciudad. Allí se encontró y debatió con filósofos de las escuelas rivales estoica y epicúrea. Estos pensadores creían que el apóstol traía nuevas ideas y nuevos dioses (Hechos 17:18), por eso disputaron con él. Al respecto John F. Walvoord y Roy B. Zuck en su comentario bíblico:
Cuando estos filósofos conocieron a Pablo, comenzaron a disputar con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? “Disputaban” es syneballon (lit. “tirarse con”; i.e., lanzarse unos a otros ideas). Esto difiere un poco de lo que Pablo hacía en las sinagogas. Allí él razonaba (dielegeto, “discutió, conversó”, v. 17; cf. la misma palabra en v. 2; 18:4, 19; 19:8). El término que se traduce como “palabrero” es spermalogos (lit. “que picotea semilla”). Describe a alguien que es como un pájaro que recoge semillas, el que toma algo que aprende por aquí y por allá y luego lo transmite como si fuera propio.
En este segundo puente cultural, Pablo tiene la capacidad de salir del diálogo con los miembros de la sinagoga para debatir racionalmente en la plaza pública las ideas que circulaban en la Atenas de esa época. Su capacidad de razonar y debatir ideas o conceptos me lleva a preguntarme: ¿qué tan preparados estamos para afectar la plaza pública de hoy por medio de técnicas de debate que nos permitan ser aceptados en estos círculos de pensadores?
Finalmente, Pablo es llevado al Areópago para ser examinado por sus enseñanzas (Hechos 17:19). Este espacio era un alto tribunal ateniense, donde se encontraba lo más aristocrático e intelectual de la época. De hecho, J.D. Douglas explicó que “era una corte encargada de las preguntas sobre moralidad y derecho de los maestros que enseñaban en público”. Allí, el apóstol tuvo la posibilidad de enseñar y responder a las grandes preguntas existenciales que se ha hecho el ser humano a lo largo de la historia universal.
Aunque los registros no muestran la fundación de una Iglesia o conversiones masivas sí se nos dice que Dionisio, el areopagita, uno de los miembros de la corte, estaba entre los que creyeron (17:34). De esa manera, Pablo tuvo la posibilidad de crear un puente desde el Evangelio con la aristocracia intelectual de Atenas.
Estos tres espacios culturales, es decir, el religioso, la plaza pública y la aristocracia intelectual, nos deberían servir de ejemplo para generar, desde el Evangelio, un diálogo prolífico y un debate de altura. Esto nos permitirá tener incidencia en el desarrollo de la fe y de la cultura que nos rodea.
Bibliografía y referencias
- Antonio Diéguez, Cuerpos inadecuados: El desafío transhumanista a la filosofía (Barcelona: Editorial Herder, 2021), 25
- Bruno Patino, La civilización de la memoria de pez: pequeño tratado sobre el mercado de la atención (Madrid: Alianza Editorial, 2021), 17-18.
- Byung Chul Han, Psicopolítica (Barcelona: Editorial Herder, 2021), 12.
- F. F. Bruce, Hechos de los Apóstoles (Grand Rapids: Libros Desafio, 2007), 388.
- Jaron Lanier, Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018), 38-39.
- J. D. Douglas, Merril C. Tenney, “Areópago”, en Diccionario Bíblico Mundo Hispano (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2005), 93.
- John F. Walvoord y Roy B. Zuck, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Nuevo Testamento, tomo 2: San Juan, Hechos, Romanos (Puebla: Ediciones Las Américas, 1996), 197.
- Julia Bell, Atención radical (Alpha Decay, 2021).
- Simon J. Kistemaker, Comentario a Hechos (Grand Rapids: Libros Desafío, 2007), 671.
- Zachary Smith, “Atenas”, en Diccionario Bíblico Lexham, ed. John D. Barry y Lazarus Wentz (Bellingham: Lexham Press, 2014), 98.
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