En un mundo invadido por las ideologías, el relativismo sobre quién es Dios y múltiples ataques a la fe provenientes de quienes se autoproclaman defensores de ‘la razón’, cobra importancia el conocer los testimonios de quienes entregaron sus vidas al servicio de Dios. Por supuesto, en la Biblia contamos con múltiples ejemplos de encuentros personales que judíos y gentiles tuvieron con el Señor.
Quizás el más conocido, y que está registrado en Hechos 9, es el de Pablo, un fariseo que perseguía a los seguidores de Jesús. Él se le presentó de camino a Damasco, lo confrontó y, días después, quitó las escamas que había en sus ojos (no solo las físicas). Sin embargo, desde aquel entonces no han sido pocos los acontecimientos que han dejado en evidencia la soberanía de Dios y su gracia, aun en medio de teorías que niegan su existencia.
Uno de ellos es el caso de Adoniram Judson (s. XIX), un joven que había nacido en un hogar cristiano, pero al recibir su formación académica en el Rhode Island Christian College, se encontró con ateos y ‘librepensadores’ que finalmente lo influenciaron con su incredulidad. Sin embargo, tiempo después, su corazón fue inquietado y terminó rindiendo su vida a Dios por completo.
Adoniram Judson fue el primer estadounidense que salió de su país a otro para llevar el evangelio. Junto a su esposa Ann, fue uno de los primeros misioneros protestantes en Birmania, ahora conocida como Myanmar. Tradujo la Biblia al birmano y estableció varias iglesias bautistas en aquel país. Hoy se le considera el padre de las misiones americanas. La siguiente es la historia de su conversión.
La muerte que lo llevó a tener vida eterna
El otoño se había anticipado aquel año. Adoniram estaba fascinado con las oleadas de hojas rojas y amarillas que el viento agitaba, y que se extendían hasta donde alcanzaba su mirada. Cabalgó todo el día y, cuando empezó a anochecer, se detuvo en una pequeña aldea. Después de atar su caballo, entró en la posada con la intención de alquilar la habitación disponible más barata para pasar la noche.
En el interior de la posada, un hombre de manos enormes servía cerveza a los clientes que estaban sentados alrededor de la barra y en varias mesas repartidas por la sala llena de humo. Adoniram se acercó a quien, pensaba, debía ser el dueño de la posada y le dijo:
—¿Un viajero cansado podrá tener una habitación esta noche?
El hombre terminó de llenar una jarra de cerveza antes de dirigirse a Adoniram.
—¿Es usted uno de esos viajeros que no vienen muy seguido? —le preguntó—. ¿De dónde viene?
—De Sheffield. Voy al Oeste en busca de fortuna.
—Viene de muy lejos, pero lamentablemente no tengo ninguna habitación libre.
—¿Ninguna? Cualquier cosa en la que pueda dormir me servirá. Incluso puedo dormir en una alfombra cerca del fuego. No quiero cabalgar en la oscuridad —dijo Adoniram.
—Sin duda, no debería cabalgar en la noche, no es muy seguro. La única opción es una habitación dividida en dos por una sábana. Pero una parte ya está ocupada por un hombre moribundo que sufre de muchos dolores y grita toda la noche. Así que, si está dispuesto a soportarlo, puede quedarse en la cama que está al otro lado de la sábana.
Después de ocuparse de dar de comer y beber a su caballo y de cenar él mismo, subió las escaleras que conducían a la habitación. Se echó sobre la cama y miró las vigas del techo incapaz de conciliar el sueño. A través de la sábana que dividía la habitación, oía las pisadas de gente que iba y venía, así como los quejidos de dolor de un hombre y los susurros de una mujer.
A la distancia, sonaron las campanadas de medianoche; después, oyó al reloj marcar la una de la madrugada. Adoniram permanecía despierto. Las tres de la mañana lo sorprendieron pensando en el hombre con quien compartía esa habitación: «¿Quién será? ¿Habrá logrado lo que se propuso en su vida? ¿Morirá hoy? ¿Tendrá miedo a la muerte? ¿Creerá en la vida eterna?». Unos segundos después, su propia mente replicó: «¡Bah! ¿Vida eterna? Soy un graduado de universidad, un hombre inteligente… ¡Pensamientos inútiles!».
Por fin, sobre las cuatro de la madrugada, cuando el silencio total reinaba en la habitación, Adoniram se durmió. Cuando llegó la hora de levantarse, se alegró de que la noche hubiera quedado atrás. Recogió sus cosas y comenzó a prepararse para proseguir su viaje. Bajó la escalera y vio al posadero. Entonces le preguntó:
—Buenos días, ¿aún podré desayunar?
—Sí, aún queda avena caliente. ¿Ha podido dormir? Espero que el ruido no le haya molestado.
—Claro que no. A propósito, ¿cómo está el hombre enfermo? —dijo con interés.
—Murió como a las cuatro de la mañana.
—Lo siento mucho —expresó con una mirada triste. ¿Puedo preguntar quién era?
El posadero puso el plato de avena delante de Adoniram y le respondió:
—Era un hombre muy inteligente, al parecer. Dicen que era un graduado de la Universidad de Brown.
—¿Sabe cómo se llamaba? —quiso saber con algo de miedo.
—Sí, su nombre era Jacob Eames. Tuve que notificarle a su familia sobre su muerte.
El impacto para Adoniram fue evidente. «¿Jacob Eames? ¿Mi mejor amigo de la universidad? —pensó— ¡ha muerto tan cerca de mi cama y hasta ahora me enteré! Esto es demasiado… Mi mejor amigo me mostró el camino del deísmo, por el cual abandoné la fe de mi padre. Yo, un hijo de pastor, ¡me convertí en un deísta y decepcioné a mi padre! Jacob ha muerto sin creer en Dios; ¡no creía en la vida después de la muerte ni que su alma tuviera vida eterna! Tantos sueños que tenía, se quedaron en este mundo…».
—¿Se encuentra bien? —inquirió el dueño de la posada—. ¿Era conocido suyo?
Adoniram asintió.
Durante las horas siguientes, permaneció junto al fuego con la mirada perdida en las llamas. El plato de avena sobre la mesa estaba frío como el hielo. El ir y venir de la gente era constante. Se llevaron el cuerpo sin vida de Jacob Eames en un ataúd de pino, pero Adoniram permaneció inmóvil. Bien entrada la tarde, cuando logró estar ligeramente recuperado del impacto por la muerte de su amigo, ensilló su caballo y emprendió de nuevo el viaje.
La situación se tornó insoportable después de un rato. Adoniram escuchaba repetidamente las palabras: “está muerto, está perdido”, como un eco incesante que acompañaba al sonido de los cascos de su caballo. Regresó a la casa de sus padres sintiéndose triste y meditabundo: «el cristianismo me da sentido, encuentro paz al pensar en que mi vida tiene un fin y un propósito más allá de la muerte. Pero hay muchas cosas que no me parecen lógicas».
Estando a solas, bajo un manzano situado en uno de los extremos de un seminario. Azotado en su cara por un frío viento, Adoniram hizo una oración sencilla de entrega a Dios. Señor, estoy convencido de que la Biblia es verdad, que Cristo es real y que el evangelio es el único camino hacia ti. Mi vida y mi futuro son tuyos. No había nadie a su alrededor para atestiguar su compromiso, pero no le importaba. Por primera vez en su vida, se sentía libre.
Reflexión
La muerte de su mejor amigo deísta causó tal impacto en Adoniram Judson, que empezó a servir como profesor durante un corto periodo, para posteriormente convertirse en misionero en Birmania durante casi cuarenta años, siendo enviado desde Norteamérica a sus 25 años. Su trabajo con otros misioneros llevó a la formación de la primera asociación bautista en América, cuyo objetivo era, precisamente, apoyar a quienes realizaban misiones.
Su entendimiento por la profundidad del mensaje del evangelio y su consciencia de la importancia de predicarlo queda evidente en el siguiente texto que publicó en un artículo de revista:
¿Cómo desempeñan los cristianos la tarea que se les ha confiado? Permiten que las tres cuartas partes del mundo duerman el sueño de la muerte, ignorantes de la simple verdad de que un Salvador murió por ellos. Satisfechos si pueden ser útiles en el pequeño círculo de sus conocidos, se sientan en silencio y ven que naciones enteras perecen por falta de conocimiento.
Según un folleto titulado Adoniram Judson y el llamado misionero, él estaba asombrado por la complacencia y la aparente falta de preocupación de tantos cristianos en América con respecto a la expansión del evangelio. Hoy, dos siglos después de la vida y obra de este estadounidense, seguramente la ‘Buena Noticia’ se ha extendido un poco más, incluso en varias esferas del cristianismo se afirma que sí se pueden hacer misiones en donde se está, sin necesidad de irse a otros países. Por ejemplo, ahora las redes sociales parecen ser un medio para llegar a audiencias a las que no se habría podido llegar, sin embargo, para muchos cristianos también son una distracción.
Pero pensemos en las personas que todavía viven sin acceso a internet, ya sea porque habitan en zonas rurales o hasta selváticas, en países de escasos recursos o con muchas restricciones. También tengamos en cuenta que las ideologías están haciendo mella en Occidente, que hoy los jóvenes necesitan bases firmes en su teología para enfrentar el bombardeo intelectual y cultural que termina alejando a muchos de la fe.
En la actualidad, el país del cual salieron Adoniram y Ann, así como otro par de misioneros, se ha llegado a catalogar como una sociedad postcristiana. Eso significa que incluso en Estados Unidos la mies es mucha y se necesitan obreros. Mientras tanto, gracias a historias como la conversión de Adoniram Judson, podemos tener la convicción de que el Señor es quien obra en los corazones y usa hasta lo inimaginable para que haya salvación.
Referencias