Arminio fue un teólogo que en su reflexión tomó con completa seriedad el origen, naturaleza y efectos del pecado. En todas sus obras, que en su mayoría fueron disputas académicas universitarias, aparece una y otra vez ese tema como realidad constitutiva de la nueva existencia humana desde la caída de los primeros padres en Edén.
Considerando algunas diferencias, sin problema podemos situar el postulado de Arminio dentro de la clásica teología del pecado en la tradición protestante tradicional y confesional. Así, usaremos este espacio para introducir al lector en los puntos fundamentales de su perspectiva doctrinal con respecto a este tema, según la reflexión escolástica que él realizó en el siglo XVI.
De manera sucinta y detallada, Arminio expuso los efectos del primer pecado, es decir, el cometido por “nuestros primeros padres”. Su Disputatio XXXI en el libro The Works of James Arminius (vol. II) y la Disputatio VII (en el vol. I) son los lugares, dentro del resto de sus escritos, donde desarrolló de forma más extensa los efectos de la transgresión de Adán y Eva.
Siguiendo la narración teológica de los primeros capítulos del Génesis, Arminio vinculó, como lo hizo la tradición cristiana antigua, el pecado de los primeros padres con el acto concreto de “comer el fruto prohibido” (Disp. XXXI). Ese acto prohibido fue en realidad “la ofensa a la Deidad”, pero el concreto, “el pecado mismo” de la desobediencia (Cf. Ro. 5:18-19; Works, vol. I, Disp. VII, II: “negación de la sujeción y la renuncia a la obediencia”), que fue comer el fruto del árbol, va acompañado de un efecto inmediato junto a la ofensa a Dios: la culpa.

La ira de Dios y sus efectos
Para Arminio, había una vinculación lógica y necesaria entre la ofensa y la culpa. Ambas resultaron sobre los primeros padres en la ira. ¿Por qué? Arminio respondió que “de la ofensa a la Deidad, surgió su ira a causa del mandamiento violado, [y] en esta violación, ocurren tres causas de justa ira”. Es decir, tres fueron las causas, materializadas en el pecado concreto de desobediencia, que resultaron en la ira de Dios hacia los primeros padres.
La primera fue el menosprecio del poder de Dios; la segunda, la negación de lo que Él quería o hacia lo que tenía una inclinación; y la tercera, el desprecio al mandato, que era la misma voluntad divina bajo forma de precepto y pacto. El pecado de los primeros padres, por tanto, ha llevado a experimentar un trastornamiento interior de la realidad.

Arminio distinguió dos importantes efectos inmediatos. Por un lado, a causa del pecado y la ira divina, el Espíritu del Señor en el hombre cesó su obra de guía y dirección (el huir de Adán a esconderse de Dios era, para Arminio, señal de la huida del Espíritu con respecto a Adán). La conciencia fue afectada, con lo cual la guía y dirección interna del Espíritu había partido del hombre pecador.
Por otro lado, la conciencia afectada había caído presa de la depravación, una realidad extraña, no natural (Disp. XXXI, IV-V). La conciencia de Adán y Eva había pasado a conocer, dijo Arminio, un verse acusado, es decir, el dar un testimonio interno en contra de uno mismo, llevando al hombre a condenarse por la acusación de la conciencia. Todo esto lo definió como “castigo” y “pena grave”.
Sin embargo, tanto a la alteración depravada de la conciencia como a verse despojado de la presencia y guía del Espíritu de gracia, se suman otros castigos que comprometen la realidad vital del ser humano en su bidimensionalidad material y espiritual. Arminio distinguió también otros dos efectos que se concretizan por la palabra muerte, como un efecto “infligido instantáneamente”.

Vida vs. muerte
Para Arminio, el hábitat del Edén ilustraba la vida que Adán había recibido de parte de Dios, pero también el castigo que caería sobre la vida de los primeros padres si es que pecaban. El paraíso representaba “la morada celestial”, llena de pura bienaventuranza bajo la translucidez divina. Aquella vida plena y perfecta era la temporal existiendo dentro de ese paraíso-morada. Así, se sigue que la vida temporal de Adán fuera de los límites de ese paraíso, se traduce por muerte temporal, física.
Por otro lado, el paraíso no solo apuntaba a la realidad de la vida temporal como un don de parte de Dios al hombre. También era tipo de la vida eterna, una nueva forma de existencia. El propósito del árbol permitido en el paraíso, el del fruto de la vida, era ilustrar la vida humana junto al Creador, apuntaba a la continuación de la vida sin muerte. El árbol de la vida era símbolo de una existencia eterna. Por lo tanto, comer de su fruto era vivir eternamente, vivir sin morir.
Pero, al contrario, no comer de su fruto, sirviéndose del fruto del árbol prohibido, era morir eternamente, dejar de vivir. En el huerto, cada árbol representaba la suerte y destino de la vida humana si se mantenían o no las condiciones del pacto que Dios había hecho. La obediencia era comer del árbol de la vida y llevaría a vivir sin morir. La desobediencia, comer del fruto prohibido y resultaría en vivir sin “vida celestial”, morir eternamente.
La muerte como efecto del pecado fue comprendida y distinguida por Arminio en dos sentidos (Disp. XXXI, V-VI), siguiendo una diferenciación ya clásica en la teología. En primer lugar, era temporal (física), lo cual no era para Arminio un destino natural y necesario en la naturaleza humana (algo percibido en la teología pelagiana). Más bien, era un directo resultado inmediato del pecado del hombre y de la ira de Dios. Esta muerte temporal era “la separación del alma del cuerpo”.
En segundo lugar, la muerte era eterna, “la separación de todo hombre de Dios”. Al momento en que los primeros padres fueron separados o exiliados del huerto, recibieron, entonces, la muerte temporal y la eterna. Comienza así una vida de castigos definidos en Génesis 3:16-19. Esta nueva y extraña realidad definió la vida humana a un nivel global.

Consecuencias para la humanidad
Aunque el pecado fue cometido por la primera pareja humana, no solo les afectó a ellos. Por el contrario, los descendientes de Adán y Eva estaban en estos, dijo Arminio, como “en sus lomos”. En Disp. VII, XVI (Works, vol. I) desarrolló la justificación bíblica de esa imagen remitiéndose al testimonio paulino de Romanos 5:12.
Luego de una reflexión sistemática, dijo a modo de conclusión: “cualquiera que sea el castigo que cayó sobre nuestros primeros padres, también ha penetrado y aún persigue a toda su posteridad”. ¿Qué es desde entonces el ser humano? Arminio no encuentra mejor definición que la expresión paulina “hijos de ira” (Ef. 2:3).
El ser humano pasó a una condición nueva por causa de la caída. Arminio clasificó la existencia humana en tres condiciones: inocencia, corrupción y renovación (Disp. XI, Works, vol. I), pero solo las dos primeras nos interesan aquí. Por la primera, entendió la condición del hombre como creación original, caracterizada “por una mente dotada de una clara comprensión de la luz celestial y la verdad sobre Dios”, “un corazón imbuido de justicia y santidad”, “un verdadero amor al bien” y “poderes perfectamente calificados para cumplir la ley”.
Sin embargo, ese estado no era del todo seguro o totalmente confirmado. Al contrario, el hombre, de por sí mudable y tambaleante, fue movido por el pecado y se apartó. Así, la existencia pasó a ser corrupción, la segunda condición. El ser humano, dijo Arminio, “se apartó de la luz y de su bien supremo, Dios”. Hubo en él un descender del bien superior, tanto en su “mente y corazón, a un bien inferior”, pues “transgredió el mandato que le fue dado” y quedó definitivamente “bajo el dominio del pecado”.
En esta nueva y extraña condición, la corrupción afectó de manera especial el libre albedrío. Arminio dijo: “el libre albedrío del hombre hacia el verdadero bien no sólo está herido, mutilado, enfermizo, torcido y debilitado [...] también está aprisionado, destruido y perdido” (Disp. XI, VIII). El poder o los poderes del libre albedrío bajo la condición original y la pérdida de la inocencia están también afectados: “debilitados”, “inútiles”, “no tienen ni un solo poder”, afirmó.
La única esperanza de la voluntad era, para Arminio, la asistencia y excitación de la gracia. Siempre tuvo en mente Juan 15:4-5: “sin mí, nada pueden hacer”.

El ser humano es un todo afectado orgánicamente por la realidad de estar “bajo pecado”. Nada quedó libre de la afectación dañina. Todo lo constitutivo del ser humano, para Arminio, acabó en un estado sólo definible por la corrupción. Lo original en el hombre, es decir, los “hábitos de sabiduría” y “la justicia y la santidad verdaderas” originales, relucía como “imagen de Dios”, “resplandecía maravillosamente” (Disp. XXVI, VII. Works, vol. II). Esta identidad, sin embargo, cayó por completo.
La mente “es oscura”, sin “conocimiento salvador sobre Dios” e “incapaz de las cosas que son del Espíritu de Dios”. Expresiones similares dijo a Collibus (Letter XII, Works, vol. II). El alma, esa “parte más noble del hombre”, quedó “rodeada con la nube de la ignorancia”. Los procesos mentales, teóricos o prácticos, terminaron bajo oscuridad. El hombre entero ahora permanece oscurecido, como vanidoso, tonto, loco y “en tinieblas”. Desde ese momento, el corazón empezó a odiar y a tener aversión: “ama y persigue el mal” (Dip. XI, IX).
En definitiva, la mente y el corazón, para Arminio, están débiles en sus poderes y posibilidades para “realizar lo que es verdaderamente bueno y omitir lo que es malo”. La idea es la expuesta en Mateo 7:18, sobre el mal árbol que da malos frutos. En las secciones XI-XIV se encuentra el desarrollo del recurrente y necesario tema del libre albedrío.
Pérdida de la imagen de Dios
Al final de la Disp. XXXI (Works, vol. II), Arminio retomó la idea de que el pecado, como desobediencia al pacto (Cf. Sobre el pacto de Dios con Adán y Eva en Disp. XXIX. Works, vol. II), ha afectado a los primeros padres y a sus descendientes con los dos tipos de muerte: la temporal y la eterna. Ese suceso también consistió en una pérdida. El teólogo holandés dijo que los primeros padres se vieron “desprovistos de este don del Espíritu Santo o justicia original”.
Justamente esa pérdida es lo que Arminio entiende por “pecado original” o “privación de la imagen de Dios”, una idea que retomó también en otras partes. Sin la forma original, el hombre terminó sumido en una profunda y terrible realidad. El pecado en realidad mató al hombre en todo lo que es.

Conclusión
En estas líneas, que no buscan ser exhaustivas, se ha mostrado parte de la concepción que Arminio tenía del pecado. Su teología respecto a este tema parte desde el primer acto de desobediencia cometido por los primeros padres en el Edén, pasa a los efectos actuales y en desarrollo en la descendencia de Adán y Eva (Disp. VII, Works, vol. I) y llega hasta la definición de la existencia humana bajo el pecado actual (Dips. viii. Works. i).
Sin duda, al hacer una comparativa más sistemática de este tópico de la teología en Arminio y otros representantes de la tradición reformada habrá, en ciertos casos, diferencias no menores. Pero esto no es la regla. Como se mencionó al comienzo de este artículo, la visión que Arminio tenía del pecado encaja en los aspectos más generales y fundamentales que profesaba la tradición protestante, así como la reformada temprana y tardía.
Por eso, animamos al lector a reconsiderar con seriedad el pensamiento de Arminio. Ante todo autor, ya sea en la tradición propia o diferente, la regla será siempre la misma: examinarlo todo, retener lo bueno.
Bibliografía
- Sobre la vida de Arminio y otros aspectos de su teología, en el marco del contexto histórico del Sínodo de Dort, véase mi “Introducción: La controversia arminiana del siglo XVI” en Los Cánones de Dort para el Siglo XXI (Poiema, Colombia, 2023), editado por Isaac F. Lara Fuentes. Véase también las excelentes biografías de Brian, Stanglin y McCall.
- Para las obras de Arminio, véase The Works of James Arminius (NY: Lamp Post. Inc, 2009); W. Stephen Gunter, Arminius and His Declaration of Sentiments An Annotated Traslation with Introduction and Theological Commentary (Waco, Texas: Baylor University Press, 2012); Wim Janse (ed.), The Missing Public Disputations of Jacobus Arminius (Leiden: Brill, 2010).
- Sobre la teología de Arminio, véase especialmente Thomas H. McCall y Keith D. Stanglin, After Arminius: A Historical Introduction to Arminian Theology (NY: Oxford University Press, 2021) y su Arminius: Theologian of Grace (NY: Oxford University Press, 2012); Keith D. Stanglin, Mark G. Bilby y Mark H. Mann, Reconsidering Arminius: Beyond the Reformed and Wesleyan Divine (Nashcille, Tenn: Kingswood, 2014); William den Boer, God’s Twofold Love: The Theology of Jacob Arminius (1559-1609) (Gottingen: Vanderhoeck & Ruprecht GmbH & Co. KG, 2010); Marius van Leeuwen, Arminius, Arminianism and Europe Jacobus Arminius (1559/60-1609) (Boston: Brill, 2009); J. V. Fesko, Arminius and the Reformed Tradition. Grace and the Doctrine of Salvation (Grand Rapids, Michugan: Reformation Heritage Books, 2022).
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