Después de casi 35 años en el campo misionero, Adoniram Judson reflexionó sobre lo que impulsó a las iglesias de Nueva Inglaterra a enviarle a él y a su esposa, Ann, a Birmania. “Los cristianos estadounidenses se comprometieron a la obra de evangelizar al mundo”, escribió. “Tenían poco en qué descansar, aparte del mandato y la promesa de Dios”.
Si el confiar en las promesas de Dios sirvió para lanzar a los misioneros a la obra, ¿es también el secreto de lo que les sostuvo? “Descansamos en las promesas de Dios” suena a algo que un misionero debería decir. Sin embargo, para los Judson, era más que un mero sentimiento. Las promesas de Dios representaban un fundamento sólido de esperanza que los fortaleció a través de pruebas atroces, las cuales comenzaron incluso antes de que su barco atracara en Birmania.
Una llegada dolorosa
En 1813, los Judson estaban viviendo en la India, buscando la mentoría de William Carey y reflexionando sobre su futura ubicación para el servicio misionero. Sin embargo, las complicaciones para los estadounidenses que vivían en el extranjero (a la luz de la guerra de 1812) les obligaron a marcharse antes de lo esperado. Adoniram y Ann, ahora embarazada, se apresuraron a encontrar un barco con destino a Birmania, pero las tensiones y los problemas aumentaron. La partera de Ann falleció a bordo y la falta de ayuda se sumó al rápido deterioro de la salud de Ann. La tragedia culminó con la llegada del bebé muerto mientras estaban en alta mar.
Fatigados y abatidos, los Judson llegaron a Birmania, un país conocido por su corrupción política y sus sangrientos castigos incluso por los delitos más pequeños. Encontraron la ciudad inundada de agua, oculta por la niebla, y “sombría y angustiosa”.
A pesar del panorama negro, los Judson no huyeron, sino que se apoyaron en su confianza en las promesas de Dios. Donde los birmanos construían pagodas budistas para el culto, Judson veía los cimientos de futuras iglesias. Él informó que “vio detenidamente las espléndidas pagodas (…) Las iglesias de Jesús pronto suplantarán a estos monumentos idólatras, y el canto de los devotos [de Buda] desaparecerá ante el himno cristiano de alabanza”.
Trabajo y pérdida
Félix Carey, hijo del misionero británico que había trabajado allí sin éxito durante cuatro años, acogió a los Judson en su casa. Como Carey y su familia pronto se trasladarían a otra ciudad, los Judson comenzaron su ministerio sin una red de apoyo. Además, no tenían libros de formación en birmano que les sirvieran de guía.
Impulsados por la necesidad de que los birmanos tuvieran una traducción de la Biblia, los Judson se dedicaron primero a aprender el idioma. Desde estos rudimentarios comienzos, Adoniram, siempre lingüista, invertía doce horas diarias en un esfuerzo agotador en medio de la abundante humedad y los insectos. Además, los Judson trabajaron sin ningún otro angloparlante, aprendiendo a confiar el uno en el otro.
Al cabo de dieciocho meses, Ann estaba embarazada y, de nuevo, su salud empezó a deteriorarse. Sin médicos ni libros de medicina, los Judson decidieron enviarla a la cercana India en busca de ayuda. Adoniram siguió adelante en su ausencia mientras ambos soportaban su viaje de cuatro meses. Afortunadamente, ella regresó fortalecida.
En septiembre de 1815, los Judson recibieron correo de Estados Unidos por primera vez en dos años. Se enteraron de que su antiguo compañero, Luther Rice, había organizado las iglesias bautistas en Estados Unidos para formar una nueva junta misionera, y que esa junta nombró a los Judson como sus primeros misioneros. Esto puso fin a dos años de incertidumbre con respecto a su financiación y al apoyo de la iglesia, después de decidir con convicción abrazar el bautismo de creyentes después de llegar a la India. Tras este alentador informe, días después Ann dio a luz a Roger Williams Judson, con Adoniram como único médico y enfermero.
Sin embargo, esta temporada de alegría duró poco, ya que la fiebre se llevó a Roger Judson solo ocho meses después. Adoniram escribió en una carta a casa: “Nuestro pequeño Roger murió el sábado pasado por la mañana (…) Este es el cuarto día y comenzamos a pensar: ¿qué podemos hacer por los paganos? (…) ¡Oh, que no suframos en vano! Que este duelo sea santificado en nuestras almas”.
Predicando las promesas
A pesar de otra tragedia, el trabajo de los Judson continuó. En julio, Adoniram terminó su gramática birmana, seguida de un breve tratado que sirvió como la primera presentación de la doctrina cristiana en birmano. En él se puede ver una imagen de los cimientos de la fe de los Judson: las promesas y Aquel que promete, en los cuales ellos descansaban.
Comenzando con una descripción de Dios como trino, eterno, omnipresente y Creador todopoderoso, Adoniram explicaba la caída del hombre y la necesidad de que Dios Padre enviara a Dios el Hijo para “librar a todos sus discípulos del castigo del infierno” mediante Su sacrificio expiatorio. El Jesucristo resucitado encargó en ese entonces a Sus discípulos que fueran por toda la tierra a “proclamar las buenas nuevas a todos los hombres”.
Adoniram explicó que estas buenas nuevas se extendieron hacia el Occidente y ahora al Oriente, a Birmania, donde “ha llegado un maestro de religión, de un país de América, y está empezando a proclamar las alegres noticias”. La visión de Adoniram sobre el fin de los tiempos le llevó a proclamar que dentro de doscientos años todas las falsas religiones desaparecerían y “la religión de Cristo impregnaría el mundo entero”. Aunque uno podría diferir de su escatología, no se puede dudar de la fuerza de su convicción de que un día Cristo se mantendría fiel a Su promesa y regresaría para reinar con Su pueblo.
Aunque progresaban en la traducción y perseveraban en circunstancias difíciles, los Judson seguían sintiendo la presión de quienes los apoyaban desde los Estados Unidos, para justificar la falta de conversiones. Escribiendo a Rice, Adoniram admitió que, aunque Birmania era un lugar duro y resistente, confiaba en la soberanía de Dios, compartiendo su confianza en que “hay un Dios Todopoderoso y fiel que cumplirá Sus promesas”.
Estas penurias de la vida y el ministerio en Birmania refinaron las ideas de Adoniram sobre qué tipo de personas debían servir como misioneros. Escribiendo de nuevo a Rice, que se dedicaba a reclutar nuevos misioneros, Judson le aconsejó que buscara “hombres humildes, tranquilos y perseverantes (…) dispuestos a ocupar el lugar más bajo (…) que vivan cerca de Dios y estén dispuestos a sufrirlo todo por la causa de Cristo”. Judson sólo quería a aquellos que habían abandonado el mundo y descansaran únicamente en las promesas de Dios.
Inicio de la cosecha
Desde la muerte de Roger Judson, Adoniram sufría fuertes dolores de cabeza y de ojos, hasta el punto de que le dolía oír a Ann leerle. No obstante, perseveró y terminó una traducción del Evangelio de Mateo al birmano, así como un diccionario birmano, en mayo de 1817. Pero el dolor persistía y decidió que necesitaba atención médica. En diciembre, partió hacia Bengala en barco. El viaje sufrió varios desvíos y retrasos, de modo que tardó ocho meses en regresar.
En ese tiempo, las pruebas de Ann continuaron, aunque contó con la ayuda de una nueva pareja que había llegado para unirse a su trabajo. Bajo la amenaza del cólera y de una posible guerra con Inglaterra, Ann enfrentó varios retos, entre ellos la incertidumbre sobre el paradero de Adoniram y sobre si debía quedarse. Justo cuando estaba a punto de abandonar el país y su trabajo, Adoniram regresó y, en los meses siguientes, otra pareja llegó para ayudar.
En abril de 1819, los Judson vieron por fin señales de crecimiento espiritual. Durante esta temporada, Adoniram comenzó el culto público en birmano e instaló una caseta, conocida como un zayat, ubicada en un lugar muy transitado cerca de la pagoda Shway Dagon. Allí trabajó abiertamente como misionero, distribuyó su tratado y predicó. Estos esfuerzos dieron la bienvenida al primer converso de los Judson, Moung Nau, quien “bebió de las verdades del Evangelio y entregó su corazón, confiamos, al Señor Jesús”. Tras seis años de dura siembra, la fidelidad de Dios a Sus promesas permitió a los Judson ver el inicio de una cosecha.
Tres lecciones para los misioneros
¿Cómo sobrevivieron los Judson a estos años desafiantes? ¿Qué significó exactamente para ellos descansar en las promesas de Dios? En 1832, Adoniram respondió a un pedido de los Estados Unidos para que aconsejara a quienes consideraban el servicio misionero. Sus comentarios muestran algunas maneras prácticas en las que mantuvo su esperanza.
Primero, no se sorprendan por los desalientos iniciales. Adoniram advirtió que “se encontrarán con desilusiones y desánimos (…) que los llevarán, al principio, casi a arrepentirse de haberse embarcado en la causa (…) Tengan cuidado, por lo tanto, con la reacción que experimentarán por la combinación de todas estas causas, para que no se desanimen al comenzar su trabajo”.
Segundo, no dejen que la fatiga los lleve a la tentación. Adoniram advirtió de la tendencia a la comodidad “después de haber adquirido el idioma y de haberse fatigado y agotado con la predicación del evangelio a un pueblo desobediente y rebelde”. Explicó que el cansancio a menudo hace que el misionero quiera buscar una actividad más cómoda, y es probable que Satanás esté dispuesto a tentar con esa oportunidad.
Tercero, no dejen el orgullo secreto eche raíces. Evan Burns cuenta que Adoniram se aficionó a saltar a la cuerda como el “mejor tipo de ejercicio” y consideraba que mantener la salud física era vital para asegurarse de que podía aprovechar al máximo cada día para las tareas espirituales. Sin embargo, Judson sabía que la supervivencia en el campo misionero no venía únicamente de la salud física. Aconsejó a los futuros misioneros que cuidaran su salud espiritual y que "tuvieran cuidado con el orgullo; no el orgullo de los hombres orgullosos, sino el orgullo de los hombres humildes: el orgullo secreto que suele surgir de la conciencia de que somos estimados por los grandes y los buenos”.
A principios del siglo XX, un profesor de misiones comentó que la vida de Adoniram Judson tuvo el efecto, “no sólo de atraer a los hombres al servicio, sino más bien, tal vez, de sostener a los hombres en el servicio”. Las vidas de Adoniram y Ann Judson todavía sirven como testimonio vivo de la fidelidad de Dios, y siguen sosteniendo e impulsando a muchos a descansar en las promesas de Dios.
Este artículo fue traducido y ajustado por Carolina Ramírez. El original fue publicado por Jason G. Duesing en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.