“Hermanos, si nos sois teólogos, no sois buenos para nada como pastores”. Charles H. Spurgeon
Todos queremos encontrar algún tipo de conexión con los famosos. Mis niños, por ejemplo, son fans de Messi, de Neymar y de Curry. En tal sentido, todos los predicadores procuran algún tipo de nexo con Edwards, Whitefield, y, sobre todo, con Spurgeon. Con ese fin, lamentablemente, muchos citan todo tipo de frases descontextualizadas y manipuladas acuñadas a Spurgeon. Si conociéramos mejor la teología de Spurgeon, posiblemente modificaríamos esa práctica. De ahí este texto.
Para conocer un poco más sobre su teología hablaré de tres doctrinas y un asunto que ocuparon su mente, su preocupación por el abandono del calvinismo en Inglaterra y el evangelicalismo que lo caracterizó.
Tres doctrinas y un asunto que ocuparon la reflexión y la práctica de Spurgeon
Spurgeon definió su fundamento teológico al expresar sus afecciones y respeto por los escritos puritanos, y por tanto, por su teología. Detrás de sus afectos por Bunyan y sus libros, y su predilección por el famoso Progreso del Peregrino, Spurgeon estaba definiendo su teología. Sin embargo, no fue sino hasta la reedición de la segunda Confesión de Fe de Londres que Spurgeon definió su postura tanto bautista como calvinista de su teología. En esencia, había tres asuntos en los que Spurgeon hizo extremo énfasis en sus sermones y escritos, y, por lo tanto, en su teología. Estos fueron unos de ellos:
La doctrina de la dádiva y el don de Cristo en favor de los pecadores
Spurgeon no solo hizo de este punto parte fundamental de su teología, sino que de hecho, se propuso nunca predicar si no presentaba al Cristo crucificado como el único bálsamo de Dios a la miseria espiritual del hombre. Este era el hecho que amplificaba la realidad de la gracia en la mente de Charles. Su libro “Solamente por Gracia” recoge unos cuantos sermones donde él muestra su incesante asombro y maravilla por la obra de Cristo en la cruz en favor suyo y de los pecadores. Escribió:
“Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es cosa sorprendente; cosa maravillosa especialmente para los que disfrutan de ella. Sé que, para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, a saber, que me justificase a mí”.1
A Spurgeon le impresionaba el hecho de que la gracia se manifiesta en la salvación de los pecadores. Este era su continuo asombro. En una ocasión ilustró su punto así:
“En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: ‘Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles’ (Lc 3:9), y lo hizo de modo que le dijo uno de los oyentes: ‘Nos trató usted como si fuéramos criminales. Ese sermón debiera usted haberlo predicado en el presidio de la ciudad y no aquí’. No, no, contestó el evangelista: “En el presidio no hablaría sobre este texto, sino sobre este: 'Palabra fiel y digna de ser recibida por todos; que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores' (1 Ti 1:15) ¡Correctamente! La Ley es para los que se rodean de la justicia propia, para derribar su orgullo; el Evangelio, es para los perdidos, para remover su desesperación”.2
Y siguió disertando Spurgeon:
“Si no estás perdido, ¿para qué quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería una mujer su casa buscando monedas que hubiera guardado en su bolsa? No, no, la medicina es para los enfermos; la resurrección para los muertos; el perdón para los culpables; la libertad para los cautivos; la vista para los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el Evangelio del perdón sin admitir de una vez que el hombre es un ser culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de la existencia del Evangelio”.3
Spurgeon nunca dejó de estar absorto de la razón de la obra de Cristo en la cruz, a saber, salvar pecadores. En sus conferencias a los estudiantes del Colegio, disertó así:
“Muchos, son los aspectos bajo los cuales hemos de considerar a nuestro divino Señor, pero yo he de darle siempre la mayor prominencia a su carácter salvador, de Cristo, nuestro sacrificio, el que lleva nuestros pecados. Si jamás hubo una época en la cual hubiera necesidad de ser claros, decididos y vehementes en este punto, es ahora... Tratar de predicar a Cristo sin la cruz, es negarlo con un beso. Yo observo que algunas personas dicen creer en la expiación, pero no nos quieren decir lo que entienden por ella”.4
En la dedicación del Tabernáculo, esto fue lo que escribió:
“Propondré que el tema del ministerio de esta casa, por el tiempo que esta plataforma permanezca, y por el tiempo que esta casa sea frecuentada por adoradores, sea la persona de Jesucristo. No me avergüenzo de denominarme calvinista, tampoco vacilo en tomar el nombre bautista; pero si se me cuestiona sobre cuál es mi credo, respondo: “es Jesucristo”. Mi venerado predecesor, Dr. Gill, dejó un cuerpo de divinidad admirable y excelente en su procura; pero el cuerpo de doctrina al cual yo me adhiero y me amarro para mí mismo por siempre, Dios ayudándome, no es su sistema ni ningún otro tratado humano; sino Jesucristo, quien es la suma y sustancia del evangelio, quien es en sí mismo toda la teología, la encarnación de toda preciosa verdad, la siempre gloriosa y personal encarnación de aquel que es el camino, la verdad y vida”.
En otro orden, en uno de sus sermones, explicando el texto de Romanos 8:33 sobre el hecho de que “Dios es el que justifica al impío”, escribió:
“Deseo aclarar bien lo glorioso de este caso. Ya que nadie sino Dios pensaría en justificar al impío, y nadie sino él lo podría hacer, ¿no ves como Dios, bien lo puede hacer? Fíjate en cómo el apóstol extiende el reto: ‘¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica’ (Ro 8:33). Habiendo Dios justificado a una persona, está bien hecho, rectamente hecho, justamente hecho, y para siempre perfectamente hecho. El otro día leí un impreso lleno de veneno contra el Evangelio y los que lo predican. Decía que creemos en una teoría por la cual nos imaginamos que el pecado se puede alejar de los hombres. No creemos nosotros en teorías; proclamamos un hecho. El hecho más glorioso debajo del cielo es este, que Cristo por su preciosa sangre, real y positivamente, aleja el pecado y que Dios por amor de Cristo, tratando a los hombres en términos de misericordia divina, perdona a los culpables y los justifica, no según algo que vea en ellos o prevé que habrá en ellos, sino según la riqueza de la misericordia que habita en su propio corazón. Esto es lo que hemos predicado, lo que predicaremos en tanto que vivamos. “Dios es el que justificaˮ, el que justifica a los impíos. Él no se avergüenza de hacerlo, ni nosotros de predicarlo. En la justificación hecha por Dios mismo no cabe duda alguna. Si el Juez me declara justo, ¿quién me condenará? Si el tribunal supremo de todo el universo me ha pronunciado justo, ¿quién me acusará? La justificación de parte de Dios es respuesta suficiente para la conciencia despierta. El Espíritu Santo sopla la paz sobre nuestro ser entero y no vivimos ya atemorizados. Mediante tal justificación podemos responder a todos los rugidos y a todas las murmuraciones de Satanás y de los hombres. Esta justificación nos prepara a bien morir, a resucitar y enfrentar el último juicio”.5
Es evidente por todos lados el apego de Spurgeon a las doctrinas de la gracia y su confianza absoluta en la obra de Cristo en el calvario en favor de los pecadores. La cita anterior es muestra de su apego a la gratuita, aunque no barata, gracia divina.
Sin embargo, hizo una cristalina diferencia entre la fe y la gracia que se engendran en el evangelio por el Espíritu al escribir:
“Acuérdate bien de esto, para que no caigas en el error fijándote demasiado en la fe que es el conducto de la salvación, podrías olvidarte de la gracia que es la fuente y origen aun de la fe misma. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir que Jesús es Cristo, el Ungido, sino por el Espíritu Santo. “Ninguno puede venir a míˮ, dice Jesús, “si el Padre que me envió, no le trajereˮ (Jn 6:44). Así es que esa fe que acude a Cristo es resultado de la obra divina”.6
También supo decir: “La fe que rehúsa obedecer al Salvador es mera ostentación y nunca salvará a nadie”.
La confianza de Spurgeon estaba depositada totalmente en Jesús, y lo afirmó al decir: “Cuando estamos en una batalla, debemos esperar calamidades... Puedo soportar cualquier cosa por Jesús mientras sus brazos eternos están debajo de mí”. También escribió: “Jesús es un confidente que nunca puede traicionarnos, un amigo que nunca nos rechazará.
Su incesante énfasis en la doctrina de la soberanía divina
Spurgeon predicó este tema decenas de veces en su vida, pues para él, era tan impropio predicar sin presentar a Cristo como dejar a las almas desprovistas de sus limitaciones e incapacidades, a la luz de la gloriosa y consoladora doctrina de la Soberanía de Dios. O sea, era netamente calvinista; pero con un matiz marcado de fullerianismo y wesleyanismo. No es que Spurgeon fuera arminiano, pues sería una inconsistencia ser calvinista y arminiano a la vez, sino que se rehusaba a quedarse en la torre de marfil de la arista filosófica de la teología y la aterrizaba a lo práctico y ministerial. Es lo mismo que decir que era “evangélico”.
El éxito del ministerio de Spurgeon está indefectiblemente en alguna medida ligado a su confianza en la soberanía de Dios, la cual le otorgó una habilidad impresionante de presentar el evangelio de Jesucristo en el más vívido esplendor que una lengua humana pueda comunicar jamás.
Spurgeon fue un poeta elegante en su retórica, prácticamente inimitable. En Charles convergieron la sublime gracia de un extraordinario predicador del Evangelio, y los dotes de un administrador y visionario muy por encima de la media. Sin embargo, reconocía sus incapacidades y su propia miseria, las cuales le impedían creer que podía lograr que aún la cosa más minúscula posible pasara sin que Dios lo ordenare. Creyó, incluso, que tanto el querer como el hacer, e incluso la eficacia o la ineficacia de un hombre, digamos, incluso de un ministro del evangelio, es el fruto de la administración soberana de Dios. Predicó, además, un sermón titulado “La Soberanía de Dios”, en el que expuso que la soberanía de Dios en sus dones se puede observar en cinco tipos, a saber: temporales, salvadores, honoríficos, útiles y consoladores. En él concluyó diciendo:
“Muchas veces he hecho mal censura a otros hermanos pastores por no tener más fruto… pero he llegado a comprender que hay otros cuya efectividad no guarda relación con su gran celo y constancia. Por tanto, me retracto de mis censuras para afirmar que el don de la utilidad es otra manifestación de Dios. No reside en el hombre tal facultad, sino en Dios”.7
En otras palabras, la comprensión de Spurgeon sobre el alcance de la soberanía de Dios no se limitaba a la administración de la salvación o al plano soteriológico, sino que también estaba presente a los asuntos más cotidianos posibles, incluyendo, como refleja el párrafo anterior, en el don de la utilidad, que es sobre lo que Pablo decía: “Dios es el que produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena voluntad” (Fil 2:13). Dios no sólo crea y salva, Dios inclina cuanto quiere el corazón de los hombres. El mismo Dios tiene todos los cabellos contados de cualquier persona. Él no se permite que una simple avecilla caiga al suelo sin su consejo, ni dejará que un monarca humano se salga con la suya. Ese era el Dios en el que se amparaba Charles Spurgeon, un Dios sentado en un trono alto y sublime, rodeado de absoluta majestad e infinito poder.
Spurgeon creyó y predicó que la doctrina de la Soberanía de Dios es la que engendra mayor consuelo para el pueblo de Dios y a la vez que es la más odiada por los hombres de todas las doctrinas. Escribió:
“Los hombres consentirán en hallar a Dios en su taller creando los mundos y haciendo las estrellas y hasta… Le tolerarán mantener firme la tierra y sostener sus pilares, o iluminar las lámparas del cielo, o gobernar el inquieto océano; pero cuando Dios sube a su trono, sus criaturas rechinarán sus dientes”.8
Si Cristo era el consorte de Spurgeon, la doctrina de la Soberanía de Dios era la directriz de su confianza.
La doctrina de la suficiencia de las Escrituras
Para Spurgeon esto marcaba la gran diferencia entre el libre pensamiento, como él muchas veces denominó el liberalismo, y la religión verdadera o la verdadera ortodoxia. Él transmitía las enseñanzas de la Confesión de Fe de Londres de forma intacta, la cual establece la doctrina sobre las Sagradas Escrituras. Predicó varios sermones al respecto, e incluso escribió varios tratados y libros sobre la suficiencia de las Escrituras.
“Para Spurgeon, la Biblia era precisamente eso, la misma Palabra de Dios para romper el corazón y llevar a cabo el alma ante el trono de Dios, llevándolos así a un conocimiento del Señor Jesucristo. Sobre esta base, Spurgeon construyó toda su teología y ministerio”. — Lewis A. Drumond.9
Aunque se consideraba un calvinista incondicional, Spurgeon afirmó que no creía en algo simplemente porque Juan Calvino lo había enseñado sino porque él mismo lo había encontrado en la enseñanza de la Palabra de Dios.
Además, declaró:
“El Calvinismo no surgió de Calvino; creemos que surgió del gran fundador de toda verdad. Quizás Calvino lo derivó principalmente de los escritos de Agustín, y Agustín obtuvo sus puntos de vista, sin duda, a través del Espíritu de Dios, del estudio diligente de los escritos de Pablo, y Pablo los recibió del Espíritu Santo, de Jesucristo”.
Aunque estuvo de acuerdo, en general, con Calvino y otros teólogos reformados, las creencias de Spurgeon se basaron exclusivamente en lo que él vio claramente enseñado en las Escrituras. Él era, por así decirlo, la encarnación de sola Scriptura, es decir, solo la Escritura”.10
Charles, además, había hecho una resolución con respecto a las Escrituras y sobre esto no encontré mejor dilucidación que la que nos provee el Dr. Steven Lawson en su biografía de Spurgeon. Así se expresó:
“Spurgeon, al expresar su única lealtad a la Biblia, renunció a cualquier confianza en las tradiciones de los hombres o en las autoridades de la iglesia per se”.
Mantuvo:
“El Espíritu Santo reveló gran parte de la preciosa verdad y el precepto santo de los apóstoles, y a Su enseñanza les haríamos caso, pero cuando los hombres citan la autoridad de los padres, concilios y obispos, damos lugar a la sujeción, no, no por una hora. Pueden citar a Ireneo o Cipriano, Agustín o Crisóstomo; pueden recordarnos los dogmas de Lutero o Calvino; pueden encontrar autoridad en Simeon, Wesley o Gill; escucharemos las opiniones de estos grandes hombres con el respeto que merecen como hombres, pero habiendo hecho eso, negamos que tengamos algo que ver con estos hombres como autoridades en la iglesia de Dios, porque allí nada tiene autoridad, sino: ‘Así dice el Señor de los ejércitos’. Si nos traes el consentimiento concurrente de toda tradición, si citas precedentes venerables con quince, dieciséis o diecisiete siglos de antigüedad, quemaremos el conjunto con tanta madera sin valor, a menos que pongas el dedo sobre el pasaje de la Santa Escritura que justifica el asunto”.11
Lawson, en su biografía sobre Spurgeon, demuestra los afectos de Charles por las Escrituras, tanto como sus determinaciones, así:
Spurgeon testificó: “Las palabras de las Escrituras me llevan en alto o me abalanzan, me rompen en pedazos o me construyen. Las palabras de Dios tienen más poder sobre mí que lo que los dedos de David tuvieron sobre las cuerdas de su arpa”.
Afirmó:
“Preferiría decir cinco palabras de este libro que las cincuenta mil palabras de los filósofos. Si queremos avivamientos, debemos reavivar nuestra reverencia por la Palabra de Dios. Si queremos conversiones, debemos poner más palabras de la Palabra de Dios en nuestros sermones”.12
Spurgeon se mofaba de los postulados de los filósofos y hacía sátiras en sus pláticas sobre la inferioridad de la razón humana. Instaba a una humilde sumisión al texto sagrado de las Escrituras para tener verdadero conocimiento de Dios y de las cosas.
El asunto que ocupó su mente: la oración
Aparte de estos tres puntos hay un corolario pragmático en el que Spurgeon no se hacía callar, y con ello me refiero a su apego a la oración. Spurgeon no sólo dedicaba sustancioso tiempo diario a la oración, también instaba a ello a su feligresía, incluso, de forma gráfica, como se puede rastrear en los acalorados y asistidos servicios constantes de oración en New Park Street. De hecho, creía tanto en la oración, que cuando construyeron el Tabernáculo Metropolitano, mandó a hacer una bóveda debajo del altar para que mientras se predicaba en ese púlpito, hubiera decenas de hermanas orando por la predicación debajo de la plataforma de predicación. Así lo registra Boyer:
“Cuando le preguntaban a Spurgeon sobre el poder de su predicación, el Príncipe de rodillas señalaba para el entresuelo que quedaba debajo del Salón del Tabernáculo y decía: ‘En la sala que está allí abajo hay 300 creyentes que saben orar. Todas las veces que yo predico, ellos se reúnen allí para sustentarme las manos, orando y suplicando ininterrumpidamente. En la sala que está debajo de nuestros pies es donde se encuentra la explicación del misterio de esas bendiciones’”.13
Eso ilustra muy bien la premura, urgencia y postura de Charles sobre la oración y la necesidad de esta. Creo que Charles entendía que sobre las rodillas se reconciliaban la incapacidad humana y su deber, con la gloriosa doctrina de la soberanía divina. A nosotros los mortales se nos ha velado quienes son los receptores de la divina elección, pero se nos ha mandado a orar por todos los hombres, inclusive por la salvación de todos ellos; ¿cuánto más cuando se trata de nuestros familiares, seres queridos y conocidos?
La preocupación de Spurgeon por el creciente abandono del calvinismo en Inglaterra
Como hicimos notar brevemente antes en este escrito, Spurgeon estaba altamente preocupado por el estado de la ortodoxia en sus días, y muy especialmente en su país, incluso, en su denominación y en la asociación a la que perteneció (La Unión Bautista de Inglaterra).
Shindler, en sus famosos artículos publicados en la revista de Spurgeon “La Espada y la Pala”, ya emocionado antes en este trabajo, “notó que en la primera generación después de la era puritana, casi todas las congregaciones no conformistas (protestantes no anglicanas) en Inglaterra, se alejaron de la ortodoxia hacia una forma antigua de liberalismo denominada socinianismo (la cual niega el pecado original y la deidad de Cristo)”.14
Shindler describió cómo cientos de iglesias de tradición puritana habían abandonado la sana doctrina en favor del escepticismo racional, los credos unitarios y las otras creencias liberales.15 Shindler comentó, apuntando a la teología que sustentaba Spurgeon, que el declive comenzaba lento y de forma imperceptible, atendiendo a los siguientes descuidos:
- Las congregaciones empezaban su descenso tan pronto abandonaban el calvinismo, que destaca la soberanía de Dios en la salvación, para favorecer el arminianismo, que hace de la voluntad humana el factor decisivo. Otros grupos escogieron el arrianismo, que niega la deidad plenaria de Cristo. Otros simplemente quedaron fascinados con la erudición y la sabiduría humana; en consecuencia, perdieron su celo por la verdad.16
- Muchos [de los puritanos] que siguieron fieles a la verdad y a la fe, de todas maneras no estuvieron dispuestos a luchar por lo que creían… eran débiles en la defensa de la fe… (Cita el ejemplo de Doddridge, director de la academia que entrenaba a la mayoría de los ministros no conformistas a mediados del siglo XVIII), quien era ortodoxo, pero amistaba con ministros que estaban declinando, y en nombre de tal tolerancia hacia los maestros no ortodoxos ocultó de la vista de sus estudiantes ministeriales la realidad tremenda de que aquellos hombres eran culpables de serios errores doctrinales, y dejó a los estudiantes expuestos a los efectos mortíferos de sus herejías. Y Shindler añadió, ‘nadie se podía imaginar siquiera la sospecha de herejía contra Doddridge mismo’.17
Comentando sobre cómo es posible que se extraviaran tantas iglesias que creían en la Biblia, y por qué sucede con tanta frecuencia en la historia, Shindler planteó:
“El primer paso es la pretensión de tener una fe adecuada en la inspiración divina de las Escrituras. Mientras un hombre permanezca sumiso a la autoridad de la Palabra de Dios, no va a entretener ni un solo pensamiento contrario a su enseñanza”.18
MacArthur comenta que Shindler notó una correlación entre la doctrina calvinista y el aprecio por las Escrituras.19
Iain Murray, en su trabajo: Spurgeon, Un Príncipe Olvidado, demuestra que Spurgeon en realidad no es conocido hoy.20 Y, como demuestra Murray, el problema es mayúsculo cuando se trata de saber (y yo diría, por lo menos aceptar) las doctrinas que orgullosamente abrazó y enarboló Spurgeon. Aquí quiero citar el puño y las letras del mismo Príncipe de los Predicadores que en ocasión de la presentación de sus lecturas (conferencias) 1 y 2 a los estudiantes de su Colegio para Pastores, introdujo:
“Como será de ninguna garantía para nosotros el interferir en arreglos con otros cuerpos de cristianos, quienes tienen sus propios métodos para entrenar a sus ministros, y es obvio que no podríamos encontrar esferas para hombres en denominaciones con las que no tenemos conexión eclesiástica, confiamos nuestro Colegio a bautistas; y con el deseo de no ser acosados con controversias interminables, invitamos solo a aquellos que son popularmente conocidos como calvinistas, no porque nos importen los nombres y frases, pero como deseamos ser entendidos, usamos un término que amarra nuestro significado más cerca de lo que cualquier otra palabra descriptiva podría lograr. Creer que las grandiosas doctrinas de la gracia son el acompañamiento de la fe evangélica fundamental de la redención por la sangre de Jesús, nosotros las abrazamos y enseñamos no sólo en nuestro ministerio a las masas, pero en la más selectiva instrucción del salón de clases”. 21
Una expresión bastante trillada de Spurgeon sobre su teología es:
“La antigua verdad que Calvino predicó, que Agustín predicó, que Pablo predicó, es la verdad que debo predicar hoy, o de lo contrario seré infiel a mi conciencia y a mi Dios”.22
En su archi-famoso libro “Discurso a Mis Estudiantes”, encontramos la siguiente expresión:
“Hermanos, si nos sois teólogos, no sois buenos para nada como pastores”.23
Mi profesor de Historia de los bautistas, el Dr. N. Finn, hizo notar:
“La teología de Spurgeon fue muy ortodoxa, muy influenciada por Calvino, y, por tanto, por Agustín. Spurgeon fue un admirador de los puritanos, y tuvo bastante influencia de Kiffin, Bunyan, Keah, Gill, Whitefield y otros. Para que veamos su apego a las doctrinas particularistas, Spurgeon republicó La Segunda Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689. Rechazó las tendencias híper calvinistas del Dr. Gill. Se alineaba con el fullerianismo. Ofrecía el Evangelio a todos, razón por la que los estrictos cerrados creían que Spurgeon era arminiano. Pero lo cierto es que era un calvinista, lo cual molestaba a los arrianos. Estaba comprometido con los principios bautistas. Predicó contra 'la regeneración bautismal' que escandalizó a los anglicanos y demás. De hecho, se tuvieron que hacer 300,000 tiradas de su sermón así titulado debido a su demanda, cuando el promedio de tiradas de un sermón cualquiera era 25,000. ‘Spurgeon creía en la comunión abierta, cual Bunyan’”.24
Spurgeon fue un admirador de los escritos de los puritanos. Decía que la época de los puritanos había sido la edad de oro de la teología inglesa.25 Cuando de apreciación se trató, los escritos de los puritanos fueron para él joyas preciosas (tenía mil volúmenes de literatura antigua que tenía en su estantería, la mayoría de los cuales eran escritos de los puritanos). En 1872 dijo al respecto:
“Declaro en el día de hoy que cuando tomamos un volumen de teología puritana hallamos en una sola página más pensamiento y más erudición, más Escritura y más enseñanza verdadera, que en folios enteros producto de la efusión del pensamiento moderno. Los hombres de hoy serían ricos si poseyeran solo las migajas que caen de las mesas de los puritanos”.26
Estimó que era una locura obviar la riqueza teológica y el legado de los santos del pasado, como algunos querían pregonar. En uno de sus sermones, localizado en el volumen XXV de sus Sermons, pág. 630, encontramos la siguiente opinión del famoso predicador sobre este particular:
“No queremos leer nada sino el libro mismo, ni tampoco aceptamos luz alguna, excepto la que entre por la grieta de nuestro propio tejado. No queremos ver a la luz de la vela de otros; antes, preferimos permanecer en la oscuridad. Hermanos, no caigamos en semejante locura”.
Por otra parte, Spurgeon fue un acérrimo anti-católico que atacaba el ritualismo y la liturgia muerta de las iglesias de la época. Atacó con fuerzas el liberalismo evangélico de su época, que aparte de estar sucumbiendo al socinianismo, muchos hasta estaban acordando con el Darwinismo.
La controversia del declive
En 1873, cuando la Unión Bautista se abrió (aceptando a los generales, los de la New Connection), Spurgeon era uno de los preocupados, pues él y otros pensaban que la Unión estaba siendo muy pragmática. En 1877 se publicó en “La Espada y la Pala” un artículo sobre la apostasía y su historia en Inglaterra. Aunque no fue escrito por Spurgeon, cuando fue confrontado, Spurgeon removió las herejías que se estaban permitiendo en la Unión: Arrianismo, unitarianismo, negación de la inerrancia (liberalismo), etc. Pero cuando no se dan nombres la gente comienza a decirte irresponsable, y si das nombres, entonces eres un crítico acérrimo. Spurgeon y el Tabernáculo Metropolitano se retiraron definitivamente de la Unión y de la Asociación en 1879. Otros pastores hicieron lo mismo, pero no tantos. Muchos de los amigos de Spurgeon que eran conservadores se quedaron en la Unión. Clifford y otros líderes quisieron que Spurgeon regresara. Clifford y Spurgeon eran amigos personales. A esta fecha Clifford aún no había traído todas sus herejías a flote. En 1881, dos años y medio después de la separación de Spurgeon de la Unión, esta se fusionó con la “New Connection”. Spurgeon vio su sospecha cumplida. Los bautistas generales eran más liberales y los particulares eran más ortodoxos.
Sobre esto, Spurgeon también luchó con la constante depresión, las úlceras y la gota, y eventualmente también con problemas renales. Pareciera que la “controversia” lo mató. A quienes no les importa mucho la Teología pensarán que Spurgeon era un cismático. Dijo una vez:
“La guerra es contra quienes han negado el sacrificio expiatorio, la inerrancia de las Escrituras… creemos que todos los verdaderos evangélicos deberían pelear por estas cosas”.
En otra ocasión escribió:
“Toda reputación que haya sido oscurecida por las nubes de los reproches, por la causa de Cristo ha de ser un tributo de gloria”.
Spurgeon y Shindler, con su serie de artículos “El Declive” entre 1887 y 1888 atacaron la penosa decisión de entidades como La Unión Bautista y otras que habían preferido “la unidad” en sacrificio de la verdad. Para Spurgeon aquello era ser desleal al Señor y él nunca se lo permitiría a sí mismo ni a su iglesia.
El evangelicalismo de Spurgeon
Sobre esta esencia que marcó la teología y práctica de Spurgeon, debemos añadir que Spurgeon fue evangélico, es decir, un predicador fuertemente marcado por el evangelicalismo. Piper lo expresa del siguiente modo:
“La marca del evangelicalismo que más claramente conectó a Spurgeon, a Müller, y a Taylor fue el activismo. Por toda la profundidad de la teología y la espiritualidad de ellos, estos tres gigantes fueron hacedores consumados. Bebbington hace notar que, ‘la marca final del evangelicalismo fue un afán de estar de pie y haciendo’”.27
“Bebbington sostiene que ‘el evangelicalismo es un movimiento dentro del cristianismo marcado por el cruzcentrismo, el conversionismo, el biblicismo y el activismo’. O, más simplemente, ‘Biblia, cruz, conversión y activismo fueron los temas característicos del movimiento evangélico’. Los evangélicos ‘fueron conmovidos por la enseñanza de las Escrituras; estaban ansiosos por proclamar el mensaje de Cristo crucificado; y fueron inflexibles en su búsqueda de conversiones. De ahí que fueran dedicados activistas en la propagación del evangelio’”.28
Es decir, que Spurgeon fue un calvinista confeso, defensor de la tradición puritana, de eclesiología bautista, un acérrimo anti-catolico, y evangélico en sus lomos.
La pasión por la conversión de las almas es un vivo ejemplo del evangelicalismo de Charles H. Spurgeon; y por qué no, una variable importante en su alcance, logros y resultados.
Spurgeon condujo sesenta y seis ministerios, muchos de los cuales de algún modo sustentó, aunque sea parcialmente, con el dinero generado por las ventas de sus libros y predicaciones. Además, la construcción del nuevo templo y la restauración del viejo le debieron mucho al bolso del famoso predicador. El The Pastors’ College (que abrió en 1855) fue prácticamente construido con dinero de los fondos personales de Spurgeon.
Además, era apasionado por ver el alivio de los pobres y sufridos. Su ministerio de orfanatos, mujeres desamparadas y hogares de ancianos, entre otros, hablan por sí solos. Por otro lado, el ministerio de colportaje tenía que ver mucho con su propia literatura y sus propios fondos. De igual modo el Fondo para Pastores Pobres y el Fondo para Literatura que dirigía Susannah… En buena suma era dinero que salía de la valija de los Spurgeon. Cuando Spurgeon publicó su “Discurso a Mis Estudiantes”, Susannah fue la primera que donó de sus fondos personales para que “tal joya”, como diría ella, “llegara a más ministros”.
Spurgeon fue, antes que todo, un predicador y maestro, a pesar de que pudo haber sido, incluso, embajador de Inglaterra, porque creyó que la predicación del Evangelio era el único modo de cambiar las vidas de los hombres.
La teología de Spurgeon fue de soteriología calvinista, del ala fulleriana, bautista de comunión abierta en su eclesiología, puritano en su filosofía de vida, y evangélico en su praxis. Creía en el cooperativismo entre iglesias afines (pues perteneció a la Unión Bautista de Inglaterra), pero nunca a costa de negociar la verdad, razón por la que se separó de la Unión eventualmente. Fue un acérrimo creyente de la educación teológica, aunque fue autodidacta en esta materia y no comulgó con la mayoría de los programas teológicos de su época, por lo cual fundó su propio colegio para pastores.
Spurgeon creyó y se esforzó tras la verdad de que el evangelio de Jesucristo verdaderamente cambia a los pecadores y los hace buenos ciudadanos, mayordomos del bien y de los recursos, además que los capacita para empujar hacia un mundo mejor. Una muestra de ello es la cantidad de ministerios del orden filantrópico que emprendió y llevó a términos exitosos. Por sobre todo, Spurgeon creía en la oración ferviente, por lo cual fue un hombre de oración.
Al resumir la teología de Spurgeon, y quizás conjugar su vida, obra y ministerio, creo que la respuesta de Lewis Drummond a la pregunta “¿por qué la inusual popularidad de Charles Spurgeon?”, no pudo ser mejor contestada. Él escribió: “Ciertamente la matriz teológica y espiritual de la vida de Spurgeon constituye un factor importante en el tremendo impacto de su vida. ¿Y cuál fue la matriz de su obra? La respuesta es sencilla: el puritanismo. El pulpitero de Londres era un reconocido puritano del siglo XIX de la tradición reformada”.29
¡Gloria a Dios por la vida de ese hombre de Dios que ejecutó obras de dimensiones extraordinarias bajo el mando de su Señor!
Si bien fue autodidacta sin academia formal, tuvo un agudo y refinado tacto teológico, acrisolado con lo mejor de los movimientos que le habían precedido. Pero su cosmovisión evangélica le prohibió ser un hombre de oficinas, a pesar de que mandó a la imprenta mucho más que una bandada de predicadores juntos, lo cual le concede el epíteto de ser quizás ‘el predicador más leído de toda la historia cristiana’, superando, incluso, a John Bunyan.
Indudablemente su calvinismo matizado por el fullerianismo no le permitía darse el lujo de estar conforme sin ver convertidos en su ministerio de predicación, lo cual, sumado a un avivamiento en la cúspide de su ministerio (el avivamiento del 1859), le dio el honor de ver 14,000 personas añadidas a la iglesia que tuvo el privilegio de pastorear por casi 38 años; esto sin posibilidad alguna de contar la astronómica cantidad de almas que han sucumbido a los pies de Cristo desde entonces de forma indirecta como fruto de su ministerio, que en vida no sólo publicó más de 2,000 sermones (poco más de 5,000 contando las casi tres décadas que siguieron publicándose semana tras semana sus sermones desde el púlpito del Tabernáculo Metropolitano hasta 2017) los cuales corrieron al mundo y eran traducidos simultáneamente a más de 25 idiomas (algunos fueron traducidos a 40 idiomas, inclusive), y varias decenas de famosos libros (137 libros suyos en total, sin contar las revistas y las demás ediciones), convirtiéndose así en el predicador más leído de toda la historia cristiana, sino que logró egresar casi 900 predicadores de su Colegio para Pastores mientras vivió.
¡Tenga Dios a bien en su Absoluta Soberanía darnos épocas semejantes, avivamientos semejantes, hombres semejantes y resultados semejantes!
¡Gloria a Dios en todo y por todo!
¡Gloria a Dios por los resultados de un hombre tan excepcional, de lo cual hay que atribuir mucho mérito a su teología!
Bibliografía
1 Spurgeon, Charles. Solamente por Gracia. Pág. 4.
2 Ibid. Pág. 5.
3 Ibid. Pág. 6.
4 Rodríguez, A. S. (Versión Digital)
5 Spurgeon, Charles. Solamente por Gracia. Pág. 9
6 Spurgeon, Charles. Solamente por Gracia. Pág. 18.
7 Spurgeon, C. H. No Hay Otro Evangelio. Págs. 137, 138.
8 Ibid. Pág. 127.
9 Lawson, Steven J. Pág. 19.
10 Lawson, Steven J. Págs. 19, 20.
11 Ibid. Pág. 20.
12 Ibid. Pág. 21.
13 Boyer, Orlando. Pág. 80.
14 MacArthur, John. Pág. 230
16 MacArthur, John. Pág. 230.
17 Ibid. Págs. 231-233.
18 Ibid. Pág. 234.
19 Ibid. Pág. 235.
20 Ver Murray. Pág. 7.
21 Christian Classics: Six books by Charles Spurgeon in a single collection, with active table of contents [Annotated]", de Charles Spurgeon: http://a.co/2AWIRXN.
22 Spurgeon, Charles. Discurso a Mis Estudiantes. 5ta. Ed. Pág. vii.
23 Ibid. Pág. 124.
24 El Dr. Nathan Finn es historiador, teólogo, profesor y predicador. Fue profesor de Teología Histórica y Formación Espiri- tual en el Southearster Baptist Theological Seminary (SEBTS). Es profesor del programa de PhD en el SEBTS. Sirvió como decano de la facultad de teología y misiones de Union University. Ahora es Decano de la Facultad Universitaria de North Greeville (Baptist) University, SC. (Consúltelo en su página: http://www.nathanfinn.com/)
25 Murray, Iain. Pág. 33.
26 Ibid. Pág. 34. (Citando: Sermons, Vol XVIII, pág. 322).
27 Piper, John. A Camaraderie of Confidence. Pág. 18.
28 Ibidem. Pág. 18.
29 George, T. & Dockery, D.S. (Énfasis añadido).
Bibliografía general
̶ Boyer, Orlando. Biografía de Grandes Cristianos. © 1983. Editorial Vida.
̶ Christian Classics: “Six books by Charles Spurgeon in a single collection, with active table of contents [Annotated]”, de Charles Spurgeon: http://a.co/2AWIRXN.
̶ George, T. & Dockery, D.S. eds., 2001. Teólogos de la Tradición Bautista. Nashville, TN: Broadman & Holman. Publishers.
̶ MacArthur, John. Avergonzados del Evangelio. © 2001. PortaVoz.
̶ Murray, Iain. Spurgeon, Un Príncipe Olvidado. El Estandarte de la Verdad. 2da Ed. en español. 1984.
̶ Lawson, Steven J. The Gospel Focus of Charles Spurgeon. © 2012. Reformation Truth Pub- lishing. Ligonier Ministry.
̶ Piper, John. Charles Spurgeon, Preaching Through Adversity. Desiring God.
̶ Piper, John. A Camaraderie of Confidence. © 2016, Desiring God Ministries. Pub. by Crossway.
̶ Rodríguez, Alfredo S. Biografía de Spurgeon. Ed. Clie. 1987.
̶ Spurgeon, Charles H. Discurso a Mis Estudiantes. CBP. 5ta. Ed. 1980.
̶ Spurgeon, Charles H. Discurso a Mis Estudiantes. CBP. 6ta. Ed. 1985.
̶ Spurgeon, C. H. No Hay Otro Evangelio. El Estandarte de la Verdad. 2da. Ed. en español, 1997.
̶ Spurgeon, Charles H. Solamente por Gracia. Digital en Diarios de Avivamiento.
̶ Spurgeon, Charles H. Un Ministerio Ideal. El Pastor: su persona y su mensaje. El Estandarte de la Verdad. © 1964. 10ma Ed., revisión año 2000.
Colaboración
Corrector de estilo y gramática: Antonio Taveras Mejía.
Editor de BITE: María Alejandra Carrillo Olaya.
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