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El término ‘calvinismo’ ha sido usado de diversas maneras desde el tiempo de Juan Calvino hasta el nuestro, pero, como se argumentará, este término no es apropiado ni para hablar del mismo Calvino ni para hablar de la tradición teológica a la que él perteneció. Según el historiador Richard Muller, en cuya investigación está principalmente basado este artículo, dicho término ha sido entendido al menos de tres formas:
- El calvinismo como la propia teología de Juan Calvino.
- El calvinismo como la teología de los seguidores de Calvino.
- Y el calvinismo como la teología reformada.
En primer lugar, el entendimiento del calvinismo como la teología del mismo Calvino parece obvio, si entendemos ‘calvinismo’ como el pensamiento individual de Calvino en cuanto a diversos asuntos y temas teológicos, tales como la predestinación y la Cena del Señor, el cual expresa generalmente en sus diferentes escritos, ya sean cartas, tratados, sermones o comentarios bíblicos, y particularmente en la Institución de la Religión Cristiana, su obra magna.
Sin embargo, el pensamiento individual de Calvino no fue del todo original, ya que él dependió ampliamente de los Padres de la Iglesia, como Agustín y Crisóstomo; de los teólogos medievales, como Anselmo, Lombardo y Aquino, y de los primeros reformadores, como Zuinglio, Lutero, Bullinger y Melanchthon; y, por supuesto, de los autores canónicos de las Sagradas Escrituras, las cuales citaba constantemente en sus escritos. Una lectura somera de su Institución probará esto.
Ciertamente, Calvino tuvo cierta originalidad teológica, como cualquier otro teólogo de su tiempo, al añadir sus propios comentarios, énfasis y matices en los diversos asuntos y temas teológicos que trataba; pero esa originalidad no es suficiente para llamar ‘calvinismo’ al pensamiento de Calvino, como si fuera un pensamiento teológico altamente independiente y original, así como sí hablamos de agustinismo o tomismo, en referencia al pensamiento propio de Agustín o Aquino, los cuales fueron sistemas de pensamiento bastante originales.
Por ejemplo, la doctrina de la predestinación de Calvino es muy poco original en cuanto al contenido, ya que es más bien una fusión de la doctrina de Bucero, Viret, Musculus y Vermigli, los cuales, a su vez, la habían desarrollado con base en la doctrina de Agustín, Aquino y Gregorio de Rímini. Ciertamente, Calvino formuló esta doctrina de manera original, pero en esencia seguía siendo la misma doctrina enseñada por otros antes que él.
Asimismo, su doctrina de la Cena es tomada de Bucero y Melanchthon, a la que él añadió algunos elementos distintivos, pero no los suficientes como para llamarla una doctrina original de Calvino. De hecho, Calvino fue el pupilo de Bucero durante tres años en Estrasburgo, y este fue influyente no solo en la teología eucarística de Calvino, sino también en su teología pastoral. Además, ya antes de Calvino, Zuinglio y Lutero habían discutido sobre la Cena en el Coloquio de Marburgo, y otros reformadores contemporáneos como Vermigli habían establecido muy bien la postura reformada de la Cena, de tal manera que el mismo Calvino en una ocasión dijo que “toda la doctrina de la eucaristía fue coronada por Vermigli, quien no dejó nada más que añadir”.
Pero nada de lo dicho es en detrimento de Calvino, ya que se requiere de una gran erudición para leer, interpretar, armonizar y reformular a tantos teólogos y doctrinas como él lo hizo. Como una vez dijo John Sturm de Estrasburgo (1507–1589): "Juan Calvino estaba dotado de un juicio muy agudo, de la más alta erudición y de una memoria prodigiosa, y se distinguía como escritor por su variedad, profusión y pureza, tal como puede verse, por ejemplo, en su Institución de la Religión Cristiana”.
En segundo lugar, el entendimiento del calvinismo como la teología de los seguidores de Calvino es incorrecto, ya que, en general, ninguno de los prominentes teólogos reformados de los siglos XVI y XVII se llamaron a sí mismos ‘calvinistas’, ni basaron su teología en Calvino. Ni siquiera el pupilo y sucesor de Calvino en Ginebra: Teodoro de Beza.
De hecho, ‘calvinista’ era un término peyorativo que surgió entre los críticos luteranos de Calvino, y era usado por todos los enemigos de los reformados a modo de insulto, incluyendo a los romanistas. Por esta razón, los teólogos reformados de este periodo rechazaron este término como un identificador personal o grupal, y más bien preferían identificarse como reformados, o, aún mejor, como católicos y evangélicos reformados. Por ejemplo, Daniel Tossanus (1541–1602), un hugonote francés, afirmó: “Algunos nos llaman calvinistas, pero somos la iglesia evangélica-católica. Además, no fuimos bautizados en el nombre de Calvino, sino en el nombre de Cristo”.
Aún más, el mismo Calvino rechazó el término ‘calvinismo’ como identificador para una persona, considerándolo un insulto. En una ocasión, dirigiéndose al príncipe Federico III, que era acusado de ser ‘calvinista’ por los luteranos, dijo: “Ellos no pueden hallar un insulto más horrible para atacar a su Alteza (...) que el término calvinismo”. Según el historiador inglés del siglo XVII, John Strype, el teólogo inglés William Barret, que se oponía a la doctrina reformada de la gracia, llamó injuriosamente ‘calvinistas’ a varios teólogos reformados, entre ellos Vermigli, quien era muy respetado en Inglaterra. Esto fue considerado un insulto contra estos teólogos y, entre otras cosas, le costó a Barret varias reprimendas por parte de las autoridades.
Ciertamente, a partir del siglo XVIII hasta nuestros días, muchos teólogos comenzaron a llamarse ‘calvinistas’, pero esto fue hecho, quizás inconscientemente, en contra del mismo Calvino, quien nunca hubiese aceptado que otros se llamaran a sí mismos por su nombre. De hecho, podría decirse que un teólogo del siglo XIX como Charles Hodge, que a menudo es llamado un calvinista, fue tan influenciado por Francisco Turretini (cuya teología fue muy estudiada por él) como por Calvino, e incluso quizás más; sin embargo, nadie llama a Hodge un seguidor de Turretini.
En tercer lugar, el entendimiento del calvinismo como la teología reformada, el cual es el más aceptado, es inexacto. Bajo este entendimiento la teología reformada es reducida a los llamados ‘cinco puntos’, los cuales, a su vez, son acompañados del término peyorativo ‘calvinismo’. Pero, en realidad, estos famosos cinco puntos son solo una parte de la amplitud y diversidad de la teología reformada, la cual, además de una soteriología y antropología, tiene también una teología propia, una eclesiología, una sacramentología, entre otros tópicos teológicos.
No solo eso, sino que los llamados cinco puntos del calvinismo no se encuentran organizados de esta manera en los escritos de Calvino, sino que fueron cinco tesis elaboradas por los teólogos reformados, en el famoso Sínodo de Dort, como respuesta a las cinco tesis de los remonstrantes o arminianos. De hecho, en el tiempo de este sínodo las tesis de Dort eran llamadas ‘calvinistas’ por algunos, pero, en general, los mismos reformados preferían llamarlas ‘tesis reformadas o contraremonstrantes’.
Menos aún inventó Calvino el ‘TULIP’. Este acróstico es de origen angloamericano y no se usó antes del siglo XIX. Por supuesto, podría decirse que en cierta medida Calvino enseñó las doctrinas que este acróstico presenta, pero él nunca usó este modelo para reducir y simplificar su propia doctrina, por lo que asociarlo directamente con Calvino en términos históricos es anacrónico y hasta extraño. Dos frases de este famoso modelo teológico llamado TULIP revelan este hecho.
Por un lado, la frase “expiación limitada” no fue usada por Calvino. Ciertamente, él creía, así como los Cánones de Dort, que la eficacia de la muerte de Cristo se limitaba a los escogidos, pero también creía que la muerte de Cristo era suficiente para satisfacer los pecados de todo el mundo. A Calvino, como a los demás reformadores, simplemente le interesaba explicar la aparente contradicción que había entre aquellos pasajes bíblicos que hablan de la muerte de Cristo por todos los hombres y aquellos que hablan de la muerte de Cristo por los elegidos, y la resolvió enseñando que esta es suficiente para todos los hombres y eficaz para los elegidos.
Por otro lado, cuando él usaba la expresión “depravación total” entendía algo muy diferente a lo que a veces se suele entender en el TULIP. Para Calvino, como para los demás reformadores, la depravación total del hombre no significaba que este era completamente malo y sin ningún rastro de bondad; más bien, significaba la propagación o difusión del mal del pecado por todo el ser del hombre (es decir, por todas las partes que lo componen [intelecto, voluntad, afectos, etc.]), así como que el hombre era incapaz de salvarse a sí mismo.
En cualquier caso, un problema de cualquiera de los entendimientos explicados es que tienden a hablar de ‘calvinismo’ como sinónimo de ‘tradición reformada’, lo cual no hace justicia a una tradición tan amplia y diversa como esta, la cual va más allá del mismo Calvino.
Esta tradición fue iniciada y desarrollada por muchos teólogos y eclesiásticos, entre los que se encontraba Calvino, pero de ningún modo él tuvo una especie de ‘primado’ entre ellos. Podemos mencionar muchos teólogos y eclesiásticos importantes de la tradición reformada y cercanos al tiempo de Calvino; unos que lo precedieron, como Zuinglio, Bucero, Capito, Ecolampadio, Farel y Viret; otros que fueron contemporáneos suyos, como Bullinger, Musculus, Vermigli, Beza y Lasco, y otros posteriores como Ursino, Oleviano, Zanchi, Junius y Polanus. Estos hombres contribuyeron tanto como Calvino a la tradición reformada, e incluso pudiera decirse que la contribución de algunos fue mayor que la del mismo Calvino.
Ellos, antes, durante y después de Calvino, trabajaron arduamente por el establecimiento y avance de la tradición reformada. Por ejemplo, Zuinglio comenzó sus trabajos de reforma en Suiza en 1516 (cuando Calvino tenía 7 años). Poco después redactó los primeros documentos confesionales reformados, escribió la primera sistemática reformada y defendió la fe reformada contra adversarios 'romanistas' como Johann Eck. Fue sucedido como cabeza de la reforma suiza por Bullinger, quien produjo una obra sistemática llamada las Décadas, la cual en Inglaterra superó en ventas a la Institución de Calvino.
Bullinger también redactó la Segunda Confesión Helvética, que por un tiempo fue reconocida oficialmente por varias iglesias reformadas a lo largo de Europa, y fue elogiada por otros reformadores como Vermigli. Este último escribió varios comentarios bíblicos y tratados sobre la Cena, influenció grandemente a las iglesias reformadas de Suiza e Inglaterra, y preparó a próximos teólogos como Ursino y Zanchi. Ursino fue el autor principal del Catecismo de Heidelberg, y Zanchi fue un relevante teólogo en la Universidad de Heidelberg, donde escribió obras dogmáticas importantes que terminarían de poner las bases de la escolástica reformada y que influenciarían a los teólogos de la posreforma. Todos estos hombres en su tiempo fueron tan importantes como Calvino, y quizás se pueda decir que más.
Aún más interesante, es que estos mismos hombres en sus escritos teológicos casi nunca citaban a Calvino, sino que principalmente citaban, así como el mismo Calvino, a teólogos patrísticos y medievales, junto con las Escrituras. En este aspecto la tradición reformada se diferenció de la tradición luterana estricta, en la que la figura y el pensamiento de Lutero sobresalían por encima del resto de teólogos luteranos. Por ejemplo, la Fórmula de la Concordia (1577), que es una confesión de fe luterana, se escribió para determinar cuál era el pensamiento original de Lutero sobre diversos temas, y, en el caso de la doctrina de la justificación, estableció el comentario de Lutero a la carta a los gálatas como la explicación definitiva de dicha doctrina.
En cambio, la tradición reformada nunca apeló a ningún escrito de Calvino de esta manera, sino que estableció su doctrina a través de diversos escritos confesionales, redactados por diferentes teólogos y asambleas eclesiásticas, tales como la Confesión Tetrapolitana, la Confesión de Basilea, la Segunda Confesión Helvética, la Confesión de Francia, la Confesión de Escocia, los Treinta y Nueve Artículos de Inglaterra, la Confesión Belga y la Confesión de Bohemia.
Otro problema de los entendimientos mencionados del ‘calvinismo’ es que presentan a la tradición reformada como basada en un solo hombre, cuando ella está basada principalmente en los profetas y apóstoles de las Sagradas Escrituras, y secundariamente en los teólogos patrísticos y medievales, de acuerdo con la interpretación general de los reformadores. Presentar esta amplitud y, por decirlo así, esta catolicidad de la tradición reformada, puede ser bastante útil para que la iglesia reformada actual tenga una mayor influencia en el cristianismo latinoamericanom moderno, ya sea en su versión romanista o evangélica, dado que con frecuencia esta es desestimada por ser vista como una iglesia simplemente fundada en un hombre: Juan Calvino.
De lo dicho hasta ahora es evidente que en términos históricos no existe algo como el ‘calvinismo’. Lo que sí ha existido, y que erróneamente ha sido llamado ‘calvinismo’, es la tradición reformada, la cual, como se ha mostrado, iba mucho más allá de Calvino. Por consiguiente, en lugar de hablar de calvinismo es mejor hablar de tradición reformada.
No obstante, hay que reconocer que esta forma de hablar sobre ‘calvinismo’ es muy antigua y usada, y que cambiarla requerirá tiempo, paciencia y mayor instrucción histórica. En cualquier caso, este artículo es un pequeño aporte que espera al menos poder influir en la perspectiva de sus lectores, a fin de que empecemos a hablar de tradición reformada y dejemos de hablar de calvinismo.
Bibliografía: redactado con información de Richard A. Muller, Was Calvin a Calvinist? Or, Did Calvin (or Anyone Else in the Early Modern Era) Plant the “TULIP”? en Calvin and the Reformed Tradition (Grand Rapids: Baker Academic, 2012); Richard A. Muller, Post-Reformation Reformed Dogmatics, vol. 1 (Grand Rapids: Baker Academic, 2003); J.V. Fesko, Beyond Calvin: Union with Christ and Justification in Early Modern Reformed Theology (1517–1700) (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2012); Bradford Littlejohn, Beyond Calvin: Essays on the Diversity of the Reformed Tradition (The Davenant Press, 2017); Philip Schaff, History of the Christian Church, vol. VII (edición electrónica de CCEL); Mark Jones, Against Calvinism en The Calvinist International; Scott Clark, More Than the Institutes And More Than Calvin en The Heidelblog.
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