Herman Bavinck fue una de las figuras clave del neocalvinismo, un movimiento teológico que buscó integrar la fe reformada con la vida intelectual y cultural. Su pensamiento destacó por su equilibrio entre la ortodoxia y el compromiso con el mundo moderno; abordó con profundidad temas como la revelación, la gracia y la relación entre la teología y la ciencia. Su obra Dogmática Reformada no solo consolidó su legado, sino que sigue siendo una referencia fundamental para quienes buscan una fe intelectualmente sólida y culturalmente relevante. En un contexto donde el cristianismo enfrentaba desafíos del secularismo y el positivismo, Bavinck ofreció una visión que no rehuía la modernidad, sino que la enfrentaba desde una convicción teológica bien fundamentada.

En esta oportunidad, BITE conversó con James Eglinton —uno de los principales expertos en el pensamiento de Bavinck— respecto a la relevancia de este teólogo holandés para la iglesia contemporánea, los desafíos que enfrenta el cristianismo en un mundo pluralista y cómo la tradición reformada sigue ofreciendo respuestas frescas a los problemas de hoy. Eglington ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar y divulgar el neocalvinismo, que sigue siendo relevante en la actualidad. Es autor de obras importantes como Bavinck: A Critical Biography (Bavinck: una biografía crítica), aclamada por su profundidad y claridad, y ha traducido al inglés varios escritos clave del teólogo holandés, acercando su pensamiento a las nuevas generaciones.
Su formación incluye derecho y teología, además de un doctorado sobre Bavinck realizado en la Universidad de Edimburgo, misma institución en la que actualmente es Senior Lecturer desde 2013. Además de su labor académica, Eglinton es un comunicador activo en temas de teología pública. Ha escrito para medios como The Gospel Coalition, Christianity Today y The Times, y ha participado en programas de radio y televisión. También es miembro y anciano gobernante de Cornerstone Free Church en Edimburgo, Escocia.

Lee a continuación nuestra entrevista con el Dr. James Eglinton:
¿Cómo y por qué llegaste a la vida y teología de Herman Bavinck? Cuéntanos un poco sobre eso.
Estaba estudiando teología en el seminario justo cuando se tradujo al inglés la Dogmática Reformada de Herman Bavinck. Cuando se publicó, era una obra teológica muy nueva, muy fresca, impresionante en su interacción con la Escritura; también en su comprensión de la forma en que la Escritura ha sido recibida e interpretada en la historia del cristianismo. Eso hizo que las formas en las que Herman Bavinck expresó esas doctrinas, en su propio contexto, fueran muy persuasivas, convincentes y profundamente impresionantes.

Así que, cuando leí la Dogmática como estudiante, pensé que era una teología impresionante al extremo, y acabé haciendo un doctorado sobre su autor, en parte porque a través de Bavinck empecé a descubrir la tradición teológica reformada holandesa. Crecí en la Iglesia Libre de Escocia. Mi nación y los Países Bajos están muy cerca geográficamente y tienen mucha historia en común en medio de sus muchas divergencias. Para mí, la experiencia fue como conocer a tus primos hermanos por primera vez siendo adulto, sin haberlos visto nunca antes, pero como son parientes muy cercanos, inmediatamente muchas cosas en ellos tienen sentido. Sin embargo, tampoco son exactamente iguales a tus propios hermanos; hay algo que también es diferente.
Esta tradición me intrigó tanto que quise conocerla a fondo. Así que he estado trabajando en la vida de Bavinck desde entonces, y terminé escribiendo una tesis doctoral sobre su comprensión de la Trinidad y el mundo como Su creación. Luego, escribí una biografía de su vida para tratar de ayudar a la gente a entender el contexto de Herman Bavinck y por qué escribió sus libros en períodos particulares de su vida, así como el tipo de desafíos que enfrentó.

También quería entender mejor la vida de fe de Bavinck, lo que significaba experimentar la piedad cristiana y el trasfondo eclesiástico del que procedía, en términos de una espiritualidad cristiana muy profunda. Existe un estereotipo respecto a la tradición neocalvinista de la que él provenía: que es muy racional y trata de transformar la cultura circundante, pero descuida la vida del corazón y no es una tradición muy rica en piedad.
Históricamente, ese no es el caso en personas como Herman Bavinck o su colega Abraham Kuyper, quienes venían de una tradición cristiana con un énfasis profundo en la vida devocional, de lo cual Kuyper escribió mucho material. Lo que se sabía de Bavinck en ese frente tal vez no era mucho antes de que yo escribiera la biografía, pero por ejemplo, al prepararla, leí todos sus diarios, que es donde escribió muchas de sus oraciones y relató su propia experiencia espiritual: cómo trataba de sopesar las decisiones y tomarlas bien, alineadas con la voluntad de Dios, y su participación en la iglesia y la Cena del Señor durante su juventud.
Así, con la biografía pretendía cambiar el enfoque de la conversación sobre el neocalvinismo, que no solo se ocupa de la transformación cultural, sino también de la contemplación de la gloria de Dios y la visión beatífica. Ese punto específico no lo trato directamente en la biografía, pero quería mostrarle a la gente cómo era una vida de piedad en ese contexto.

En tu trabajo has resaltado la relevancia contemporánea de Herman Bavinck y de su obra. ¿Cuáles crees que son sus lecciones más importantes para la Iglesia de hoy, que vive en este contexto tan multicultural y global?
El trabajo de Herman Bavinck hoy en nuestro contexto global y multicultural es relevante porque nos ayuda a reflexionar sobre cómo hacer teología en nuestros entornos particulares con audacia y al mismo tiempo con humildad. Sobre Bavinck ahora se entiende mejor, quizás más que hace algunos años, que él trabajaba de manera crítica dentro de la tradición de la ortodoxia reformada, es decir, la teología que surgió después de la Reforma, en los siglos XVI y XVII. Una de las ideas y distinciones más importantes dentro de esta tradición fue entender la diferencia entre la teología arquetípica y la teología ectípica.
En la ortodoxia reformada, la teología arquetípica es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. Es la teología absolutamente verdadera, el conocimiento absolutamente verdadero de Dios que solo Él posee y al que, como criaturas finitas, no tenemos acceso. Pero hay otro tipo de teología que sí tenemos: se llama teología ectípica. Herman Bavinck la describe con la frase: “pensar los pensamientos de Dios después de Él”. El llamado a hacer teología es precisamente eso, responder como criaturas a lo que Dios revela de Sí mismo y reflexionar teológicamente.
Pero la teología ectípica, en esa tradición reformada, siempre reconoce que somos criaturas finitas, que no somos el Dios infinito. Eso significa que estamos limitados por nuestra finitud a nuestro lugar y tiempo particular, que no venimos de todos lados, sino de un lugar y un momento específicos. Pero es allí donde Dios, en Su providencia, nos ha puesto y nos ha llamado a hacer teología.

Bavinck nos da recursos valiosos dentro de la tradición reformada para reflexionar sobre cómo nuestra finitud y condición de criaturas nos permiten pensar desde los contextos históricos y culturales de los que venimos. Dios nos llama allí, sin importar nuestro origen, a pensar Sus pensamientos después de Él, y a desarrollar una rica teología ectípica. Este es un recurso en la tradición reformada que sirve para entender cómo poner en práctica el conocimiento teológico con audacia en nuestro contexto particular. La teología ectípica responde a la arquetípica, a lo que el Dios, que se conoce a sí mismo de manera infinita y perfecta, nos revela sobre Él.
Por eso, la teología ectípica debe ser audaz, porque no es simple especulación o conjetura a oscuras, pero también debe ser humilde, porque no es arquetípica. Estamos pensando los pensamientos de Dios después de Él, pero estos comienzan como pensamientos de Dios que solo Él conoce de manera verdadera, perfecta, infinita y única.
La combinación de estas dos características es crucial. Si no hay audacia, lo que existe no es realmente humildad, y si no hay humildad, la audacia se convierte en algo parecido a la arrogancia; es injustificado. Estas virtudes coexisten y Bavinck nos ofrece, creo, recursos maravillosos para entender lo que significa para la Iglesia global practicar teología ectípica en sus distintos contextos culturales.

Bavinck escribió sobre justicia social, racismo, ética, ciencia, ética en la ciencia, tecnología. ¿Cómo sus escritos pueden guiar a la Iglesia de hoy a responder sobre estos mismos temas que siguen siendo tan relevantes?
En primer lugar, creo que su ejemplo es importante en sí mismo. En el siglo XX, para los evangélicos, tanto en el mundo angloparlante como en otros contextos culturales y lingüísticos, se desarrolló una división entre los que se preocupaban por los temas sociales y los que se consideraban teológicamente ortodoxos, creyentes del Evangelio de la justificación solo por la fe. Si te preocupabas por temas sociales como el racismo, la economía y otros, entonces pertenecías a la “izquierda” y seguías un “evangelio social”. Pero si no creías en esto, entonces pertenecías a otro grupo. Abordar esas cuestiones sociales era complejo.
Herman Bavinck nos muestra —porque no formó parte de ese desarrollo, ya que vivió antes de él— que, en realidad, puedes ser un cristiano teológicamente ortodoxo y, precisamente por eso, preocuparte por la aplicación del Evangelio y la gloria de Dios en todas las áreas de la vida, lo cual necesariamente incluye estos asuntos. Bavinck nos da un ejemplo de cómo sería ser un cristiano reformado teológicamente ortodoxo, que cree en la justificación solo por la fe, solo en Cristo, recibida solo por gracia, y que, por esa fe, se preocupa profundamente por todos estos temas sociales y se interesa en la gloria de Dios en cada esfera de la vida.
En ese sentido, su ejemplo nos muestra algo en el siglo XXI que muchas personas quizás suponen que no puede existir. Creo que los problemas que enfrentó han cambiado en los últimos 100 años, por lo que sus escritos no encajan directamente con las necesidades de la Iglesia hoy. Sin embargo, nos da un ejemplo práctico de cómo, en la tradición reformada, se pueden abordar estos temas con base en la Biblia, sin caer en un biblicismo simplista —como si todo pudiera resolverse simplemente basando todo en textos de prueba arrancados de las Escrituras—.
Más bien, Bavinck desarrolló un reporte muy profundo de lo que significa tener una cosmovisión cristiana. Para él, esta consistía en la búsqueda de una sabiduría piadosa que se puede desarrollar sobre la base de las Escrituras y, por lo tanto, se puede aplicar para pensar y vivir para la gloria de Dios en todos los asuntos y contextos. Creo que esta parte de su obra es como el motor que impulsa una máquina. Su cosmovisión sigue siendo muy importante para reflexionar sobre cómo abordar estos problemas 100 años después; su ejemplo es un modelo de pensamiento riguroso y cuidadoso, que muestra cómo aplicar la sabiduría piadosa a cuestiones sociales concretas.

En los estudios que has realizado, es común esta idea de diferenciar entre ‘catolicidad’ y ‘catolicismo romano’, ¿por qué es importante hacer esa distinción entre catolicidad, es decir, tener comunión con otros creyentes y con otros trasfondos denominacionales, pero sin llegar al catolicismo romano? ¿Cómo la teología de Herman Bavinck —o la recuperación de la teología reformada— es importante para todo esto?
Según Herman Bavinck, la diferencia entre catolicidad y catolicismo radica en su enfoque. En el catolicismo romano, la idea de “católico” es principalmente eclesiástica: es la Iglesia la que es católica. Sin embargo, Bavinck concebía la catolicidad no solo como una característica de la Iglesia, sino también de la vida misma. Creía que el mundo es uno porque fue creado por un único Creador, el Dios viviente, y diseñado como una revelación general de Él. Por ello, el mundo posee una integridad y unidad propias, creadas para funcionar como un todo. Así, es legítimo hablar del universo y de la vida humana en términos católicos, en el sentido de su plenitud y totalidad según el propósito divino.
La vida no fue creada para ser desarticulada o fragmentada. De hecho, para Bavinck, esto es lo que el pecado ha provocado en nuestra naturaleza caída y, por tanto, en nuestras vidas caídas: la pérdida de su catolicidad. La vida ya no parece pertenecer a un gran principio organizador que le da la belleza de su unidad y de toda su diversidad. Así, el Evangelio recupera la catolicidad de la vida misma; una especie de holismo en la existencia.
Una idea que aparece repetidamente en los escritos de Bavinck acerca del carácter de la vida cristiana es su expresión: “Deseo ser humano, y deseo que nada humano me sea ajeno”. Con esto, se refería a la idea de que la gracia de Dios restaura la naturaleza; que la gracia de Dios restaura la integridad de la vida desde la fragmentación que el pecado le ha infligido a esta y al mundo. Entonces, el concepto de catolicidad no debería restringirse a la Iglesia. De hecho, la catolicidad de la iglesia corresponde a la naturaleza de la vida en el mundo como debería ser, no bajo las condiciones del pecado.
Así, Bavinck imaginaba la catolicidad de la Iglesia de modo muy diferente. Una de sus críticas al catolicismo romano era la dificultad de reconciliar esas dos palabras: “romano” y “católico”. Según él, “romano” implicaba un lugar particular, un centro cultural para la Iglesia, pero su visión de la catolicidad era muy distinta. Para Bavinck, el lugar al que la iglesia pertenece abarca todas las tierras y culturas. En lugar de canalizar la noción de catolicidad a través de un lugar en particular, según su pensamiento, la Iglesia católica pertenece a toda la Tierra, a cada tribu y lengua.
Esto ofrece una noción de catolicidad muy diferente, aunque no creo que Bavinck haya desarrollado plenamente lo que esto significaba en la práctica: ¿cómo sería para la Iglesia crecer en América Latina, en Asia Oriental, en África subsahariana? Hacia el final de su vida, Bavinck era bastante pesimista sobre el mundo no occidental; él murió en 1921, antes de la gran expansión del Evangelio en el mundo no occidental, que ocurrió principalmente después de su tiempo. Por eso, no creo que realmente haya llegado a imaginar cómo se vería este concepto de que todo el mundo debería ser “católico” por naturaleza o el hecho de que la Iglesia se expandiera, pero creo que sí nos da los recursos para empezar a reflexionar en qué significa que la iglesia sea culturalmente católica.

Para muchos, “calvinismo” es lo mismo que “reformado”; son sinónimos. Pero, ¿qué piensas acerca de eso? ¿Cómo se relacionan estos términos entre sí?
Para Herman Bavinck, había dos maneras de pensar sobre las consecuencias o el tipo de carácter que tendría la Reforma protestante. Una forma es verla como un movimiento centrado en la Iglesia y la doctrina, sobre todo, la de la salvación. En el siglo XVI, las personas se dieron cuenta de que las enseñanzas de la Iglesia católica ya no estaban alineadas con la Biblia, especialmente en cuanto al Evangelio mismo. Por lo tanto, era necesario reformar la doctrina de la salvación e insistir nuevamente en que esta se debía a la justificación solo por la fe, recibida solo por gracia, solo a través de Cristo.
Además, los cristianos protestantes entendieron que la forma en que la Iglesia había evolucionado tampoco estaba en línea con las Escrituras. Por ejemplo, se reformó la Iglesia al no tener papa y al replantear la estructura eclesial. Con eso, la tarea habría estado completa: habríamos tenido una Iglesia reformada.
Ese sería un enfoque, pero Bavinck entendía la naturaleza de la Reforma de una manera diferente. Para él, no se trataba simplemente de un cambio en las doctrinas, especialmente respecto a la salvación y la Iglesia, sino de toda la vida. Una vez que comienzas a reformar la Iglesia y la doctrina de la salvación, eso genera un efecto dominó desde la iglesia hasta la sociedad en la que esta se encuentra; comienza a cambiarla y a alterarla. Esto significa que la fe cristiana en la tradición reformada adopta una forma bastante distinta, porque se desarrolla un tipo particular de piedad que procura la Reforma en todas las áreas de la vida; una búsqueda intencional de la gloria de Dios.

La forma en que Herman Bavinck describía estos dos enfoques era, en primer lugar, la Reforma centrada en la Iglesia, donde ese es el límite; es lo que él llamaba ser meramente “reformado”. Pero el deseo de una Reforma en todas las áreas de la vida y que se extienda al mundo entero es lo que él denominaba ser “calvinista”. Según este modo de pensar, todos los que son calvinistas son también reformados, pero no todos los que son reformados son calvinistas. Esa forma de hablar del calvinismo en su contexto holandés eventualmente tomó el nombre de “neocalvinismo”, para describir cómo, en su mundo moderno, se veía la aspiración de buscar intencionalmente la gloria de Dios en cada aspecto de la vida.
Estas dos formas de pensar son bastante diferentes, y lo que puede resultar un poco confuso es cómo se utilizaban esos términos en su época en comparación con el mundo angloparlante actual, en el que muchas personas usan la palabra “calvinismo” para referirse a lo que Bavinck llamaba ser meramente “reformado”. Es decir, creer en las doctrinas de la gracia (el acrónimo TULIP) y querer que la Iglesia sea reformada, pero sin considerar cómo esto afecta todas las demás áreas de la vida. Aunque las etiquetas han cambiado con el tiempo, sus conceptos todavía son reconocibles.
¿Cuáles crees que son las principales amenazas que enfrenta la Iglesia de hoy, tanto desde dentro como desde fuera?
En su contexto, Herman Bavinck percibió las principales amenazas que enfrentaba la Iglesia al final de su vida. Él murió después de la Primera Guerra Mundial. Para entonces estaba muy preocupado por lo que había salido mal en Europa, un continente en el que por mucho tiempo hubo tanta influencia cristiana, pero aun así esta no pudo evitar que los países europeos cristianizados iniciaran una guerra entre sí.
En este contexto, le preocupaba mucho el crecimiento del ateísmo en Europa occidental, especialmente a través de la influencia del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Bavinck había interactuado con ateos en etapas anteriores de su vida, pero no eran ateos al estilo de Nietzsche, sino que decían: “Dios no existe y el mundo sigue siendo el mismo cuando quitamos a Dios del panorama. Todavía tenemos una imaginación moral cristiana y esperamos que el mundo sea estable incluso sin Dios”.
Pero Nietzsche era diferente, porque decía que, si “Dios está muerto”, lo cual sucede porque lo matamos, tenemos que reevaluar todos los valores. Para él, sacar a Dios del cuadro significaba que el cuadro necesariamente tenía que cambiar; que todos los valores que habían salido de creer en Dios debían ser reevaluados y, si así se consideraba, cambiados. Esto perturbó a Bavinck, porque la filosofía de Nietzsche —que se volvió muy popular en su tiempo— no veía a Jesús como benigno y equivocado, sino como alguien malo que había engañado a la cultura occidental durante casi 2000 años, y eso lo inquietaba profundamente.

Como mencioné antes, también le preocupaba lo que sucedería fuera del mundo occidental. En su opinión, el gran desafío que enfrentaban los cristianos en Occidente era el de reconstruir un continente que acababa de entrar en guerra consigo mismo. ¿Cuál era la tarea de los cristianos en la promoción de la paz en ese contexto y en la reconstrucción de una sociedad estable? Bavinck pensaba que los cristianos debían contribuir a ese esfuerzo.
Pero, fuera de Occidente, Bavinck escuchaba hablar a misioneros en diferentes partes del mundo sobre la necesidad de que el Evangelio se extendiera más allá del mundo occidental. Creo que él nunca había salido de esa zona; viajó por Europa y visitó Norteamérica en dos ocasiones, pero más allá de eso, no creo que tuviera una forma de imaginar cómo era el resto del planeta. Quizá era demasiado pesimista sobre el poder del Evangelio para transformar a la gente en otras culturas. Ese fue otro gran desafío al ver el resto del mundo en su tiempo: percibía mucha oscuridad y le costaba tener esperanza y expectación gozosas.
Pero el mundo en el que vivimos es extremadamente diferente. Al menos en Europa occidental, algunos de los desafíos que enfrentó Bavinck siguen siendo reconocibles. La Iglesia de esa zona está luchando mucho, y existe un tipo particular de secularización que dificulta su labor. Pero ahora Occidente, o al menos Europa occidental, es como una burbuja en un mundo donde el cristianismo crece y se expande de manera notable, de formas que creo que Herman Bavinck no podía imaginar.
Si pensamos en lo que podemos aprovechar del pensamiento de Herman Bavinck para enfrentar los desafíos actuales, especialmente en Europa occidental, es clave abordar el tema de la secularización. Para algunos, ser secular significa ser posreligioso, es decir, ya no necesitar la religión porque la consideran un obstáculo. Desde esta perspectiva, quien desee formar parte de una sociedad secular no debería dedicarle espacio a la religión. Otros, en cambio, entienden lo secular como un concepto pluralista, pues hay quienes, por diversas razones, pueden imaginar una vida sin Dios y no sienten la necesidad de involucrarse en la religión para integrarse plenamente en la sociedad. Sin embargo, también hay quienes consideran inconcebible la vida sin Dios y desean ser parte activa de esa misma sociedad.

A muchos cristianos de Europa occidental realmente les cuesta saber cómo responder a la palabra “secular”: pensar en lo que significa, preguntarse cómo desafiar la suposición de que secular significa “posreligioso” y que, por lo tanto, no hay lugar para los cristianos en esa zona del mundo. Creo que Bavinck da muy buenos recursos a los cristianos para reflexionar sobre lo que significa esa palabra, debido a su propia interacción con el pluralismo que se desarrolló en su tiempo, y para que luchen por una forma diferente de encajar; que sean capaces de participar en ella como cristianos.
Si Herman Bavinck estuviera vivo hoy, ¿cómo respondería a las amenazas que enfrenta la Iglesia hoy, como el secularismo, la polarización política y la desinformación? ¿Qué aspectos de su pensamiento son útiles en este sentido?
Creo que su noción de catolicidad es importante, por la idea de que la fe cristiana y la vida en el mundo encajan como una cerradura en una llave. Si pones la llave correcta en la cerradura, se abre. De hecho, el cristianismo explica cómo es vivir en el mundo, qué tipo de mundo es, cómo encajar en él y sentirte plenamente humano; tiene este poder único y convincente de ayudarte a pertenecer al mundo porque conoces a su Creador, y sabes que el Creador es también su Redentor. Eso cambia cómo te sientes en el mundo.
Por tanto, la noción de catolicidad es tan amplia como el universo mismo, y abarca tanto la vida como el sentido de pertenencia a ella. Esto significa que, dondequiera que vaya la fe cristiana, nunca debería encontrar lugares o preguntas que no se puedan responder. Por ello, Bavinck sostenía que los creyentes deben tener una confianza fundamental en la fe cristiana: que la fe y el mundo son católicos en su definición.
Pero me gustaría actualizar esa respuesta, no con Herman Bavinck, sino con su sobrino Johan Herman Bavinck, quien vivió a mediados del siglo XX. Fue misionólogo y filósofo, entre otras cosas, y pasó parte de su vida en Asia oriental. Cuando Johan respondió al mismo tipo de pregunta, hizo énfasis en que, cuando enfrentamos todos estos grandes desafíos en nuestro propio día, que es el único día que hemos experimentado directamente, debemos hacerles frente sin ansiedad. Hay un mandamiento bíblico de no estar ansiosos por nada, y la razón por la que la Biblia puede mandarlo —señala J. H. Bavinck— es porque ella misma dice en Eclesiastés que no hay nada nuevo bajo el sol.

Así que el énfasis de J. H. Bavinck estaba en cómo solo Dios es infinito, la creación en la que vivimos es finita, nosotros somos finitos, los humanos no tenemos recursos infinitos para seguir desarrollando nuevos retos, nuevas ideas, nuevas formas de rebelión contra Dios; de hecho, las formas en que podemos hacerlo son limitadas. Los seres humanos hemos existido mucho tiempo, somos ingeniosos y podemos inventar nuevas formas de reciclar un conjunto finito de posibilidades de cómo pensar y vivir en el mundo. Pero J. H. Bavinck recuerda: no hay nada nuevo bajo el sol.
Las nuevas generaciones pueden idear formas algo más refinadas de hacer preguntas que ya se han hecho, pero cada generación parece volver a cosas que ya se preguntaron antes, así que en ese sentido podemos afirmar que en cada generación sí enfrentamos nuevos retos. Sin embargo, en este punto de la historia probablemente no vamos a enfrentar a retos que sean totalmente novedosos. De hecho, para J. H. Bavinck, el carácter de la vida es tal que a menudo nos sorprende por qué alguien muy talentoso pone en palabras algo que ya habíamos intuido antes como humanos. Así que no se nos dicen novedades, sino aquello que sabíamos intuitivamente.

Incluso con esos grandes descubrimientos, los humanos no crean cosas de la nada. Entonces, porque no hay nada nuevo bajo el sol y por la naturaleza de la fe cristiana, podemos vivir sin ansiedad. Eso es bastante raro en el mundo de hoy por el caos político en el que vivimos, porque los medios masivos de comunicación nos manipulan a través del miedo, una emoción humana muy poderosa. Las personas que no se inquietan por estar en el mundo, que no se desentienden ni le dan la espalda al mundo, son bastante raras. Pero el Evangelio tiene el poder de hacernos así.
En realidad, el Evangelio no es solo mi posesión individual como cristiano, sino que soy parte de la Iglesia: toda nuestra comunidad mundial, en todos sus contextos, tiene el mismo mandamiento de no inquietarse por nada, el mismo recurso de saber que, aunque cada época traiga cosas nuevas, al final no hay nada nuevo bajo el sol. Es importante saber que el carácter de la fe cristiana es verdaderamente católico, y que se le puede hacer frente a cualquier desafío. Por lo tanto, en ese contexto, el impactante desafío al que Herman Bavinck motiva a la Iglesia —aunque su sobrino es quien nos ayuda a verlo muy claramente— es a ser una presencia no ansiosa en el mundo.
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