Ambrosio era originario de Tréveris, una localidad del imperio romano que hoy pertenece a Alemania. Su fecha de nacimiento exacta no es segura, pero se data alrededor de finales de la década del 330 d. C. Su padre era funcionario imperial, prefecto de la prefectura de la Galia romana, y de él recibió su nombre “Ambrosio”.
Su familia era cristiana, teniendo una mártir en su historial: Sotera, quien probablemente murió bajo la persecución de Diocleciano a principios del siglo IV. Una hermana de Ambrosio, Marcelina, era virgen consagrada. Y un hermano, Sátiro, era un hombre que se destacaba por sus virtudes cristianas. A pesar de esto Ambrosio no fue bautizado como infante.
Luego de la muerte inesperada de su padre, siendo todavía un niño, se mudó a la capital imperial, Roma, junto con su madre y hermanos (él era el tercer hijo). De su adolescencia no se sabe mucho, excepto que estuvo presente en la basílica de San Pedro cuando su hermana recibió el velo de las vírgenes de manos del papa Liberio como consagración virginal. Esto fue en la navidad del año 353.
Se sabe que cursó y completó sus estudios clásicos del trivium y quadrivium, o de las artes liberales, dentro del ambiente de la aristocracia cristiana de la ciudad eterna. En especial se dedicó al estudio de la literatura, la retórica y el derecho. Ejerció la abogacía en una prefectura imperial en Sirmio y luego fue nombrado gobernador consularis de las regiones de Liguria y Emilia, con sede en Milán, ciudad que daría un giro a su vida.
Milán había sido afectada por la controversia entre arrianos y ortodoxos. El hasta entonces obispo de la iglesia milanesa, Auxencio, había sido arriano, pero tras su muerte su cargo quedó desocupado. Los ortodoxos vieron una oportunidad. Se comenzó el proceso de elección de un nuevo obispo, lo cual provocó disputas, y Ambrosio, como autoridad imperial, tuvo que intervenir para supervisar la elección.
Pero la situación dio un giro interesante, y es que Ambrosio se ganó el favor y cariño tanto de ortodoxos como arrianos. Fue aclamado por todo el pueblo y juntos pidieron que fuese él el que ocupase la sede vacante de Auxencio. Pero Ambrosio no se sentía preparado. Intentó convencer al pueblo de lo contrario y hasta planeó huir. Finalmente, consultó al emperador Valentiniano I su parecer y este le dio su aprobación. No pudo resistirse más a lo que parecía la voluntad divina.
Como solo era catecúmeno, es decir, un aprendiz inicial de la fe cristiana sin bautismo, tuvo que bautizarse un domingo 30 de noviembre, y el domingo siguiente (7 de diciembre) fue consagrado como obispo de Milán por otro obispo. Esto fue en el año 374. En menos de una semana había pasado de ser neófito cristiano a ser obispo.
En su consagración decide donar muchos de sus bienes personales a la iglesia milanesa, quedando completamente al servicio de ella. La plata y el oro lo dio a los pobres, y sus haciendas a la misma iglesia. El usufructo de otras propiedades lo concedió a su hermana Marcelina, y el manejo de algunos negocios a su hermano Sátiro, quedando él totalmente libre de propiedades y ocupaciones.
Contando ahora con mayor libertad, decide meterse de lleno en su labor episcopal, para lo cual primero tenía que prepararse, ya que no tenía ninguna formación pastoral o teológica. Ambrosio comienza a estudiar bajo la guía de Simpliciano, un sacerdote-presbítero romano muy conocido entonces por su sabiduría. Este sería consejero del obispo milanés y más tarde guía espiritual en la conversión cristiana del célebre Agustín de Hipona, quien también diría algunas cosas de Ambrosio. Este, en sus Confesiones, habla así a Dios de Simpliciano:
Tú [Señor] me inspiraste entonces la idea —que me pareció excelente— de dirigirme a Simpliciano, que aparecía a mis ojos como un buen siervo tuyo y en el que brillaba tu gracia. Había oído también de él que desde su juventud vivía devotísimamente, y como entonces era ya anciano, me parecía que en edad tan larga, empleada en el estudio de tu vida, estaría muy experimentado y muy instruido en muchas cosas, y verdaderamente así era. Por eso quería yo conferenciar con él mis inquietudes, para que me indicase qué método de vida sería el más a propósito en aquel estado de ánimo en que yo me encontraba para caminar por tu senda.
Ambrosio, entonces, con una gran guía, comenzó a estudiar sistemáticamente la Biblia, los Padres de la Iglesia y autores no-cristianos como Filón y Plotino. Conocía muy bien la lengua griega, lo cual facilitó su lectura. Sabemos que leyó autores cristianos griegos como Orígenes, Atanasio, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo, Eusebio de Cesarea y Dídimo el Ciego. El estudio constante sería una característica de su actividad episcopal, como contaría Agustín, quien más de una vez lo vio estudiar:
Cuando leía [Ambrosio], lo hacía pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra ni mover la lengua. Muchas veces… le vi leer calladamente, y nunca de otro modo; y estando largo rato sentado en silencio… optaba por marcharme, conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su espíritu, libre del tumulto de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa, leyendo mentalmente…
Pero el obispo de Milán no se podía quedar en su oficina estudiando, tenía que abordar los asuntos que más preocupaban a la iglesia milanesa, que en ese momento uno de ellos era la división entre arrianos y ortodoxos. Ambrosio era proniceno, pero la situación no se resolvería simplemente mediante la imposición de su propia autoridad. Era un problema que involucraba al emperador, el clero y los fieles de la iglesia, y que requería prudencia y paciencia. Así que Ambrosio fue tomando medidas relativamente progresivas para contrarrestar el arrianismo en su iglesia.
Pidió a Basilio de Cesarea (obispo de Capadocia) los restos del mártir Dionisio, exobispo de Milán, quien había muerto exiliado en Armenia, por ser católico, bajo el reino del emperador arriano Constancio II. Sorprendentemente, mantuvo el mismo clero de Auxencio. Sin embargo, expulsó a un sacerdote arriano llamado Juliano, el cual había querido generar una revuelta. Asimismo, hizo sentir su influencia episcopal en la ciudad de Sirmio para que se escogiera un obispo de tradición romana. De esta manera, Ambrosio poco a poco iba inclinando la política de la iglesia hacia el procatolicismo y el antiarrianismo.
El emperador Valentiniano I, con quien Ambrosio tuvo una buena relación, muere en batalla y lo sucede Graciano. El nuevo emperador, en un encuentro del año 378, pide al obispo milanés que lo instruya en la fe católica y que le explique la postura nicena. Ambrosio decide escribir sus primeros tres tratados trinitarios: La fe, El Espíritu Santo y El misterio de la encarnación del Señor, los cuales complacen al emperador, quien toma una postura nicena en su política imperial.
Un ejemplo de una política pronicena es el edicto Omnes uetitae del 380, una sanción imperial contra los arrianos (y otros herejes) que les impedía realizar cultos públicos. Se piensa que detrás de este edicto estaba Ambrosio como el autor. Asimismo, con apoyo de Graciano, se realiza el Concilio de Aquileya del 381, que es presidido por Ambrosio, y donde se condena a algunos obispos arrianos. Los ortodoxos no tardan en sacar ganancia de esto y reciben como beneficio del emperador la restitución de las basílicas que estaban en posesión arriana, incluyendo la de Milán.
Pero todo cambia para la tradición ortodoxa o católica cuando Graciano es asesinado en el 383. Ahora su hermano Valentiniano II, de doce años, es coronado como nuevo emperador; sin embargo, junto a él está su madre, Justina, quien es la que en realidad se encarga ahora de dirigir el gobierno. Esta era arriana y no tenía una buena relación con Ambrosio, contra el que ya había perdido una batalla en Sirmio cuando se ordenó allí un obispo católico.
Justina no perdió tiempo y en el 386 lanza su gran embestida contra la iglesia de Milán. Envía a un obispo arriano llamado Mercurino Auxencio, de Durostorum, el cual pide a Ambrosio que se asigne a los arrianos una basílica donde estos puedan reunirse, específicamente la Basílica Porciana, situada a las afueras de Milán. Ambrosio se rehúsa a hacerlo. Ante el rechazo, el obispo arriano solicita la basílica que estaba dentro de la ciudad, pero Ambrosio se mantuvo firme. Para el obispo católico ceder en una cuestión así significaba una rendición doctrinal y una oportunidad para que el arrianismo volviera a Milán.
La paciencia de Justina se acabó y envió soldados que ocuparan por la fuerza la basílica principal de Milán. Ambrosio y una multitud de fieles seguidores de la ortodoxia cristiana se encierran en la iglesia, donde velan escuchando a Ambrosio predicar y cantando himnos que este compuso. Los himnos que cantan expresan la fe trinitaria de los ortodoxos, y con ellos nace el famoso “canto ambrosiano”. La estrategia de Ambrosio tiene éxito y los soldados finalmente se retiran.
Curiosamente, Agustín cuenta que su madre Mónica estuvo presente en este evento:
Velaba la piadosa plebe en la iglesia [de Milán], dispuesta a morir con su Obispo [Ambrosio], tu siervo. Allí se hallaba mi madre, tu sierva, la primera en solicitud y en las vigilias, que no vivía sino para la oración… Entonces fue cuando se instituyó que se cantasen himnos y salmos, a la usanza oriental, para que el pueblo no se dejase abatir por la tristeza o aburrimiento. Desde ese día se ha conservado hasta el presente, siendo ya imitada por muchas, casi por todas tus iglesias, en las demás regiones del orbe.
Pocos días después de este hecho en la basílica, Ambrosio tuvo una “premonición”, o recibió una “revelación”, del lugar de entierro (en el cementerio público) de los mártires Gervasio y Protasio, que, según Agustín, Dios había “conservado incorruptos” en sus cuerpos, y de los cuales no se sabe nada más. A este hallazgo siguen varias celebraciones litúrgicas que consolaron a los católicos y calmaron a los arrianos. Un descubrimiento así demostraba ante los ojos de todos los fieles que Ambrosio era un obispo de Dios, sobre todo porque, de acuerdo con Agustín, este estuvo acompañado de milagros:
…habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser trasladados con la pompa conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban sanos los atormentados por los espíritus inmundos, confesándolo los mismos demonios, sino también un ciudadano, ciego desde hacía muchos años y muy conocido en la ciudad… suplicó se le concediese tocar con el pañuelo el féretro de tus santos… Hecho esto, y aplicado después a los ojos, recobró al instante la vista.
Los restos de estos mártires fueron depositados por Ambrosio en la basílica de Milán, terminada de construir en aquel mismo año del 386, y conocida como “basílica ambrosiana”. Unos años después, al final de su vida, Ambrosio descubriría también los cuerpos de los mártires Nazario y Celso. De este modo, se ha posicionado en la historia de la iglesia como uno de los iniciadores y promotores de la veneración y el culto a los mártires.
Habiendo sido derrotado el arrianismo en Milán y estando en paz la iglesia milanesa, Ambrosio se dedicó durante sus últimos años a las labores pastorales en la comunidad. Entre esas labores conoce a un tal Aurelio Agustín. Este tenía dos años residiendo en Milán y al acercarse a la predicación ambrosiana fue tocado profundamente por ella. Se convirtió en catecúmeno y luego fue bautizado por el obispo milanés. En las Confesiones Agustín diría que su fe le fue “inspirada” en parte por el “ministerio” de Ambrosio, “mensajero” de Dios. A lo largo de la mencionada obra le rinde varios tributos como: “Ambrosio, famoso entre los mejores de la tierra, piadoso siervo… ángel de Dios… obispo y santo varón…”.
También se dedicó a la producción de obras literarias de carácter exegético, moral, espiritual y dogmático. Comentó el Génesis, los Salmos y el Evangelio de Lucas. Escribió tratados sobre la virginidad, la viudez y el ministerio eclesial. Asimismo, dejó sermones predicados en la iglesia; oraciones de funerales y celebraciones martiriales; cartas para familiares, amigos y obispos, y cánticos para la liturgia de la iglesia.
En el año 397, teniendo poco más de 60 años, enfermó con gravedad. Algunos preocupados por su salud lo visitaron para orar a fin de que Dios le prolongara la vida, a lo que Ambrosio respondió: “No he vivido entre ustedes como para avergonzarme de vivir; pero no tengo miedo de morir, porque tenemos un Señor bueno”. Sus últimas horas en cama las mantuvo ocupadas en oración. Y conociendo su destino recomendó a Simpliciano como su sucesor en el obispado.
Finalmente murió un 4 de abril, momentos después de recibir en su habitación “el cuerpo del Señor” de manos del obispo Honorato de Vercelli. Su cuerpo fue sepultado en la basílica de Milán, llamada hoy “Basilica di Sant'Ambrogio”, donde todavía reposa junto con los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio, y donde es venerado como uno de los cuatro grandes padres de la iglesia de occidente, y como santo doctor de la iglesia católica romana y la iglesia protestante.
Bibliografía: Diccionario de literatura patrística, Diccionarios San Pablo, ed. Fernando Rivas (Editorial San Pablo, Madrid); Johannes Quasten, Patrología III, Instituto Patristico Augustinianum (Editorial BAC, Madrid); Philip Schaff, Nicene and Post-Nicene Fathers, Series II, Vol. 10 (CCEL); Fuentes Patrísticas vol. 12 (Editorial Ciudad Nueva, Madrid); Biblioteca Patrística vol. 66 (Editorial Ciudad Nueva, Madrid); San Agustín, Confesiones, Obras Completas vol. II (Editorial BAC, Madrid).
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |