Un creyente que entiende su responsabilidad de someterse a las autoridades y que es consciente de que la naturaleza de su fe no es desafiar el sentido común, puede sentir que su vida está cambiando drásticamente al seguir las recomendaciones gubernamentales ante la pandemia en la que se encuentra nuestro planeta.
Cambios en la rutina de trabajo, de estudio, de vida social e incluso de la vida como iglesia pueden traer un sin sabor para muchos, convirtiéndose en una tentación simplemente al ser irresponsables usando la fe como justificación para esa actitud.
Entonces, ¿cómo vivir en el tiempo del COVID-19? El problema es que esta pregunta asume que el tiempo del coronavirus es un tiempo diferente a los demás tiempos, de manera que tenemos que ver cómo vivir de acuerdo con lo sui generis de nuestra situación. Sin embargo, si pensamos en la realidad en la que vivimos y meditamos en lo esencial de ella, nos daremos cuenta de que los pilares fundamentales no han cambiado. Claro, nuestras rutinas están siendo afectadas: ir a la oficina a trabajar, salir a un centro comercial, ir a un restaurante, hacer ejercicio en un gimnasio, ir a un salón de clases. Todo eso se ve afectado, pero ninguna de esas rutinas son el pilar fundamental de nuestra vida.
¿Qué es lo fundamental? El Salmo 115 nos lo recuerda: “Nuestro Dios está en los cielos, Él hace lo que le place” (v.3). Dios sigue reinando en el tiempo del coronavirus, así como en cualquier tiempo. “No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu fidelidad” (v.1). Dios sigue siendo fiel a Su gloria y sigue siendo misericordioso hacia Su pueblo, de manera que sigue buscando Su gloria y no la nuestra. “El Señor se ha acordado de nosotros; Él nos bendecirá; bendecirá a la casa de Israel; bendecirá a la casa de Aarón. Él bendecirá a los que temen al Señor, tanto a pequeños como a grandes.” (v.12-13). Las bendiciones que son nuestras en Cristo Jesús siguen siendo tan reales como desde el día en que Él resucitó hasta que regrese a reinar en esta tierra.
Así que, en términos prácticos, la vida continúa tal cual como siempre ha sido: con Dios en Su trono gobernando todas las cosas de acuerdo con su voluntad, y nosotros con la responsabilidad de vivir solo para la gloria de Dios en todo lo que hacemos. Solo que ahora vivimos esas verdades fundamentales en nuevas rutinas, más en casa, más en familia e incluso siguiendo la recomendación de lo que los expertos llaman el “distanciamiento social”. Es un momento perfecto para que los creyentes demostremos que nuestro todo no es nuestra rutina, sino que, en cualquier situación en la que estemos, la vida es comunicar la gloria de nuestro gran Dios.
Esa misma pregunta sobre la vida se la hizo C.S. Lewis en el tiempo de la bomba atómica, lo cual para muchos también fue considerado como algo totalmente extraordinario en la historia de la humanidad. ¿Cuál fue la respuesta de Lewis? Está publicada en un libro titulado Present Concerns, un compendio de ensayos periodísticos sobre tema de actualidad a mediados del Siglo XX. Aquí hay una parte de su respuesta:
En una forma pensamos demasiado sobre la bomba atómica. “¿Cómo vamos a vivir en una era atómica?” Estoy tentado a responder: “Pues, como habrías vivido en el siglo dieciséis cuando la plaga visitó a Londres casi cada año. O como vivirías en la era de los vikingos, cuando asaltantes de Escandinavia podrían aparecer y degollarte cualquier noche; o de hecho como ya estás viviendo en la era del cáncer, la era de la sífilis, la era de la parálisis, la era de los ataques aéreos y la era de los accidentes automovilísticos”.
Y continúa...
En otras palabras, no comencemos exagerando lo novedoso de nuestra situación. Créame, querido señor o señora, usted y todos los que usted ama, ya estaban sentenciados a la muerte antes de que la bomba atómica fuera inventada… Este es el primer punto que debemos tener en mente. Y la primera acción que debemos tomar es recobrar la calma. Si todos vamos a ser destruidos por una bomba atómica, permitamos que esa bomba nos encuentre haciendo cosas sensibles y humanas —orando, trabajando, enseñando, leyendo, escuchando música, bañando a los niños, jugando tenis, conversando con amigos a la luz de una pinta y un juego de dardos— no amontonándose como ovejas aterrorizadas y pensando en bombas. Ellas pueden destruir nuestros cuerpos (hasta un microbio puede hacer eso) pero no tiene porqué dominar nuestra mente.
La vida no ha cambiado fundamentalmente. Nuestras rutinas se ven afectadas por lo que estamos viviendo, pero nuestra realidad sigue siendo la misma: el mismo Dios gobernando todas las cosas, el mismo Salvador siendo poderoso para dar vida eterna, el mismo Espíritu Santo morando en nosotros. Nuestra vida no es nuestras rutinas, nuestra vida es comunicar la gloria de Dios.
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