De pie ante el procónsul romano, Policarpo sabía que el fin estaba cerca. El hábil funcionario le interrogó metódicamente y le exigió en repetidas ocasiones que adorara una imagen pagana. Pero él se negó una y otra vez. La multitud sedienta de sangre que llenaba el anfiteatro abucheó al obispo cristiano.
Cambiando de táctica, el procónsul lo animó a persuadir al pueblo. Policarpo no se sintió obligado a defenderse ante una multitud tan hostil. Sin embargo, a él le respondió de otro modo. “Se nos ha enseñado”, dijo (en alusión a Romanos 13:1), “a respetar debidamente a los gobernantes y a las autoridades designadas por Dios, con tal de que no nos perjudiquen”. Aunque se aferraba a sus convicciones, las palabras del apóstol le obligaban a respetar a quienes ejercían la autoridad política.
Este episodio, relatado en el texto paleocristiano The Martyrdom of Polycarp (El martirio de Policarpo en español), refleja las dramáticas presiones sociales que sufrió la iglesia primitiva. En cierto modo, también nos recuerda algunas de las presiones a las que se enfrentan los cristianos hoy en día.
En su obra The Rise and Triumph of the Modern Self (El origen y el triunfo del ego moderno en español), Carl Trueman diagnostica los males que aquejan a nuestra sociedad y observa las resonancias entre el mundo antiguo y el posmoderno. “El mundo del siglo II es, en cierto sentido, nuestro mundo”, escribió. A pesar de todo nuestro aparente progreso, ¿estamos volviendo a los días en que los paganos ejercían el poder social y político contra la iglesia?
Sabiduría de los Padres
Si nuestro mundo moderno se parece al antiguo, quizá podamos extraer algo de sabiduría del modo en que la iglesia primitiva navegó por estas aguas turbias. Como atestiguó Policarpo, las Escrituras eran esenciales para la apologética de los primeros cristianos. Pasajes como Romanos 13:1 y Mateo 22:21, junto con los ejemplos de figuras del Antiguo Testamento como José y Daniel, guiaron la visión de aquellos creyentes para enfrentarse al mundo incrédulo.
De todos los textos utilizados por estos primeros cristianos, 1 Pedro 2:16-17 agrupa temas clave de sus teologías públicas y políticas. “Vivid como personas libres”, escribió el apóstol, “sin utilizar vuestra libertad para encubrir el mal, sino viviendo como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad a la fraternidad. Temed a Dios. Honrad al emperador” [traducción al español de la English Standard Version 2016].
Pedro sabía que los fieles sufrían bajo el peso de las presiones sociales, pero aun así les exhortó a “vivir como personas libres”. Aunque aquello ciertamente implica la emancipación de la esclavitud al pecado y a la muerte, también significa la liberación del miedo a cualquier poder social o político. En las palabras de Pedro no hay ninguna sensación de retirada o capitulación. Él esperaba que los miembros de la iglesia se integraran en el tejido de su contexto social y vivieran libremente “como siervos de Dios”.
La alegría de vivir libremente, continuó el apóstol, se encuentra en un cuádruple sentido de la obediencia cristiana: temer a Dios, honrar al emperador, amar a la iglesia, honrar a todas las personas. En cuatro breves frases, Pedro condensó una visión para atraer a la sociedad que resuena a través de los escritos de la iglesia primitiva, mientras ella navegaba por un mundo pagano.
Temer a Dios
Como un aspecto de la sabiduría cristiana, el compromiso cultural comienza con el temor de Dios. Mientras que 1 Pedro 2:17 sigue el orden “Honrad a todos. Amad a la fraternidad. Temed a Dios. Honrad al emperador”, he dispuesto mi comentario según la vida espiritual, empezando por el temor de Dios. Agustín hizo algo parecido con Isaías 11:2-3 en Sobre la doctrina cristiana 2.7.9-11.
Veo el “temer a Dios” como una frase general que describe una firme convicción en su naturaleza, su obra, y en la sabiduría que de Él se requiere para la vida cristiana (ver Proverbios 1:7; 9:10; Salmo 111:10). Los primeros cristianos formularon estas convicciones en un resumen doctrinal, a menudo llamado “regla de fe”, que confesaban en el bautismo. Una vez que salían de las aguas, la regla de fe describía el marco teológico que guiaba sus vidas espirituales.
Ireneo de Lyon, por ejemplo, comenzó su resumen de la regla diciendo: “Dios, el Padre, no hecho, no material, invisible; un Dios, el Creador de todas las cosas: este es el primer punto de nuestra fe”. El segundo y el tercer punto confiesan a Cristo y al Espíritu Santo, una visión trinitaria desarrollada de Dios. Este resumen doctrinal informaba cada rasgo de su doctrina y práctica, y fortificaba una línea divisoria teológica y moral de las ideologías culturales heredadas.
Esto significa que el primer paso del compromiso cristiano es el discipulado. El enfoque necesario de la iglesia está en la formación de los miembros, ayudándoles a cultivar un compromiso sincero con Cristo y la doctrina cristiana. Sólo cuando se impregnaron profundamente de la fe de la iglesia, los primeros cristianos pudieron defenderse de los desafíos intelectuales, soportar las presiones sociales e incluso afrontar el martirio.
Finalmente, su compromiso con las enseñanzas de las Escrituras prevaleció. La iglesia primitiva triunfó, ante todo, porque “las doctrinas centrales del cristianismo impulsaron y sostuvieron relaciones y organizaciones sociales atractivas, liberadoras y eficaces”.
Honrar al emperador
Mientras que el temor del Señor fue el primer paso, la iglesia primitiva afirmó el lugar que le correspondía al poder político. Del mismo modo en que Pedro animó a los fieles a “honrar al emperador”, ellos respetaban a quienes ejercían la autoridad política, incluso cuando los oprimían (véase Romanos 13:1-7; Proverbios 24:21).
Los primeros teólogos cristianos sabían muy bien que el poder político estaba destinado a frenar el pecado y establecer el orden, aunque se pudiera abusar de él. Haciendo alusión a Romanos 13:4-6 y pasajes relacionados, Ireneo observó que el “gobierno terrenal” había sido “designado por Dios para el beneficio de las naciones, y no por el diablo, que nunca está tranquilo en absoluto, es más, que no ama ver incluso a las naciones conduciéndose de una manera tranquila”.
No todos los líderes civiles son virtuosos y, en la providencia del Señor, las personas experimentan diferentes tipos de gobierno político. Algunos dirigentes “se dedican a la corrección y el beneficio de sus súbditos, y a la preservación de la justicia; pero otros, a los propósitos de temor y castigo y reprensión”.
Basándose en la doctrina de la providencia y la trascendencia divinas, Tertuliano se atrevió a afirmar que el emperador “es más nuestro que vuestro [de los paganos], porque nuestro Dios lo ha designado”. También afirmó que los cristianos rezan por la estabilidad política, diciendo:
Por todos nuestros emperadores rezamos. Rezamos por la vida prolongada; por la seguridad del imperio; por la protección de la casa imperial; por ejércitos valientes, un senado fiel, un pueblo virtuoso, el mundo en reposo.
Aunque no temían criticar al emperador (o a cualquier otra figura política) por descuidar sus obligaciones, los cristianos respetaban el lugar de la autoridad civil.
Amar a la fraternidad
Los primeros cristianos no solo temían a Dios y honraban al emperador, sino que también amaban a la iglesia (Romanos 12:10; Hebreos 13:1). Los del mundo antiguo, al igual que los de hoy, reconocían que las leyes y las estructuras políticas no pueden hacer que las personas sean verdaderamente virtuosas; eso sigue siendo obra del Espíritu Santo. Las estructuras políticas pueden ayudar a facilitar ese trabajo y proporcionar entornos que promuevan una vida virtuosa, pero no nos salvarán ni nos harán santos.
Aunque la iglesia —tanto en el mundo antiguo como en el actual— no es perfecta, los del Camino sostenían que “lo que el alma es para el cuerpo, los cristianos lo son para el mundo”. Aunque el pueblo de Dios sea perseguido, irónicamente los creyentes “mantienen unido al mundo”.
La comunidad cristiana primitiva no veía a la iglesia como una organización voluntaria o una reunión social más, sino como el lugar de la actividad redentora de Dios. Desde su punto de vista, Él actúa en el cuerpo de Cristo y las naciones disfrutan de las bendiciones. Los cristianos —escribió el primitivo apologista Arístides—:
..se aman unos a otros, y de las viudas no apartan su estima; y libran al huérfano de quien lo trata con dureza. Y el que tiene, da al que no tiene, sin jactarse. Y cuando ven a un forastero, lo acogen en su casa y se alegran de él como de un hermano.
El amor entre la iglesia es un testimonio vivo del potencial de florecimiento humano que se encuentra en el Evangelio.
Honrar a todos
Por último, aunque la iglesia primitiva temía a Dios, honraba al emperador y amaba a sus hermanos, también reconocía que las Escrituras llamaban a honrar a todas las personas (Romanos 13:7; 1 Pedro 2:17). Los cristianos “no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por la lengua, ni por las costumbres que observan”, escribió el autor de la epístola A Diogneto (Epistle of Diognetus en inglés).
En cambio, “siguiendo las costumbres de los nativos en lo que respecta al vestido, la comida y el resto de su conducta ordinaria, nos muestran su maravilloso y confesadamente sorprendente método de vida”. Los primeros cristianos afirmaban que todas las personas habían sido creadas a imagen de Dios y eran dignas de respeto, independientemente de su posición social. “Somos lo mismo para los emperadores que para nuestros vecinos ordinarios”, escribió Tertuliano.
La iglesia primitiva perseguía la santidad y la modestia, y con ello esperaba persuadir a algunos. Justino Mártir, reflexionando sobre el modo en que el Evangelio transformaba las vidas, escribió que los cristianos “rezamos por nuestros enemigos y nos esforzamos por persuadir a quienes nos odian injustamente de que vivan conforme a los buenos preceptos de Cristo, con el fin de que lleguen a ser partícipes con nosotros de la misma gozosa esperanza de una recompensa por parte de Dios, el soberano de todo”.
Ahora, con renovado vigor e ingenio, necesitamos personas de fe que vivan con este tipo de visión de la sociedad: el testimonio vivo de una comunidad fiel, virtuosa y amorosa que honra a todas las personas.
Ya hemos pasado por esto
Podríamos decir mucho más sobre la sabiduría de los primeros cristianos a la hora de vivir en un mundo incrédulo. Las palabras de 1 Pedro 2:17 y el ejemplo de la iglesia primitiva, que puede ser reconfortante, proporcionan un marco útil para empezar a reflexionar sobre este complejo tema. Ya hemos pasado por esto. La iglesia ha sobrevivido e incluso prosperado en tiempos como estos.
Pero estos tiempos son diferentes. El paganismo moderno (en palabras de T.S. Eliot) sigue entremezclado con los vestigios de un pasado cristiano. Nuestras instituciones sociales y religiosas, organizaciones y tradiciones están en transición, enredadas en el desorden de la pérdida de las costumbres cristianas que las informaban.
Mirando a la iglesia primitiva, vemos una visión que resuena con la exhortación de Pedro. Comienza por temer a Dios, honrar al emperador, amar a la Iglesia y honrar a todas las personas. Como Policarpo ante el procónsul y la multitud burlona, no convencerá a todos. Sin embargo, también como él, caminamos en la fe y vivimos como personas libres.
Referencias y bibliografía
- El martirio de Policarpo 10. Todas las traducciones de los Padres Apostólicos proceden de Michael W. Holmes, The Apostolic Fathers: Greek Texts and English Translations (Grand Rapids: Baker Academic, 2007).
- Carl R. Trueman, The Rise and Triumph of the Modern Self: Cultural Amnesia, Expressive Individualism, and the Road to Sexual Revolution (Wheaton, IL: Crossway, 2020), 406.
- Ireneo, La demostración de la predicación apostólica, trad. John Behr (Crestwood, NY: St. Vladimir's Seminary Press), 6.
- Rodney Stark, The Rise of Christianity: How the Obscure, Marginal Jesus Movement Became the Dominant Religious Force in the Western World in a Few Centuries (Nueva York: HarperOne, 1996), 211.
- Ireneo, Agains Heresies (Contra las herejías) 5.24.2, 3 (ANF 1:552).
- Tertuliano, Apology 30, 33, 36 (ANF 3:43).
- Epístola de Diogneto 5, 6.
- Arístides, The Apology of Aristides the Philosopher 15 (ANF 9:277).
- Justino Mártir, 1 Apology 14 (ANF 1:167).
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Stephen O. Presley en Desiring God.
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