En el Museo Nacional Suizo en Zúrich, en una exhibición sobre la Reforma protestante, hay un libro relativamente pequeño, que fue compilado e impreso hace más de 500 años por un erudito católico que nunca abandonó su iglesia. Sin embargo, y muy paradójicamente, se convirtió en la fuente de la que bebieron casi todos los reformadores protestantes.
Se trata de un texto en griego que se convirtió en la base de muchas traducciones de la Biblia, como la alemana de Lutero, la inglesa de Tyndale y hasta la española de Casiodoro de Reina. Se trata del Textus Receptus, la compilación del Nuevo Testamento en griego desarrollada por Erasmo de Rotterdam. Pero, ¿cómo es que un libro creado bajo mucha presión y con recursos limitados se convirtió en el Nuevo Testamento estándar para casi todo el mundo protestante durante 400 años?

Volviendo a las fuentes antiguas
Para entender por qué este libro llegó a existir, tenemos que entender la mente de su creador: Desiderius Erasmus van Rotterdam o, como se le conoce en español, Erasmo de Róterdam. Él era un hijo de su tiempo, un hombre moldeado por el humanismo renacentista, cuyo lema era: “Ad fontes”, que en latín significa “a las fuentes”. Esto reflejaba la pasión por volver a los textos originales de la antigüedad.
Erasmo era cristiano, pero estaba profundamente preocupado por la Iglesia de su tiempo; la veía llena de superstición y excesos. Su gran convicción era que la raíz de estos problemas era una mala teología, la cual provenía de una mala o nula lectura de la Biblia. En el centro de esa falta de conocimiento bíblico estaba la Vulgata latina, que durante más de mil años fue la Biblia normativa del Occidente latino. Esta traducción en latín contenía errores que se habían acumulado a lo largo de muchas copias a mano realizadas por siglos y se encontraba en un idioma ya inaccesible para el pueblo común.

La motivación inicial de Erasmo era reformar la Iglesia desde adentro. No quería una ruptura, sino una purificación. Creía que si lograba darles al clero y a los eruditos una traducción latina más precisa, basada en el griego original, la teología se corregiría. Su sueño, como escribió, era que la Biblia fuera leída por todos, incluidos el granjero y el tejedor.
Pero, ¿quién era Erasmo para atreverse a corregir la traducción de la Biblia? No era un obispo ni un cardenal. Su autoridad no era eclesiástica, sino académica: era el erudito más famoso de Europa en el siglo XVI, y mantenía correspondencia con reyes, papas y los intelectuales más importantes de todo el continente.

Su obra satírica, Elogio de la locura, era, por así decirlo, un bestseller en el que se burlaba de la corrupción de la Iglesia y la sociedad. Esta le dio una fama que trascendió incluso los círculos académicos. Su dominio del latín era legendario, y su intenso estudio del griego lo llevó a ser un experto en ese idioma antiguo. Pero su peculiaridad residía en su dominio combinado de las fuentes clásicas y cristianas. No solo conocía a Platón y a Cicerón; era un maestro en los escritos de los padres de la Iglesia, como Jerónimo y Agustín.

Esta combinación le dio una autoridad intelectual inigualable. Tenía toda la credibilidad para emprender un proyecto tan monumental y audaz como el de reexaminar el texto del Nuevo Testamento.
Sin embargo, la convicción y la autoridad de Erasmo no habrían cambiado el mundo sin una tecnología revolucionaria: la imprenta de tipos móviles. Antes de que fuera inventada, los libros se copiaban a mano. Era un proceso lento y caro. Pero la imprenta cambió todo. Se convirtió en el “Internet de la época”, por decirlo de alguna manera, pues por primera vez las ideas podían ser reproducidas en masa. De hecho, la Reforma fue la primera revolución mediática de la historia y el Nuevo Testamento de Erasmo fue, en términos de hoy, una de sus primeras “aplicaciones virales”.
La gran carrera del siglo XVI y la anatomía del libro
En el siglo XVI, una necesidad de volver al griego original desató una carrera para imprimir el primer Nuevo Testamento en ese idioma. Mientras que en España la monumental Biblia Políglota Complutense esperaba la aprobación papal, el erudito Erasmo de Róterdam se apresuró en Basilea.
Allí compiló unos pocos manuscritos locales con el objetivo de justificar una nueva traducción al latín. Para los Evangelios, su fuente principal fue un códice del siglo XII conocido como Minúscula 2, el cual cotejó con otros manuscritos tardíos de la tradición textual bizantina para el resto del Nuevo Testamento.

Es crucial tener en cuenta que todos los manuscritos usados eran recientes en los tiempos de Erasmo; él no tuvo acceso a los códices más antiguos que se descubrieron siglos después. A pesar de estas limitaciones, su versión salió a la venta en 1516, adelantándose 6 años a la publicación de la Complutense.
El libro de Erasmo, titulado Novum Instrumentum omne (en español, El Nuevo Instrumento en su totalidad), era más pequeño, más barato y, sobre todo, estaba disponible. Pero fue su organización lo que lo hizo tan revolucionario e influyente. No era solo un texto; era una caja de herramientas para el estudio de las Escrituras.

Primero, estaba su famoso formato a dos columnas. En la de la izquierda, presentaba el texto griego que había compilado. En la de la derecha, su nueva y elegante traducción al latín. Esto le permitía a cualquier erudito comparar directamente el original con la nueva propuesta.
Pero la verdadera arma secreta de Erasmo estaba en la sección “Anotaciones”. Eran cientos de páginas de notas en las que explicaba y defendía cada una de sus decisiones de traducción. Comparaba diferentes manuscritos griegos, citaba a los padres de la Iglesia y, a menudo, lanzaba críticas mordaces contra las supersticiones y los abusos de la Iglesia que, según él, se justificaban con las malas traducciones de la Vulgata. Finalmente, Erasmo incluyó un apasionado prefacio, la “Paraclesis”, donde rogaba que la Biblia fuera traducida a todos los idiomas y que fuera leída por todos.
Aquí es necesario hacer una claridad: el Nuevo Testamento de Erasmo no es un texto único, sino una familia de ediciones griegas que evolucionaron después. El impresor Robert Estienne lo actualizó, introduciendo en 1551 el sistema de versículos numerados que usamos hoy en todas las Biblias. Posteriormente, las ediciones del teólogo Teodoro de Beza se convirtieron en las fuentes griegas principales para los traductores posteriores.

Una herramienta para los reformadores
El texto griego de Erasmo no fue solo un logro académico; también fue dinamita en las manos de una nueva generación de teólogos.
Pensemos en el monje Martín Lutero, atormentado por la pregunta de cómo un hombre pecador podía ser justo ante un Dios santo. La respuesta de la Iglesia, basada en la Vulgata, era “hacer penitencia”. Pero cuando Lutero se acercó al Nuevo Testamento griego de Erasmo, leyó que el verdadero significado de “metanoeite” no era “hacer penitencia”, sino “arrepentirse”. No era un acto externo, sino una transformación interna.

En Inglaterra, un joven erudito de Oxford llamado William Tyndale se obsesionó con la idea de traducir el Nuevo Testamento al inglés. Pero la Iglesia en Inglaterra lo prohibía estrictamente. ¿Cuál fue su herramienta? El texto de Erasmo. Tyndale tuvo que huir al continente europeo; allí vivió como un fugitivo, hizo la traducción en secreto y contrabandeó sus Nuevos Testamentos hacia Inglaterra. Finalmente, por esta misión pagó el precio más alto: en 1536, fue capturado, estrangulado y quemado en la hoguera.
Entre las traducciones más influyentes basadas en la obra de Erasmo se encuentran Nuevos Testamentos en lenguas vernáculas —como el de Lutero en alemán o el de Tyndale en inglés— y la Biblia del Oso en español, la de Ginebra y la Statenvertaling holandesa. Su influencia también fue fundamental para la Biblia de Olivétan en francés, la Diodati en italiano, la Kralice en checo, la de Gustavo Vasa en sueco y la de Károli en húngaro. Además, incidió en traducciones a lenguas fuera de Europa.

El texto se consolidó de tal manera que, en 1633, los Elzevir, una familia neerlandesa de libreros, editores e impresores, publicaron una nueva edición. En su prefacio, declararon con audacia: “Por lo tanto, tienes el texto, ahora recibido por todos”. De esa palabra latina, “receptum”, nació su famoso nombre: Textus Receptus.
La controversia moderna
Durante casi 400 años, el Textus Receptus fue el estándar para la traducción del Nuevo Testamento. Pero en el siglo XIX, el descubrimiento de manuscritos griegos mucho más antiguos, como el Códice Sinaítico, cambió la erudición y la traducción bíblica. Hoy, la mayoría de los eruditos trabajan con lo que se conoce como el Texto Crítico, una versión del Nuevo Testamento griego basada en los manuscritos más antiguos disponibles.
En torno a esto surgió un debate que continúa hasta hoy. Algunos defienden el Nuevo Testamento de Erasmo como el texto providencialmente preservado por la Iglesia. La mayoría de los eruditos, sin embargo, argumentan que el Texto Crítico, al estar basado en evidencia más antigua, está más cerca de los escritos originales.
Pero, más allá de la controversia, la importancia de la obra de Erasmo no es que él pretendiera iniciar una revolución, sino que su trabajo, tal vez sin dimensionarlo, fue el combustible que permitió que el fuego de la Reforma se extendiera por toda Europa. Su obra apareció en medio de una “tormenta perfecta” que combinó tres factores: el deseo de volver a las fuentes originales, la revolucionaria tecnología de la imprenta que podía difundir ideas masivamente, y un descontento generalizado que pedía un cambio en la Iglesia.
Aunque el objetivo de Erasmo era solo reformar la Iglesia desde adentro, al publicar el Nuevo Testamento en griego les dio a reformadores como Lutero o Casiodoro de Reina una herramienta académica indispensable para desafiar la narrativa romanista. Los armó con la autoridad del texto original.
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